Bolívar e Irvine. La naciente política exterior de la tercera República

Esta situación conlleva una carta de Irvine de 1° de octubre en la que éste da por finalizado el debate por el tema de las goletas, juzgando que Venezuela actuó ilegalmente. Bolívar contesta el día 7 sin dejar pasar la oportunidad de decirle que se va a desentender del penúltimo párrafo de su carta por considerarla “en extremo chocante e injurioso al gobierno de Venezuela” y que para contestarlo sería preciso usar el mismo lenguaje  de Irvine “contrario a la modestia y el decoro con que por mi parte he conducido la cuestión”.

Le dice que no va a forzarlo  a reciprocar los insultos, pero que aunque no lo hará, no va a permitir que  Irvine, “ultraje ni desprecie al Gobierno y a los derechos de Venezuela”. Finaliza contundente “Lo mismo es para Venezuela combatir contra España que contra todo el mundo entero, si todo el mundo la ofende”. (Bolívar, Ib.id)

No obstante todo eso, se despide con los usos protocolares de su elevada investidura, el respeto, la decencia y la alta responsabilidad que tiene al regir los destinos de Venezuela y su representación en el escenario internacional. A pesar que  Venezuela no había consolidado su independencia y el gobierno aún no tenía autoridad sobre todo el territorio de la república, Bolívar actuó como un avezado Jefe de Estado en términos del manejo de la diplomacia, con honor, dignidad y firmeza, entendiendo la valía de establecer –en ese contexto-  sólidas relaciones de amistad con Estados Unidos, sin dejar de salvaguardar los intereses soberanos de la naciente República, sembrando con ello parámetros insoslayables de comportamiento republicano, independiente y soberano en los manejos de la política exterior de la Nación.

Todavía, vuelve a escribir a Irvine el 12 de octubre como respuesta a una nota de éste del 8 del mismo mes. En ella el agente diplomático manifiesta su extrañeza por la respuesta de 7 de octubre del  Libertador. Bolívar le dice que así hubiera sido, si Irvine se hubiera limitado a  dar por cerrado el asunto, pero que el tenor de la misma le obligaba a responder para no dar por ciertos ninguno de los argumentos expuestos en la carta y que no son sino la reiteración de los anteriores,  refutados uno a uno y en su momento. De esa  manera, el Jefe Supremo cerraba toda posibilidad a dejar asuntos abiertos con la posibilidad de ser usados contra la República. (Bolívar, Ib.id)

Con esto, Bolívar da por finalizada su comunicación con Irvine, no recibe ni envía ninguna nueva correspondencia  al representante del gobierno de Estados Unidos. Lo que había comenzado con grandes augurios y esperanzas 4 meses antes, había resultado un fiasco, ante la desatención de Irvine a la propuesta amistosa y apegada a derecho de Bolívar y el posterior escalamiento del discurso agresivo, incluso amenazante del estadounidense.

Epílogo

Juan Bautista Irvine no regresó de inmediato a su país. Incluso participó como invitado especial en la instalación del Congreso de Angostura el 15 de febrero de 1819. Irvine informó de su misión al Secretario de Estado John Adams, en los que destilaba rencor por su fracaso, tildando a Bolívar de  dictador y tirano, así como iluso y quijotesco. El 27 de febrero de 1819, abandonó la ciudad, frustrado por la ruina de su gestión. En su país se consagró a escribir artículos periodísticos en los que  calificó a Bolívar de “`general charlatán y político truhán´” (Fortique,  Op.cit.).

Unos meses después de la partida de Irvine, el gobierno de Estados Unidos envió a Venezuela al Comodoro Oliver H. Perry quien arribó a Angostura el 25 de julio de 1819. Su misión era dar y recibir explicaciones sobre el fracaso de la misión de Irvine. Así mismo, venía a solicitar la salida del territorio estadounidense de Lino de Clemente. El gobierno de Estados Unidos consideraba que éste había violado su neutralidad.

Bolívar había abandonado Angostura el 23 de mayo en dirección a los llanos occidentales donde habría de reunir a los más destacados jefes del ejército a fin de convencerlos de la necesidad de trasladar las operaciones bélicas  a Nueva Granada.  La jefatura del gobierno había sido asumida por el vicepresidente Francisco Antonio Zea, quien tuvo una desacertada gestión en el manejo de los asuntos gubernamentales. Perry logró de Zea lo que Irvine no pudo conseguir de Bolívar: la devolución de las goletas Tigre y Libertad en lo que Manuel Alfredo Rodríguez (1983) considera el primer revés de la diplomacia venezolana. Según Francisco Pividal (1977) cuando el Libertador tuvo conocimiento del hecho, “consideró humillante tal proceder”.