La Sociedad de Artesanos de Bogotá (1847-1854): precursora del movimiento cooperativo

y solidario en América Latina*

Sergio Guerra Vilaboy**

 

Resumen:

En la historia independiente colombiana el movimiento de artesanos por pocos meses tomó el control político del país. Bajo las órdenes del general José María Melo, antiguo oficial de Simón Bolívar se estableció una dictadura hegemonizada no por las clases dominantes tradicionales, sino por sectores de productores. La derrota de los artesanos puso fin a este dramático episodio de la lucha de los artesanos y productores autóctonos, verdaderos precursoras del movimiento cooperativo y solidario en América Latina. Ello despejó el camino al triunfo definitivo de los agro-exportadores asociados al gran capital, la industria y el comercio extranjero y al proceso de recolonización.

 

* * *

 

Esta ponencia está dedicada al papel y primeras actividades de la Sociedad de Artesanos de Bogotá durante la llamada revolución del medio siglo, esto es, las reformas liberales establecidas en Nueva Granada (hoy Colombia) desde 1849.  La Sociedades de Artesanos de Bogotá surgió a mediados del siglo XIX en un contexto caracterizado por la masiva irrupción de las mercancías extranjeras, favorecidas por sus más bajos costos de producción, la modernización de los transportes y la disminución de aranceles neogranadinos dispuestos desde 1847.

 

En la esfera económica, las reformas liberales en Nueva Granada comenzaron, en rigor, durante el gobierno del general payanés Tomás Cipriano de Mosquera, extendido de 1845 a 1849. Este antiguo alto oficial de la independencia alcanzó la presidencia después de un viaje a Europa que lo impregnó de ideas renovadoras y mucho más avanzadas que la de sus correligionarios conservadores. Ya unos años antes, se había pronunciado por la abolición de la alcabala, la reforma de la renta del aguardiente, la libre exportación de minerales preciosos, la disminución de los impuestos, a favor de la construcción de nuevos caminos, el establecimiento de vapores por el Magdalena y el traslado de la capital a la costa para facilitar, con todas estas medidas, un sostenido aumento de las exportaciones.

 

Ante el brusco descenso de las entradas fiscales, los continuos déficits en la balanza comercial y la creciente falta de circulante, el gobierno de Mosquera se vio compelido a buscar nuevas fuentes de ingresos para las arcas estatales y la amortización de la gravosa deuda inglesa adquirida durante la guerra contra España. De ahí que los proyectos gubernamentales apuntaran hacia un aumento significativo del comercio, por medio de nuevos productos, para compensar la caída de las ventas de oro, pues el valor de las exportaciones mineras granadinas había mermado como resultado de los recientes descubrimientos auríferos de California y Australia.

 

El artífice de la nueva política tributaria fue un rico comerciante liberal de Bogotá: Florentino González, nombrado a principios de septiembre de 1846 secretario de Hacienda. Los planes librecambistas de Florentino González fueron recibidos sin oposición por los dos partidos neogranadinos, aún en proceso de formación. Tanto los liberales como los conservadores coincidían en la necesidad de transformar la obsoleta reglamentación tributaria para estimular las exportaciones y romper el relativo aislamiento comercial del país, así como la endémica inestabilidad económica. A los miembros de estas agrupaciones –con la sola excepción de los artesanos y unos pocos empresarios protocapitalistas- les era común su falta de interés en el mercado interno y en la producción nacional de manufacturas, por lo cual coincidían en el objetivo de estimular las exportaciones de materias primas, atraer capitales y desarrollar la infraestructura.

 

En base a estos objetivos, se fueron desarrollando sensibles cambios en la fisonomía del país y poniendo en movimiento las estancadas fuerzas productivas. Así, el gobierno de Mosquera fomentó la navegación por el Magdalena, ofreciendo a las empresas navieras subsidios en compensación por posibles pérdidas. Para mejorar la infraestructura, se construyeron o mejoraron los caminos y se firmó con los Estados Unidos de América un convenio -Tratado Mallarino-Bidlack del 12 de diciembre de 1846- que hizo factible la construcción de un ferrocarril interoceánico por Panamá.

 

Mención aparte merecen las leyes destinadas directamente a activar el comercio y fomentar los cultivos agrícolas. Nos referimos, en primer término, a la ley del 23 de mayo de 1847, que concedió la libertad de cosechar tabaco, producto de creciente demanda en los mercados europeos, pero hasta entonces limitado por el estanco. La otra importante disposición, fue una sustancial rebaja de las tarifas aduaneras por la ley del 14 de junio de 1847.  En estas condiciones, la irrupción de las mercancías extranjeras se intensificó. Prueba de los efectos negativos que trajeron estas medidas para la producción autóctona granadina la ofrece la siguiente descripción tomada del periódico El sentimiento democrático de Cali:

 

“Las artes mecánicas están atrasadas i marchan a su completa ruina, por la libre introducción de productos extranjeros ya manufacturados. Una mujer que hilando podría proporcionarse la adquisición de pequeñas cantidades, nada sacará de este trabajo, hoy que del extranjero vienen hilos superabundantes i baratos. El herrero no tiene ocupación, porque del extranjero vienen con demasía herramientas, cerraduras, clavazones i cuanto pueda producir este oficio entre nosotros con más trabajo y a mayores precios. El sastre ve venir de fuera todo las piezas de ropa hecha para surtir la población, y por lo mismo, se encuentra sin que hacer (…) En casi todas las artes y oficios la observación da los mismos resultados, los cuales producen un malestar general, el perjuicio de muchos y la pobreza de la sociedad.”  (1)

 

Para protegerse de la creciente competencia de las manufacturas importadas, los artesanos del altiplano de Cundinamarca –que representaban casi 40% de toda la población económicamente activa en esa región-, encabezados por el sastre Ambrosio López, el zapatero José María Vega y el herrero Miguel León, fundaron en noviembre de 1847 la Sociedad de Artesanos de Bogotá. En poco tiempo la asociación artesanal se convirtió en la más poderosa y activa del país, influida por algunos preceptos del socialismo utópico.

 

La iniciativa correspondió al maestro sastre Ambrosio López quien sólo unas semanas después de dictada la ley arancelaria de junio de 1847 comenzó a recorrer los talleres de la capital neogranadina arengando a los artesanos con estos argumentos:

 

 

“Trabajemos compañeros, que bajando a estos pérfidos i tiranos conservadores, subirá el general López el áncora de las salvaciones públicas, quien con el personal de nuestro partido (…) nos harán felices haciendo valiosos nuestros artefactos, derogando esa lei dada por los conservadores, esa lei que ha bajado tanto los derechos a las obras que podemos trabajar en el país.” (2)

 

A partir de ese momento, un combativo grupo de artesanos capitalinos se dio a la tarea de convencer a los pequeños productores de Bogotá para que se sumaran a la proyectada organización de solidaridad, protección y ayuda mutua, como hizo, por ejemplo, el maestro zapatero José María Vega quien, según Emeterio Heredia, “cerraba su taller para ir a trabajar con sus oficiales” (3) en busca de seguidores. Como resultado de esta intensa campaña proselitista, un grupo de artesanos, encabezados por Ambrosio López, José María Vega y Miguel León fundaron lo que llamaron inicialmente Sociedad de Artesanos y Labradores de Bogotá. (4) En su registro oficial se señalaba que

 

“(…) la mayor parte de los artesanos de esta capital han determinado formar una sociedad con el objetivo de promover todo lo que puedan i crean conveniente para el adelanto y fomento de sus respectivos oficios, lo mismo que la instrucción de sus miembros en otros ramos de necesidad e interés (…). (5)

 

El 18 de noviembre de 1847 se aprobaron los estatutos de la Sociedad de Artesanos que señalaba entre sus objetivos el auxilio recíproco entre sus miembros, la promoción de la superación cultural y la protección de sus intereses, en particular la producción autóctona frente a la competencia extranjera, y que, para conseguir esos propósitos, se lanzaría a la lucha política. Por uno de sus artículos, se abría la posibilidad de que ingresaran en la asociación no artesanos, siempre que contaran con la aprobación de dos tercios de los socios. (6)

 

Entre las primeras actividades de la Sociedad de Artesanos capitalina estuvo la educación de sus afiliados. Para ellos fue necesaria la participación como profesores de un selecto grupo de jóvenes estudiantes e intelectuales liberales –entre ellos Salvador Camacho Roldán y José María Samper-  que asistían a las reuniones y clases, según cuenta Ambrosio López, casi en forma clandestina. (7) En 1848 la esfera educativa fue organizada mediante un “Reglamento para la Instrucción de la Sociedad de Artesanos de Bogotá” que establecía un programa de estudios conformado por 6 materias básicas (Lectura, Escritura, Aritmética, Gramática Castellana, Moral y Urbanidad y Explicación Metódica de la Constitución Política de la Nueva Granada), además de principios elementales de Derecho Constitucional y de instrucción militar, del que se encargaban varios oficiales retirados del ejército. (8) A través de la actividad educativa se fueron divulgando entre los artesanos las ideas igualitaristas y revolucionarias de la revolución de 1848 en Francia, entonces en boga, pues según cuenta el historiador Gustavo Arboleda “se estaba al día de los sucesos de Francia, por diferentes conductos y en especial por La Presse, diario socialista ecléctico de Emilio de Girardin, cuyos artículos eran reproducidos por los periódicos granadinos”. (9) Para los conservadores hermanos Cuervo:

 

“En estas juntas, explayando las ventajas de la asociación en el lenguaje de Saint Simon y Fourier, se halagaba a nuestros artesanos con las mil soñadas ventajas del establecimiento de talleres industriales (…) De las novelas de Eugenio Sué (…) sacaban materia los tribunos para remedar aquellas arengas con que se incitaba al pueblo a reivindicar sus derechos, conculcados, según decían, por una opresión secular (…).“ (10)

 

Eso explica que en la sociedad se difundieran los proyectos proudhonistas y blanquistas de poner el crédito a disposición de los pequeños productores, sobre el derecho al trabajo, a la creación de talleres industriales y a la necesidad de limitar la propiedad privada. Un papel importante en la difusión del  ideario socialista utópico correspondió a dos jóvenes intelectuales revolucionarios, Joaquín Pablo Posada y Germán Gutiérrez de Piñeres, a través de un demoledor periódico satírico llamado El Alacrán, publicado en Bogotá del 28 de enero al 22 de febrero de 1849.

 

Una muestra de su creciente participación en la vida política neogranadina fue la conversión de la organización artesanal en Sociedad Democrática de Bogotá, que el 10 de julio de 1848, ante más de 400 miembros, proclamó al general liberal José Hilario López como su candidato en los próximos comicios presidenciales.  Ello permitió, según cuenta Samper, que:

 

“Al cabo de muy pocos meses, esa Sociedad levantada del seno de las clases oprimidas, i cuyos miembros al principio no habían excedido de ocho o diez, constaba de más de cuatro mil ciudadanos. Las Sociedades Democráticas, tomando como modelo la imponente Sociedad de Artesanos de Bogotá, aparecieron sucesivamente llenas de actividad y entusiasmo y con personal numeroso en Cali, Popayán, Buga, Cartago, Medellín, Rionegro, Mompos, Cartagena, Santa Marta y Pamplona, y en casi todas las poblaciones importantes de la República. Ellas eran los centros del movimiento, los focos de la revolución (…).” (11)

 

En esas condiciones, se inició la revolución liberal neogranadina –o revolución del medio siglo-  con el ascenso a la presidencia, en 1848, de José Hilario López, electo por un atemorizado congreso que cedió ante las presiones de las sociedades democráticas de artesanos en pleno proceso de expansión. Durante su mandato, los liberales impusieron la expulsión de los jesuitas, la libertad de prensa, la extinción de censos y estancos, la abolición del diezmo y de la esclavitud (1851). Además, prohibieron toda actividad a las órdenes religiosas, separaron la Iglesia del Estado e introdujeron otras reformas democráticas y civilistas en la constitución liberal de 1853.

 

Al inicio de su mandato, en cumplimiento del compromiso adquirido con las sociedades artesanales, a la que debía su elección, López elevó en forma moderada los aranceles de aduana a algunos artículos (botas, zapatos, frenos, canapés, mesas y otros poco rubros más)  y aceptó  la “creación de talleres industriales para la protección de las clases trabajadores”, (12) aunque esto último no fue aprobado por el congreso. Para avivar el descontento entre los artesanos y miembros de la Sociedad Democrática de Bogotá las limitadas medidas proteccionistas de López no lograron satisfacer las demandas de los artesanos, acorralados por la desleal competencia de las manufacturas foráneas.

En su defensa de las producciones autóctonas, la Sociedad Democrática de Bogotá confió su suerte en una petición dirigida al congreso nacional, donde exigía el alza de los derechos de aduana, cuya respuesta fue dilatada por los diputados´. Eso explica que el propio secretario de la Sociedad de Artesanos de Bogotá declarara que:

 

“A los artesanos de la democrática se nos ha engañado miserablemente: se nos ofreció, al instalarse la sociedad que se alzarían los derechos de importación de efectos manufacturados, con el fin de que pudierais vender a mayor precio vuestras obras: y hoy cuando pensamos elevar una representación en el Congreso con este fin, se nos ponen obstáculos por los de casaca; y dicen que es antiliberal y antieconómica nuestra solicitud. “(13)

 

Pero el 19 de mayo de 1853 los congresistas finalmente la rechazaron, en consonancia con los intereses del sector agrario-comercial que en su inmensa mayoría representaban. La decisión adoptada por el parlamento, dominado por los liberales extremistas (llamadosgólgotas), partidarios del librecambio, de minimizar el papel del Estado y liquidar las asociaciones de los pequeños productores, hizo a los artesanos enemigos irreconciliables de la naciente burguesía comercial y los terratenientes.  Ello precipitó la ruptura de los artesanos con losgólgotas.

 

La rápida agudización de la lucha de clases que ello trajo aparejado se expresó mediante trifulcas callejeras en Bogotá entre los cachacos, jóvenes liberales gólgotas que usaban casacas importadas de tartán escocés, y los artesanos, vestidos con la ruana tradicional. El enfrentamiento alcanzó su clímax cuando la Sociedad Democrática capitalina decidió derrocar al régimen liberal, dominado por losgólgotas, en alianza con un sector descontento del ejército -afectado por una drástica disminución de sus efectivos- y los liberales moderados conocidos como draconianos, que defendían el proteccionismo.

 

El 17 de abril de 1854, los artesanos, armados sigilosamente, y el cuerpo de húsares encabezado por el general José María Melo, un antiguo oficial de Bolívar, depusieron al indeciso gobierno de José María Obando, derogaron la constitución de 1853 y establecieron una dictadura. Contra lo previsto por Melo y los artesanos, el movimiento no tuvo éxito en las restantes provincias y tampoco repercutió entre los campesinos e indígenas, pues el nuevo gobierno no fue capaz de enarbolar sus reivindicaciones.

 

En cambio, los conservadores y liberales se coligaron, expresión de la alianza de los intereses agro-exportadores, olvidaron sus viejas rencillas por el poder y organizaron un poderoso ejército, puesto a las órdenes del general Tomás Cipriano de Mosquera. Aislado en el altiplano de Bogotá, y sin respaldo en otras ciudades neogranadinas, el movimiento revolucionario estaba condenado al fracaso. La capital fue ocupada en diciembre después de arduos combates y días de sitio. La guerra civil terminó con una cruel represión que tuvo en los arruinados artesanos sus principales víctimas.

 

La derrota de los artesanos puso fin a este dramático episodio de la lucha de los artesanos y productores autóctonos, verdaderos precursoras del movimiento cooperativo y solidario en América Latina. Ello despejó el camino al triunfo definitivo de los agro-exportadores asociados al gran capital, la industria y el comercio extranjero, que abrió un proceso de verdadera recolonización, sujeto, en última instancia, a las crudas causas puestas al descubierto, casi en aquellos mismos momentos, en profunda disección, por Marx y Engels en su histórico Manifiesto Comunista:

 

La burguesía con el rápido perfeccionamiento de todos los instrumentos de producción, con las facilidades sin fin alcanzadas en las comunicaciones, lleva la civilización hasta las naciones más bárbaras. La baratura de sus mercancías es la artillería pesada con la que derrumba todas las murallas de la China, con la que fuerza a capitular a las tribus bárbaras. Obliga a todas las naciones a abrazar el sistema de producción de la burguesía o perecer; las obliga a implantar dentro de su casa la llamada civilización; es decir, a hacerse burguesas. En una palabra, crea un mundo a su imagen y semejanza. (14)

 

NOTAS


* El presente trabajo ha sido presentado en el Congreso Internacional de Asociación de Historiadores  Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC) y III Jornadas de Historia DEL Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini: La economía social y solidaria en la historia de América Latina y el Caribe. Cooperativismo, desarrollo comunitario y Estado, Buenos Aires.  24 a 26 de septiembre.  2012. Mesa 3. Aportes de las organizaciones de economía social y solidaria a los procesos históricos de América Latina y el Caribe.

 

** Dr. Sergio Guerra Vilaboy. Universidad de La Habana. Cuba. Presidente de ADHILAC

 

([1]) El sentimiento democrático de Cali, 13 de septiembre de 1849.Tomado de Lenin Florez: Cambios socioeconómicos durante la primera etapa republicana en el suroccidente colombiano, 1820-1840, Cali, Universidad de Santiago de Cali, 1979,  p. 49. En todos los textos citados se ha respetado la ortografía original (SGV).

 

 

(2)  Ambrosio López: “El desengaño o confidencias de Ambrosio López”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Banco de la República, 1979, n. 2, p. 16  Véase también Reglamento de la Sociedad de Artesanos, Bogotá, Imprenta de Nicolás Gómez, 1847. El texto de López fue editado por primera vez en la propia Bogotá, en la Imprenta de Espinosa, en 1851.

 

 

(3) Emeterio Heredia: “Contestación al cuaderno titulado ´El desengaño o confidencias de Ambrosio López, etc. por el presidente que fue de la Sociedad de artesanos el 7 de marzo de 1849”, en Boletín Cultural y Bibliográfico, Bogotá, Banco de la República, 1979, n. 4, p. 20. La edición original fue publicada por la Imprenta de Morales, en la propia Bogotá, en 1851.

 

 

(4) Véase López, op. cit., p. 17 y Venancio Ortiz: Historia de la revolución del 17 de abril de 1854, Bogotá, Banco de la República, 1972. p. 22

 

 

(5) Citado por López, op. cit, p.44.

 

 

(6) Véase Salvador Camacho Roldan Mis Memorias, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1846, t. I, p. 106 y ss, y Jaime Jaramillo Uribe: “Las sociedades democráticas de artesanos y la coyuntura política y social colombiana de 1848”, en Anuario colombiano de historia social y de la cultura, Bogotá, Universidad Nacional de Colombia, 1976, n. 8, pp. 10-11.

 

 

(7) López, op. cit., p. 18

 

 

(8) Reglamento para la Instrucción de la Sociedad de Artesanos de Bogotá, Bogotá, Imprenta de Morales, 1851.

 

 

(9) Gustavo Arboleda: Historia contemporánea de Colombia desde la disolución de la República de ese nombre hasta la época presente, Cali, Editorial América, 1918, t. 2, p. 368.

 

 

(10) Ángel y Rufino José Cuervo: Vida de Rufino Cuervo y noticias de su época, Bogotá, Biblioteca Popular de Cultura Colombiana, 1946, t. 2, pp. 187-188.

 

 

([1]1) José María Samper: Apuntamientos para la historia política i social de la Nueva Granada desde 1810 i especialmente de la Administración del 7 de marzo, Bogotá, Imprenta Nacional, 1853,  p. 513 y 484.

 

 

(12) Ibid., p. 498.

 

 

([1]3) Discurso el 26 de febrero de 1850 en una sesión de la Sociedad Democrática de Bogotá. Tomado de Alberto Miramón: Tres personajes históricos. Arganil, Russi y Oyón,, Madrid, Plaza y Janes (s.f.), p. 182. Más detalles y bibliografía adicional sobre el tema de esta ponencia en Sergio Guerra Vilaboy: Los artesanos en la revolución latinoamericana. Colombia (1849-1845), prólogo de Otto Morales Benítez y presentación de Apolinar Díaz Callejas, Bogotá, Universidad Central, 2000.

 

 

(14) Carlos Marx y Federico Engels: Manifiesto del Partido Comunista, La Habana, Ediciones Sociales, 1960, p.22.

 

 

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Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 8. Marzo 2013 – Febrero 2014. Volumen II

 

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