La gran guerra (1914-1918) – Fragmentos

I. La guerra liberadora

Las vibraciones de la sociedad

Marc Ferro

(…) Francia no ha sufrido jamás grandes corrientes de emigración y donde las probabilidades de revolución social disminuyen después de la experiencia de la Comuna de París. Lo mismo ocurre en Inglaterra después del fracaso del cartismo; a principios del siglo XX las huelgas son especialmente potentes, pero las manifestaciones violentas son menos amplias, y, de allí en adelante, no son más que los escoceses y los irlandeses quienes cruzarán los mares.

En Inglaterra misma la única revuelta abierta es la de las mujeres: las sufragistas. En la Alemania “Guillermina”, a principios de siglo, todo el mundo cree que, si algún día tienen lugar un cambio, se hará sin choques y de mano del estado mayor de la social-democracia, pronto dueña del Reichstag. Por tanto, la emigración a América ha cesado también en Alemania, desde que ha quedado demostrado que el país ha cobrado nuevo impulso.

 

1837 en Inglaterra, 1871 en Francia y 1910 en Alemania son las fechas del apogeo de oportunidades para una transformación efectiva de las estructuras sociales en los tres grandes países, fechas que siguen a una distancia respetuosa, pero como si fuesen su sombra, a la época de su máximo desarrollo industrial. Parece que cuanto más atrás se remonta el principio del desarrollo industrial, más se alejan las posibilidades de revolución social; que cuanto más se han agravado los antagonismos imperialistas, más se han suavizado los antagonismos internos. La prueba es que en Italia y en Rusia, que entraron en último lugar en la carrera hacia la industrialización y a quienes la política imperialista apenas ha enriquecido, las vibraciones de la sociedad siguen siendo muy amplias; la multiplicación de las marchas a Siberia o a América atestiguan, lo mismo que la de los gestos de revuelta en las ciudades o en los capos, que se niegan a seguir sometidos. Rusia e Italia son la patria de los anarquistas, de Bakunin y Malatesta.

 

Es precisamente en Rusia y en Italia donde la oposición a la guerra atañe a la sociedad en toda su amplitud. Antes de fundar el comunismo y el fascismo – los dos regímenes que han marcado la primera mitad del siglo XX – , los rusos han firmado la paz en Brest-Litovsk, y los italianos han pronunciado su “adiós a las armas” en Caporetto. Únicamente más cuando fue evidente que la tierra nativa estaba efectivamente amenazada, estas naciones se mostraron unánimes en batirse: la guerra tenía entonces sentido.

 

Para los combatientes franceses, ingleses o alemanes existía el equívoco: la guerra tenía por objetivo la salvaguardia de los intereses reales de la nación. Pero tenía, además, otro significado: al marchar a la guerra los soldados de 1914 hallaban un ideal de recambio que, en cierta manera, sustituía las aspiraciones las aspiraciones revolucionarias. Así ocurría con los más desgraciados y los menos conscientes que, recluidos en el ghetto de la sociedad, se reintegraban a ella gracias a la guerra, pero, por ello mismo, se desmovilizaban en el plano revolucionario.

La guerra liberadora

 

Por otro lado, estos hombres iban a cambiar de existencia, como lo soñaban en secreto. Cierto es que en toda Europa sus condiciones de vida mejoraban, pero lentamente y no al mismo ritmo para todos. Puede constatarse que durante el mismo período en que el mundo de los negocios conoce, por ejemplo, en Francia una verdadera resurrección, entre 1900 y 1914 – “La Belle Époque” – , y en que el salario real de la masa de los obreros casi se duplica entre 1890 y la guerra, el número de imposiciones baja en el Monte de Piedad y nunca esta institución ha registrado tantos empeños como en vísperas de la Gran Guerra. […] De arriba debajo de la sociedad todos se sienten impacientes por subir rápidamente y cada vez más arriba. El mismo fenómeno se produce en Berlín e incluso en Londres. Carolina E. Playne, una americana que residía entonces en Londres, constataba que: “Las dificultades y las presiones de la vida han producido una generación muy en tensión; las gentes no tienen paciencia para esperar que las nuevas condiciones de la existencia les hagan un sitio… y la guerra, si estallase la guerra, les liberaría de esta dificultad… Sin saberlo, estos hombres habían sustituido con un canto de odio el himno de la vida o de la revolución”. Los jóvenes hacen eco a las palabras de sus mayores: “La existencia que llevamos no nos satisface, porque si bien poseemos todos los elementos de una vida bella, no podemos organizarlos enana acción inmediata que nos tomase en cuerpo y alma y nos arrojase fuera de nosotros mismos. Esta acción sólo la permitiría un hecho: la guerra”. Por eso estos jóvenes parten a la guerra como a la aventura, felices por cambiar de vida, por viajar, al mismo tiempo que cumplen todos con su deber y seguro cada uno de ellos de volver pronto, coronado con los laureles de la victoria.

 

De este modo, la guerra de 1914 a 1918, en lugar de haber sido padecida, sufrida, liberó energías y fue acogida con entusiasmo por la mayoría de los hombres en edad de batirse. Basta con ver el comportamiento de los franceses, los ingleses, los alemanes. Los rusos, más viejos están menos alegres, y los italianos son más lentos en moverse, pero ya sabemos que vivían de otro sueño: los unos, el espejismo de América; los otros de la espera de la Revolución.

 

Incluso en Rusia fueron pocos los refractarios a la movilización, y en Francia sólo hubo un 1,5% de desertores, cuando las autoridades militares preveían de un 5 a un 13%.

 

Se ha dicho que el espíritu internacionalista había fracasado, que los socialistas no lograron impedir la guerra y que todos faltaron a sus juramentos. Este hecho, por otra parte, chocó a los contemporáneos; pero, sin embargo, cada ciudadano estaba persuadido de lo contrario, de que, respondiendo a la llamada de su país, cumplía con su deber de patriota y de revolucionario. No les cabía duda de que su país era víctima de una agresión que, al hacer la guerra, los revolucionarios-soldados y los demás combatientes habrían de ser los artífices de la paz eterna […].

 

Así el pacifismo y el internacionalismo se confundieron con el individualismo y el patriotismo, hecho bastante excepcional y que sólo se explica por la supuesta naturaleza de esta guerra; era para todos una guerra de defensa patriótica y, por consiguiente, justa; y, en cualquier caso, una guerra ineluctable.

 

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Capítulo 4. La guerra imaginaria

 

Los artículos y los libros sobre la guerra futura abundaban ya a partir de 1880. I.F. Clarke ha contado más de cincuenta que tan pronto pertenecen al campo de la ficción como al de la previsión estrictamente militar. En cualquier caso, el límite entre un género y otro no es siempre perceptible porque las ilusiones sobre la guerra que se avecinaba fueron compartidas igualmente por todos.

 

La guerra ficción se desarrolló repentinamente en Gran Bretaña tras el éxito de La Batalla de Dorking, durante los años 1880. En lo sucesivo, los semanarios y los periódicos ilustrados […] imaginaron todos los conflictos en los que pudiera ser mezclado el país. [Algunas novelas… ] evocaban, antes de 1900, la hipótesis de una guerra con Francia […]. En la época de la Entente Cordiale y la carrera de los armamentos navales, The great naval War y The capture of London ilustran un conflicto con la marina alemana […] y a estas publicaciones siguen otras muchas. Hasta 1904 se presenta a los alemanes y a los ingleses, tanto asociados como aislados, en conflicto con Francia y con Rusia. Pero después de esa fecha la guerra no tiene lugar más que con Alemania […]

 

Los ingleses imaginan fácilmente que serán sorprendidos, invadidos y derrotados. Más de veinte publicaciones ilustran este tema al cual confiere actualidad el proyecto de un túnel bajo el canal de la Mancha, y, en general, su literatura refleja la sorda inquietud que siente el país por el porvenir. Mientras que los alemanes, confiados, se molestan menos en imaginarlo, los franceses sueñan con la revancha y la esperan con impaciencia. Ellos son siempre los victoriosos. Los escritores militares no se ocultan, como el capitán Danrit […] que dedica su obra La guerre de demain a su propio regimiento en estos términos: “Contigo hubiera querido partir para la Gran Guerra, la que todos esperamos y tanto tarda. Para entretener la espera, he soñado esta guerra santa en que venceremos” (1891)

 

Todas estas obras dan una descripción precisa de los combates del mañana que nada tienen que ver con la realidad que va a seguir. Las batallas inventadas por los ensayistas o por los escritores militares reproducen maniobras de la época napoleónica en las que la Infantería ataca a la carga en filas apretadas, la Caballería es quien decide de la suerte de la batalla y ésta se gana en un día. Se diría una competición entre equipos deportivos en la toman parte los pantalones-rojos, los feldgrau, el verde de los italianos. Inglaterra suprime el color, siempre con una idea de adelanto inventa “el caqui”, pero no prepara más algunas decenas de millares de uniformes.

 

En suma, la ilusión es general y a excepción del “extravagante” H.G. Wells, del dibujante Albert Robida y del teórico ruso Ivan Stanislovich Bloch, nadie pensó en que la guerra que se avecinaba había de ser la guerra de la era industrial, que causaría millones de muertos y que movilizaría a las naciones enteras.

 

Las obras sobre la guerra eran tan numerosas a partir de 1906, que dieron lugar a una literatura secundaria, la de la sensata armada de los críticos, que empezaban a interrogarse gravemente sobre el fenómeno cuando estalló la guerra.

La guerra será corta

 

Los espíritus estaban preparados, pero ¿cómo enfocaban la prueba los responsables?

 

Lo mismo que los autores de guerra-ficción, los elementos responsables no asociaban la guerra con los progresos de la revolución industrial. En Alemania, hacia el final de 1912, el secretario de Estado Delbrück no reconocía ningún valor práctico al proyecto de creación de un Estado Mayor Económico que hubiera podido movilizar y reglamentar la actividad de las fábricas del Rhur. En julio de 1914, el secretario de Estado para las Finanzas se negaba a comprar las provisiones de trigo almacenadas en Rótterdam [Países Bajos] porque “los civiles no tenían que mezclarse en la situación que prevalecería en caso de guerra: eso era cuestión de los militares”. En Francia, como en Alemania o en los demás países, los militares pensaban más en el número de hombres susceptibles de ser movilizados, y aun en su equipo, que en las nuevas características que pudiese adquirir la futura guerra; únicamente los espíritus retardados podían imaginar que la guerra duraría más de una estación, porque con el servicio militar obligatorio (y la eventualidad de la conscripción en Inglaterra), la vida del país quedaría totalmente perturbada y la situación no podría durar mucho.

 

Así, pues, prevalecía la idea de que una guerra moderna tenía que ser necesariamente corta, lo que explica los planes de los militares y da cuenta de sus concepciones.

Alemania no imagina una guerra contra Inglaterra

 

En sus Memorias, escritas en 1960, el almirante Raeder, bajo cuyo mando estuvo la flota nazi, indica que en 1914 el Estado Mayor alemán no tenía un plan de guerra contra Gran Bretaña, y el mismo testigo informa de que tampoco había previsto ningún plan para sustentar la marcha de un ejército alemán contra Francia. Ignoraba todo el “Plan Schlieffen”. A pesar de las apariencias, este rasgo refuerza más que invalida el precedente; la ausencia de coordinación entre el Estado Mayor Naval y el Ejército de Tierra no es inverosímil. A la inversa, se sorprendente que no hubiese sido prevista ninguna operación naval al Oeste. ¿Quiere decir esto que el Estado Mayor General pensaba vencer antes de que llegase un cuerpo inglés al continente, o significaba que para la marina alemana no existía en el horizonte ningún conflicto con Inglaterra? Es verdad que ciertos medios atacados del “complejo de Copenhague” temían que el Almirantazgo inglés reiterara el golpe de 1802 con un bombardeo preventivo de la flota alemana en el mar del Norte, pero ¿lo creían verdaderamente? La otra hipótesis nos llevaría lejos; confirmaría que los armamentos navales tenían en Alemania como objeto último no la guerra, sino una negociación que se impondría de este modo a Inglaterra, lo cual arroja una luz especial sobre la política [germana…] durante la crisis estival de 1914.

 

Por su lado, los ingleses se preparaban desde 1911 a la eventualidad de un desembarco en las costas de Jutlandia. Posteriormente decidieron aproximar su cuerpo expedicionario al probable frente de los ejércitos principales, estableciendo primero un punto de fijación en Amberes [Bélgica] y enlazando después con la extrema izquierda de los franceses, cerca de Maubeuge. Ellas sabían que harían la guerra en caso necesario, pero ¿sabían también que los alemanes no lo creían? En cualquier caso, pacifistas de palabra establecían planes ofensivos, al menos contra Alemania, tan significativos como los sueños de sus literatos y más realistas que los del adversario, que se hacía grandes ilusiones acerca de los sentimientos que abrigaban los con respecto a él los medios responsables. Bien es verdad que en Gran Bretaña las fuerzas armadas estaban al servicio del business, mientras que en Alemania eran las herederas de una larga tradición rural.

Cómo imaginaban los franceses la futura guerra

 

Abramos el manual de Ejercicios y problemas planteados en las escuelas militares francesas entre 1890 y 1914. ¿Cuáles han sido los temas de reflexión? La evolución es sensible de una edición a otra. Hasta 1906 son numerosos los ejercicios que se refieren a la réplica en caso de un desembarco inglés en el país de Caux; después de esta fecha desaparecen, y después de 1912 a su vez los que apuntan a rechazar un ataque italiano en Bizerta o en los Alpes. Ya no hay más un enemigo imaginable: el alemán.

 

Pero hay que constatar otra cosa. Antaño, Bonaparte, en la Escuela de Brienne, hacía sus ejercicios sobre mapas de Alemania del Sur, de los Países Bajos o de Italia. Un siglos más tarde, todos los problemas tácticos se sitúan en Champaña, en Borgoña o en el Franco-Condado. No se le ocurre a nadie que se pueda combatir en territorio enemigo, salvo en Alsacia-Lorena; el horizonte francés no llega más allá del Rhin.

 

El otro rasgo característico es sabido. Al enterarse del proyecto inglés de desembarcar en el continente sus tropas metropolitanas y los contingentes coloniales, un estratega francés comenta: “los ingleses razonan como si la campaña hubiese de durar años enteros. Este concepto no tienen más que un defecto: lleva un siglo de retraso”. La certeza de todos es de que se trata de una guerra corta[…]

 

La idea común es que la guerra se acabará tras una o dos grandes batallas; por tanto, los estrategas se dividen esencialmente en cuanto a la manera de ganarlas: frentes estrechos o alargados; ataque en orden ligero o codo con codo; artillería pesada o de campaña; utilidad o inutilidad de la ametralladora, la cual fue finalmente juzgada de inutilizable tanto por los franceses como por los alemanes, ganados a la idea de un orden diluido.

 

En La Revanche, Henry Contamine observa que en Francia los medios militares juzgan, a diferencia de los hombres políticos, que la situación general de Francia es más grave, después de 1906, que lo era antes, pues la alianza inglesa carece de interés militar inmediato, mientras que la de los rusos ha perdido valor después de las derrotas de Manchuria.

 

Además, relativamente su rival alemán, el ejército francés es menos fuerte, en esta fecha, que lo era diez años antes. Así, pues, en 1911 los militares son menos optimistas que antaño y desde luego no lo son tanto como los diplomáticos. Pero la gran cuestión se centra sobre la utilización de los reservistas y al amplitud o la naturaleza de la contraofensiva, dos problemas que van asociados. […]

El problema para los dos frentes alemanes

 

A su vez, los alemanes se planteaban desde hacía cuarenta años el mismo y único problema: a qué adversario atacar primero en caso de coalición franco-rusa, y en el otro frente cuál habría de ser la porción de ejército que convenía mantener como cobertura. Ni siquiera se consideraba la posibilidad de la doble ofensiva. […]

 

El gran Moltke pensaba, después de su victoria de 1870, que habría que atacar en primer lugar a los franceses; pero de 1879 a 1891 el alto mando pensó, por el contrario, que sería mejor dirigirse al Este. Sin embargo, de 1891 a 1914 […] volvieron a la estrategia de Moltke […] a la violación del territorio belga. Guardaban el Este una decena de divisiones y el apoyo del ejército austríaco; alemanes y austríacos temían un avance del adversario en dirección a Bohemia, cuyas poblaciones se levantarían al acercarse los rusos. Pero se esperaba que Francia sería vencida en menos de dos meses, que era el plazo necesario para la movilización y el despliegue del ejército ruso, y creían poder prevenir así esta amenaza.

 

Otra innovación […] consistía en reforzar el ala derecha del ejército que había de penetrar en territorio belga y que tendría la misión de ocupar Amberes y desbordar y rodear al ejército francés, plan que Moltke II adoptó con circunspección. En cualquier caso, el nuevo jefe del ejército alemán y su consejero […] no desesperaban de tener a su lado al ejército belga y no sabían todavía si habrían de pasar de Lieja. He aquí el informe de Moltke del 13 de marzo de 1913:

 

“Hay que habituar al pueblo alemán a pensar que una guerra ofensiva por nuestra parte es una necesidad para combatir las provocaciones del adversario. Hay que llevar las cuestiones de tal manera que, bajo la penosa impresión de armamentos poderosos, de sacrificios considerables y de una situación política tensa, se considere como una liberación el desencadenamiento de la guerra, y hay que preparar ésta desde el punto de vista económico, pero sin despertar la desconfianza de nuestros financieros.”

“Estos son los deberes que incumben a nuestro ejército y que exigen un efectivo elevado. Si nos ataca el enemigo, o si queremos domarle, haremos como nuestros hermanos de hace una centuria: el águila provocada emprenderá el cuelo, apresará al enemigo en sus apretadas garras y lo volverá inofensivo. Recordaremos entonces que las provincias del antiguo Imperio alemán – el condado de Borgoña y una buena parte de Lorena – están todavía en manos de los francos y que millares de hermanos alemanes de las provincias bálticas gimen bajo el yugo eslavo. Devolver a Alemania lo que antaño poseía es cuestión nacional.”

 

El Estado Mayor francés conocía este memorándum, pero subestimaba quizás la importancia del movimiento del ala derecha alemana porque pensaba que una amenaza alemana sobre Amberes estimularía el espíritu de resistencia de los belgas (y no se equivocó) y precipitaría la entrada de los ingleses en la guerra: dos previsiones que se realizaron.

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Capítulo 9 Verdún y las grandes batallas


[…] En 1914, [los alemanes y los austríacos fueron] obligados a evacuar Bélgica y a batirse en retirada hasta el Marne, [pues] los franceses habían conseguido rechazar al adversario como por milagro, aunque ayudados, eso sí, por una oportuna diversión de fuerzas operada por los rusos en el frente oriental. En 1915 la situación había sido a la inversa: el frente occidental quedó estabilizado desde Flandes hasta los Vosgos, y alemanes, austríacos y turcos deshicieron el frente ruso; pero los repetidos ataque de los franco-británicos […] les impidieron proseguir su marcha triunfal. Ese mismo año ambas coaliciones arreglaron su estrategia para completar su plan de ataque, y en lugar de dirigirse únicamente al enemigo principal, desencadenaron simultáneamente contra aquel de sus enemigos que consideraban más débil. Así, Serbia fue devorada en unas cuantas semanas, y, por el otro lado, la operación de diversión de fuerzas realizadas por los aliados contra Turquía abortó ante el estrecho de los Dardanelos.

 

Por ambos lados habían sido muy elevadas las pérdidas, sobre todo en 1915; pero por aquellas fechas se pensaba, tanto en un campo como en otro, que constituían el salario de la victoria. […]. A finales de 1915, [… se] comenzó a dudar, prendido día tras día a las alambradas del enemigo, expuesto a sus gases y padeciendo los estragos su artillería […]. En la retaguardia la hermosa seguridad de antaño había dado paso a la incertidumbre, a la inquietud y a la confusión. Se observaba por todos sitios desengaño, irritación, peleas; los Gobiernos no se atrevían ya a creer que la guerra había de ser corta, pero tampoco que fuese larga, y se hablaba entonces de “guerra de desgaste”. Las poblaciones mostraban signos de fatiga, los primeros balbuceos a favor de la paz. En Francia era donde el pacifismo progresaba con mayor lentitud, porque estaban aún ocupados por el enemigo más de diez departamentos. Pero “la moral se mantiene”, decían, porque en realidad amenazaba con tambalearse

 

[El esfuerzo de la guerra se llevó al máximo y en lugar de nuevo milagro las potencias centrales atacaron Verdún]. […] el adversario [alemán] había corado las líneas del ferrocarril que llevaba a Verdún y el drama estaba consumado […]. Las tropas de Kronprinz arrollaban las primeras defensas francesas en proporción de cinco contra dos […]. Los alemanes habían disparado el primer día un millón de obuses.

 

Joffre, sorprendido por la importancia del ataque, […comprendió tarde su importancia, por ello] dio instrucciones a los defensores de Verdún de que resistiesen con el mínimo de hombres y de artillería, sin abandonar tampoco la orilla derecha del [río] Mosa […]

 

Durante seis meses los combatientes de Verdún obedecieron al pie de la letra esta orden, y desde el primer día, desguarnecidos y reducidos […] no tuvieron nunca […] el sentimiento de que eran los más fuertes y de que iban a llevar adelante la ofensiva “de la victoria”; fueron los niños abandonados de 1916.

Características de la batalla

 

Desde el primer día la batalla fue un infierno en una constante improvisación; destruidas las primeras líneas, no había sido prevista ninguna red de pasadizos o de trincheras para soportar el choque de un segundo asalto; no había ya frente, sino un entresijo, un desperdigamiento inextricable de posiciones que se intentaba en vano conectar unas a otras […]. Cada unidad aislada, y bombardeada a veces por su propia artillería, estaba totalmente entregada a sí mismo, sin conocer más que una consigna: “resistir”. Cada una de ellas tenía la convicción de que la suerte de la batalla podía depender únicamente de ella. Nunca se dio el caso de tantos hombres animados así, todos juntos, de una certeza semejante, ni jamás tantos asumieron esa responsabilidad con renuncia tal. Así, soportando el segundo choque, permitieron al mando reconstituir un orden de batalla, mantenerlo y vencer.

 

Las órdenes se deslizaban por el campo descompuesto de esta inmensa batalla gracias a los “corredores”, constantemente en la brecha, que llevaban a los hombres bombardeados, ametrallados, asaltados por nubes de gas, que no sabían dónde ir ni qué hacer, desprovistos de todo o desechos, mejor que la vida, el final de la incertidumbre; porque nada fue peor en Verdún que la espera obsesiva del enlace con los vivos, y la respuesta idéntica siempre de que había que resistir aún y que esperar… ¿Esperar qué? El final del bombardeo, la hora del ataque enemigo, esperada febrilmente para salir de la trinchera improvisada y, muy verosímilmente, morir.

 

Con sus avanzadas, sus islotes, sus barreras y cierres formados por montones de cadáveres, ningún campo de batalla había conocido nunca pareja promiscuidad de vivos y muertos. Al llegar el relevo el horror subía a la garganta y señalaba a cada uno el implacable destino de enterrarse vivo en el suelo para defenderlo y de, una vez muerto, seguir defendiéndolo y quedarse en él para siempre. La duración del sacrificio variaba según los batallones, y en cuanto una parte del efectivo quedaba fuera de combate, tocaba la hora del turno de relevo con la sola certeza de que uno mismo, o el camarada, o ambos, habían de morir.[…]

 

Los soldados de Verdún [con un promedio de 18 o 19 años] no conservaban ya sus ilusiones de juventud, no pensaban que iban a ganar la guerra de una sola batalla, pero tenían al menos la certeza de que los alemanes no pasarían. Habían sufrido todos juntos para salvar al país y Francia entera conocía su sacrificio y la prensa exaltaba esta victoria por encima de todas las demás, pues a decir verdad era la primera victoria obra de toda la nación. Francia pagaba con más de 350.000 víctimas el honor de haberla ganado.

 

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Parte III. La guerra, en tela de juicio


Capítulo XIV. Las tensiones nuevas y las viejas

 

Las gentes de la retaguardia: campesinos y clases medias

 

Tomando conciencia de su solidaridad, la clase de los sacrificados alimentaba un resentimiento particularmente vivo frente a quienes se aprovechaban de la guerra, punto en el que compartía la irritación de la obrera […] En Rusia efectivamente, los campesinos propietarios vieron que mejoraba su suerte desde el comienzo de las hostilidades. Las necesidades del avituallamiento, la marcha de los hombres y la penuria hicieron subir los precios agrícolas. En verdad, la escasez de los productos procedentes de la ciudad produce un beneficio ilusorio, porque ¿en qué podían gastar tantos rublos inútiles? La guerra, sin embargo, los enriqueció, y los campesinos pobres empezaron a pensar en convertirse también en propietarios; lo mismo sucedió en Francia y en los otros países beligerantes.

 

La guerra se había abatido sobre la clase campesina con más dureza que sobre las otras, ya que el cincuenta y dos por ciento de los muertos fueron en Francia campesinos. Sus familias, sin embargo, no dejaron de sacar provecho. Al este y al Oeste, la guerra puso fin al endeudamiento del campesinado. En Italia mejoró asimismo la suerte de los más desheredados, como lo atestigua la inflexión del movimiento reivindicativo en los campos. Así, la Gran Guerra hizo que la propiedad burguesa se convirtiera en el patrimonio de los campesinos, fenómeno que los contemporáneos percibieron, aunque sin medir su alcance, lo mismo que no vieron apuntar la decadencia de las clases medias.

 

El fenómeno fue general; tanto en Francia como en Austria, en Italia o en Rusia, el alza de los precios promovida por la escasez se abatió duramente sobre las clases medias. Más vulnerables que las otras categorías sociales, las personas de ingresos fijos vieron derrumbarse su nivel de vida: los empleados, funcionarios, pequeños rentistas, propietarios de inmuebles, jubilados, se proletarizaron y con ellos fueron bien pronto a reunirse el ejército de los publicistas, periodistas y gentes del espectáculo, que en el estado de guerra o la penuria reducían al desempleo.

Kautsky y Bernstein habían predicho desde hacía tiempo que, financiada con los ahorros d ela gente modesta, la guerra haría de las clases medias un nuevo proletariado. La guerra arruinó también a los pequeños jefes de industria, a los dueños de los talleres de artesanía, etc., que fueron frecuentemente absorbidos por las grandes empresas. Este proceso particularmente rápido en Italia, en donde el fenómeno de concentración era espoleado y donde los impuesto de guerra se abatieron de manera más desigual que en cualquier otro país sobre los comerciantes y la pequeña industria.

 

Rentistas, jubilados y pequeños burgueses había suscrito la deuda del Estado, sus hijos había ida ala guerra y ellos mismos habían comprometido el salario de su trabajo: esperaban, por tanto, que el fin de la guerra les aseguraría, con el interés de su dinero, los días de su vejez. No se les pasaba por la cabeza la idea de que pudiera hacerse una paz sin victoria.

Las perspectivas de los trabajadores y de sus dirigentes eran, por supuesto enteramente distintas.

pp.280/281

Llamamiento de Zimmerwald en Suiza llamando a resistir la guerra. Septiembre de 1915

 

“Desde que la guerra se desencadenó, habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo vuestro valor y vuestra capacidad de aguante al servicio de las clases poseedoras para mataros los unos a los otros. Hoy en día es preciso que, permaneciendo sobre el terreno de la lucha de clases irreducible, actuéis en beneficio de vuestra propia causa por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y de las clases esclavizadas (…)”

“Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos vosotros, los que sufrís de la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: Por encima de las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las ciudad desvastadas: ¡Proletarios de todos los países, uníos!”

p. 292

Los explotadores de la guerra

 

Otro revulsivo resucitó el movimiento reivindicatorio: la aparición de los explotadores de la guerra, llamados en Italia los “tiburones”. Los dirigentes no habían dejado de proclamar que las necesidades de la guerra requerían sacrificios iguales por parte de todos. El espectáculo de la vida cotidiana, la aparición de los nuevos ricos, revelaron a los trabajadores la vanidad de estas declaraciones. Sobre este punto, los soldados de permiso y los trabajadores se mostraban solidarios. El mismo rencor animaba a unos y a otros contra los “mercaderes de cañones” y otros acaparadores, contra la legión de comerciantes al por menor, al por mayor y contra otros parásitos. […]

 

[Entre los beneficiados por la guerra se puede mencionar] la extraordinaria resurrección de las industrias de Magdeburgo, cuya decadencia parecía ineluctable en vísperas de la guerra; el crecimiento regular de los beneficios de guerra en la industria de los cueros y en las industrias químicas, donde los dividendos pasaban en dos años respectivamente del 20,3% al 37,7% y del 19 al 31%. Para los grandes patronos alemanes, “la expansión” se produjo en 1917 Hindenburg dio rienda suelta a los industriales “para que se acrecentase la producción”; en seis meses, sus beneficios declarados llegaron a los diez mil millones de marcos. Los provechos de la guerra fueron todavía más fantásticos para algunos en Gran Bretaña y en los Estados Unidos. En los petróleos, por ejemplo, la Anglo Persian Oil Company, tenían un déficit de 26.700 libras esterlinas en 1914. Sus beneficios pasaron en 1916 a 85.000 libras, en 1917 a 344.100, y en 1918, llegaron a 1.090.200 libras esterlinas. La misma progresión espectacular se produjo en el caucho, donde los beneficios se acrecentaron cuarenta veces entre 1914 y 1918. se trataba de industrias recientes con balances todavía modestos. En las industrias químicas, metalúrgicas, etc., los beneficios fueron igualmente considerables […]

 

En los Estados Unidos, los beneficios de la Anaconda Cooper pasaban entre 1915 y 1916, de los 9 millones de dólares a los 51; los de la Bethlehem Steel Company, de los 9 a los 43 millones, los de la General Motor’s de los 7 a los 25 millones. Los dividendos de las sociedades por acciones progresaban de los 3.940 millones en 1914 a 10.730 millones U$S en 1917. p. 300/301

Alemania: la patronal provoca la caída del Kaiser. El papel conservador de los sindicatos

 

Durante el verano de 1918, los patronos comprendieron que el Kaiser y el alto mando llevaban a Alemania a la catástrofe. Discretamente, banqueros e industriales exigieron la abdicación de Guillermo II. Abandonaban así a la corona antes que los socialistas mayoritarios, antes que el Reichstag, antes que el ejército.

Simultáneamente esbozaban un acercamiento a los sindicatos y conseguían, el 9 de octubre de 1918, concluir un acuerdo con ellos. […] [Frente a la Revolución rusa y la formación de los soviets] la actitud de los industriales es comprensible, pero ¿y la de los sindicatos? En verdad, convertidos en uno de los engranajes del Estado del antiguo régimen, temían que una revolución les retirase aquel poder, difícilmente adquirido durante los años de la guerra. No había ninguna duda de que los soviets colocarían a la cabeza de la República líderes más extremistas que los dirigentes sindicales.

 

[Se logra un acuerdo entre sindicatos y patronal. Dos grupos juzgaron inmorales estas alianzas. Estos formaron] después de 1918, las dos oposiciones al régimen de Weimar: a la derecha, los nacionalsocialistas, y la izquierda, los espartaquistas [fracción de los socialdemócratas alemanes]. Desde hacía tiempo, los jóvenes habían rechazado, con un desprecio general, la organización patronal y los sindicatos, solidarios y cómplices, que engañaban a los trabajadores, unos en su propio provecho y otros por el poder. Estos acontecimientos tuvieron un epílogo con la llegada de Hitler; pero antes, rebelándose con fuerza semejante contra la “infame conveniencia”, espartaquistas y derechistas intentaron, pero en vano, hacerse con el poder; los espartaquistas en 1919 y luego la extrema derecha.

 

La extrema derecha fracasó en 1920, pero triunfó en 1923, cuando Hitler comprendió la necesidad de utilizar solamente la vía de la legalidad; así, estaba seguro de mantener disociados a los socialdemócratas y a los comunistas. pp.305/306

Inglaterra y la rebelión de la base

 

En Gran Bretaña, como en Alemania o en Francia, una porción de los cuadros sindicalistas y de los dirigentes del partido laborista habían dado su adhesión a la Unión Sagrada y practicado la colaboración de clases […]

Aún mejor que [los dirigentes franceses] Poincaré, Briand, Joffre e incluso Kirchener; [los británicos] Asquith y Lloyd George habían comprendido perfectamente que “esta guerra era una guerra industrial…, que la producción lo era todo en aquel combate, que no se ganaría en los campos de batalla de Bélgica o de Polonia, sino en las fábricas de Francia y de Gran Bretaña”. [Por eso…] habían multiplicado los casos de exención al servicio militar obligatorio. Los sindicatos habían obtenido un derecho de control, usando y abusando de este poder, como en Alemania. En 1916, teniendo necesidad de más hombres todavía, el Gobierno [británico] introdujo la práctica de la dilución, esto es, de diluir o sustituir con mujeres, con jóvenes, etc., a los trabajadores susceptibles de ser enviados al frente. Los obreros calificados protestaron con violencia; se enfrentaron con el Gobierno, con los patronos y con la dirección sindical que estaban coaligados, satisfecha esta última de poder añadir a su clientela la masa de aquellos a los que procuraba trabajo.

[En el caso de las grandes huelgas mineras que estallaron entre 1915 y 1916 el reclamo no era para salir de la guerra pues el 45% se había enrolado voluntariamente, sino que] sabían que el precio del carbón había aumentado y que, paralelamente aumentaba el beneficio de los propietarios de las minas. Cuando la patronal les negó el salario mínimo prometido desde hacía muchos años, que correspondía a un aumento que variaba entre un 5 y a un 20%, según las regiones, los mineros protestaron. Seguros de su derecho y deseosos de mantener la cadencia de la producción, decidieron no ir a la huelga y apelar al arbitraje del Gobierno. [Como el Primer ministro Asquith sólo aprobó pequeños reajustes] los mineros fueron a la huelga [rompiendo con la Unión Sagrada entre la patronal y los trabajadores].

Pp. 307/308

En Italia “Ni adherirse ni sabotear”

 

No ocurrió lo mismo en Italia, donde, hasta 1917, el intervencionismo de izquierdas fue más activo que la oposición obrera, a despecho de la postura oficial adoptada por el partido socialista […]. Pero si la guerra no era muy popular, el derrotismo tampoco lo era. Además, los dirigentes pacifistas estaban expuestos al aparato de represión, particularmente severo en Italia. La reglamentación del trabajo, por ejemplo, estaba calcada sobre el código militar y el abandono del puesto era asimilado a la deserción.

En estas condiciones, la propaganda del partido socialista [italiano] bajó el tono, adoptando con Lazzari el slogan “ni adherirse ni sabotear” (Ne aderire, ni sabotare).

pp. 308/309

 

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. N° 1 a 4. 2006-2009


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