El humor suelto y feliz de «El príncipe de la baraja», cuento del colombiano Ramón Bacca

Clinton Ramírez C*

Ramón Illán Bacca

Resumen

Este artículo examina el cuento «El príncipe de la baraja», uno de los relatos del escritor colombiano Ramón Bacca que tal vez mejor sintetiza su poética festiva, concebida a partir de un estilo fino y el empleo de un sarcasmo eficaz a la hora de exprimir los malentendidos, rencores, caprichos y prejuicios de la aristocracia bananera de Santa Marta a la que perteneció. El texto es una muestra emblemática de un autor que siempre le criticó a la narrativa colombiana su exceso de solemnidad.

Palabras clave

Clase social católica, Humor, Literatura colombiana, Modernidad, Visión mundo.

Summary

This article examines the short story "The Prince of the Deck", one of the tales by Colombian writer Ramón Bacca that perhaps best encapsulates his festive poetics, developed through a refined style and the effective use of sarcasm when exposing the misunderstandings, resentments, whims, and prejudices of the banana aristocracy of Santa Marta, to which he belonged. The text serves as an emblematic example of an author who consistently criticized Colombian narrative for its excessive solemnity.

Keywords

Catholic social class, humor, Colombian literature, modernity, worldview.


Introducción

«El príncipe de la baraja» de Ramón Illán Bacca (Santa Marta, 1938 – Barranquilla, 2021) apareció en la antología Cuentos del Magdalena en 1987, antes de ser recogido en el volumen Señora tentación en 1994. En él es posible identificar elementos que definen de un golpe de lectura la poética risueña de Bacca, la misma que los comentaristas de su obra subrayaron desde sus inicios como cuentista con la publicación, en 1973, de «Faltan dos patas para el trípode», título indicativo de un arte de mano cambiada.

En el cuento salta a la vista el propósito del autor o del narrador:  cuestionar las visiones de mundo de una clase social conservadora, excluyente y prejuiciosa representada por la tía solterona a la que el sobrino, alter ego de Ramón, visita con motivo de su cumpleaños noventa. Al cuestionamiento contribuye, sin duda, el empleo juguetón de la segunda persona, voz mediadora que establece entre la historia y el lector un tono íntimo desde las primeras líneas. La receptora del discurso es la tía, ausente y rencorosa en su alcoba, que pasa la vejez escuchando discos de sus años en Europa, según informa Piedad Cecilia al dar la bienvenida al sorpresivo visitante.

Aparte de utilizar la segunda persona y la voz informante inicial de Piedad Cecilia, el relato alcanza el punto de mayor intensidad cuando entra en escena la voz de Rito Alfonso, personaje determinante en la vida juvenil del narrador y testigo excepcional de la vida de la protagonista. «Hablamos de ti», confiesa el narrador al principio del cuento: su manera de marcar la pauta discursiva del relato y para que no queden dudas de a quién se dirige. 

Los días de partida

En las décadas de los setenta y ochenta la literatura colombiana continuaba siendo alérgica al humor y el juego. Este es el dictamen de Bacca al irrumpir en la escena literaria.

Bacca sintonizaba entonces con los vientos de renovación que soplaban en países hispanoparlantes. La innovación, oficiada en el marco de un género de normas estables, tenía como blanco específico debilitar las estrategias de las estéticas serias del cuento, aliadas incondicionales del patetismo y el moralismo, según han señalado entre otros Luis Beltrán Almería (1995) y Lauro Zavala (1997). En su lugar los cuentistas del continente pretendían instalar las estéticas festivas del humor y la proteicidad: recurso este último que les permitía experimentar con otros géneros y discursos contemporáneos, como lo hicieron Juan Rulfo y Juan José Arreola, y lo seguía haciendo Augusto Monterroso en el cuento moderno mexicano (Sadurní, 2005).     

Viejo conocedor de movimientos literarios como el nadaísmo y testigo de la emergencia de partidos alternativos (M 19), es un hombre curado de espantos y de talante risueñamente escéptico. Nada o poco espera de la ciencia o de los grandes sistemas políticos al establecerse en Barranquilla a principios de los setenta. Abandona incluso, algo más tarde, la carrera de abogado, para asumir el periodismo en el Suplemento Dominical del desaparecido Diario del Caribe[i], labor que complementará con la docencia en el Departamento de Humanidades de la Universidad del Norte. En la literatura y el periodismo cultural, en un clima intelectual propicio, buscó y encontró las armas ideales al ensayar su revolución personal, la cual que llevará a cabo durante cuatro largas décadas de productiva existencia creadora e investigativa.

¿Qué le tributa a la literatura del país un relato surgido en este contexto de tensiones y renovaciones? Le aporta una visión narrativa risueña y juguetona. Para él el cuento es un artefacto susceptible de audaces experimentos no obstante disponer de una matriz estable. El periodismo y la historia le aportarán incluso sus discursos al estructurar los cuentos, muy al tanto de las lecciones de Gabriel García Márquez o y Álvaro Cepeda de los años cincuenta y sesenta. En «El príncipe de la baraja», y en el resto de la producción cuentística del samario, el humor será la llave maestra con la que ampliará las ventanas del género. Abordará temas tratados por antecesores ilustres, es cierto, como la decadencia de la élite bananera, pero él ofrecerá una mirada diferenciadora, inaugurando una parcela significativa en el universo conservador de las letras colombianas. 

Los hechos del relato  

El narrador-sobrino visita a la tía solterona con motivo de sus noventa años. Piedad Cecilia, prima y dama de compañía, luego de recibirlo con un beso de forzada sorpresa y un breve intercambio de palabras, decide anunciarlo.

La apertura del relato es una habilidosa manipulación del punto de vista. Bacca evita la variante de un narrador que le hable a una proyección de sí mismo. Prefiere en su lugar y en todo momento dirigirse a la tía confinada en su pieza de habitación. «Has cumplido noventa años y he venido a visitarte. Dudé mucho al principio, pero, al fin, decidí hacerlo. Me quisiste mucho cuando niño» (2020, p 33). Alcanza así, con sencillez de carterista, la transmutación de la primera persona en una eficaz segunda persona, procedimiento que crecerá en variedad y efectos en las posteriores evocaciones mientras espera el regreso de una Piedad Cecilia venida a menos y algo alcohólica a pesar del cardamomo con el que pretende disimular la adicción al licor.

Al quedarse solo, el narrador evocará el pasado de la familia, de la casa y de la conflictiva relación con la tía, cuyo nombre jamás sale a la superficie del relato. Nunca la llamará por su nombre sino por las variantes del pronombre de segunda persona. «Hablamos de ti» (p.33).

Constata que los años hacen estragos en los objetos y no solo en las personas. En la pared está el retrato de la tía. Recuerda que, frente al mismo, ella se veía ufana y orgullosa. «Ustedes saben, el secreto de este pintor era adelgazar los cuerpos y en engordar las joyas…» (p.33), cita indicativa de los valores de una clase enriquecida gracias a la venta de tierras de latifundio y al negocio del banano explotado por la United Fruit Company desde principios del siglo XX, una vez cesó la metralla de la guerra de los Mil Días (1899-1902).

El narrador se levantará para mirar los antiguos adornos. La inspección tiene la virtud de avivar su memoria. «Aquí está todavía la figura de ébano que representa a Josepfine Baker. En su base se halla una fecha: ‘1939’. Imperceptible está la línea de aquella vez que la quebré y me valió una muenda feroz» (p.34), anota nostálgico.

Surgen, en las evocaciones dirigidas a la tía, la figura del difunto Rito Alfonso. Este, pariente de la cumplimentada, fue un incómodo testigo de su vida de fantasía en la Bruselas, el Berlín y el París de entreguerras: una etapa de derroches debido al dinero del banano conocida como la Bruselitis. Rito Alfonso fue, asimismo, testigo de la vida de la protagonista en una Santa Marta muy lejos de los años gloriosos del banano. 

La aparición de este engreído personaje en la sorprendente memoria del sobrino narrador aviva con indudable poder malicioso el humor de Bacca. ¿Quién es Rito? ¿Algún otro almidonado hombre de la aristocracia samaria? Se llamaba Rito por Santa Rita[ii] de Cascia y Alfonso por el rey de España, informa el narrador. Rito fue otro de los que no podían pisar la casa de la tía. La razón es simple. Alguna vez no quiso llevarla al hipódromo de Bruselas alegando que no iba a perder el tiempo paseando a una prima provinciana y algo ridícula, «frase que lo condenó para siempre contigo», puntualiza el narrador.

Las coordenadas del relato están trazadas. Los ingredientes posteriores, en la calculada mirada del sobrino, contribuirán a la intensidad del relato. El pico alto llega con la entrada en escena del príncipe Igor, y, aunque el drama pueda ser predecible, la narración se sostiene gracias a las elecciones de una memoria inseparable del humor y el sarcasmo, una combinación de mano feliz muy de la narrativa de Bacca.

Rito Alfonso: conciencia, fuente y guía

Rito es un personaje bisagra en la historia. Es una hábil elección de Bacca dejar por cuenta del incómodo pariente el desmantelamiento de los prejuicios, odios y frustraciones de la tía y su clase. Por él sabremos de la existencia que llevó en Europa, de la amistad con Tallulah Pérez, de Igor, el exiliado príncipe ruso que las chicas conocen en un hotel de París y del arribo del personaje a la ciudad del brazo de la vieja amiga de la tía. Por él sabe el sobrino, y nos enteramos nosotros, que ella acostumbraba a masturbarse con un vibrador delante de una foto querida de Clark Gable.

Rito, sin embargo, no es la única conciencia crítica de la clase bananera. Esta igual la del sobrino, aunque no siempre toleraba los chistes de su guía, sobre todo cuando Rito le indicó la función dada al retrato de Gable. «Nadie te falta el respeto y menos delante de mí. Rito me pidió disculpas y me dijo que te apreciaba, pero que no te comprendía» (p.33). Confesión seguida de una salida clásica del humor y de los personajes de Bacca: «Además, añadió, ¿para que se tienen los parientes millonarios sino para hablar mal de ellos? Me amansó y seguí escuchando» (p.33).

Es justo en este punto de la relación con el guía, especie de Virgilio de provincia en el recorrido del joven por el infierno de la familia y su clase, que el relato arriba a su umbral crítico: la historia del príncipe Igor, personaje que resulta ser un pillo elegante, como muchos otros de Bacca.

Testigo de primera mano de la relación de las chicas con Igor, es severo de juicio. «Era desvergonzada la forma como lo perseguían» (p.34). En un restaurante para exiliados rusos, a donde las chicas asisten, descubrirán a Igor, quien les niega el saludo porque, como les aclara al día siguiente, él en ese momento no era el portero de un hotel sino el príncipe Igor, y él no habla con inferiores y solo trata a sus iguales.

Rito le abriría los ojos al sobrino sobre el príncipe. En Berlín ofició como entrenador de tenis para viejas adineradas y en París de Danseur professionell, algo muy próximo a un gigoló, razón por la que la tía le cortó el saludo antes de regresarse al país. Pero, comenzada la Segunda Guerra Mundial, el príncipe aparecerá en la ciudad, descendiendo de un barco de la Flota Blanca en la compañía de Tallullah Pérez: arribo que la tía aprovecha para ofrecer una fiesta que hizo época, aunque a muchos les pareció extraño. El narrador recuerda la entrada del príncipe ruso al salón en otra nota muy del estilo de Bacca:

“Su llegada fue una de mis primeras frustraciones infantiles. ¡Siempre me lo había imaginado vestido como uno de los príncipes de la baraja! Después fue una figura habitual dentro de la casa con sus vasos de cocteles, y jugando póker con los señores más ricos de la ciudad”. (p.35).

La historia debe terminar mal y termina mal

La historia está llamada a terminar mal y Bacca supo guardarse sus cartas. El príncipe, al huir de Santa Marta, deja un reguero de pagarés que la tía compra y hace efectivos, para la ruina de Tallulah, cuyos ruegos y humillaciones poco sirven, como recuerda el sobrino, testigo oculto tras un biombo, y lugar de donde la vio bailar un viejo tango:

“Me gustó tanto, tanto cuando me contaron/ Que te vieron bebiendo y llorando en la mesa de un bar.“

Otra vez la conciencia viciosa de Rito Alfonso, portavoz molesto de la clase de los potentados del banano en la historia, será el encargado de valorar el episodio con los aspavientos de la época: «Todo fue de una completa falta de clase. ¡Ay! (suspiró). Siempre he creído que hubiera sido mejor estar muerto en París, que vivo aquí» (p.36).

El relato tiene todavía algo más de tela. Amante de la intriga, lector acucioso de la narrativa policial, clásico en los finales de sus cuentos, el autor retiene un dato más.

La carta peluda del narrador

El papel del sobrino narrador, de simple evocador, no es suficiente para el humor zurdo de Bacca.

Una vieja foto en la que aparecen unas manos entrelazadas, y de la que ha sido arrancada la cabeza de uno de los retratados, es el as que el sobrino descubre casi al final de la visita para así aclarar la inexplicable actitud de la protagonista con la amiga que tanto revuelo levantó en la sociedad bananera. El hombre descabezado y el príncipe son la misma persona. «Desde siempre supe que el príncipe y la persona con quien tenías entrelazadas las manos en la fotografía, eran la misma persona. Lo supe porque usaban el mismo anillo con la inconfundible águila imperial dentro del zafiro» (p.36), recuerda el sobrino en la soledad de la antigua sala.

El sobrino suelta el dato para una tía que imaginariamente debe escucharlo. ¿Es así en realidad? La pieza destapa su carta. Está montada como una partida cruel cuyo disfrute el narrador comparte con los lectores. La intención de criticar es obvia, no la forma en que los hechos son presentados, a través del uso de la segunda persona, con el destinatario de la enunciación ausente, aunque en su sala y en la casa que fue el hogar del narrador caído en desgracia. El regreso al paraíso infantil es un viaje de ida y vuelta al infierno. El relato sería el purgatorio, su tono una ilusión de mano, la esperanza del narrador visitante de liberarse. ¿Es ese el efecto perseguido por el autor? 

Ningún gesto reconciliador aguarda de la tía. La espera es inútil, pero feliz y reveladora hasta la incomodidad. Rito Alfonso se vengaba de los desprecios de la prima hablando mal de ella, incluso en presencia del sobrino, que solo a ratos toleraba el picor de tales infidencias. Él se venga de las palizas recibidas de niño guardando para el final de la visita el motivo del fracaso y la venganza de la pariente, a quien de algún modo comprende y se siente ligado. No le sorprende, ni al lector tampoco, cuando la prima Piedad Cecilia reaparece en la sala con la razón de que la jaqueca impenitente de la tía le impide recibirlo. Bacca sabe, tanto como el sobrino narrador, que tampoco ellos tendrán una segunda oportunidad sobre la tierra distinta a la del momento que ha permanecido en la sala animando el pasado de la soberbia pariente. Quizá sea mejor así. La misión está cumplida, si la había, si a ello quepa reducir la visita. Rito no estará para compartir la escena de este último acto. Virgilio siempre desaparece en algún momento de la travesía. Dante debe y sabía arreglársela solo. Es imposible no adoptar el lugar del sobrino.

El humor fino, el sarcasmo y el enjuiciamiento de una clase articulan el tono de juego del relato. Será en el párrafo final, sin embargo, donde estos recursos enseñen su virulento poder desestabilizador, salvando del lastre patético a una historia muy traída. El juicio es duro. La condena en cambio está moderada. El empleo de la segunda persona, de la conciencia o voz de Rito Alonso y el manejo del humor aligeran sin duda las cargas y dotan de encantadora levedad el relato. Ni condena, ni estridencia, ni mucho menos resentimiento. Bacca ofrece en cambio la más pura comprensión de un humor que sabe cruzar cuentas con las existencias menos amables y equilibrar las fuerzas difusas de la historia de una familia de la élite samaria.   

“Ahora Piedad regresa y me dice que tu jaqueca te impide verme. Sigues representando tu papel de “vieja-tía-millonaria-desalmada”, pero yo sé que de verdad no eres más que una pobre mujer enamorada rumiando una larga historia de amor, celos y venganza”. (p.36)

Las virtudes del humor

«El banano daba para todo», recuerda el narrador en algún momento citando de memoria a Rito Alfonso. Dio también, digo acá, para que Bacca, testigo de excepción de los altos y bajos de las familias potentadas de Santa Marta, escribiera este cuento que tanto enseña con cada nueva lectura, y confirma, asimismo, que las mejores críticas a una clase social provienen del interior de sus laberintos. En ello Cepeda dio lección en La casa grande (1962) en la figura del Hermano, quien, al retornar de Bruselas, decide tomar partido al lado de los huelguistas contrariando la voluntad de potentado de un padre despótico. El dato, consciente o inconscientemente, emparenta el relato de Bacca con el de Cepeda Samudio. El personaje de Cepeda circula en un escenario amplio, político y confuso durante la huelga y masacre de las bananeras recreadas en la novela. El de Bacca, en cambio, en un escenario menor, privado e íntimo. Son dos maneras de ventilar por dentro el poder de la sociedad bananera de los potentados. El resultado en Bacca es un texto astuto, de graciosa sencillez y difícil de olvidar en sus cortas líneas.  

Criado en una familia rica y de poder, Bacca conocía la materia peluda de sus relatos. Supo, de la mano de las distintas variantes de su humor clasista y de la gestión inteligente de la segunda persona, entregarnos en renovada clave folletinesca una pieza de excepcional frescura.

La oralidad, además de fuente de la historia, controla y rige el tono malicioso y de susurro del relato. Estos rasgos, propios de la confesión y la infidencia entre iguales, sotto voce, fueron y son típicos de la élite samaria a la que Bacca perteneció sin desviar la mirada. Confirmó, asimismo, al elegir este recurso identitario familiar a sus buenos oíos, que las historias susceptibles de ficción vienen al mundo con sus palabras, su tono y estrategias debajo del brazo y que corresponde a sus autores animarle el espíritu a los objetos y a los tics de época.

La historia es mezquina, mediocre, pero Bacca logra que «El príncipe de la baraja» sea un relato capaz de explotar en las mentes de los lectores y de transformarse en la metáfora quemante de un orden social e histórico, hallazgo que Cortázar identificaba en los cuentos verdaderamente significativos. «Un cuento es significativo», explicaba el argentino, «cuando quiebra sus propios límites con esa explosión de energía espiritual que ilumina bruscamente algo que va mucho más allá de la pequeña y a veces miserable anécdota que cuenta» (p.7). Es justo esa cuota de graciosa explosión en sus cuentos la que hizo y hace de Bacca un autor excepcional en la narrativa del país.  

Ramón murió el 17 de enero de 2021 en Barranquilla. Su último canto de pato, como se burlaba, fue la novela corta Pregúntale a Dante, texto de un proyecto más amplio que no cuajó. En los cuentos supo resolver con solvencia, como hicieron Gabo y Cepeda, los conflictos ente localismo y universalidad. Las «ventanas por donde se coló la modernidad en nuestra literatura» (Tedio, p. 61, 2011), Bacca las conocía y las supo mantener abiertas y ampliarlas. Los últimos meses de actividad intelectual los invirtió en lecturas sobre el origen y evolución del universo. Quería saber, antes de salir y cerrar la casa, de dónde veníamos. No quería sorpresas, ni hacerse últimas ilusiones sobre otra supuesta vida. Humor duro y leve: la encantadora fórmula de Bacca, apta para vivir, escribir y bien morir.           

Santa Marta, marzo 27 de 2024     

Referencias

Bacca, R. (2020) «El príncipe de la baraja». Cuentos felinos 3. Editorial Universidad del Magdalena. Santa Marta, Colombia.

Beltrán, L. «El cuento como género literario». Teoría e interpretación del cuento, estudios editados por Peter Fröhlicher y Georges Güntert. Bern-Nueva York: P. Lang, 1995.

Cortázar, J. Algunos aspectos del cuento. Colombia Aprende. https://redaprende.colombiaaprende.edu.co.

Sadurní, T. «Rulfo, Arreola y Monterroso: Tradición y modernidad en el cuento Mexicano». Lima-Hanover, 1er. Semestre de 2005, pp.91-109. Universidad Complutense de Madrid.

Tedio, G.(2011) «El cuento, un exigente género literario». Revista Amauta No 17, pp, 51-63. Barranquilla, Colombia.

Zavala, L. (1997). El cuento contemporáneo mexicano. Literatura, teoría, historia y crítica.  Revista Unal https://revisstas.unal.edu.co.  

Notas

Narrador y ensayista nacido en la región Caribe de Colombia. Autor de las novelas Las manchas del jaguar (1988) y Un viejo alumno de Maquiavelo (2015). Su producción cuentística está recogida en el volumen ¿Te acuerdas de Monín de Böll? (2017).


[i]  En este diario barranquillero hizo tándem con el crítico Carlos «Jota» María, el poeta y pianista Alfredo Gómez Zurek, el escritor Álvaro Medina y los periodistas Margarita Abello y Alfredo Caballero Villa. El Suplemento y el grupo marcaron la historia cultural de la región y el país.

[ii] Santa Rita es otra de las santas veneradas en la ciudad natal del autor.  Una avenida de Santa Marta lleva el nombre de la santa. En esta arteria tenían quintas y mansiones las familias principales, vinculadas a la política, la burocracia, el comercio y a los cultivos de exportación como el banano. El banano fue, durante los primeros cincuenta años del siglo XX, el motor de la economía de la ciudad y de Ciénaga, en cuya zona rural estaban los cultivos de la fruta. Familias como las de la protagonista adquirieron dinero y más poder gracias a los negocios con la United Fruit Company. Los ciclos de bonaza y crisis de la ciudad, en este periodo, estuvieron ligados a la suerte del comercio bananero. Interesados en examinar el impacto de la economía bananera en el comportamiento de la élite samaria puede leer cuentos del autor como «Si no fuera por la Zona Caramba» y «En la guerra no hay manzanas», ambientado este último en los años de penuria de las élites y de la ciudad por causa de la Segunda Guerra Mundial, que significó el cierre del comercio con Europa y Estados Unidos entre 1941 y 1947. Por ello, la ciudad festejó la derrota de Hitler y el fin de la guerra con desfiles y juegos pirotécnicos en las calles de su centro histórico, aunque muchas familias de origen conservador simpatizaron con el Eje. El fin de la guerra significaba comercio de banano, dinero, lujos, fiestas y viajes de placer a Europa. Bacca era un niño cuando vivió de cerca la asfixia económica producida por la guerra. En este sentido es muy diciente el título del relato que da cuenta de esta situación.    

Quiénes somos

Normas de publicación