La construcción del modelo económico social en la Argentina

c. De la Crisis del 30 a la Segunda Guerra Mundial

Las dificultades que los productos argentinos encontraron en sus mercados de exportación, generadas por la caída de la demanda mundial, se vieron seriamente agravadas por la escalada proteccionista en Europa y Estados Unidos. (…)La inquietud de los ganaderos argentinos por los problemas que encontraban para exportar se convirtió en pánico después de que la Conferencia Económica Imperial, reunida en Ottawa (en 1931) fijara un sistema de cuotas decrecientes para las carnes argentinas en el mercado inglés. (Gerchunoff y Llach, 1998)

Este fue el motivo principal del pacto Roca-Runciman, que selló las relaciones bilaterales entre Argentina y Gran Bretaña, conservándose, así, nuestro principal comprador, pero desatando en la opinión pública (cuando las investigaciones del senador Lisandro de la Torre pusieron al descubierto maniobras fraudulentas de los frigoríficos ingleses) una ola de repudio y un rebrote del sentimiento nacionalista y antiimperialista.

La producción industrial, escasa todavía, fue creciendo al ritmo de las necesidades de un mercado interno que demandaba los productos que el progresivo cierre de las economías y la escasez de divisas impedía importar. Sobre esa base creció el proceso de sustitución de importaciones que, si bien había comenzado tímidamente durante la Primera Guerra Mundial, no había recibido de los gobiernos posteriores ningún estímulo para el desarrollo.

En definitiva, cuando tanto la Argentina como el resto del mundo comenzaban a salir de la Gran Depresión, los cambios que se habían producido como respuesta a las sucesivas crisis habían creado un panorama nuevo y ya resultaba evidente que el retorno a la situación anterior era imposible. El cierre de las economías, la intervención del Estado y el crecimiento industrial, junto con la declinante posición de Gran Bretaña y el ascenso de los Estados Unidos mostraban que el mundo (y la Argentina dentro de él) habían tomado un rumbo novedoso.

Cuando la recuperación post-depresión ya era un hecho en todo el mundo, el comercio internacional se vio nuevamente interrumpido por la Segunda Guerra Mundial.

La Segunda Guerra Mundial tal vez podría haberse evitado, o al menos retrasado, si se hubiera restablecido la economía anterior a la guerra como un próspero sistema mundial de crecimiento y expansión. Sin embargo, después que en los años centrales del decenio de 1920 parecieran superadas las perturbaciones de la guerra y la posguerra, la economía mundial se sumergió en la crisis más profunda y dramática que había conocido desde la Revolución Industrial. Y esa crisis instaló en el poder, tanto en Alemania como en el Japón, a las fuerzas políticas del militarismo y la extrema derecha, decididas a romper el statu quo mediante el enfrentamiento, si era necesario militar, y no mediante el cambio gradual negociado. (Hobsbawm, 1995)

Esta fue, para Hobsbawm, mucho más que la Primera Guerra Mundial, una guerra de ideologías, una guerra total donde lo que estaba en juego era lisa y llanamente la supervivencia de las naciones. El tratamiento dado a las zonas ocupadas y sobre todo el holocausto judío demostraron al mundo que

el precio de la derrota a manos del régimen nacionalsocialista alemán era la esclavitud y la muerte. Por ello la guerra se desarrolló sin límite alguno. (Hobsbawm, 1995)

En la economía argentina, el impacto producido por el acontecimiento de la Segunda Guerra Mundial estuvo ligado nuevamente a las complicaciones para el comercio internacional, agravando todavía más la carencia de importaciones que ya se había verificado en los dos grandes golpes anteriores: la Primera Guerra y la crisis del ’30. Esta coyuntura representó un gran impulso para la actividad industrial, cuyo crecimiento ya habíamos visto como consecuencia de estos golpes mencionados. El desarrollo industrial fue común a toda América Latina durante la guerra. La Argentina llegó a penetrar con sus productos manufacturados incluso el mercado estadounidense (ya que la industria norteamericana estaba momentáneamente dedicada a la producción bélica).

El éxito imprevisto de las exportaciones industriales (…) se acabó con la guerra. (Grechunoff y Llach, 1998)

Sin embargo, una fuerte corriente de opinión a favor de la industrialización se encarnó, sobre todo entre los militares, que luego del golpe de 1930 no habían vuelto a intervenir activamente en política pero se mantenían cercanos al gobierno y avanzaban sobre terrenos no específicamente militares. 10De este modo los militares, sobre todo el Ejército, fueron constituyendo un actor social con un perfil muy definido: el nacionalismo tradicional, antiliberal y anticomunista, xenófobo y jerárquico, adecuado a la época y preocupado además por dotar a la Argentina de las industrias estratégicas (acero, armamentos) necesarias para garantizar la autarquía nacional en un mundo tan inestable y amenazante.

Argentina mantuvo, como en la guerra anterior, su tradicional neutralidad, aún después de 1941 cuando EEUU declaró la guerra al Eje e intentó arrastrar tras de esa decisión al resto de los países americanos. El mantenimiento de esta postura le costó a la Argentina fuertes represalias económicas por parte del gobierno estadounidense,

fue excluida del programa de rearme de sus aliados en guerra – mientras que Brasil era particularmente beneficiado – y los grupos democráticos, opositores al gobierno, empezaron a recibir fuerte apoyo de la embajada. (Romero, 1994)

La Segunda Guerra Mundial movilizó también en nuestro país fuertes corrientes de opinión a favor y en contra de los distintos contendientes: el apoyo a los aliados fue identificado con la reivindicación de la democracia y el ataque a las prácticas fraudulentas del gobierno, sostenido por radicales y distintos grupos de izquierda. Por el contrario, el mantenimiento de la neutralidad (reivindicado sobre todo como una postura de oposición al liderazgo norteamericano en el continente) fue amalgamándose con el creciente sentir nacionalista, un conjunto de sentimientos, actitudes e ideas esbozadas que, según Romero, no podían llamarse todavía una ideología en sentido estricto. El antiimperialismo, oposición visceral no sólo a los imperios opresores en cuestión (Gran Bretaña, EEUU) sino sobre todo a la «oligarquía entreguista, “resultó un arma retórica y política formidable, capaz de convocar apoyos a derecha e izquierda.” (Romero, 1994)