Juana Marta León Iglesias*
Resumen/Abstract VER
Izquierda: Palacio Gustavo.
Pinar del Río. Cuba.
Introducción
Durante el período 1940-1952, Cuba retoma la senda de la institucionalidad burguesa, luego de la inestabilidad política que caracterizó la década de 1930. Durante este período, el país vio agravarse la crisis estructural que marcó la vida económica, política y sociocultural cubana durante la República neocolonial.
Desde el punto de vista económico, la década de 1940 se caracterizó por las fluctuaciones en la comercialización del azúcar, provocadas por los efectos de la Segunda Guerra Mundial, los acuerdos arancelarios pactados con Estados Unidos, y posteriormente, por medidas que, como el Acuerdo General de Aranceles y Comercio (1948), “lastraba cualquier propósito de nacionalismo económico”.[1] Bajo estas condiciones, la inflación comenzó a hacerse sentir en la vida de los cubanos, especialmente de las clases populares.
En el bajo nivel salarial de las clases trabajadoras cubanas y en la disminución paulatina del poder adquisitivo de la moneda nacional, puede constatarse la aguda situación de crisis económica por la que atravesaba la población en Cuba. Entre 1941 y 1957, el poder adquisitivo del peso cubano se redujo en un 33%.[2] De hecho, entre 1941 y 1947, el nivel de vida descendió como resultado del incremento del costo de la alimentación, situación que no mejoró en el período de 1947 a 1957, cuando no se produjo un aumento significativo de los salarios por encima de los precios, capaz de elevar el nivel de vida de la población.[3]
A la crisis económica se unía la crisis política que se traslucía tras la gestión de los gobiernos auténticos (1944-1952). Esta actuación estuvo marcada por la corrupción política y administrativa, el nepotismo, la represión violenta a los líderes obreros, como secuela de la Guerra Fría, y la violencia desatada por la proliferación de bandas gangsteriles al servicio del gobierno.
En esta realidad se inserta la ciudad de Pinar del Río, enclave que durante la década de 1940 se encontraba en un momento complejo de su desarrollo como ciudad. Por una parte, comenzaban a manifestarse indicios de que la urbe se modernizaba, aunque este proceso se desarrolló de forma agónica, debido al secular abandono de que había sido víctima la región vueltabajera y a las características de la economía nacional y local, poco favorables para un salto espectacular de aldea a gran urbe. Por ello, aunque se consideró el crecimiento demográfico y territorial, la elevación de modernos edificios, el mejoramiento de las comunicaciones, el transporte y la llegada de la expansión de la radio y luego del cine, como beneficios de la modernización; pronto se manifestó la preocupación por el estado higiénico de la ciudad, por la mendicidad y por el comportamiento de la aumentada población, que aparentemente estaba comenzando también en lo criminal, a parecerse a las ciudades modernas.
En este sentido, la mentalidad de la época está en un momento de cambio: la ciudad y el modelo de ciudadano que se quería comienza a ser repensado, desde la premisa de que el tránsito entre pequeño pueblo y “gran ciudad”[4] debía realizarse sin que se perdieran ciertos valores tradicionales como la decencia, el respeto a las familias y a las autoridades, el pudor femenino, y otros que habían distinguido hasta ese momento a una sociedad patriarcal y pueblerina, que solo dejaba de verse en sí misma cuando se comparaba con la capital nacional.
La supuesta inscripción de Pinar del Río en la lista de las ciudades que podían considerarse “modernas” en Cuba era, a la par que motivo de satisfacción, fuente de preocupación, porque con los asiduos contactos con personas de disímiles procedencias, se instauraba una suerte de desorden que inspiraba comportamientos antisociales, generaba la presencia de lupanares y barrios de tolerancia, y sobre todo, estimulaba la mendicidad y el crimen común. Esta situación no era exclusiva de Pinar del Río, sino que respondía a una realidad nacional: desde la década de 1940,[5] y especialmente en la siguiente,[6] el delito común en Cuba alcanza tasas alarmantes en el contexto latinoamericano, y se caracteriza por delitos violentos, contra la propiedad, el honor y las buenas costumbres. De igual modo, se radicó un alto número de delitos de juego prohibido, en consonancia con el paulatino auge de la industria del turismo en Cuba, y a tono con la secular apetencia de los cubanos por los juegos de envite y azar.
En este sentido, este artículo se propone comparar la respuesta judicial ante el crimen convencional, y el tratamiento de la justicia ante el delito cometido por los poderosos en la ciudad de Pinar del Río, durante el período 1940-1952. Para ello se trabajó con los documentos contenidos en los fondos Tribunal de Urgencia y Audiencia Sala Penal, ambos del Archivo Histórico Provincial de Pinar del Río,[7] y se complementó con la obtenida del fondo Cárceles y Presidios, del Archivo Nacional de Cuba. Por demás, fueron de interés las revistas Pinar del Río, así como la colección de periódicos Heraldo Pinareño y Vocero Occidental, ambos de la ciudad de Pinar del Río. Por demás, aún cuando la temática de la criminalidad ha ganado cierto auge en los estudios históricos contemporáneos en Cuba, debe advertirse que hasta donde esta autora ha podido constatar, no existen estudios sobre el tema relativos al período neocolonial cubano. Por tanto, este análisis tiene como limitante la imposibilidad de comparar la realidad pinareña con la de otras regiones y ciudades cubanas durante el mismo período, lo cual habría aportado la determinación de las particularidades de este fenómeno en la ciudad pinareña, y las regularidades que pueden adjudicarse a este fenómeno en la Cuba del periodo.