¿Qué rostros para los esclavos cubanos del siglo XIX?

Elsa Capron*

Ilustración: Carolina Crisorio

Resumen:

Ocultar los rostros de aquellos y aquellas quienes mueren o sufren, física o síquicamente- como los Palestinos de Gaza en este mismo momento- los desaparece de la historiografía oficial y les niega el estatus de seres humanos a cambio de cifras que se acumulan, convierten la realidad en una abstracción y edulcoran una tragedia. Sin sorpresa, en la sociedad colonial cubana del siglo XIX, los documentos, escritos o iconográficos, en que aparecen los esclavos, se preocupan poco y/o rara vez de comentar o presentar su rostro cuando, justa y paradójicamente, los fondos archivísticos, los periódicos, folletos y libros de terratenientes, científicos, esclavistas, negreros, ideólogos, historiadores, eclesiásticos, rebosan a lo largo del periodo de referencias a estos hombres, mujeres y niños que ocupan un lugar central, tanto en las preocupaciones de sus contemporáneos como en la organización económica y social de la isla, en zonas urbanas como rurales. Pero sus rostros no surgen, sino excepcionalmente. Llaman entonces la atención los casos contados de visibilización del rostro esclavo- aquí no trataremos de la pintura- por lo que a continuación, nos proponemos examinar algunos, para intentar entender a qué responden tales representaciones inhabituales frente a una ausencia tan generalizada.

Palabras claves: representación, rostros esclavos, Cuba siglo XIX, anuncios de periódicos, archivos, novelas abolicionistas cubanas.

Abstract:

Hiding the faces of those who die or suffer—physically or psychologically—such as the Palestinians in Gaza at this very moment—erases them from official historiography and denies them the status of human beings, reducing them instead to accumulating statistics. This process turns reality into an abstraction and sugarcoats tragedy. Unsurprisingly, in 19th-century colonial Cuban society, the documents—written or iconographic—in which enslaved people appear rarely, if ever, concern themselves with presenting or commenting on their faces. This is all the more paradoxical given that archival records, newspapers, pamphlets, and books produced by landowners, scientists, slaveholders, traffickers, ideologues, historians, and clergy are replete with references to these men, women, and children. These individuals occupied a central place both in the concerns of their contemporaries and in the economic and social organization of the island, in urban as well as rural areas. And yet, their faces are almost never shown. It is therefore striking when rare instances of the enslaved face being made visible do emerge—though we will not address painting in this context. What follows is an attempt to examine some of these instances, in order to understand what such unusual representations might reveal in the face of such widespread absence.

Keywords: Representation, Faces of Slaves, 19th Century Cuba, Newspaper Advertisements, Archives, Cuban Abolitionist Novels.


Introducción

El punto de arranque y de interrogante de este breve trabajo consiste en buscar si existen descripciones decimonónicas de las caras de las personas esclavizadas, y, cuando las hay, bajo qué rasgos aparecen. Los materiales examinados incluyen, por una parte, documentos conservados en diversos fondos del Archivo Nacional Cubano (ANC) como Asuntos Políticos, Esclavitud, Comisión Militar, Fomento, Gobierno General, Gobierno Superior Civil, Hacienda, Miscelánea de Expedientes, y, por otra, anuncios de periódicos. En cuanto a material literario, siempre en pos de rostros de esclavos, revisaremos tres obras cubanas, publicadas respectivamente en 1841, 1840 y 1880 aunque gestadas la primera en 1835, la segunda entre 1830 y 1839 y la tercera hacia 1838. Autobiografía, del ex esclavo Juan Francisco Manzano, Sab, novela de la camagüeyana Gertrudis Gómez de Avellaneda,y Francisco, el ingenio o las delicias del campo, de Anselmo Suárez y Romero, se enfocan en la esclavitud con el objetivo de denunciarla a través de las desgracias individuales que narran – en el caso de Manzano- o ponen en escena- en lo que atañe a las novelas abolicionistas. Los apuntes de la viajera sueca, Fredrika Bremer, proporcionan imágenes de esclavos muy precisas a lo largo de su recorrido y durante sus estancias por diferentes plantaciones de la isla. Sus Cartas desde Cuba presentan el interés de ser captadas por un ojo extranjero a la sociedad esclavista colonial. En medio del gran vacío y al lado de personajes de papel, sus descripciones de seres humanos reales, de carne y hueso y esclavizados, son unas verdaderas fotografías, y, por ende, muy valiosas a la hora de reunir informaciones sobre los individuos esclavos en Cuba.

Contexto histórico

Permítasenos recordar aquí algunos elementos para medir la magnitud de la esclavitud en Cuba. El primero es su duración, ya que la abolición solo se materializó completamente en 1886

[1]. El segundo es el número considerable de africanos deportados mediante la trata negrera, directa o interregional, legal o clandestina, activa hasta el último desembarque conocido, en 1873: aunque por  constante tráfico ilegal, no sean cifras exactas, se estima que al menos un millón trecientos mil individuos fueron deportados a Cuba[2]. El tercero está en la enorme progresión en términos absolutos así como relativos de la población esclava de la isla entre 1792 y 1868[3]. Por lo demás, la distribución espacial de estos individuos esclavizados determinó en gran medida la extrema diversidad de situaciones concretas, según se era esclavo de campo o urbano, en ingenios, cafetales o fincas ganaderas, criado o echado a ganar, y, según se residía en el departamento occidental, central u oriental, con fuertes variaciones del impacto del sistema plantacional en la vida cotidiana de los esclavizados en función de la región y del periodo considerados.

Los esclavos estaban en el centro de la política metropolitana hacia Cuba. Su peso demográfico era instrumentalizado por la metrópoli cuya política de “equilibrio de razas” ambicionaba mantener la provechosa isla bajo dominio colonial[4] : sin la protección española, los criollos correrían la suerte de los colonos en Haití, masacrados por hordas esclavas lideradas por negros y mulatos libres, sus hermanos de color.[5] Ese era el miedo con que España se aseguraba la “garantía de conservar la integridad del territorio y su dependencia de la metrópoli.”[6]

En el censo de población de 1841, los esclavos llegaron a superar numéricamente la categoría de los blancos por lo que, a partir de mediados del siglo, correspondencia reservada entre el gobierno colonial y las instancias de poder metropolitano e informes dirigidos por los miembros de la burguesía criolla todavía esclavista pero ahora antitratista giraban en torno a la cuestión del número de esclavos en la isla. Para España, era útil mantenerlo lo bastante alto para frenar el ímpetu independentista, mientras que, para los criollos, la superioridad numérica esclava implicaba una amenaza siempre latente de rebelión victoriosa. Por razones de policía interior, unos y otros también se planteaban la cuestión del reparto espacial de los esclavos, acordándose todos en la necesidad de disminuir el número de siervos urbanos[7], quienes, reconcentrados en la capital, formaban, con los libres de color, una masa indistinta potencialmente peligrosa y a la que unos proyectaban transferir a las plantaciones cañeras. Motivos de control policial y cálculos financieros iban entonces de la mano y alimentaban unas decisiones encaminadas a servir la producción de jugosos beneficios, tanto para el pequeño propietario urbano como para el poderoso hacendado, para el negrero y para la Real Hacienda en Madrid. Así, las preocupaciones económicas en torno a los esclavos eran constantes. Su precio – variable según la oferta y a menudo pagado a plazo-; los derechos que gravaban su compra; su número -siempre insuficiente para los grandes terratenientes cuyas plantaciones devoraban a sus trabajadores desde finales del siglo XVIII pero excesivo para la minoría criolla temerosa de un nuevo Haití-; el interés de proseguir la trata africana o a la inversa de sustituirla por inmigraciones de chinos, yucatecos, irlandeses, o …africanos “libres”, o incluso por criaderos de esclavos criollos; el provecho sacado de innovaciones técnicas relativas a la elaboración del azúcar; la rentabilidad de introducir modificaciones en las prácticas esclavistas – barracón o bohío como vivienda, conuco otorgado, entre otros objetivos, para deshacerse en parte del costo de la comida esclava, etc. Esos y muchos más eran temas discutidos en la Sociedad Económica de la Habana, en la Junta de Fomento, entre poder colonial y poderosos hacendados.[8]

Paralelamente, los miembros de las instancias de poder constituidos por la sacarocracia (por utilizar un término acuñado por el historiador cubano Moreno Fraginals) y el gobierno colonial, se escandalizaban de forma recurrente de la ausencia de moralidad de los esclavos, a los que acusaban de depravación. En las ciudades, se les echaba la culpa a las esclavas, cuyo número se consideraba excesivo y cuyas actividades resultaban sospechosas: se les acusaba de provocar decadencia moral entre los blancos mientras que en el campo, las desviaciones sexuales[9] de los hombres esclavos se debían, a la inversa, a la escasez de mujeres.

De modo que, a lo largo del siglo XIX cubano, -el peor en términos de cadencias de trabajo infernales-, pese a los esfuerzos de los esclavistas criollos y españoles por relegarlos a un lugar impreciso entre el objeto y el ser animado/ animal, los esclavos siguieron siendo sujeto político, es decir “temas” y “actores”. En efecto, su estatus jurídico individual de propiedad u objeto que pertenece a un dueño no logró privarlos de su condición de sujetos colectivos, que se manifestó como tal a lo largo de todo el período y en numerosos levantamientos, motines y sublevaciones.[10]

La conclusión que se impone a raíz de este brevísimo recordatorio es que los esclavos en la Cuba del siglo XIX estaban por todas partes, y ocupaban todas las mentes: la economía entera de la isla descansaba en sus hombros y la fidelidad colonial también dependía de ellos. Sin embargo, aunque estuvieran siempre por todas partes, fuera de casos particulares como las investigaciones policiacas tras un asesinato, un suicidio o un alzamiento dentro de una propiedad, resultan escasos los documentos que marcaron interés en los sentimientos que experimentaban los esclavizados o en sus opiniones. Que surgieran algunas líneas para describir su apariencia física (en los autos criminales se describe el estado de la víctima) no bastó para sacarlos de la reificación que el sistema esclavista les imponía, sino todo lo contrario: sin rostro definido, permanecían en el anonimato.

En los documentos administrativos

Los documentos que se inscriben en los ámbitos jurídico (derecho) y judicial (justicia y policía), no proporcionan más información que la recogida en cuestionarios estándar y no describen ninguna parte del cuerpo del esclavo salvo para corroborar una declaración. Es el caso de las actas de los procesos penales, donde se registraban cuidadosamente los detalles que probaban las lesiones y el mal estado (herida, impedimento, lesión, delgadez o suciedad inusuales, estado depresivo, etc.). El rostro del individuo, al igual que el resto del cuerpo, sólo llamaba la atención cuando era evidente una marca de violencia. Así lo ilustra el caso de la esclava Teresa, que fue encontrada «con una gran herida en la frente, al parecer causada por un machetazo calabozo y un golpe en el pescuezo.»[11]

Las denuncias presentadas por los esclavos ante el Síndico Protector o el gobierno civil, si bien recordaban las injusticias y los sufrimientos físicos y mentales que éstas habían provocado, tampoco describían físicamente a los denunciantes, salvo para destacar las consecuencias en ellos de los malos tratos, como un brazo paralizado o una cojera irreversible.

Los administradores de los distintos depósitos de esclavos (cimarrones, emancipados, judicaturas) registraban las defunciones, consignaban las causas, anotaban las llegadas y salidas, el coste de la manutención diaria del esclavo y lo que debía el propietario, e informaban de los comportamientos considerados anormales (suicidio, locura, melancolía), sin que apareciera nunca ninguna descripción del individuo ni de su rostro. Es de señalar que los datos apuntados relativos a los reos, testigos, denunciantes, no diferían en función de la categoría étnica. En efecto, constaban sistemáticamente el apellido, nombre, edad y, en caso de un individuo de color, el origen (criollo/africano con la etnia), el estatuto (libre/esclavo), el color (negro/mulato). Para las personas “blancas” también se precisaba el origen (nativo de esta isla o peninsular u otro). Nunca aparecían descripciones físicas, y menos de los semblantes de los involucrados.

Los periódicos

Otro tipo de escrito puede deparar catos interesantes como las dos categorías de anuncios que se publicaban en los diarios y ofrecían descripciones, aunque parciales, de esclavos: la sección de venta y alquiler de esclavos, y la sección de declaración de esclavos fugitivos. En ambos casos, aunque por razones distintas, los anuncios se centraban en su aspecto físico.

Anuncios de venta y alquiler de esclavos

En esta sección, dedicada a la transacción financiera, se precisaban la edad, el precio, las aptitudes profesionales y la experiencia del esclavo o esclava, las actividades a las que fue/sería destinado.a, su hiperespecialización o, al contrario, su polivalencia y los eventuales defectos físicos o morales que padecía, bajo la expresión “tachas y enfermedades”.

Más rara pero no excepcionalmente, el vendedor hacía hincapié en la apariencia del esclavo o esclava. A principios de siglo, por ejemplo, encontramos:

«Una negra, como de 14 a 16 años, muy bonita, en 270 pesos» [12] ,

«una negra criolla como de 15 años, bonita»[13] o «una mulata joven, bien parecida”[14].

Por desgracia, el autor o la autora no argumentó con detalles concretos para justificar su opinión. Sólo podemos imaginar que los rasgos y proporciones de la cara y cuerpo de la esclava mencionada corresponderían a los cánones de belleza de los europeos de la época, trasladados a la colonia.  De lo que sí podemos estar seguros, sin embargo, es de que este énfasis en lo físico no era simplemente expresión de la sensibilidad estética de los propietarios: se trataba de subrayar un valor añadido que merecía, comparado con aptitudes y edad equivalentes, un precio más alto de la mercancía.

Esas referencias al aspecto agradable de una esclava no eran exclusivas de una época concreta, ya que 30 años más tarde, en 1835, otros anuncios también lo subrayaban:

«Una negra gangá, joven, de buena presencia, buena lavandera y planchadora de liso «[15]. Tampoco se ensalzaba a un grupo étnico peculiar, pues este anuncio solo expone que es africana: «una negra joven que se sacó del barracón 6 meses hay […] de muy buena presencia.»[16]

Ni se trataba de una focalización exclusiva en el sexo femenino, como muestra este aviso:

«El día 14 del corriente fugó un negro criollo nombrado José Urra Mostecilla, como de 26 años, […] no mal parecido.»[17]

Sin embargo, estas apreciaciones generales no estribaban en elementos precisos que permitieran visualizar rostros. En la sección dedicada a las notificaciones de fuga, se encuentran algunos elementos más concretos.

Anuncios de esclavos fugitivos

De hecho, para tratar de recuperar a un esclavo fugitivo, los propietarios tenían que describirlo, destacando señales distintivas, la primera de las cuales, para los esclavos rurales en particular, podía ser la carimba, que era la marca de hierro al rojo vivo que indicaba su primer propietario. Se sabe que esta marca podía colocarse en la cara o en cualquier otra parte del cuerpo que proporcionara la máxima visibilidad.[18]

También servían de excelente índice para identificar, perseguir, localizar y apresar al fugitivo las marcas tribales, indelebles y visibles en la cara. De ahí el cuidado que ponía el propietario en dar una descripción precisa, como consta a continuación:

«El sábado 11 fugó una negra llamada Carlota, carabalí, con un papel de buscar amo, tiene unas señales en las sienes de su tierra […] como de 15 a 16 años, algo pelada […]»[19]

«El día 2 del presente mes fugó de la casa de su amo la negra Juana, de 13 a 14 años, con tres rayas en la frente y tres en cada carrillo, vestida con túnico listado azul y un pañuelo encarnado con flores al pescuezo»[20].

«Se han fugado de la casa de su amo los negros Andrés, criollo, como de 30 años, […] y Cirilo, lucumí, como de 40 años, alto y la cara rayada”. [21]

Además de las marcas de escarificación, existían otras «señales de sus tierras«, que remitían a la identidad anterior a la esclavitud, como lo eran las modificaciones dentales, fruto de las costumbres de ciertos pueblos africanos. Ambas marcas materializaban el arraigo a una sociedad humana ajena a la colonial y eran huella del pasado libre del individuo traído a la fuerza en tierra de esclavitud. Podemos leer:

«Ha fugado de la casa en que estaba encargada la negra Leandra, de nación gangá, alta de cuerpo y gruesa, bien parecida, ojos dormidos […] los dientes de arriba picados a uso de su nación, […]» [22] .

Escarificaciones y limaduras de dentadura patentizaban la memoria corpórea de una existencia libre y la prueba visible de un vínculo imborrable con una nación[23] del continente originario, hasta el punto de que incluso algunos esclavizados, aunque nacidos en Cuba, quisieron rescatarlo y perpetuarlo como en el caso siguiente:  «El día 14 del corriente fugó un negro criollo nombrado José Urra Mostecilla, como de 26 años, […] no mal parecido, dientes picados a lo carabalí, es calesero, zapatero y se entretiene en hacer sortijas de carey. […]» [24]

Estas prácticas reportadas nos permiten imaginar partes del rostro y de la boca de las personas fugitivas, así como otros tipos de cicatrices, también mencionadas en los avisos de fuga, que contribuyen a dibujar su cara:

“El día 10 de septiembre fugó un mulato nombrado Tomas Villanueva, como de 50 años, zapatero, andaba vendiendo zapatos por las Puentes y el Quemado, tiene un lunar en el blanco de un ojo y una cicatriz en el tobillo […]” [25].

“El día 11 del corriente ha fugado una negra de nación gangá, llamada Teresa, 28 a 30 años, cuerpo chico y belfuda, ojos grandes, va vestida con túnico de zaraza desteñido y una manta de crespo amarillo vieja, tiene cicatriz en el tobillo izquierdo.” [26]

Se nota una abundancia de detalles para retratar al prófugo o prófuga lo más fielmente posible y así facilitar su captura. En dos diferentes anuncios de 1835, el redactor del aviso se fija en los ojos de su esclava, ya “dormidos”, ya “grandes” para distinguirla de sus semejantes. Otro rasgo definitorio como la boca ayuda a retratar a una persona, aunque aquí se use el adjetivo “belfuda”, que al referirse normalmente a las bestias[27] resulta significativo de la animalización del esclavo dentro del sistema ideológico racista de la esclavitud americana del siglo XIX.

Pese a la ausencia de pormenores suficientes para tener una idea precisa del semblante de los cimarrones denunciados y de los esclavos puestos en el mercado laboral en diversos periódicos de la isla, de estos informes se desprende que los pequeños propietarios urbanos memorizaban los detalles que particularizaban a sus esclavos, lo que indica que los miraban, aun fuese con desprecio, y aunque la observación no cristalizara en detenidas descripciones. Para hallar unas cuantas, es preciso apelar a la literatura contemporánea.

Literatura cubana del siglo XIX

Autobiografía de Juan Francisco Manzano

La autobiografía de Juan Francisco Manzano, redactada en 1839, es, en el mundo hispánico, el primer relato directo de un ex esclavo.[28] Nacido en Cuba hacia 1797, Manzano fue invitado por Domingo Del Monte, figura célebre de la intelectualidad criolla de la época quien reunió el dinero necesario a la manumisión del poeta, a escribir su autobiografía, la cual se publicó en Londres tras algunas correcciones. Lamentablemente, cincuenta y nueve páginas de la edición en primera persona están truncadas, bien porque la segunda parte anunciada por el autor se perdió, bien porque nunca llegó a escribirse. En la parte que llegó a publicarse, el autor, a través de sus recuerdos de hombre martirizado, entrega dos breves y vagas referencias al aspecto físico de las esclavas: en la 4ª línea de la 1ª página, menciona la costumbre de su ama «de tomar las más bonitas criollas entre diez y once años»,[29] para convertirlas en esclavas. Y, de su madre, sólo ofrece una valoración desde el punto de vista de los códigos de los dueños, diciendo de ella que: «era una de las criadas de distinción, de estimación, o de razón».[30] Si nos da a entender que su madre pertenecía a la élite de los esclavos domésticos porque su comportamiento y su apariencia se adaptaban perfectamente a la escala de valores de los blancos dominantes, pues poseía «todos los atributos de una criada de mano y medio criandera»,[31]  Manzano no entra en más detalles. Tampoco lo hace a la hora de recordar a su padre, quien era «el primer criado de la casa»[32] . Le basta con un brevísimo retrato moral, ya que era «[…] algo altivo y nunca permitió no sólo corrillos en su casa sino que ninguno de sus hijos jugase con los negritos de la hacienda»[33]. Por mucho que insistiera en su cariño para con sus hermanos, el poeta no los gratifica con descripción alguna ni se le ocurre proponer su autorretrato. Al ex esclavo Juan Francisco Manzano quizá no le pareció pertinente, siquiera pensable, convertir en sujetos hasta el punto de describirlos detenidamente, a unos seres a quienes, como él mismo lo experimentara, el sistema manejaba como a objetos, hasta destrozarlos física y síquicamente. En el relato del ex esclavo, el rostro de los esclavos, a pesar de ser sus familiares y compañeros, también brilla por su ausencia.

Sab de Gertrudis Gómez de la Avellaneda

La novela romántica Sab, publicada por primera vez en 1841 en Madrid, es una obra precursora por su autoría femenina y su tono abolicionista y feminista. Relata, con tonalidad sentimental, amores contrariados: Sab, esclavo mulato, seguramente primo de Carlota[34], ejerce el oficio de mayoral en las plantaciones del padre de Carlota, de la que se enamora. Pero Carlota se va a casar con Enrique, hijo de un inglés comerciante mientras que su amiga Teresa, sin recursos materiales, está también pero secretamente enamorada de Enrique. Debido a la segregación racial y a la diferencia de estatuto social, el amor de Sab y, aunque en menor medida, el de Teresa, son imposibles, inconcebibles, inmorales para la Iglesia y las costumbres estamentales. El hecho de que el nombre del esclavo le diera su título a la novela designaba explícitamente a aquel como al protagonista principal. Tal decisión de la autora exigía una focalización en aquel personaje cuyo retrato aparece desde la cuarta página de la obra:

“Era el recién llegado un joven de alta estatura y regulares proporciones, pero de una fisonomía particular. No parecía un criollo blanco, tampoco era negro ni podía creérsele descendiente de los primeros habitadores de las Antillas. Su rostro presentaba un compuesto singular en que se descubría el cruzamiento de dos razas diversas, y en que se amalgamaban, por decirlo así, los rasgos de la casta africana con los de la europea, sin ser no obstante un mulato perfecto.»

«Era su color de un blanco amarillento con cierto fondo oscuro; su ancha frente se veía medio cubierta con mechones desiguales de un pelo negro y lustroso como alas del cuervo; su nariz era aguileña pero sus labios gruesos y amoratados denotaban su procedencia africana. Tenía la barba un poco prominente y triangular, los ojos negros, grandes, rasgados, bajo cejas horizontales, brillando en ellos el fuego de la primera juventud, no obstante que surcaban su rostro algunas ligeras arrugas. El conjunto de estos rasgos formaba una fisonomía característica; una de aquellas fisonomías que fijan las miradas a primera vista y que jamás se olvidan cuando se han visto una vez.” [35]

Por su color “blanco amarillento”, sus rasgos europeizantes “nariz aguileña” y “pelo lustroso” (y, según se va enterando el lector a lo largo de la obra, también por sus aptitudes intelectuales y altas cualidades morales), en la escala jerárquica de la colonial esclavista, Sab está mucho más cerca de los blancos que de los negros, mucho más de los individuos libres que de los esclavos- él mismo confiesa que la ha sido otorgada la libertad. Por ello se expone que no es “un mulato perfecto”- lo cual implicaría una mayor visibilidad de su ascendencia africana con lo cual podría peligrar su “belleza” – aunque no aparezca tal vocablo. En su caso, el único detalle que delata su sangre africana es el tamaño y el color de sus labios “gruesos y amoratados”. El brillo de sus “ojos negros” deja presentir el carácter apasionado del personaje de cuyo retrato se desprende cierto magnetismo[36]. Al borrar el marcador racial[37]– su color es blancuzco- y postergar el marcador social -la información relativa a su estatuto esclavo es ulterior al retrato- la autora impide que los prejuicios de la época puedan interferir o alterar la excelente impresión producida por el retrato inicial. El proponer un retrato, primero físico, de un personaje bello porque tira a blanco y muy alejado por su educación de la imagen trillada del esclavo, crea condiciones para que el lector sienta empatía por su desdichada suerte, debida a la injusticia de la esclavitud. Así se construye la humanidad de Sab, gracias a la imagen que se nos da de su rostro, objeto de innumerables focalizaciones a lo largo de la novela, tras el retrato del íncipit. Desde el primer encuentro con su rival amoroso, surge una personalidad sicológicamente compleja: su sonrisa “era cada vez más melancólica y en aquel momento tenía también algo de desdeñosa.” Unas pocas líneas después, “volvió sus ojos negros y penetrantes hacia el extranjero” y, al enterarse de la futura boda de Carlota “cubrióse su frente de arrugas verticales, lanzaron sus ojos un resplandor siniestro, como la luz del relámpago que brilla entre nubes oscuras” [38]. Al presentar a un esclavo atormentado, desgarrado entre su pasión prohibida y su deber de servidor leal, Avellaneda establece una igualdad entre su personaje y su lector.a románticos, pues comparten valores comunes. Humanidad e igualdad del esclavo se logran mediante su visibilización y ésta a su vez plasma en la descripción de su rostro, cambiante como las emociones que lo atraviesan. El rostro tan singular de Sab, personaje de ficción, sirve el proyecto artístico y el propósito de la autora. Recursos semejantes para idénticas motivaciones se manifiestan en las demás producciones abolicionistas de la época. El personaje principal de la obra más conocida de Suárez y Romero es también un hombre esclavo y su retrato una como loa.

Francisco, el ingenio o las delicias del campo, de Anselmo Suárez y Romero

En 1840, la novela antiesclavista y entre las primeras citadas como costumbrista, Francisco, de Anselmo Suárez y Romero (1818-1878), fue escrita por solicitud de su amigo Del Monte, que gustaba de titularla de forma irónica “El Ingenio o las delicias del campo”. Es un drama amoroso de tonalidad típicamente romántica, con desenlace trágico, en un paisaje natural como trasfondo poético, cuando los dos esclavos se encuentran y expresan sus penas y dolores. La idea de Del Monte era pintar los horrores e injusticias de la esclavitud, tanto para los negros que sufrían y padecían, como para los blancos que se complacían vilmente en el “vicio” (moral y sexual). Como en Sab, para inspirar más bien un sentimiento de compasión por los negros antes que rebeldía, Francisco, el esclavo enamorado, “bueno y manso” (sumiso) acaba suicidándose.[39]Aquí también los esclavos son protagonistas y lógicamente el autor retrata a Francisco con muchos pormenores:

“Además de su claro entendimiento y riqueza de corazón, lo había favorecido Dios concediéndole un físico encantador; de una estatura aventajada, airosa y fácil en los modales, andaba siempre con la cabeza alta; su tez de azabache lucía sobremanera por el blanco purísimo de sus ojos y de sus dientes; y la sonrisa y el mirar melancólicos que esparcían cierta expresión de tristeza en su semblante, aun cuando penetrase en su alma algún rayo de alegría, y aquel modo de hablar patético, arrastraban consigo a cuantos le conocieran. La belleza de Francisco tenía doble valor, a saber: que las facciones revelaban lo noble y generoso de su pecho, a semejanza de las aguas de un río cuando reflejan la imagen de la luna que brilla en el azulado firmamento. Había algo que le molestaba profundamente: ser esclavo; el hecho de no poder estar a la altura de las distinciones de su amor; el hecho de que sólo pudiera extinguirse muriendo. Este dolor, este tormento insufrible habíase propuesto sofocarlo, en la persuasión de que, publicando el mal, acaso crecerían las penas en vez de mitigarse; su genio apacible se hermanaba perfectamente con la resignación de un cristiano, con el sufrimiento de los estoicos, indicio de un alma grande que permanece serena en medio de los infortunios que la abruman. Por eso, el tinte luminoso de su pecho que retuerce y seduce; el tinte con que se representa a los amos de la fe.”[40]

A diferencia de la novela anterior, aquí se usa sin rodeos la palabra “belleza” para calificar al esclavo, lo que quizá sonara menos indecente bajo una pluma masculina en aquel entonces – aunque recuérdese que no se publicó Francisco hasta 1880. Otra tamaña diferencia radica en el color, muy oscuro, del personaje, con “su tez de azabache”, cuando la imagen del “azulado firmamento” no deja de remitir a la expresión “negro azul” que se usa(ba) en Cuba para designar a una persona de piel muy oscura. Pero lo sombrío del “tinte” viene totalmente neutralizado por la claridad que dimana del alma del personaje: “lucía”, “rayo de alegría”, “reflejan”, “luna que brilla”, “luminoso”. Tanta luz radiante de su “alma” anula el negror de su cuerpo, lo que indica una doble ruptura con la visión imperante. Por una parte, se le atribuye un alma al esclavo, al africano o a su descendiente. Por otra, se borra el esgrimido obstáculo del color de la piel para priorizar ahora el valor intrínseco del personaje. Este se distingue por ser de pecho “noble y generoso” y es comparado a los mártires de la Antigüedad, de la historia de los europeos, con su “alma grande que permanece serena en medio de los infortunios que la abruman.” El autor iguala a Francisco con lo más relevante del patrimonio cultural de los dueños de esclavos en Cuba y da a presentir que su “estatura, sus modales, su sonrisa” así como sus otros muchos atributos le confieren una superioridad innegable. Se invierte la jerarquía artificialmente impuesta por el sistema colonial esclavista. La esclavización es la causa de lo “melancólico”, de “cierta expresión de tristeza en su semblante”, y de “aquel modo de hablar patético” que caracterizan a Francisco. Es que como en el caso de Sab, su estatuto le veda el acceso a lo que los románticos consideraban como la máxima felicidad: el amor. Un sentimiento de injusticia se apodera del lector frente a la tragedia vivida por quien aparece como un verdadero héroe antiguo. En efecto, más adelante en la novela, se añade que:

“Diciendo que cantaba primorosamente El llanto, habremos dado una idea de la dulzura de voz, de la gracia y estilo, que le acarrearon entre los caleseros el sobrenombre de Pico de oro.” [41] ¡Este semblante es dotado por la imaginación de un criollo cubano de todas las gracias habidas y por haber, y, como si fuera poco, durante la década que viera desatarse contra los hombres de color la horrorosa represión de la Escalera! ¡Y este semblante viene completado por el cuerpo y el alma perfectos y hasta superiores…de un esclavo! Aun tratándose de un personaje de ficción, el paso dado hacia la igualdad es grande, llevándole la contraria a la percepción sistemáticamente negativa en la isla de todo individuo “de color”. Se pudo dar, pero con la intervención divina, pues “Dios lo había favorecido”, extrayéndolo de cierta manera de entre la masa de sus semejantes y abriendo el camino: el extraordinario Francisco, ser de papel, es, en un principio, bendito por su Creador. Sin embargo, la novela busca, en su denuncia de los estragos causados por la esclavización, ser realista; lo es, si se repara en el parecido entre los protagonistas de la novela de Suarez y Romero y los padres de Juan Francisco Manzano, esclavos de carne y hueso ellos quienes, se sabe, le sirvieron de modelo a Romero. Asimismo, quizá inspiradas en esclavas que Suárez y Romero conociera (o en otros personajes de ficción, como en la primera versión de Cecilia Valdés), se superponen en dos de sus relatos los rostros de dos esclavas llamadas Dorotea. En Francisco, dice que:

“Había en la casa una mulata criolla, hija de la negra que diera de mamar a Ricardo, que a causa de su peregrina hermosura y honestidad y recato infundidos por la señora Mendizábal, a cuyo lado se criara, le pareció a Francisco una compañera a propósito para aliviar sus padecimientos. Llamábase Dorotea, y desempeñaba los oficios de costurera y criada de mano.”[42]

En El Cementerio del Ingenio (publicado en 1864), varios detalles le hacen eco a la primera Dorotea, sin que podamos determinar si fue invento del autor o mujer recordada fielmente en un escrito de corte autobiográfico:

“En uno de los viajes al ingenio habíamos encontrado, sirviendo en la enfermería, una mulata a quien no conocíamos y que después supimos llamarse Dorotea. No tenía pasas, sino lacios cabellos, su tez era casi blanca y todas sus maneras y palabras demostraban que había sido criada de mano de alguna familia decente. Vestía como las demás esclavas del ingenio, túnica de rusia; no calzaba zapatos y llevaba el pelo recién cortado de raíz. Un hijo suyo, muy lindo, estaba en la casa de los criollos, y a Dorotea se le permitía tres veces al día ir a darle de mamar.”

Cartas desde Cuba, de Fredrika Bremer

Para concluir nuestro breve recorrido entre producciones escritas para descubrir retratos de esclavos, no podemos dejar de revisar las Cartas desde Cuba[43], escritas durante su estancia de varios meses en la isla en 1851, por la sueca nacida en Finlandia Fredrika Bremer. A partir de la tercera parte de sus apuntes, la viajera describe a los esclavos con quienes se encuentra. Aquí, acerca de una esclava doméstica, dice:

“Cecilia, la negra, tiene los ojos oscuros más bellos que he visto en un rostro de color (aunque estos en general tienen bellos ojos), dientes como perlas orientales y un carácter tranquilo, dulce y extrañamente serio.”[44]

Su exaltación de la belleza de aquella mujer cuyo nombre menciona va más allá de un retrato pintoresco y superficial pues más adelante, Fredrika relata una conversación que ha entablado con dicha esclava, quien le ha contado su pasado, la pérdida de su madre, que se quedó en África. La autora para encontrarse con el Otro, en su diferencia y en su humanidad, la cual le restituye por medio de su nombre y de su rostro.

Bremer se fija también en los diferentes grupos étnicos de los que propone unas descripciones totalmente contrarias a los estereotipos dominantes, como aquellos promovidos a base de racismo por el ardiente defensor de la esclavitud José Ferrer de Couto. Veamos lo que ella dice de sus rostros:

“Los negros del Congo tienen un rostro con nariz curvada hacia dentro, boca ancha, dientes soberbios, labios grandes y pómulos altos. Sus cuerpos son anchos y robustos, pero no muy altos. Los gangás se parecen a ellos. En cambio, los mandingas y los lucumís, los más nobles de las tribus costeras, son altos, con bellos rasgos (atractivos), a menudo regulares e incluso finos, de carácter serio. Entre los carabalís he visto algunos ejemplares magníficos. Tienen la nariz más afilada y la cara más ancha que los lucumís y son menos serios. Todos los negros de aquí tienen la cara tatuada, unos, alrededor de los ojos, otros, en los pómulos, etc., dependiendo de su nación. (grupo étnico). También hay un hombre de la tribu fula: sus rasgos son finos y su pelo largo, negro y brillante, lo que parece ser una característica de este grupo.”[45]

El resto de las descripciones y comentarios del libro confirma la visión positiva que F Bremer tiene de los negros, libres o esclavizados, revelando de paso su gran libertad de espíritu y su valentía, en un contexto estrictamente ajeno a esta percepción de los negros, por no decir contrario, y en el que las ideas y opiniones las manejaban más bien los hombres. La profusión de detalles también revela la poderosa atracción que F. Bremer siente por ellos, por su apariencia y por su ser. De hecho, se muestra muy sensible a la belleza de las mujeres esclavas: “Vi a dos jóvenes muy hermosas trabajando en ello, con sus brillantes ojos oscuros, sus dientes blancos, su collar de coral rojo alrededor del cuello y un pañuelo rojo claro alrededor de la cabeza»[46]. Más adelante, exclama: «Es un placer mirar a los pequeños. […] Las madres están preciosas con sus ojos cariñosos y sus dientes blancos como perlas mientras juegan con sus hijos sanos.”[47]

Bremer se fijó en lo que expresaban los rostros y se asombró de la dulzura de los esclavos que, por lo demás, eran tan mal vistos y, en general, tratados. A sus ojos, la bondad de los rostros de los esclavos rivaliza con su belleza:

«En los hombres me veo obligada a admirar muy a menudo figuras hercúleas y rostros enérgicos, en los que la fuerza salvaje parece unirse a la bondad masculina, siendo esta última especialmente notable cuando hablan a los niños y en la forma en que los miran». [48]

Del mismo modo, la experiencia del amor y la fidelidad que le expuso una pareja de esclavos ancianos que entrevistó le inspiró unas reflexiones románticas que reconocen plenamente su humanidad puesto que la viajera extranjera comparte con ellos esos valores universales. De la mujer, dijo que tenía «una figura redonda y sana, sin belleza, pero impregnada de una expresión de bondad y paz». Su marido «parecía tener la misma edad que ella y la misma expresión de bondad. En su sonrisa había un rayo de sol encadenado, una chispa alegre que quería brotar y brillar desde lo más profundo de su corazón». [49]

Pero los dientes blancos y las risas de los esclavos no pueden ocultar la barbarie de la esclavitud, que marca sus rostros: «Vi allí caras con expresiones tan oscuras que ni todo el sol de los trópicos podría haberlas iluminado… Qué desesperación tan amarga y silenciosa… Es terrible. Nunca olvidaré el rostro de una joven en particular». En otra plantación, señala: «Pero pasaban hombres y mujeres que miraban, tristes y sombríos hacia el baile, con una expresión amarga en sus rostros ensombrecidos que daban testimonio de la noche más oscura de la esclavitud, rostros que nunca olvidaré, sobre todo el de una de ellas, el de una anciana». La artista, quien ya había advertido la ambigüedad de una sonrisa al escribir: «a menudo se ve este rayo de sol aprisionado en los rostros de estos niños encarcelados. Lo llevan consigo, como un regalo de su soleada patria y de la primera época de su vida libre», percibe con toda fuerza la miseria y el sufrimiento de los esclavos de Cuba, tanto más cuanto que su sólida cultura socialista utópica la predispone a esa mirada fraternal.

Conclusión

En conclusión, la ausencia o escasez de representaciones de esclavos, y en particular de sus rostros, no es, evidentemente, casual. Los animales no tienen rostro, sólo cuerpo y cabeza. Deshumanizar a los esclavos con el fin de justificar su esclavitud y el trato precisamente inhumano que se les infligía era la única forma de hacer el sistema esclavista aceptable tanto para los amos como para los propios esclavos, y garantizar así su continuidad. Marginales en su contexto, unas pocas ficciones imaginaron rostros esclavos, unos cuantos viajeros dejaron constancia de lo que vieron. Destacar o enfatizar el rostro de un esclavo era concederle el estatuto -el privilegio- de ser humano, de sujeto, por lo que iba, en aquel entonces, a contracorriente de la ideología dominante.

Notas

* Elsa Capron. Université de la Réunion. LCF, UR 7390. Doctorado en estudios hispánicos y latinoamericanos, Universidad Paris 8 Saint-Denis.


[1] Real Orden suprimiendo el Patronato (ley del 13 de febrero de 1880), dado en Palacio a 7 de octubre de 1886, María Cristina, El Ministro de Ultramar, in Eduardo Torres Cuevas y Eusebio Reyes: Esclavitud y Sociedad. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1986. p. 270.

[2] Juan Pérez de la Riva: El monto de la inmigración forzada en el siglo XIX. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1979.  A modo de comparación, se estima que en Brasil entraron más de 3 millones de africanos eslavizados, en Venezuela, unos 250 000, lo mismo que en Colombia

[3] El número total de esclavos es multiplicado por dos entre 1775 y 1792 (pasa de 44 000 a 86 000) luego casi multiplica por tres entre 1792 y 1817 (con 225 000 esclavos) y casi multiplicado por dos en 1841 (436 000 esclavos). En realidad, se sabe que las cifras oficiales subestimaron siempre el verdadero número de esclavos, por la existencia de una trata ilegal desde el principio del comercio negrero y la inexistencia de datos al respecto y, de parte de los hacendados, la no declaración de todas sus posesiones para eludir los impuestos que se tenían que pagar por cada “pieza”. Las cifras mencionadas son sacadas de los Censos de población de los capitanes generales Marqués de la Torre en 1774, de Cienfuegos en 1817, de Girón y Pimentel.

[4] “Debe sostenerse a toda costa el actual equilibrio entre las poblaciones blancas y de color existentes en la Isla sin que un indiscreto celo nos conduzca a fomentar el aumento de una o haciéndolo al propio tiempo de la otra, porque en tal caso se crearían nuevos riesgos para aquella posesión preciosa […] Este equilibrio no debe apartarse de la vista del Gobernador Capitán General quien para observarle podrá adoptar las medidas que su celo le dicte.” Madrid, 1846, Sección de Ultramar del Consejo Real, p.101, vol. IX, in Leví Marrero y Artiles: Cuba, Economía y sociedad. Ediciones Playor, 17 vol., Madrid, 1972-1992.

[5] El diputado español Vicente Sancho resume el dilema de los criollos con esta frase: “Cuba, si no es española es negra, necesariamente negra.” Ramiro Guerra y Sánchez: Manual de Historia de Cuba. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971, p. 388.

[6] Es lo que el capitán general de la isla, el verdugo de la Escalera O’Donnell, escribía a Madrid, conviniendo la Comisión por él nombrada adrede de que el ratio aplicado debía de ser de 6 negros para 4 blancos, por lo que un aumento de la población esclava en unos 8 000 individuos al año era necesario, in Leví Marrero y Artiles, op. cit., vol. IX, p. 101.

[7] Arango y Parreño, el famoso portavoz de los hacendados criollos arremete desde 1811 contra el crecimiento de los esclavos urbanos: “Todos tienen sucesión, y muy numerosa los más, y todos, la facilidad de libertarse […] de lo cual ha resultado en todas nuestras poblaciones esa infinidad de gente de color […] El daño en esta ciudad llega a tan alto punto que casi están a la par los libres de color con los esclavos.” in Documentos de que hasta ahora se compone el expediente que principiaron las Cortes Extraordinarias sobre el tráfico y esclavitud de los negros, Madrid, Imprenta de Repulles, 1814.

[8] Es el caso del cuestionario que el capitán general Gerónimo Valdés mandó a trece magnates del azúcar de la isla en 1842 titulado “Proyecto de sistema de higiene compatible con la conservación y el aumento de los esclavos destinados al servicio de las fincas.”, ANC, Fondo Gobierno Superior Civil, Legajo 940, expediente 33158.

[9] Biblioteca Nacional José Martí (BNJM), Colección Manuscrita Morales, n°9. Expone el padre José Agustín Caballero y Rodríguez de la Barrera en Escritos varios, tomo 2. “Exposición relativa al matrimonio entre esclavos y otros asuntos relacionados con la población de la isla, así como algunos aspectos de la vida sexual de los esclavos”, lo siguiente: “[…] Si no hay negras con quien casarse, todos los negros son masturbadores, nefandistas y sodomitas. ¿Qué hacemos? […] Convendría darles mujeres a los negros […] ¿Hay en eso algo en contra de la religión? Creo que no.”

[10] Suceden esencialmente en las plantaciones, aumenta su número a partir de la década 1830 y culminan con la ola de sublevaciones en la zona de Matanzas en 1843, seguida por la feroz represión de la Escalera en 1844. Las conspiraciones urbanas se organizaron generalmente bajo el liderazgo de hombres “de color libres” como el mulato libre Nicolás Morales en Bayamo en 1795, el negro libre Antonio Aponte desde La Habana en 1812.

[11] ANC (Archivo Nacional Cubano), Fondo: Miscelánea de Expedientes, legajo 614, expediente H, Comisión Militar, (Banao, 1839).

[12]  ILL, (Instituto de Literatura y Lingüística), Papel periódico de La Habana, 13 de septiembre de 1803.

[13] Papel periódico de La Habana, 7 de marzo de 1805.

[14] Ibídem.

[15] Noticioso y Lucero de La Habana, 15 de mayo de 1835.

[16] Papel periódico de La Habana, 15 de mayo de 1803.

[17] Noticioso y Lucero de La Habana, 21 de agosto de 1835.

https://www.misrevistas.com/asia/notas/13145/isabel-esclava-de-barquisimeto-marcada-con-la-carimba «El pecho, hombros, espalda, brazos, piernas y el rostro eran los lugares más usuales por ser de máxima visibilidad para fijar el hierro candente que aseguraba una marca de por vida.» [consultado el 22/11/2023]

[18] https://www.misrevistas.com/asia/notas/13145/isabel-esclava-de-barquisimeto-marcada-con-la-carimba «El pecho, hombros, espalda, brazos, piernas y el rostro eran los lugares más usuales por ser de máxima visibilidad para fijar el hierro candente que aseguraba una marca de por vida.» [consultado el 22/11/2023]

[19] Noticioso y Lucero de La Habana, 18 de julio de 1835. [El subrayado es nuestro, E.C]

[20] Noticioso y Lucero de La Habana, 4 de julio de 1841. [El subrayado es nuestro, E.C.]

[21] La Aurora de Matanzas, 11 de mayo de 1852. [El subrayado es nuestro, E.C.]

[22] Noticioso y Lucero de La Habana, 12 de junio de 1835. [El subrayado es nuestro, E.C.]

[23] «Negros de nación», expresión que equivalía a decir africano, opuesto a criollo.

[24] Noticioso y Lucero de La Habana, 21 de agosto de 1835.

[25] Noticioso y Lucero de La Habana, 2 de octubre de 1835. [El subrayado es nuestro, EC].

[26] Noticioso y Lucero de La Habana, 14 de septiembre de 1835. [El subrayado es nuestro, EC].

[27] pues el sustantivo designa “cada uno de los dos labios del caballo y de otros animales” antes de pasar a designar “cada uno de los dos labios del hombre, especialmente el inferior, cuando son muy abultados”. (Diccionario RAE).

[28] Para una amplia y excelente presentación del autor y su obra, ver Autobiografía, cartas y versos de JF Manzano, con un estudio preliminar de José Luciano Franco. Cuadernos de historia habanera, dirigidos por E. Roig de Leuchsenring, 1937.

[29] Juan Francisco Manzano: Autobiografía de un esclavo. Digitalización y maquetación: Demófilo, diciembre de 2018. Biblioteca Libre, Omegalfa. p. 6.

[30] Ibídem.

[31] Ídem, p.7.

[32] Ídem, p. 6.

[33] Ídem, p.53.

[34]  El lector va entendiendo que es hijo natural no reconocido del hermano (don Luis) de su padre (don Carlos), y de una esclava oriunda del Congo.

[35] Gertrudis Gómez de Avellaneda: Sab. Cátedra, Letras Hispánicas, Edición de José Servera, Madrid, 1997. p. 104 (capítulo primero).

[36] No creo que las figuras del águila y del cuervo desprestigien al muchacho de “primera juventud”; la connotación del águila es la nobleza y la del cuervo la sabiduría; su presencia quizá indique la importancia central de la libertad, encarnada por esas dos aves impresionantes.

[37] Para ilustrar sobremanera la cuestión del color como criterio estético mayor todavía en 1860, fecha de la redacción de lo que sigue, he aquí este parecer de un famoso racista: “Para entender mejor esto de la mujer bonita, sépase que la carta alude a las mulatas esclavas, entre las cuales las hay tan blancas, rubias y hermosas como cualquiera de las mujeres de nuestra raza”. (en bastardilla en el original) in José Ferrer de Couto: Los negros en sus diversos estados y condiciones; tales como son, como se supone que son y como deben ser. Imprenta de Hallet, Nueva York, 1864. p.168.

[38] Gertrudis Gómez de Avellaneda: op.cit., p. 108 y 111.

[39] Cf. Michèle Guicharnaud Tollis : L’émergence du Noir dans le roman cubain du XIXe siècle. L’Harmattan, Paris, 1991. Estudio completo de la sociedad esclavista (1820-1868) y las cuestiones raciales, entre escritores que, en su mayoría, condenan la esclavitud, pero no combaten el sistema colonial en su totalidad, por la censura o las contradicciones locales.

[40]https://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/francisco-el-ingenio-o-las-delicias-del-campo–0/html/ff20adea-82b1-11df-acc7-002185ce6064_6.html#I_0_, pp. 53-54.

[41] Ídem, p. 55.

[42] Ibídem.

[43] Fredrika Bremer: Cartas desde Cuba. Instituto Cubano del Libro, Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1995.

[44] Ídem, p.64

[45] Ídem, p.78

[46] Ídem, p.88

[47] Ibídem.

[48] Ídem, p.100

[49] Ídem, p. 102.

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