La Encrucijada de las independencias latinoamericanas, entre la fragmentación y la unión frente a las coyunturas históricas del Congreso de Viena. Santa Alianza, la Doctrina Monroe y el Congreso de Panamá

Carlos Alfredo da Silva*. Alex Emmanuel Ratto**

Ilujstracion de autor anónimo sobre el Congreso de Viena realizado en 1818. Wien Museum.

Resumen

El presente ensayo, se enmarca en un análisis desde la historia de las relaciones internacionales, con una mirada situada-crítico-reflexiva sobre las génesis de los procesos emancipatorios incipientes acontecidos en el subcontinente. El mismo tiene por finalidad evidenciar los intereses internacionales en juego sobre la región latinoamericana, especialmente América del Sur, frente a coyunturas histórico-políticas, cuando las potencias europeas, integrantes del Congreso de Viena (1814) y, seguido por la Santa Alianza (1815), comenzarían una disputa con Estados Unidos, que inició una expansión bajo la Declaración del presidente James Monroe (1823) ante el Congreso estadounidense para convertirse, ésta última, con posterioridad en un axioma de la política exterior norteamericana para América Latina. Hacia 1826, se busca bajo el influjo de las ideas de Simón Bolívar contrarrestar dichas injerencias mediante la convocatoria del Congreso de Panamá.

Este artículo procura brindar una breve reseña, en las relaciones internacionales latinoamericanas entre dichos períodos, para ello tomamos como punto de partida, el momento histórico de 1810; representado por la lucha emancipatoria, la búsqueda del reconocimiento internacional y la defensa de los Estados como entidades independientes y autónomas frente a la política de la “restauración europea” y la “doctrina Monroe” y la gestación de una confederación y unión de repúblicas como se proponía en el Congreso de Panamá.

Palabras clave

Congreso de Panamá – Congreso de Viena – Doctrina Monroe – Independencia – Santa Alianza

A Entada das Independências Latino-Americanas, entre a fragamentação e a união frente às circunstâncias históricas do Congreso de Viena – Santa Alianza, a Doutrina Monroe e o Congreso do Panamá

Resumo

Este ensaio faz parte de uma análise da história das relações internacionais, com um olhar situado-crítico-reflexivo sobre a gênese dos incipientes processos emancipatórios ocorridos no subcontinente. Seu objetivo é destacar os interesses internacionais em jogo na região latino-americana, especialmente a América do Sul, diante de situações histórico-políticas, quando as potências europeias, integrantes do Congresso de Viena (1814) e, seguidas da Santa Aliança, (1815), daria início a uma disputa com os Estados Unidos, que iniciou uma expansão sob a Declaração do Presidente James Monroe (1823) perante o Congresso norte-americano para se tornar, este último, posteriormente um axioma da política externa norte-americana para a América Latina. Por volta de 1826, sob a influência das ideias de Simón Bolívar, procuraram contrariar tal interferência convocando o Congresso do Panamá.

Este artigo busca fazer uma breve revisão, nas relações internacionais latino-americanas entre esses períodos, para isso tomamos como ponto de partida, o momento histórico de 1810; representada pela luta emancipatória, a busca pelo reconhecimento internacional e a defesa dos Estados como entidades independentes e autônomas contra a política de «restauração europeia» e a «doutrina Monroe» e a gestação de uma confederação e união de repúblicas como proposta no Congresso do Panamá.

Palavras chaves

Congresso do Panamá – Congresso de Viena – Doutrina Monroe – Independência – Santa Aliança

Abstrac

This essay is part of an analysis from the history of international relations, with a situated-critical-reflexive look at the genesis of the incipient emancipatory processes that occurred in the subcontinent. Its purpose is to highlight the international interests at stake in the Latin American region, especially South America, in the face of historical-political situations, when the European powers, members of the Congress of Vienna (1814) and, followed by the Holy Alliance (1815), would begin a dispute with the United States, which began an expansion under the Declaration of President James Monroe (1823) before the US Congress to become, the latter, later an axiom of US foreign policy for Latin America. Towards 1826, under the influence of the ideas of Simón Bolívar, it was sought against such interference through the convocation of the Congreso de Panamá.

This article will try to provide a brief overview of Latin American international relations between these periods, for this we take as a starting point, the historical moment of 1810; represented by the emancipatory struggle, the search for international recognition and the defense of States as independent and autonomous entities against the policy of «European restoration» and the «Monroe Doctrine» and the gestation of a confederation and union of republics as proposed in the Congreso de Panamá.

Keywords

Congreso de PanamáCongress of Vienna – Monroe Doctrine – Independence – Holy Alliance


Introducción

El objetivo del presente ensayo es un análisis situado crítico-reflexivo sobre el proceso emancipatorio, desde sus orígenes como región independiente a partir de 1810 hasta aproximadamente 1830, tomando en cuenta particularmente la incidencia de los intereses europeos y norteamericanos, enmarcados por las coyunturas episódicas del Congreso de Viena prolongado por la Santa Alianza, la declaración del presidente James Monroe ante el Congreso estadounidense en 1823 y la realización del Congreso de Panamá en 1826.

El trabajo no pretende ser exhaustivo respecto del análisis de los diferentes procesos independentistas ocurridos en América del Sur, ni de todas las propuestas realizadas en los ámbitos políticos y diplomáticos, ni de las ideas en el marco de la historia del pensamiento en la región, sino que procura brindar una breve reseña sobre la noción de autonomía e integración regional, desde la historia de las relaciones internacionales latinoamericanas. Dicho contexto estuvo representado por la lucha emancipatoria y la búsqueda del reconocimiento internacional, junto con la defensa de los incipientes Estados como entidades independientes y autónomas.

Se destaca el estudio científico que propone Jean B. Duroselle, al tomar a la historia como imprescindible para el estudio de las relaciones internacionales. En relación a ello, destaca la diferencia entre fenómenoy acontecimiento. “El fenómeno es el objeto de estudio de la ciencia en general, se percibe (directa o indirectamente) por medio de los sentidos, enmarcándose dentro del pensamiento positivista. El fenómeno es independiente del tiempo, por lo tanto, podría repetirse. Por su parte el acontecimiento también es un fenómeno porque es objeto del estudio científico, aunque se diferencia por tener características determinadas. Es único, irrepetible y singular, puesto que está fechado y tiene un contexto espacial y temporal particular. Además, tiene una estrecha relación con el hombre, dado que genera una intervención de la mente y en la acción humana. Todo acontecimiento deja huellas y tiene consecuencias en futuros acontecimientos y es la actividad del hombre, en tanto historiador, construir y deconstruir el mismo a partir de las huellas objetivas que el mismo ha dejado. Sin embargo, éste incluye una actividad mental y racional para su conocimiento, comprensión y construcción”.

En este contexto, proponemos repasar brevemente unas nociones de análisis, planteadas por Fernand Braudel para luego emplearlas en la interpretación del proceso emancipatorio. Donde el Congreso de Viena-Santa Alianza, Doctrina Monroe y Congreso de Panamá constituyeron “coyunturas-episódicas” donde se enfrentaron, al menos a los fines de este trabajo, dos posiciones opuestas: la Nuestroamericana con la estadounidense y europea, las cuales, a su vez respondieron a visiones distintas sobre la hegemonía en el continente y donde la asimetría de poder siempre jugó a favor de Washington y Londres.

Sin embargo, Immanuel Wallerstein (1997, 1998), en el sistema-mundo moderno, re-conceptualiza el espacio-tiempo y lo tipificó en: episódico o geopolítico de los acontecimientos, con tiempos pequeños y espacios singulares; cíclico-ideológico, cuya percepción puede ser usada políticamente para enfatizar el cambio o la continuidad; estructural, de espacios extensos y tiempos largos, que permitiría identificar los límites históricos y geográficos de los sistemas sociales; transformativo, describe los momentos breves y poco frecuentes del cambio esencial que marca la transición de un sistema histórico a otro y eterno de las realidades infinitas y continuas.

A modo de conclusión, se propondrán algunas reflexiones finales con carácter preliminar y con el objetivo de promover e incentivar el diálogo y debate, tan necesario para el momento actual, donde aún se celebran los “bicentenarios” de las revoluciones de 1810/1824; y próximamente la Declaración Monroe (1823) y Congreso de Panamá (1826) con el ya acontecido Congreso de Viena (1814-1815).

La coyuntura revolucionaria de 1810 a 1830: independencias, reconocimientos y defensa

El inicio del proceso emancipatorio de América del Sur se sitúa en el período comprendido entre los años 1808-1809, cuando comienzan los desórdenes en Europa que conllevaron a la caída del rey español Fernando VII, y 1830, cuando los nacientes Estados nacionales americanos fueron, ulteriormente, reconocidos no sólo por sus pares sino por las principales potencias europeas y los Estados Unidos (EEUU). En ese contexto surgieron las primigenias ideas de integración y unión regional, fuertemente imbuidas de los sentimientos de autonomía e independencia. Si bien algunos historiadores, como John Lynch (1986), sostienen que las ideas de la unión se gestaron mucho antes que la lucha independentista, los precursores más destacados son contemporáneos del período mencionado. Entre los más distinguidos pueden citarse a Francisco de Miranda (de Venezuela), Manuel Torres (Neogranadino), Juan Martínez de Rozas (de Chile) y, por supuesto, Simón Bolívar, a partir de una prolífica obra literaria.

Francisco MIranda

Miranda en La Carraca pintado por Arturo Michelena, 1896. Galería de Arte Nacional, Caracas, Venezuela

Las ideas de unión e integración en América Latina, desde 1810 y a lo largo del siglo (s.) XIX pueden abordarse a partir de dos momentos o procesos históricos bien definidos.

El primero de ellos, que como se dijo va desde 1808 hasta 1826-1830, se caracteriza por la vinculación entre la independencia y la unión. Es decir, la independencia está estrechamente vinculada con la unidad de las naciones que se estaban independizando. Fue en esta ocasión en la cual destacamos a los líderes e intelectuales anteriormente citados. El segundo momento, a partir de los años de 1830 y hasta 1900 aproximadamente, vincula la integración regional con la defensa de los intereses nacionales de los Estados que estaban en pleno proceso de formación, organización y consolidación.

De acuerdo a lo manifestado por Simón Bolívar en sus escritos, las razones de la unidad hispanoamericana se encuentran en la similitud y coincidencias existentes en una lengua, religión, orígenes y costumbres comunes, en las entidades que otrora habían conformado el Imperio español. No obstante, Bolívar era muy consciente de las dificultades que tal empresa acarreaba: climas e idiosincrasias diversos, intereses opuestos entre los centros y periferias de las regiones, caracteres desemejantes, distancias remotas entre los centros más poblados, extensión territorial, accidentes geográficos dificultosos para los medios de comunicación y transporte de la época y enormes espacios “vacíos no colonizados”, ni explotados y desconocidos. Por tanto, para Bolívar, muchas veces la idea de la integración terminó siendo más bien una utopía que un proyecto político.

Simón Bolívar en Caracas. Foto Carolina Crisorio

A diferencia de Bolívar, el trabajo de Francisco de Miranda, que incluso en el tiempo es anterior al de aquél, tiene otros orígenes. Desde su experiencia a favor de la independencia de los EEUU, Miranda lanzó en 1790, veinte años antes del comienzo del proceso emancipatorio, la Carta a los Americanos, en la cual instaba a la formación de una unión americana independiente. En este sentido, rescatamos nuevamente la estrecha relación entre independencia y unión, no prevaleciendo ninguna sobre la otra y formando ambas partes indisolubles de un mismo proceso. El proyecto mirandino observaba que el continente americano podría dividirse en dos grandes sectores: la América, al Norte del hemisferio, con EEUU y Canadá; y la Colombia, al Sur, con todas las naciones independizadas de España y Portugal, menos Cuba y algunas islas del Caribe. Para Miranda la capital de esta entidad sería Panamá y su autoridad recaería en un Inca. No obstante, a partir del proceso emancipatorio en 1808, Miranda creyó que la unión americana se conformaría sobre cuatro grandes Estados herederos de la Corona española: México y América Central; Venezuela, Nueva Granada y Quito; Perú y Chile, y el Río de la Plata, conteniendo a los actuales Estado de Argentina, Bolivia y Paraguay, y tal vez Uruguay. La desaparición física de Miranda en 1816 no le permitió ver la conclusión de su proyecto.

A pesar de las dificultades y diferencias entre los proyectos y los procesos, y a instancias del mismo Bolívar, se dieron algunas realizaciones prácticas en pro de la integración latinoamericana, por ejemplo, con la creación de la Gran Colombia en 1819 (que congregaba Venezuela y al inexistente Virreinato de Nueva Granada), y la posterior admisión en 1821 de Panamá, Quito y Santo Domingo.

Asimismo, la Gran Colombia firmó, como antecedentes de futuras uniones, diversos Acuerdos de Unión, Amistad, Liga y Confederación con otras regiones: con Perú en 1822, con Buenos Aires en 1823 (acuerdo de sólo amistad debido a las reticencias porteñas), y con México en 1823. Los objetivos que se perseguían eran: la ayuda mutua para acciones conjuntas en casos de amenazas de España u otras potencias europeas, el otorgamiento de ventajas comerciales entre las diversas naciones, y la libre circulación de mercancías y personas.

Finalmente, cabe realizar una mención sobre las causas del fracaso del proyecto integracionista en el período 1810-1830: las fuerzas heterogéneas tanto internas como externas de los flamantes Estados; la existencia de estructuras económicas precapitalistas con ausencia de una burguesía consolidada, la ausencia de mercados y la existencia de grandes latifundios; y las dificultades políticas para poder crear grandes entidades integradas en unidades estatales y territoriales.

El segundo proceso integracionista, a partir de la década de 1830 en adelante, tuvo como causas las intervenciones de potencias extranjeras en el subcontinente latinoamericano haciendo peligrar las independencias y libertades ganadas en el período precedente, con una predominante rivalidad foránea, británica y norteamericana, por el dominio de un factible canal interoceánico y de puntos estratégicos, presiones financiero- comerciales, bloqueos, entre otros.

Congreso de Viena (1814-1815) y la Santa Alianza: contextos y trayectorias

La etapa comprendida entre 1815 y 1830 conocida como «La Restauración», engloba los acontecimientos que siguieron a la caída de Napoleón. La obra de restauración que los vencedores trataron de imponer en el contexto europeo, las corrientes opositoras y las oleadas revolucionarias que se desarrollaron contra el sistema oprimieron a los opositores, a los regímenes de la Santa Alianza, cuyo objetivo fue la sumisión de Francia y la erradicación de la ideología revolucionaria. El año 1830 no supuso el final del sistema Metternich, de restauración en Europa, tan sólo en algunos lugares, marcando el inicio del fin de dicha etapa. Podría considerarse al Congreso de Viena como la fecha inicial del comienzo de un nuevo período en la política internacional europea, donde los regímenes integrantes comienzan a mostrar la finalización como signo directo de debilidad con excepción de las potencias marítimas (Inglaterra) que experimentan nuevos regímenes burgueses con la consiguiente gradual desintegración de las sociedades pre-capitalistas, dichas crisis tendieron a debilitar más al feudalismo europeo y las economías europeas y sus colonias que formaban una única entidad comenzaron a resquebrajarse frente a las revoluciones burguesas.

Los monarcas reunidos en Viena se encontraron con una Europa totalmente reformulada, en sus estructuras sociales, ideas y geografía, por Napoleón y muy distinta a 1789. Los dilemas que se le presentaban fueron conservar las nuevas instituciones y configuraciones geográficas napoleónicas, crear nuevas o volver a «restaurar» lo anterior, que precedió al imperio napoleónico. Igualmente, el nacionalismo, la ideología liberal, las nuevas ideas y estructuras sociales serían reprimidos, pero crecerían en la clandestinidad y en la oposición a los designios de Viena, podríamos afirmar que los vencedores de Napoleón Bonaparte restauraron, pero «no renovaron», ignorando la realidad social-política-económica de la coyuntura histórica.

Si realizáramos una reflexión crítica sobre lo que significó la historia de la restauración, un sistema sin fisuras, la misma se conjuga con una historia de las revoluciones que en forma de oleadas abarcó no sólo al continente europeo sino fundamentalmente a las colonias españolas y portuguesas en América.

En el Tratado de París, firmado el 30 de mayo de 1814 entre Rusia, Prusia y Gran Bretaña, se resolvía el regreso de los Borbones al trono francés. A su vez, aceptaban el retroceso de Francia a sus fronteras anteriores a 1792, dejando un gran vacío en los territorios conquistados donde se habían cambiado monarquías y alterado las fronteras geográficas.

En septiembre de 1814 se reúnen en Viena los monarcas de las grandes potencias (Austria, Prusia y Rusia, que luego formarían la Santa Alianza), el primer ministro inglés, Lord Castlereagh y se agregaba Talleyrand por Francia, aunque derrotada pero aún poderosa.

La Santa Alianza se convirtió en un símbolo de la política reaccionaria del «Sistema Metternich» para intervenir en los territorios que amenazaban con revoluciones de ideas liberales o nacionalistas, en cualquier parte que sus líderes se interesaran. Por ello, el Zar ruso tuvo la intención de prestarle ayuda naval y militar a España contra los movimientos de independencia en el continente americano.

Para poner en marcha esta ideología de la restauración y mantenerla se necesitaron unos cambios geopolíticos y la instalación de un sistema político de seguridad. Dentro de los cambios en dicho sistema político es importante destacar el papel que desempeñó Metternich en este Congreso, ya que, en los años posteriores al Congreso de Viena, Europa se administró bajo los principios conservadores e intervencionistas que él propuso, a esta línea de pensamiento se le dio el nombre de «Sistema Metternich». Tal sistema proponía que los asuntos internos no eran para nada diferentes de los internacionales, por lo cual debían ser tratados por las potencias europeas, de igual forma que los asuntos internacionales, con lo cual se formuló una política diplomática que se llevó a cabo a través de reuniones entre las potencias para definir puntos claves que tuvieran que ver con amenazas al nuevo «equilibrio de poder». A esa política se le dio el nombre de la «diplomacia con base en los congresos de Metternich».

Los principios que inspiraron al conservadurismo de la llamada «restauración» fueron en su orden: la legitimidad, la jerarquía y la obediencia.

El principio de legitimidad hace referencia a los monarcas y sus herederos que tenían un privilegio que venía directamente de Dios para gobernar a sus pueblos; y, por poseer dicho privilegio, de derecho divino, eran los únicos que podían tener acceso al uso legítimo de la autoridad, establecer la jerarquía en sus reinos y exigir la obediencia irrestricta de sus pueblos.

Un peligro lo constituía la superioridad numérica de los ejércitos rusos en el continente, temiendo que Alejandro I se convirtiera en un nuevo Napoleón. A ello se contraponía la superioridad marítima de Inglaterra y los ejércitos austríacos y prusianos habían sido derrotados por los franceses. Para contener a Rusia se necesitaba la actuación conjunta de los restantes miembros del Congreso por lo cual se llegó al consenso de aplicar una política de equilibrio para preservar la paz en la época recurriendo a la convocatoria de congresos para resolver los diferendos.

Se afianzó el absolutismo monárquico fundamentado en la restauración como un sistema político basado en la legitimidad y excluyendo al nacionalismo, liberalismo y constitucionalismo, como ejemplo de este último cuando Fernando VII, en España, se negó a aceptar cualquier límite a su autoridad.

Dentro del planteo de la restauración nos encontramos con el proyecto que presentara el zar Alejandro para una alianza entre los monarcas europeos sobre el cual se generó la cuádruple alianza y la Santa Alianza, que convertían a esta última en un instrumento útil para el ejercicio del poder de las grandes potencias sobre Europa primero y luego sobre América. Podríamos decir que la política interior de los países se transformaba en una cuestión de política internacional.

La declaración del presidente estadounidense James Monroe y sus implicancias para Nuestra América

El presidente de los Estados Unidos (EEUU), James Monroe, temía que la política de la Santa Alianza terminara con las incipientes independencias de las ex-colonias españolas; y en el mensaje anual dirigido al Congreso de su país el 2 de diciembre de 1823 va a expresar su oposición a un sistema de intervención destinado a mantener a las dinastías legítimas a expensas de la democracia y el republicanismo.

El mensaje no fue recibido del mismo modo en los dos continentes ya que fue una declaración unilateral del poder Ejecutivo de EEUU y no tuvo aceptación europea inmediata.

En América fue considerado como un espaldarazo que otorgaba el país del norte como garantía de la protección de la independencia alcanzada. Tanto el gobierno de Buenos Aires como Simón Bolívar recibieron con beneplácito la declaración y manifestaron su voluntad de apoyo.

Sin embargo, entre los años 1797 y 1799, Juan Bautista Picornell, cuando se encontraba preso en La Guaira, manifestó que, «América debía ser para y por los americanos», frase documentada, para ser precisos como vemos, casi textual a la que coloquialmente se la vincula con Monroe. Por supuesto, el espíritu era distinto, Picornell estaba empeñado en la independencia de Venezuela y en una reivindicación continental, en ese entonces, actos insurreccionales. Es preciso agregar que, fue el traductor al español de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano aparecida en la Constitución francesa de 1793. Un aporte incalculable ya que puso a disposición de muchos un ideario político trascendental en una hora americana clave.

La declaración Monroe, en líneas generales, es una prohibición de los EEUU contra la extensión de la influencia y del poderío europeo sobre el nuevo mundo. Y así lo expresaría el subsecretario de Estado norteamericano, Clark, en 1828 en un memorándum que sería comunicado a los Estados latinoamericanos como interpretación oficial de la misma. “Ésta no está referida a las relaciones interamericanas, excepto cuando éstas estuviesen envueltas con gobiernos europeos en arreglos que amenacen la seguridad de los EEUU”.

El mensaje de Monroe consagraría los siguientes principios: primero, el de no colonización al expresar que, “el continente americano por la condición de libre e independiente que ha asumido y mantenido, no será de ahora en adelante considerado sujeto a futura colonización por ninguna potencia extranjera”. Este se proponía anticiparse a la amenaza de avances territoriales rusos en la parte noroeste del continente americano. 

El segundo principio creado por la Doctrina es el de la no intervención, que se divide en dos partes: Primero, afirmación de la política de no intervención de los EEUU en los asuntos europeos, era la consagración del principio del aislamiento. Y la segunda parte, era una advertencia a las naciones europeas para que éstas no intervinieran en los asuntos americanos puestos que “todo intento de ellas de extender su sistema a cualquier parte de este hemisferio sería considerada peligroso para la paz y seguridad del mismo, y el propósito de oprimir o controlar el destino de gobiernos que han declarado sus independencias y las han mantenido, y a los cuales se ha reconocido, será como una disposición hostil hacia los EEUU”. Era una afirmación de la defensa de la independencia de los pueblos americanos.

La Doctrina Monroe no es una ley ni un instrumento legislativo; tampoco es un tratado, una carta constitucional, una proclama, ni un manifiesto. Es, si se quiere, la declaración de un principio, o de una política, sobre la cual se pueden basar decisiones relativas a algunos aspectos de las relaciones internacionales de los EEUU. Pero este simple enunciado no es una descripción completa. A través de los años, la situación de los EEUU, con relación al resto del mundo y al hemisferio occidental, ha cambiado, y los principios y la política que guían su conducta, necesariamente han sido modificados de acuerdo con las circunstancias.

En la denominada doctrina Monroe se consagraron principios y objetivos en el marco de las relaciones euro-americanas, a partir de las guerras de independencia, los EEUU empezaban a tener la idea de que se estaba construyendo un nuevo mundo republicano, libre, opuesto a Europa. Vieron la necesidad de evitar una relación íntima entre Europa y las nuevas naciones independientes. La idea de separación (teoría de las dos esferas), en el ámbito político, entre un Viejo Mundo y un Nuevo Mundo estaba presente en el mensaje de 1823.

La doctrina considera que cualquier tentativa de un gobierno europeo de extender su sistema a América, sería considerada por Norteamérica como peligrosa para su paz y seguridad. Los EEUU sostienen que no se han inmiscuido ni se inmiscuirán en las cuestiones relativas a las colonias de los países europeos, pero no así con las colonias independizadas. Declaran la neutralidad ante las guerras de independencia, aunque adhieren al reconocimiento de los nuevos Estados. Agregan que una intervención europea que amenace su seguridad en América influirá seguramente en el interés de los EEUU por defender sus intereses en el hemisferio.

Finalmente, según Perkins, la doctrina no significa, un aislacionismo norteamericano, sino que hablaban de abstenerse de “intervenir en los asuntos internos de las potencias europeas y de no participar en las guerras de los países europeos relacionadas con ellos mismos» (1964: 306).

En el sistema de relaciones entablados entre los EEUU y América Latina, la potencialidad de la Doctrina Monroe ha ido aumentando o disminuyendo de acuerdo, casi generalmente, a la coyuntura política del momento. Por ejemplo: después de 1823 no puede decirse que la Doctrina fue seguida por relaciones políticas muy íntimas entre EEUU y las nuevas naciones. A partir de esa fecha, y particularmente en 1845, la Doctrina se convirtió en parte del discurso de los partidos demócrata y republicano, cuando aparecieron los temas del istmo de Panamá y los intereses económicos entre los británicos y norteamericanos en América Central. Su aceptación aumentaba en la opinión pública norteamericana a medida que la Doctrina se entendía como parte de los intereses nacionales del país. Por ejemplo, cuando en 1861 España ocupó Santo Domingo, el gobierno se apresuró a recordar los principios de 1823. Así se conmovía «fuertemente el sentimiento nacional»(PERKINS, 1964: 309). Entre finales del s. XIX y la primera mitad del s. XX, los EEUU patrocinaron ideas de expansión colonial territorial sobre lo que consideran, aún hoy, su área de influencia, el llamado “patio trasero”, el Caribe y América Central (Cuba, Puerto Rico, Filipinas, Haití, Santo Domingo, Panamá, Nicaragua, Guatemala), aunque ese colonialismo- imperialismo se encontraba imbuido del “Destino Manifiesto” y del darwinismo social.

Por otra parte, el pueblo norteamericano no respondía con entusiasmo a la idea de tutelar a los países del sur, como puede reflejarse en la renuncia al derecho de intervención enunciado por Franklin Roosevelt en 1936. En esta época, “[…] tanto republicanos como demócratas suscribieron la política del buen vecino y la separación de la Doctrina Monroe de la política de intervención” (PERKINS, 1964: 315).

Sin embargo, se pueden citar unos aspectos de moderación entre el antagonismo mencionado. Tanto los norteamericanos como grupos comerciales e industriales británicos (con fuerte influencia en las políticas inglesas) se oponían a las restricciones comerciales impuestas por el régimen español. Por el lado de los británicos, si bien no veían con buenos ojos a los insurgentes hispanoamericanos, se vieron beneficiados por cuanto el gobierno español estaba concentrando sus fuerzas contra Napoleón y no podían enviar tropas a América para sofocar los levantamientos. España sostenía la importancia de los productos ingleses en América para la cooperación británica en la tarea de expulsar a los franceses de la península. Esta política proporcionó a los rebeldes americanos de fondos (ej. impuestos aduaneros) necesarios para organizar la resistencia contra la dominación española. Desde la óptica norteamericana, se veía debilitar a España, lo que proporcionaba una posibilidad de ampliar la zona de comercio e influencia hasta el Golfo de México. Lograr mayor autonomía de las colonias españolas e incrementar el comercio con las mismas eran los intereses tanto de norteamericanos como de ingleses. Esta armonía de intereses se dio entre 1816 y 1823. Sin embargo, el antagonismo era más fuerte que la armonía. Ambos se recelaban la influencia política y las intenciones de dominio territorial del otro. EEUU favorecía las repúblicas, Inglaterra las monarquías. La cooperación, sostiene Rippy, «[…] solo era una posibilidad muy remota, dadas las opiniones en sumo grado divergentes que sustentaban en materia de normas marítimas y de principios políticos» (1967: 5).

EEUU se convirtió en un celoso guardián de los regímenes republicanos y «democráticos». Sin embargo, las limitaciones implícitas en el mensaje de Monroe comenzarían aflorar en muy escaso tiempo. Podría citarse la acción dirigida contra la intervención francesa en México como la más importante aplicación de la doctrina al oponerse el Congreso de EEUU en 1860 a la instauración de un gobierno monárquico en dicho territorio.

Pero su aparente carácter altruista quedaría rectificado con la respuesta que dio el secretario de Estado, Henry Clay, al gobierno de Rivadavia, que quería conocer si la doctrina podía ampararle en caso de guerra con el imperio del Brasil. Sólo el congreso sería competente para resolver la cuestión, la política de los EEUU es la de una estricta neutralidad con relación a las guerras de otras potencias. Además, manifestó que la guerra entre dos Estados americanos no podía considerarse como una situación análoga a la que provocó el mensaje de Monroe, porque tal guerra era estrictamente americana en su origen y objetivo. De este modo se limitaba a la doctrina, al vedarse su aplicación a controversias surgidas entre Estados americanos.

En 1829 España pretendió reconquistar México. Francia también intervino a este país en 1838 alegando atropellos sufridos por ciudadanos franceses. También lo hizo en el Río de la Plata a través del bloqueo naval en 1838 y en 1845 junto con Inglaterra para asegurar la independencia de Uruguay. El país del Norte consideró que estos países no intentaban ninguna expansión territorial por lo que no formuló ninguna protesta, a pesar de la ayuda solicitaba por el gobierno de Rosas. Sólo se daría apoyo moral pues la doctrina Monroe no implicaba una obligación de EEUU hacia las naciones latinoamericanas.

Más allá de la particularidad de estos sucesos, y de otros similares que se sucedieron en la Gran Colombia, lo interesante de mencionar es la claridad en cuanto a las disputas entre los dos países para ejercer influencia en la determinación de comercio con la América independizada. Tanto EEUU como Gran Bretaña buscaban la mayor influencia posible para lograr los mayores beneficios comerciales con esta región.

México también forma parte de las disputas territoriales entre EEUU y Gran Bretaña. En 1825, Inglaterra reconoce la independencia de México y procura llevar adelante una política amistosa a la vez que incentivar en los mexicanos actitudes de desconfianza hacia los norteamericanos. Por otra parte, esta desconfianza se veía acrecentada cuando los mexicanos veían las intenciones de EEUU con respecto a Luisiana. Los británicos percibían que los norteamericanos querían desacreditar la influencia europea en América y establecer acuerdos comerciales que serían perjudiciales para Inglaterra. Ambos estados pretendían contrarrestar la influencia del otro en México por medio de sus representantes Ward y Poinsett. En 1827 se ratifica en México un tratado comercial con Inglaterra. Los mexicanos rechazaban un tratado similar con EEUU porque éstos no aceptaban la cláusula de la división fronteriza que se había establecido en 1819. El representante Poinsett no pudo satisfacer los requerimientos norteamericanos en la cuestión mexicana y fue finalmente relevado.

La rivalidad anglo-norteamericana sobre el norte y el Pacífico de América del Sur se basaba, principalmente, en cuestiones económicas. Ambas naciones habían vivido una declinación del comercio con Perú y Gran Colombia. Pero ella se debía menos a la competencia entre ambas que a los desórdenes políticos en esa región de América. También había discrepancias en cuanto a la opinión que merecían los planes monárquicos de Bolívar. Aunque EEUU se oponía más a los planes de Bolívar que a Gran Bretaña, el hecho de que ésta pudiera apoyar estos planes, llevaba a cierto recelo si no se respetaban los sistemas republicanos en la región. Por otra parte, el comercio y la influencia económica inglesa se hacían cada vez más evidente en toda América, lo que hacía que los norteamericanos no perdieran tiempo en el reconocimiento de las nuevas naciones independientes. Pero, simultáneamente, Gran Bretaña no podía habilitar este reconocimiento tan fácilmente debido a sus compromisos adoptados con respecto a la Corona Española.

Puede observarse una discrepancia entre Inglaterra y los EEUU en cuanto a su posición sobre una monarquía tal como se observaba en los planes bolivarianos. Inglaterra, por un lado, mantenía una actitud expectante respecto de los acontecimientos que se estaban sucediendo en Perú y decidió no reconocer al gobierno procurando otorgar una imagen de imparcialidad. Por otra parte, Inglaterra manifestó que “[…] vería con satisfacción que Bolívar fuera elevado al más alto cargo que la Constitución concede a un individuo […] como una garantía de amistosas relaciones entre S.M. y la República” (RIPPY, 1967: 126). En 1829, Lord Aberdeen, secretario de relaciones exteriores, también manifestó su interés en la cuestión monárquica. El sostenía que Inglaterra vería con desagrado una monarquía en Colombia que no fuera parte de la española. Decía que Inglaterra no daría un príncipe y tampoco permitiría que lo hiciera Francia. Finalmente, argumentaba que, si Colombia quería un monarca, sus mismas autoridades debían elegir uno. Bolívar, después de 1829 comenzó a percibir opiniones respecto de sus planes monárquicos y se cree que consideró su establecimiento como imposible.

En el caso norteamericano, no puede considerarse una opinión rigurosa, aunque debe manifestarse “[…] un claro sentimiento de oposición a las supuestas ambiciones de Bolívar y a las monarquías en general” (RIPPY, 1967: 128). EEUU se oponía a subvertir los sistemas liberales y quería insistir en la confianza en las instituciones libres. Podemos inferir que una monarquía al norte de América del Sur (Perú, Bolivia, Venezuela) estaba en contra de los principios de la Doctrina Monroe y que, por otra   parte, EEUU podía desconfiar aún más considerando los casos de Brasil y México.

En términos generales, las disputas entre Adams, Secretario estadounidense, y Canning, Premier británico, tuvieron las mismas características en toda América. La competencia entre ambos se basaba en una fuerte competencia comercial y marítima, no sólo trataban de comerciar con las ex-colonias, sino que querían favorecerlas con una marina mercante ya que las nuevas naciones no tenían transporte marítimo, además, había disputas políticas. Inglaterra favorecía la instauración de monarquías mientras que los norteamericanos rechazaban estos sistemas y apoyaban a las repúblicas. La política norteamericana propugnaba la idea de dos esferas: una, en Europa, caracterizada por Estados monárquicos, y otra en América, cuyos baluartes eran la libertad y la república.

Podríamos concluir que la praxis imperial británica (PIB) y la pax americana, a principios del s. XIX, dio lugar a disputas entre diversas naciones por mantener o establecer cierta influencia. En el caso británico, los ingleses manifestaban que no tenían pretensiones territoriales, sino que su interés era meramente económico. Se ocupaban por crear nuevos vínculos comerciales, financieros, incentivar las inversiones, obtener materias primas y disponer de mercados para sus productos industrializados. Por otra parte, buscaban mantener una política amistosa con España, la Madre Patria de las nuevas naciones, no reconociendo a los gobiernos independientes y procurando otorgar a los españoles todo el apoyo necesario. El interés principal de los británicos pasaba por evitar que cualquier territorio pasase a manos francesas. Por eso mismo, en algunos casos hasta aceptaban que regiones estuvieran bajo la óptica norteamericana. Los norteamericanos, tenían otra opinión acerca del trato con los gobiernos. Ellos sostenían la teoría de las dos esferas y por lo tanto procuraban separar a América de Europa. Para ello reconocían rápidamente a los nuevos gobiernos y entablaban pronto relaciones comerciales. En el caso centroamericano, EEUU quería tener influencia en la zona para evitar cualquier tipo de peligro que su nación pudiera ocurrir respecto de cualquier amenaza europea. También tenían un interés bastante importante en adquirir territorios a costa de México.

Finalmente, podemos decir que ambos países lograron, en términos generales, sus propósitos, con algunas particularidades como el caso brasileño y el mexicano con Iturbide. Pero políticamente, los pensamientos republicanos y libertarios de los EEUU fueron mejor aceptados en estas tierras que las ideas monárquicas europeas.

El Congreso de Panamá, un proyecto frustrado

En el marco de los procesos independentistas, el Congreso de Viena – Santa Alianza y la declaración Monroe, Hispanoamérica se posiciona ante el mundo por medio del Congreso de Panamá, convocado por Simón Bolívar. El mismo se llevó a cabo entre 22 de junio y el 15 de julio de 1826, en la ciudad de Panamá.

La convocatoria se realizó desde Lima, el 7 de diciembre de 1824; a pocos días de la batalla de Ayacucho, último gran enfrentamiento entre los realistas españoles y los independistas americanos. Los gobiernos que fueron llamados para asistir del Congreso también conocido como Anfictiónico de Panamá -en referencia a la Liga Anfictiónica de la Grecia Antigua- fueron Colombia, México, América Central, las Provincias Unidas del Río de la Plata y Brasil. Su gestor, el Libertador Simón Bolívar, fue inicialmente receloso de invitar el reciente emperador de Brasil, Pedro I. Sin embargo, cambio de parecer por la intervención de Francisco de Paula Santander que comprendía que era imperioso incluir a Brasil en la unión de América del Sur (BRANDI ALEIXO,1983: 14). Cabe destacar, que Portugal en 1821 fue el primer país en reconocer la independencia de la Gran Colombia, que reunía a las cuatro repúblicas de Colombia, Ecuador, Venezuela y Panamá. En 1822, el ministro de Juan VI, Silvestre Pinheiro Ferreira propugnó una Alianza de los países agredidos contra los agresores de la Santa Alianza (BRANDI ALEIXO, 2012).

En la convocatoria de 1824, Bolívar llamó a la unión de los gobiernos americanos para consolidar un sistema de poder duradero y próspero que reemplazara la anterior dominación colonial. “Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios” afirmó Bolívar en dicho escrito. Dicha asamblea serviría de consejo en los grandes conflictos, de punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, las diferencias entre los gobiernos (BOLIVAR, 1824).

El objetivo de Bolívar con el congreso era generar una unión frente a la Santa Alianza (BOLIVAR, 1826). No obstante, consideraba necesario la inclusión de Gran Bretaña como miembro constituyente, como una estratagema para equilibrar el poder entre Europa y América. De esta unión, las nacientes naciones americanas obtendrían garantías internacionales de sus independencias, amenazadas por la restauración del congreso de Viena – Santa Alianza, a la par que auspiciaría una paz en el mundo occidental, base para cierta prosperidad comercial.

Sin embargo, el proyecto bolivariano de mayor envergadura tuvo lugar en 1826; así acaeció con la convocatoria de Simón Bolívar al Congreso de Panamá, primer intento de cristalizar el ideario integracionista de Bolívar[1], cuyos objetivos más importantes que se habían propuesto merecen citarse: el afianzamiento de la independencia de las nuevas naciones y una paz firme mediante el reconocimiento por parte de España; la seguridad tanto en el orden interno como externo y el principio de no intervención; el reconocimiento de la igualdad jurídica de todos los Estados americanos; la creación de un congreso general y permanente de plenipotenciarios; la constitución de un Tratado de Unión, Liga y Confederación -tema que luego se trataría, como se verá, en los congresos de Lima y Santiago-; la intención de crear un Derecho Internacional Americano para solucionar diferencias y conflictos que pudieran surgir entre las naciones del continente; la defensa de la integridad territorial de los países; y la abolición de la esclavitud. Como puede apreciarse, la noción de integración o unión, en este contexto, está fuertemente vinculada con la defensa de la independencia.

Al mencionado Congreso concurrieron: por América la Gran Colombia, Perú y la República Federal de Centro América y México, mientras que por Europa Gran Bretaña envió un observador y los Países Bajos otro a título personal. ​Los otros ausentes fueron Chile y Paraguay que no fue invitado. A su vez, los comisionados que envió EEUU, uno murió en Cartagena y el otro llegó cuando el Congreso se había disuelto. Por último, los representantes de Bolivia no recibieron a tiempo sus credenciales tampoco pudieron asistir. Respecto del Río de la Plata fueron invitados, por razones de política doméstica, no asistieron.

Con referencia al naciente imperio del Brasil (1822), Pedro I había aceptado la invitación para participar y designó a Theodoro José Biancardi como plenipotenciario. Este último era ministro del Consejo imperial y oficial mayor de la Secretaría de Estado en el imperio, pero finalmente no asistió (REZA, 2010: XLVII). Pese a que no existe documentación oficial que determine la causa de dicha ausencia, ella puede inferirse de la guerra que sostenían el imperio del Brasil y las Provincias Unidas del Río de la Plata por la Banda Oriental (provincia Cisplatina), el otro invitado que tampoco participó. Estas ausencias fueron una de las claves para comprender el fracaso de dicho congreso confederal. No obstante, sus magros resultados, este congreso es un antecedente directo de integración regional.

Revisando la agenda del Congreso destacamos lo siguiente:

a) la renovación de los tratados de unión, liga y confederación; b) la publicación de un manifiesto en que se denuncia la actitud de España y el daño que ha causado al Nuevo Mundo; c) decidir sobre el apoyo a la independencia de Cuba y Puerto Rico, así como de las islas Canarias y Filipinas; d) celebrar tratados de comercio y de navegación entre los Estados confederados; e) involucrar a EEUU para hacer efectiva la Doctrina Monroe en contra de las tentativas españolas de reconquista; f) organizar un cuerpo de normas de derecho internacional; g) abolir la esclavitud en el conjunto del territorio confederado; h) establecer la contribución de cada país para mantener los contingentes comunes; i) adoptar medidas de presión para obligar a España al reconocimiento de las nuevas repúblicas; y j) establecer las fronteras nacionales con base en el principio de uti possidetis, tomando como base el año 1810. (REZA, 2003: 204-205)

Sin embargo, el Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua de las Repúblicas de Colombia, Centroamérica, Perú y Estados Unidos Mexicanos firmado en Panamá el 15 de Julio de 1826, como clausura del Congreso Anfictiónico no logró plasmar todos sus puntos y ni ser ratificado por el conjunto de los países firmantes. Uno de los puntos más controversiales respecto a Brasil y Estado Unidos, era abolir la esclavitud en el continente.

No obstante, resaltamos el segundo artículo de dicho Tratado:

El objeto de este pacto perpetuo será sostener en común, defensiva y ofensivamente, si fuere necesario, la soberanía e independencia de todas y cada una de las potencias confederadas de América contra toda dominación extranjera, y asegurarse desde ahora para siempre, los goces de una paz inalterable, y promover, al efecto la mejor armonía y buena inteligencia, así entre sus pueblos, ciudadanos y súbditos respectivamente, como con las demás potencias con quienes deben mantener o entrar en relaciones amistosas.  

Estas palabras representan la síntesis bolivariana de la necesidad de unión continental frente a la amenaza de una eventual invasión a Nuestra América, por las restauraciones monárquicas europeas tras el Congreso de Viena y Santa Alianza, traducida en una respuesta confederal que se diferenciaba de la unilateral declaración Monroe.

Volviendo al interés bolivariano desarrollo de una fructífera relación luso-hispanoamericana, y a pesar de la falta de interés de Brasil para con el Congreso de Panamá, en los últimos años de vida de Bolívar, el Libertador manifestó un gran apreció y estima por dicho país. En un mensaje de 15 de octubre de 1827, que dirige a Sucre en Bolivia, le aconseja conservar la armonía con el gobierno de Brasil, pese a reconocer la diferencias existencia entre sus formas gubernamentales de monarquía y república. Consolidar la unión suramericana, frente amenazas extranjeras, era más importante que las discrepancias existentes. El inconcluso proyecto bolivariano y la ineficacia de los congresos de mediados de siglo (Lima, 1847/48; Santiago, 1856 y nuevamente Lima, 1864/65), lamentablemente, no tuvieron otra existencia más que la declarativa, ya que ninguna de las medidas fue finalmente proyectada en políticas concretas, y quizás, truncaron la idea de la unión continental tal como había sido pergeñada y diseñada de acuerdo a los intereses y necesidades de las coyunturas. En este sentido, podemos recordar las palabras del historiador Edmundo Heredia, quien afirma que la integración en América Latina ha constituido un proceso que se gestó, pero que no pudo nacer (HEREDIA, 2006).

Por último, hemos de señalar, que las únicas actas originales del Congreso de Panamá estuvieron bajo custodia de Brasil durante gran parte del s. XX, más específicamente entre 1941 y 2000. En este último año fue entregada por el entonces presidente de Brasil, Fernando Henrique Cardoso, a su par panameña Mireya Moscoso en la Décima Cumbre Iberoamericana para su custodia permanente, con la presencia del Rey de España como Testigo de Honor (BRANDI ALEIXO, 2012).

Conclusiones preliminares

La relevancia histórica del Congreso de Viena se fundamenta en que se convirtió, desde el primer momento, en una autoridad capaz de tomar decisiones sobre toda Europa y capaz de restablecer el orden europeo, muy deteriorado después del Imperio Napoleónico. Además, a partir de este congreso, cambiaron radicalmente las relaciones internacionales. Así, éstas se utilizaron para tomar decisiones en conjunto sobre la situación europea y no por separado como se venía haciendo antes. Sin embargo, esto no representó el abandono de los intereses particulares de cada nación.

Con respecto a los demás congresos, el de Viena fue importante, no sólo porque en éste surge la idea de seguir controlando a Europa desde la Pentarquía, sino porque sienta las bases diplomáticas e ideológicas bajo las cuales se celebrarían los demás congresos en Europa y empezaría a esbozarse el Sistema Metternich que rigió los destinos de Europa durante un tiempo considerable. A su vez, la Santa Alianza es considerada como la primera institución de carácter supranacional por los internacionalistas modernos.

Geoffrey Bruun (1971) opina que el propósito de la restauración no era regresar a las injusticias y privilegios del pasado, sino rescatar (restaurar) las virtudes o bondades que traía un sistema estable de «Estados en equilibrio razonable».

En relación con las intervenciones-injerencias de diversas características, tanto europeas como norteamericanas sobre América Latina en el período bajo estudio, la mayoría de los autores no se refieren a la no intervención, sino que estudian la doctrina de la intervención y su naturaleza jurídica o política admitiendo que la no intervención es la regla a que deben ajustarse su conducta los Estados.

Sin embargo, el derecho a la independencia interna, significa el derecho de la nación de autogobernarse, por lo tanto, los actos de éste con respecto a su derecho a organizar su gobierno, puede considerarse como una intervención.

Ha sido el objetivo de este trabajo presentar un breve esquema acerca de la evolución de la idea de independencia, con la consiguiente integración-fragmentación de Nuestramérica entre el Congreso de Viena – Santa Alianza (1814-1815) y la declaración Monroe (1823). Sostenemos que dicha idea ha tenido diversas acepciones vinculadas a dos factores: por un lado, el contexto regional en las relaciones entre los países latinoamericanos, y entre estos y el país hegemónico, los EEUU. Por otro lado, el contexto internacional, en sus aspectos políticos, económicos, ideológicos y sociales, resultante de las intervenciones europeas sobre el continente.

Una visión o posicionamiento de tipo pesimista afirmaría que la idea de integración, a la luz de la historia de las relaciones internacionales, ha conformado parte de un proceso errante, inconcluso y cambiante, por su estrecha vinculación con el contexto coyuntural y época de cada momento, y por la excesiva influencia de los EEUU en las cuestiones tanto domésticas de las naciones latinoamericanas, como de sus cuestiones regionales comunes.

Para concluir sobre los debates de la emancipación iberoamericana en su recorrido por los distintos países y etapas por las que atravesó la historiografía sobre la independencia nos diseña un cuadro de inserción dependiente de inversiones de capital extranjero en una primera fase sobre todo inglés, proveedora de materias primas de la gran «fábrica inglesa» con oligarquías regionales estrechamente vinculadas a las metrópolis, si bien ello refleja inevitablemente una visión parcial sobre la inserción latinoamericana para el período bajo estudio se lo puede observar como “larga duración”, quizás una constante que perdura hasta la actualidad.

Cabe señalar, que la convocatoria hecha por Simón Bolívar al Congreso de Panamá (1826) es próxima a la declaración Monroe de 1823 por Norteamérica, ambas son una respuesta al Congreso de Viena y la Santa Alianza. Sin embargo, nuestra interpretación, a dicha declaración y al mencionado congreso son opuestas ideológicamente. La primera fue una propuesta unilateral del país del norte, mientras que la otra nació de una idea de confederación, que auspiciaba la participación de un gran número de naciones del continente. Por otro lado, dicho congreso a pesar de su fracaso es un antecedente de la integración- unión americana y regional como la Organización de los Estados Americanos (OEA), Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC),  Mercado Común del Sur (MERCOSUR) entre otros.

Fuentes

BOLÍVAR, Simón. Carta de Jamaica (6 de Setiembre de 1815).

BOLÍVAR, Simón. Convocatoria al Congreso de Panamá (7 de diciembre de 1824)

BOLÍVAR, Simón. Un pensamiento sobre el Congreso de Panamá (primeros meses de 1826)

Texto de la Declaración Monroe (1823).

Tratado de Unión, Liga y Confederación Perpetua de las Repúblicas de Colombia, Centroamérica, Perú y Estados Unidos Mexicanos, (15 de Julio de 1826)

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NOTAS

* Carlos Alfredo da Silva. Licenciado en Ciencia Política y en Relaciones Internacionales. Profesor Honorario / Investigador Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales (Universidad Nacional de Rosario – UNR). Co-coordinador Grupo de Estudios en Integración y Cooperación Regional en América Latina (GEICRAL-UNR). Miembro GT-CLACSO: Fronteras, Regionalización y Globalización. Miembro del Grupo de Estudios y Observatorio sobre Malvinas – UNR. Miembro del Centro de Estudios del Desarrollo y Territorio (CEDeT – UNR). Co-director del PID: Cooperación e integración regional en el MERCOSUR. Análisis y visibilización de algunas problemáticas desde un enfoque territorial. Co-director del PID: Las escalas territoriales de la política latinoamericana… Miembro Fundador del Centro de Investigación, Docencia y Asistencia Técnica del MERCOSUR (CIDAM – UNR) y de la Asociación Argentina de Historia de las Relaciones Internacionales (AAHRI).

**Alex Emmanuel Ratto. Magister en Patrimonio Histórico y Cultural y Profesor de Historia. Doctorando en Historia, UNR. Profesor Adjunto de la Facultad Teresa de Ávila – (Pontificia Universidad Católica Argentina, Paraná) y Docente en la Facultad de Humanidades y Artes (Universidad Nacional de Rosario – UNR). Miembro GEICRAL-UNR. Miembro del PID: Cooperación e integración regional en el MERCOSUR. Análisis y visibilización de algunas problemáticas desde un enfoque territorial.

[1] Sintéticamente, puede decirse que los fines del congreso de 1826 eran “la creación de una liga de las naciones americanas organizada merced a la reglamentación de la política exterior de las mismas, según una ley común acatada por todas ellas de común acuerdo, y a su protección recíproca en caso de agresión externa” (Brá, 1984:31).

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 13/14. Marzo 2019 – Diciembre 2022

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