Revolución, emancipación y nuevas formas de dependencia.

Las cuestiones pendientes*

Carolina Crisorio**

 

 

El hombre y sus circunstancias, Santa Fe 2. Victoria Crisorio.***


1. Palabras iniciales

Hace poco más de doscientos años se inició el primer proceso de descolonización exitoso de la historia contemporánea que tras una ardua lucha permitió la emancipación política de una buena parte de las colonias de Nuestra América. Sin embargo, algunas regiones debieron esperar más tiempo – como Cuba que en una cruenta lucha logró su independencia política a fines del siglo XIX – y otras regiones siguen esperando sacudirse el yugo colonial desde las islas Malvinas a Puerto Rico.

 

Por otra parte, a poco de comenzar nuestra vida independiente, se fueron presentando obstáculos no sólo políticos sino también económicos, estratégico-militares y científico-tecnológicos que fueron limitando la capacidad soberana latinoamericana y argentina, y que generaron nuevas formas de dependencia económica, política, socio-cultural y científico-tecnológica como se analizará brevemente en este trabajo.

 

2. Los condicionamientos coloniales

 

Los mecanismos de control sobre los pueblos y sociedades avasallados por la invasión europea se valieron de las instituciones laicas, militares y eclesiásticas y de la educación para asegurar el control de los recursos y garantizar la generación de riqueza de la cual se benefició la metrópoli y con la que alimentó la maquinaria colonial.

 

La dominación colonial selló el destino de los derrotados pueblos originarios y condicionó la vida de los colonos a través de la sociedad de castas. A su vez, la metrópoli se nutrió del plural y diverso acervo socio-cultural y de los bienes materiales y económicos americanos: capacidad de consumo, frutos de la tierra y metales preciosos. [1]

 

Esa riqueza fue generada por poblaciones legalmente “libres” pero sometidas de hecho a la servidumbre a través de instituciones como el repartimiento de indios o la encomienda, o bien resignificando instituciones precolombinas (mita, yanaconazgo). También utilizaron esclavos brutalmente trasplantados desde África. Miles y miles murieron en el viaje.

 

Por otra parte, se calcula que quienes sobrevivían el cruce del océano habrían tenido una esperanza de vida de siete años, y su posible descendencia sería también esclava por varias generaciones. Estos sectores subalternos fueron la principal fuerza de trabajo a la que se sumaron los criollos y blancos (españoles y otros europeos)  pobres.

 

Este proceso de apropiación de recursos y de fuerza de trabajo fue garantizado por el marco legal y por los abusos de los opresores, a la par que se trabajó casi desde el primer momento en el plano socio-cultural operando simbólicamente en la desestructuración de sus culturas ancestrales. Por un lado se destruyeron miles de objetos y edificios, por el otro se buscó resignificar los lugares de veneración pre-cristiana imponiendo templos y lugares de culto cristianos. Además, a veces los mismos agentes de destrucción se transformaron en vehículos de “recuperación”, como el patético accionar el arzobispo de Yucatán Diego de Landa que ordenó destruir sin número de irremplazables objetos y códices de la cultura maya y a la que luego intentó de alguna manera recuperar en el afán de hacer más efectiva la cristianización forzada y la dominación de los invasores europeos. Así también buscó erradicar toda manifestación material o cultural que dejara traslucir el apego a formas ancestrales que traducían un cuestionamiento implícito o explícito a la nueva dominación.

 

La labor de los invasores se orientó también a evitar que entraran “negros bozales” y a cristianizarlos para evitar que se difundieran los cultos y creencias africanas que podían a su vez operar como mecanismos identitarios de autoafirmación contra la opresión a la que eran sometidos.

 

Las autoridades coloniales tuvieron interés en imponer los valores y ética católicos no sólo a las élites sino también a todos los sectores subalternos de la sociedad colonial. Lo que conviene destacar es que ese modelo de civilización europea era un espejo en el que todos los habitantes de las colonias americanas debían mirarse. Por supuesto que ese objetivo era muy ambicioso dada la vastedad de las posesiones.  Además, los mecanismos de control de la vida cotidiana variaron de un lugar a otro de acuerdo a la ductilidad o dureza de los dominadores y a las formas de adaptación o resistencia (abierta o pasiva) de los dominados. Es decir que siempre existieron resquicios a través de los cuales se colaba el descontento o la desobediencia, pidiendo justicia ante los abusos, o bien renegando solapada o abiertamente de la dominación metropolitana.

 

Cuando la metrópoli por su propia dinámica interna de algún modo debilitó los mecanismos de control, las colonias florecieron (en algunas regiones más que en otras). Algunas regiones comenzaron a tener su propio auge debido a que estaban ligadas al comercio de exportación, muchas veces ilegal. Así, desde antes de desanudar los lazos asimétricos con la metrópoli, a lo largo del extenso litoral americano, se fueron estableciendo vínculos con otras potencias coloniales que avanzaron a veces belicosas, otras de callada manera empujando las fronteras o a través del contrabando.

 

A principios del siglo XVIII los Borbones accedieron al trono de Castilla y Aragón. Las colonias eran vistas como una fuente inagotable de oro y otros beneficios. Por ello, a lo largo de varias décadas se impusieron políticas de “ajuste” que encontraron como respuesta micro-estallidos de rebeldía en diferentes puntos del imperio. Entre las rebeliones que más se destacaron en el recientemente creado Virreinato del Río de la Plata (1776) están la del peruano Túpac Amaru II y el altoperuano Túpac Katari. Estos movimientos llegaron a cuestionar la dominación colonial y reivindicaron su propio pasado histórico pre-europeo. Su influencia llegó hasta el noroeste del actual territorio argentino y dejaron una huella que fue reivindicada por el movimiento emancipador como se analizará a continuación.

 

A la separación de las trece colonias (1776), se sumó la Revolución Francesa (1789) que dio lugar a la primera gran rebelión anticolonial de esclavos de la edad contemporánea en la isla de Haití, la cual proclamó su independencia en 1804. En este contexto las colonias vivieron las consecuencias de los enfrentamientos entre las principales potencias durante las guerras napoleónicas. El río de la Plata soportó dos invasiones inglesas dando experiencia política y militar a los “porteños” de la ciudad de Buenos Aires que reemplazaron al virrey Sobremonte por el héroe de la reconquista, Santiago de Liniers. Poco después el movimiento juntista se manifestó, por ejemplo, en los pronunciamientos altoperuanos de Chuquisaca y La Paz de 1809. Cuando llegaron las noticias de la disolución de Junta Central de Sevilla y su reemplazo por el Consejo de Regencia (mayo de 1810), en Buenos Aires hacendados, un grupo de comerciantes, oficiales, tropas regulares y milicias de vecinos y paisanos encontraron la oportunidad para avanzar en la construcción de un proceso emancipatorio que palpitaba implícitamente en las distintas acciones de la élite criolla, acompañada por algunos españoles residentes en la colonia. Los unía el hecho de que veían recortadas sus alternativas de desarrollo social, económico y político en el monopolio, en las políticas discriminatorias contra los criollos que no podían acceder a los cargos públicos y en otras situaciones que a causa de la ley o de los abusos condenaban a los colonos a situaciones de opresión y explotación.

 

3. La encrucijada de la Revolución en el Río de la Plata

 

Cuando estalló la Revolución de Mayo nada permitía ver hacia dónde se dirigía el proceso. En otras palabras se dio una encarnizada lucha entre los intereses encontrados de los defensores del poder colonial y los rebeldes patriotas. Al mismo tiempo, se abrieron otros frentes a partir de los contradictorios destinos que se querían alcanzar. Las tensiones en el seno mismo de los grupos revolucionarios se manifestaron entre los menos numerosos pero más apasionados defensores de una sociedad más igualitaria y democrática y quienes se sentían herederos del poder metropolitano y cuya avidez dejaba de lado esos preceptos libertarios. Para estos últimos la independencia abría un extraordinario horizonte de poder político y económico. A su criterio las clases subalternas, en lugar de ser ciudadanos que debían mejorar su educación y su formación para elevar el nivel de vida de la comunidad, eran simplemente fuerza de trabajo o milicias según la ocasión lo requiriera. En otras palabras, para la mayoría de la élite las clases subalternas eran una herramienta útil a sus intereses  y no sectores sociales aliados para alcanzar un fin común cuyas demandas había que tener en cuenta. Aunque la antigua sociedad de castas sin duda se fue transformando con la guerra, la élite siguió percibiendo las clases subordinadas como objeto y no como sujeto. No debía haber lugar para que fueran protagonistas de su propia historia.

 

Entre los más radicalizados partidarios de los preceptos de la Revolución Francesa – libertad, igualdad, fraternidad – estaba Mariano Moreno. En su variada obra escrita y su acción política encontramos muchos de estos elementos. Había traducido El contrato social de Jean Jacques Rousseau porque deseaba que se enseñara en las escuelas.  En otras palabras, la educación y la promoción de la ciencia como motores para difundir y afianzar la revolución necesitaban un rol activo del Estado. Del mismo modo consideraba que era necesario que éste interviniera en cuestiones tan diversas como la producción de metales, el control de las conductas  contrarrevolucionarias o de la prensa escrita. Asimismo, aunque estaba  deseoso de mantener vínculos económicos con Gran Bretaña, consideraba que era necesario tener cuidado de no caer en una situación de subordinación como la que mantenía Portugal.  Por un lado, luchó contra las fuerzas contrarrevolucionarias que comenzaron a organizarse en Córdoba coordinadas por el ex virrey Liniers (había sido reemplazado por Cisneros), y decretó el fusilamiento de los cabecillas, orden cumplida por otro exponente del radicalismo republicano: Juan José Castelli. Por otro lado combatió el continuismo del Antiguo Régimen en las filas patriotas. Esto lo llevó a enfrentarse al Presidente de la Primera Junta, el altoperuano Cornelio Saavedra a quien consideraba el principal exponente de esa corriente. El “morenismo”, desplazado del poder junto con su líder en diciembre de 1810, volvió a expresarse a través de la obra de sus seguidores en la Asamblea del Año XIII.

 

Por un lado, Artigas en la Banda Oriental, junto a las Provincias Unidas que lo siguieron luchó contra los realistas, enfrentando la hegemonía porteña y el expansionismo portugués. Por el otro, Francia encabezando un proceso diferente en el Paraguay, demuestran que existieron vías alternativas para alcanzar la soberanía política y económica en las que se tomaron en cuenta las demandas de las masas rurales o las necesidades de la diversidad lingüística o étnica.

 

El líder oriental luchó contra el hegemonismo porteño, el foco realista de Montevideo y las apetencias expansionistas del colonialismo portugués. Cuando finalmente fue derrotado se retiró al Paraguay; Gran Bretaña apoyó la separación uruguaya partidaria siempre del divide y reinarás, pero no debe menospreciarse el empeño hegemonista que los porteños desplegaron para recibir la repulsa de orientales y altoperuanos en el minuto decisivo de aceptar o no un destino compartido.

 

Solo Belgrano, que tempranamente aceptó el camino diferente que los líderes paraguayos habían decidido adoptar en 1811, logró que tanto los altoperuanos como los jujeños lo siguieran en el éxodo de 1812. También logró el reconocimiento de Juana Azurduy de Padilla, tal como lo habían hecho su esposo e hijos fallecidos en los campos de batalla.

 

Por su parte, Gran Bretaña supo aprovechar la coyuntura y crear circunstancias proclives a sus intereses como ocurrió luego de la prisión de Fernando VII, momento en el cual el viejo imperio hispano se convirtió en su aliado. Si bien se mostró amistosa con los emancipadores, fue lenta y reticente a la hora de reconocer cada nueva independencia que se proclamaba. A lo largo de toda Hispanoamérica  existieron ingleses e irlandeses que acompañaron la oleada revolucionaria como William Brown que ayudó en la creación y organización de la primera flota argentina, o Lord Cochraine que armó una escuadra para acompañar a San Martín. Este inglés mantuvo una tensa relación con el líder criollo por su excesiva inclinación por controlar el botín en lugar de poner los recursos para la causa. La presencia de estos hombres que lucharon en nuestras marinas y ejércitos, ayudó a anudar lazos económicos y políticos con el Reino Unido. Sin embargo, este vínculo no fue “entre iguales”.

 

Cuando en septiembre de 1815 Austria, Prusia y Rusia dieron la puntada final a su macabro plan de reconquistar el mundo, el Reino Unido no solo no se opuso sino que acompañó la ola reaccionaria. Por ello, Manuel Belgrano en su frustrado viaje a Europa para conseguir un heredero europeo que encabezara una monarquía constitucional en las Provincias Unidas, regresó convencido de que era necesario proclamar la independencia. Junto a San Martín propuso que se estableciera una monarquía constitucional coronando a un descendiente de Túpac Amaru II. El objetivo era asegurar que el Alto Perú permaneciera dentro de las Provincias Unidas, pero también deseaban legitimar los derechos del nuevo país transformándose en herederos de una civilización que existía mucho antes de la llegada de Colón. [2]

 

Es verdad que los grandes revolucionarios americanos deseaban estrechar los lazos económicos y políticos con Gran Bretaña como se puede leer en muchos de sus escritos. Pero lo hacían en el reconocimiento de que en ese momento era la principal potencia económica y naval del mundo y cualquiera que pensara insertarse en el mercado internacional debía hacer negocios con Londres. Sin embargo, nunca plantearon renunciar a la soberanía política y económica por la cual dieron sus energías, sus posesiones y enfrentaron una lucha que en muchos casos los hizo desfallecer acortando sus vidas.

 

La política británica fue activa cuando calculó que podía sacar rápido provecho. Aún la derrota militar a sus dos invasiones al Plata debe medirse por su éxito económico y político, dado que la tropa viajó acompañada de comerciantes que no cejaron en su propaganda a favor del libre comercio. Cuando Londres consideró que tenía que esperar pacientemente, lo hizo. Frente al Paraguay, por ejemplo, respetó su aislacionismo, hasta que acompañó la pulsión expoliadora que la Argentina, Brasil y Uruguay pusieron en marcha con la Guerra de la Triple Alianza (1864-1870). Esta contienda demolió una vía diferente de construcción del desarrollo soberano de nuestros pueblos y dejó postrado al Paraguay a largo plazo. [3]

 

La larga guerra emancipatoria, los múltiples conflictos intestinos, las propuestas políticas de cómo organizar el nuevo espacio -que en lugar de converger constructivamente abrieron nuevos enfrentamientos en los que se expoliaba a las economías regionales-, todo esto llevó al temprano endeudamiento externo de las jóvenes repúblicas que no supieron, pudieron o quisieron construir la confederación de federaciones al estilo de Estados Unidos con la que soñaba Bolívar. Fueron las élites oligárquicas las que antepusieron sus propios intereses de clase amargando las últimas horas de hombres como Simón Bolívar o Manuel Belgrano, que desde diferentes ópticas se habían propuesto lograr la independencia para mejorar la vida cotidiana de los ex colonos desarrollando el comercio, la industria, elevando el nivel educativo, erradicando los resabios feudales, reconociendo los derechos de los pueblos originarios, como también garantizar para todos los habitantes la igualdad ante la ley. Finalmente, esos hombres que para su época ofrecieron las propuestas más progresistas, terminaron derrotados por los intereses de los terratenientes y los grandes comerciantes que enlazaron sus intereses con las grandes potencias.

 

4. El afianzamiento de la oligarquía terrateniente y sus vínculos con el mercado mundial

 

Es difícil hacer suposiciones contra fácticas, pero no deja de ser seductor el cuestionamiento acerca de qué habría ocurrido si se hubiera encontrado una fórmula de equilibrio entre los distintos intereses regionales y se hubiera logrado constituir la Unión Sudamericana. Pero lo cierto es que se fueron constituyendo diversos países que más temprano que tarde estrecharon sus vínculos económicos y políticos con el Reino Unido, o bien como en el caso de México o América Central se sintió más intensamente el influjo de Estados Unidos.

 

En el caso argentino, Bernardino Rivadavia, en representación de la provincia de  Buenos Aires tramitó un Empréstito con la casa inglesa Baring Brothers. Como señala Raúl Scalabrini Ortiz:

 

«Es interesante informar cómo este empréstito fue empleado de inmediato como un instrumento psicológico favorable a todas las pretensiones inglesas […] En sus Memorias, el gobernador de Corrientes, general Pedro Ferré, nos relata una entrevista que él sostuvo por esos años con el Ministro de Hacienda, doctor García. Dice Ferré: «Trataba yo en visita particular con el señor don Manuel José García, en Buenos Aires, sobre el arreglo de la importación de frutos extranjeros, que produce nuestro país en abundancia, y sobre el fomento de la industria en todo aquello que el mismo país nos lo está brindando, que ha sido siempre mi tema. El señor García procuraba eludir mis razones con otras puramente especiosas, pero que les daba alguna importancia la natural persuasiva del que las vertía. Entonces le dije que prometía callarme y no hablar jamás de la materia si me presentaba, por ejemplo, alguna nación del mundo que en infancia o en mediocridad, hubiese conseguido su engrandecimiento sin adoptar los medios que yo pretendía se adoptasen en la nuestra. El señor García… confesó que no tenía noticia alguna, pero que nosotros no estábamos en circunstancias de tomar medidas contra el comercio extranjero, particularmente el inglés, porque hallándonos empeñados en grandes deudas con aquella nación, nos exponíamos a un rompimiento que causaría grandes males…».»

 

«De tal manera usado, el empréstito de 1824 era un arma eficaz para ahogar las industrias del interior».

 

A veces el excesivo celo antiimperialista de algunas corrientes historiográficas desconoce la responsabilidad de nuestras propias clases dirigentes. El siguiente pasaje es revelador:

 

«Otra notable utilización de este empréstito ocurrió en 1828. La guerra con el Brasil dejó en poder del gobierno algunas flotillas de barcos mercantes armados especialmente, que podían desarmarse y destinarse al transporte de nuestros frutos a los mercados de ultramar. Las dos fragatas principales, «Asia» y «Congreso», fueron entregadas a Inglaterra en pagos de servicios atrasados. Inglaterra impedía, de esta manera, desde el primer momento, que los argentinos tuvieran una flota mercante propia. De los resultados de la venta y de la parte servida y amortizada por el empréstito no se sabe nada. En el resumen de Parish no se tienen en cuenta, siquiera, estos valores, pero las fragatas desaparecieron.» [4]

 

Las tierras recientemente incorporadas a costa de los pueblos originarios fueron parte de la garantía del endeudamiento de Bernardino Rivadavia. Esto fue  legitimado con la Ley de Enfiteusis de 1826 mediante la cual se otorgaban las tierras estatales en una forma de arriendo a cambio del pago de un canon. El objetivo era evitar el latifundio. Sin embargo, esta ley fue utilizada para la expansión latifundista, uno de los principales beneficiarios fue Juan Manuel de Rosas y el estrecho círculo de estancieros que le eran afines.

 

Tras su primer gobierno (1829-1832), desde 1835 Rosas consolidó su poder gobernando el país hasta 1852. Sin abandonar la defensa de los intereses de su clase – y de la provincia de Buenos Aires -, logró una fórmula de compromiso estableciendo ciertas barreras protectoras que permitieron recomponer las castigadas economías provinciales (Ley de Aduanas, 1835). Por momento tuvo  una relación conflictiva con Francia y Gran Bretaña[5]. Sin embargo, mantuvo un fluido intercambio comercial con el mercado británico donde colocaba sus exportaciones de origen ganadero (cueros y carnes saladas). Fue en esos años en los que comenzó a expandirse el lanar de la mano de inmigrantes ingleses, irlandeses y vascos que permitieron poco después el auge de la exportación lanera.

 

Entre la batalla de Caseros (1852) – que envió al exilio británico a Rosas – y la batalla de Pavón (1861), la Confederación Argentina, bajo la influencia de Urquiza, sancionó la Constitución de 1853, pero no logró evitar la secesión de Buenos Aires. En esos años se inició el trazado de las vías férreas, la exportación a escalas importantes de lana, y se aceleró el proceso de urbanización.

 

Bartolomé Mitre finalmente impuso una unidad nacional en alianza con algunas élites provinciales. El triunfo de esta propuesta política se logró reprimiendo y derrotando resistencias como la de Ángel Vicente “Chacho” Peñaloza (1863). Su cruel asesinato no logró frenar la resistencia popular a participar en  la Guerra del Paraguay, como ya se ha mencionado. Las conflictivas décadas de 1860 y 1870 ahogaron en represión las expresiones federales que reclamaban una situación más equilibradas entre el centro político porteño y las provincias. En esos años además se aprobó la Ley de Inmigración (1876) en el convencimiento de que así se terminaría con la “barbarie” (en palabras de Domingo F. Sarmiento) de las clases subalternas. En la era del imperialismo, con la llegada de capitales (inversiones directas, créditos y capital especulativo) y grandes flujos de inmigrantes, la Argentina se transformó prácticamente en una colonia informal de Gran Bretaña. También estrechó sus lazos con otros países europeos como Bélgica, Francia, el Imperio Austro-húngaro, Alemania o Italia. Las recomendaciones de Mariano Moreno de mantener vínculos con el Reino Unido sin conceder soberanía se habían perdido en el fondo de los tiempos.

 

5. Apogeo y ocaso del modelo primario exportador

 

El modelo primario-exportador se consolidó la llegada del frigorífico. El negocio de las carnes congeladas quedó en manos de capitales británicos y generó importantes remesas de beneficios al exterior. [6] En las últimas décadas también llegaron capitales de Europa Occidental destinados al sector servicios y algunas actividades industriales. A fines del siglo XIX, los Estados Unidos invirtieron en frigoríficos de carnes enfriadas, comenzando a intervenir en la fructífera exportación cárnea a Londres. A medida que  Estados Unidos se fue consolidando,  el Reino Unido, por el contrario, fue declinando. Luego de la Primera Guerra Mundial, la Argentina, aunque no lo deseaba, sintió de manera cada vez más intensa las tensiones de los lazos que la unían a Gran Bretaña, luchando con los nuevos vínculos que crecían con Estados Unidos. Los grupos económicos que se articulaban con los británicos eran distintos de los que estaban enlazados con los estadounidenses.  Sin embargo el problema era que las exportaciones argentinas eran competitivas con la producción del país,[7] por lo cual se hizo lo posible por mantener el decadente modelo agroexportador, hasta que la crisis de 1929/1930 terminó por sepultarlo.

 

Por otra parte, la alternativa de estrechar los lazos entre los países latinoamericanos siempre fue una opción secundaria. En cada una de nuestras naciones existieron sectores que obtenían mayores beneficios ligándose a las potencias extrarregionales, muchas veces sin tomar en cuenta que esto profundizaba las asimetrías interiores y profundizaba la dependencia de los países periféricos con los centros más industrializados. [8]

 

En la Argentina se consolidó hacia fines de siglo una república oligárquica que abrió sus fronteras a los inmigrantes[9] en tanto los vio como un instrumento de trabajo, pero se espantó cuando esas herramientas de trabajo mostraron su condición de clase en formación. Ese proletariado rural y urbano además, traía sus propias experiencias de lucha política, con ideas anarquistas  y socialistas. Eso puso en peligro el sistema que abrazaba el liberalismo económico pero que impuso un sistema político restrictivo porque temía los reclamos de los sectores subordinados. Por ello en 1902 aprobó la Ley de Residencia que le permitía expulsar esos “elementos peligrosos”.  La Ley Sáenz Peña (1912) trató de descomprimir un poco la situación permitiendo el secreto voto de todos los hombres que fueran ciudadanos nativos y naturalizados argentinos. Quedaban excluidas las mujeres, una gran masa de inmigrantes y los “territorios nacionales” como se llamaban aquellas regiones de reciente incorporación al control republicano.

 

De todos modos significó un paso hacia la democratización de la vida política permitiendo el triunfo del candidato  radical Hipólito Yrigoyen en las elecciones de 1916, quien fue votado por principalmente por capas medias rurales y urbanas de todo el país.[10] El radicalismo se mantuvo en el poder constitucionalmente hasta 1930. Sin duda su índole nacional y popular le permitió dar algunos pasos importantes en la identificación de algunos problemas de falta de soberanía. La fundación de YPF (1922), empresa nacional destinada a explorar y explotar el petróleo fue uno de sus mayores logros. Si bien no restringía la presencia de empresas extranjeras como Shell y Esso, iniciaba un capítulo de políticas activas del Estado. Sin embargo, nunca llegó a cuestionar a fondo la debilidad del modelo agroexportador, dado que no permitía un desarrollo autosustentado, al mantener una relación asimétrica y dependiente con Gran Bretaña. En 1930 los sectores conservadores dieron un golpe de Estado contra Yrigoyen cuando se intentó aprobar una ley que estableciera la soberanía sobre el subsuelo, buscando controlar la explotación petrolera. [11]

 

Esos años, bautizados como la Década Infame, fueron un período de corruptelas, de fraude electoral y de represión. Las políticas proteccionistas de los países centrales generaron problemas en el sector externo. Cuando el Reino Unido se replegó sobre sus dominios suscribiendo el Tratado de Ottawa, el gobierno argentino firmó poco después un pacto entre Julio Argentino Roca hijo y William Runciman (1933). Londres prometía seguir comprando carnes si la Argentina garantizaba precios menores a los internacionales. Fue el canto del cisne del viejo modelo agroexportador que había colocado a la economía argentina en el séptimo puesto y permitido que los miembros de la oligarquía construyeran palacios, vivieran una parte del año en Europa, hablaran en francés y suspiraran en inglés.

 

Ante lo irreversible de la situación, la misma élite utilizó los instrumentos que le brindaba el Estado para promover la industria de sustitución de importaciones sustentada en los recursos que brindaba la actividad agropecuaria y agroindustrial manteniendo las restricciones a las actividades políticas y sindicales.

 

Desde el punto de vista cultural desde fines del siglo XIX fueron surgiendo voces que desde el anarquismo, socialismo, nacionalismo en sus distintas manifestaciones hasta las diferentes vertientes del marxismo se expresaron en ensayos políticos, la literatura y el arte.  Al mismo tiempo que florecieron los negocios con una “economía abierta” a los intereses de los países centrales y sus asociados locales, el pensamiento crítico dio lugar a importantes obras que desde una mirada antiimperialista abrieron paso a la percepción de que la Argentina era un país dependiente.

 

6. La vía industrialista ¿un camino imposible?

 

Juan Domingo Perón (1945-1955) intentó romper las limitaciones de la industria de sustitución de importaciones con propuestas reformistas. El objetivo era desarrollar la industria de base, el sector automotriz y la industria pesada. Para ello se inspiró en la economía mixta adoptada en los principales países industrializados de la segunda posguerra. Sin embargo estas metas no pudieron ser alcanzadas debido a una suma de obstáculos económicos y políticos internos, como también las dificultades externas. En este sentido trató de mejorar los lazos económicos con Estados Unidos, aunque siempre persistió el problema de fondo: las exportaciones argentinas eran competitivas con la producción interna norteamericana. Además, Europa Occidental hacía sentir su política de subsidios y sus barreras proteccionistas, razón por la cual el gobierno peronista decidió diversificar los mercados tendiendo un puente hacia la Unión Soviética y los países del bloque oriental, pero el golpe de Estado que lo derrocó interrumpió este proceso.

 

A esto se sumó la dependencia tecnológica. Por ejemplo en el sector automotriz la matricería que llegó al país era la que ya se había descartado en su país de origen. [12]

 

“Los límites alcanzados por las reformas en la estructura dependiente y latifundista de la economía argentina y la debilidad estructural de sectores empresarios nacionales hicieron posible también el derrocamiento del gobierno, pese a la perdurable fuerza política del movimiento. El peronismo alcanzó a ejercer un grado de control sobre palancas clave del Estado, incluyendo una corriente de peso en las FF.AA. mucho más importante que la que tuvo el radicalismo yrigoyenista. Sin embargo, a la hora de la verdad, el golpe militar del ’55 demostró que el poder del Estado, como en 1930, volvía a estar al servicio de los intereses tradicionales.» [13]

 

Tras la caída de Perón, el gobierno surgido del golpe de 1955 intentó retomar con poco éxito el modelo de la Argentina de fines del siglo XIX, restringiendo la actividad política y proscribiendo al peronismo. Con su líder en el exilio, el peronismo apoyó a Arturo Frondizi, quien llegó a la presidencia desde la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI). Intentó impulsar una política interna sustentada en el  desarrollismo económico, en un momento en el que otros políticos latinoamericanos compartían esa ideología, como  Jânio Quadros en Brasil. Frondizi planteó la necesidad de desarrollar una industria destinada al mercado interno. Para ello era necesario dar la “batalla del acero” objetivo que apenas esbozó, como también la “batalla del petróleo” que fue uno de los temas que dividió a la sociedad argentina. Si bien había criticado el acercamiento de Perón a las empresas extranjeras petroleras su gobierno suscribió contratos con la Shell y la Esso. Frondizi consideraba que la Argentina era un país dependiente y que para romper esa dependencia tenía que atraer capitales extranjeros. Los contratos petroleros fueron apasionadamente resistidos por el movimiento obrero y la oposición. Frondizi reprimió a sus antagonistas con dureza. A este conflicto se sumaron otros como la disputa de instaurar la educación “libre” (religiosa) desplazando la tradicional educación laica, la veloz visita de Ernesto Che Guevara que fue mal vista por las FFAA aumentando la presión del anticastrismo para que rompiera con el gobierno surgido de la Revolución Cubana. Si bien su política económica dio un giro hacia el liberalismo, no logró calmar a sus enemigos que lo derrocaron y apresaron, reemplazándolo por el presidente del Senado José María Guido (1962).

 

En las elecciones de 1963 se impuso Arturo Illia de la Unión Cívica Radical del Pueblo. Denunció los contratos petroleros lo cual fue arduamente resistido por las petroleras. Mantuvo una relación distante con  Estados Unidos que se manifestó entre otras cosas en la negativa a participar de una misión militar en la República Dominicana en 1965. Intentó llevar a cabo una política económica de distribución progresiva del ingreso. Levantó la proscripción del peronismo y del partido comunista lo que trajo malestar en las fuerzas armadas. Se generó una división de criterios frente al peronismo que llevó a la confrontación armada de “azules” y “colorados”. Su debilidad estaba ligada a la proscripción del peronismo. A lo cual se sumó la aparición de una primera y reducida experiencia guerrillera guevarista que de alguna manera favoreció las corrientes golpistas. Finalmente, Juan Carlos Onganía encabezó el golpe de la “Revolución Argentina”. Lo valioso del gobierno de Illia fue la recuperación de una visión más proclive a la autonomía de la política exterior argentina.

 

La nueva dictadura deseaba mantener “las urnas bien guardadas”. Para ello estableció restricciones de los derechos y libertades cívicas y reprimió la actividad política y sindical. La meta económica era favorecer la expansión industrial con la esperanza de colocar al país en una situación de liderazgo regional: “la Argentina potencia”. Los estallidos populares (Cordobazo, Rosariazo, Tucumanazo, etc.) tendieron a unir los reclamos el frente estudiantil y sindical. La situación en esos años cambió profundamente porque la dictadura fue resistida no sólo por el peronismo, sino también por nuevas expresiones políticas inspiradas en el trotskismo, maoísmo y la teología de la liberación, incluidos movimientos armados inspirados en la Revolución Cubana. Alejandro A. Lanusse (1971-193) abandonó la línea industrialista y retomó las políticas liberales favorables al sector agroexportador. Sin embargo, frente un panorama interno cada vez más difícil de controlar, permitió el retorno de Juan Domingo Perón y tuvo que aceptar que asumiera un tercer gobierno peronista.

 

En muy poco tiempo se sucedieron Héctor Cámpora, Raúl Lastiri y el propio Perón (1973-1974) que al fallecer dejó a su viuda, María Estela Martínez en el gobierno. Las medidas más democratizadoras más radicales tomadas por el gobierno de Cámpora fueron frenadas rápidamente a partir del interinato de Lastiri. De todos modos, la política económica retomó las líneas históricas del peronismo reformista, tratando de impulsar otra vez la industrialización basada en el consumo interno. Sin embargo, la economía internacional se complicó con la devaluación del dólar en 1972 y la crisis del petróleo. Internamente la muerte del viejo líder, el giro a la derecha de su sucesora (la acción de la parapolicial Alianza Anticomunista Argentina (Triple A) y la acción represora de la fuerzas armadas de los movimientos guerrilleros – en particular el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Tucumán – contribuyeron a abrir una brecha por la que se coló el terrorismo de Estado impuesto a partir del 24 de marzo de 1976.

 

Se puede decir que existieron signos explícitos del tercer gobierno peronista para luchar contra la dependencia, como la ley de inversiones extranjeras, la diversificación de las exportaciones a mercados no tradicionales buscando incorporar la Unión Soviética, Cuba, China y Europa Oriental. Pero las contradicciones internas y la casi inexistencia de una burguesía nacional que impulsara un modelo industrialista autónomo y autosustentado trabajaron a favor de las tradicionales fuerzas conformadas por la oligarquía terrateniente agroexportadora, los intereses extranjeros afincados en el país (más de una vez en tensión y competencia entre sí) y la burguesía intermediaria.

 

En definitiva, en el período que va de 1955 a 1976 se produjo una alternancia cívico-militar con intentos de llevar a cabo políticas industrialistas que abandonaron la idea del autonomismo y fueron claudicante frente a las presiones del capital extranjero. Eso provocó un paulatino debilitamiento de la capacidad autonómica del país. Los intentos de ampliar el mercado externo para conseguir divisas para el soñado desarrollo autosustentable quedaron atrapados en la creciente dependencia económica y tecnológica frente a las grandes potencias.

 

7. Dictadura, terrorismo de Estado y reprimarización de la economía

 

El terrorismo de Estado instaurado en 1976 dejó un saldo de 30.000 desaparecidos y la consumación de delitos de lesa humanidad. Si bien se argumentó que la dictadura era para eliminar la guerrilla, apuntó contra los dirigentes políticos, estudiantiles y sindicales. Esta represión enmarcada en la Doctrina de Seguridad Nacional exportada desde Washington, allanó el camino a políticas económicas de inspiración neoliberal que beneficiaron al sector agroexportador, que en alianza con el sector bancario y financiero, impulsaron el golpe de Estado. Eduardo Basualdo sintetizó la acción de la dictadura como la “revancha oligárquica”. En esos años:

 

“[…] la deuda externa y específicamente la del sector privado cumplieron un papel decisivo en esta etapa porque el núcleo central del nuevo patrón de acumulación estuvo basado en la valorización financiera que realizó el capital oligopólico local –constituido por los grupos económicos locales y los intereses extranjeros radicados en el país– a partir de la misma.”“[…] se trató de un proceso en el cual las fracciones del capital dominante contrajeron deuda externa para luego realizar con esos recursos colocaciones en activos financieros en el mercado interno (títulos, bonos, depósitos, etc.) para valorizarlos a partir de la existencia  de un diferencial positivo entre la tasa de interés interna e internacional y posteriormente fugarlos al exterior. De esta manera, a diferencia de lo que ocurría durante la segunda etapa de sustitución de importaciones, la fuga de capitales al exterior estuvo intrínsecamente vinculada al endeudamiento externo porque este último ya no constituyó, en lo fundamental, una forma de financiamiento de la inversión o del capital de trabajo sino un instrumento para obtener renta financiera dado que la tasa de interés interna (a la cual se coloca el dinero) era sistemáticamente superior al costo del endeudamiento externo en el mercado  internacional.[…] este proceso no hubiera sido factible sin una modificación en la naturaleza del Estado que […] se expresó al menos en tres procesos fundamentales. El primero […] gracias al endeudamiento del sector público en el mercado financiero interno –donde es el mayor tomador de crédito– la tasa de interés en dicho mercado superó sistemáticamente al costo del endeudamiento en el mercado internacional. El segundo consistió en que el endeudamiento externo estatal fue el que posibilitó la fuga de capitales locales al exterior, al proveer las divisas necesarias para que ello fuese posible. El tercero y último fue la subordinación estatal a la nueva lógica de la acumulación de capital por parte de las fracciones sociales dominantes, que posibilitó que se estatizara, en determinadas etapas, la deuda externa privada.” [14]

 

Basualdo sostiene entre otras cosas que el endeudamiento externo había dejado de ser una forma de financiar la expansión industrial para convertirse en un instrumento de obtención de renta financiera. [15] Si bien en el inicio la política exterior intentó alinearse con Washington, pronto emergieron las tradicionales dificultades económicas. Además, a principios de 1977 el republicano Gerald Ford fue reemplazado en la presidencia de Estados Unidos por el demócrata James Carter. Poco después llegó al país Patricia Murphy Derian con la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) de la OEA recibiendo denuncia por las violaciones de derechos humanos de la dictadura. Esto enfrió las relaciones. Por ello, cuando tras la invasión soviética a Afganistán Washington declaró bloqueo a la URSS, la Argentina aprovechó la ocasión para descomprimir esa relación y  transformar ese país en el principal destinatario de los cereales argentinos. [16] A pesar del  mundial de fútbol y de las tensiones que casi llevan a la guerra con Chile (1978) buscando reforzar los sentimientos xenófobos, creando un nuevo enemigo que opacara el deterioro del régimen que hacia 1981 mostraba signos de agotamiento. El cambio de rumbo desembocó en la derrota de Malvinas [17] y, finalmente la caída del régimen.

 

8. El retorno democrático. Debilidades de un país dependiente

 

En los años ochenta se dio una difícil transición a la democracia con el gobierno de Raúl Alfonsín (1983-1989). A pesar de la participación de la Argentina en la guerra sucia de Nicaragua, tras Malvinas el país era considerado poco confiable por Estados Unidos y Europa Occidental. Además, su posición frente a las instituciones financieras internacionales era débil por su gran endeudamiento. La sociedad civil argentina golpeada por el terrorismo de Estado y la derrota bélica  se recompuso lentamente, aunque se sentía el vacío de una generación que había sido diezmada.

 

Alfonsín trató de mejorar las relaciones con Europa, recomponer los vínculos con Estados Unidos, bajar las tensiones con Chile –al que consideraba como una puerta al Pacífico- y estrechar los vínculos con América Latina y el Caribe, poniendo especial atención a los países vecinos.[18] Asimismo, participó del Grupo de Apoyo a Contadora[19] e impulsó la creación del Grupo de Cartagena para negociar en conjunto la cuestión de la deuda externa sin éxito. [20] A pesar de las dificultades, consiguió firmar un acuerdo con el dictador chileno Pinochet por distintos puntos conflictivos en la frontera andina. Tuvo un importante acercamiento con Brasil suscribiendo el tratado Alfonsín–Sarney (Foz do Iguazú, 1985), iniciando el Programa de Integración y Cooperación Económica (PICE, 1986) y firmando el Tratado de Integración, Cooperación y Desarrollo entre la República Argentina y la República Federativa del Brasil (1988). Si bien mejoró las relaciones con Estados Unidos y Europa, suscribiendo una cantidad de acuerdos que abrieron los negocios de la década siguiente, el problema del endeudamiento siguió siendo uno de los principales problemas argentinos como país dependiente. Además el sector externo comenzó a sufrir la cada vez mayor insolvencia de la Unión Soviética que retrasaba cada vez más sus pagos hasta suspenderlos. [21]

 

El gobierno radical fue perdiendo los apoyos extrapartidarios por ceder ante las fuerzas armadas en lugar de depurarlas – frenó los juicios por el terrorismo de Estado -. A las confrontaciones con la oposición – como en el caso de los sindicatos – se sumaron las presiones de los grupos económicos concentrados que se habían beneficiado durante la dictadura, como también de los sectores tradicionales que se habían beneficiado con el régimen dictatorial y que habían considerado la salida democrática como una retirada pero no una derrota. Acorralado se vio obligado a adelantar las elecciones y la entrega del poder.

 

Su sucesor, el justicialista Juan Carlos Menem integró a los grupos económicos a su gabinete buscando domar el brote hiperinflacionario que había derribado a Alfonsín. Tras sucesivos recambios de ministros finalmente nombró Ministro de Economía a su Canciller Domingo Cavallo.

 

La disolución de la Unión Soviética y el fin de la Guerra Fría, permitieron la instauración del paradigma neoliberal en todo el continente – y en el mundo –  reforzando el poder el capital bancario y financiero (altamente especulativo) en detrimento del sector industrial. El gobierno de Menem buscó adecuarse al Consenso de Washington impulsando la reforma del Estado: privatizando las empresas estatales, descentralizando la administración estatal y derivando sobre las provincias responsabilidades que antes eran del Estado nacional como buena parte del sistema educativo y de salud, y aprobando leyes como la de flexibilización laboral y acompañando con la Reforma de la Constitución. El resultado fue una redistribución regresiva del ingreso, mayor precarización laboral, la tercerización, una mayor desocupación, aumento de la violencia y la marginalidad social, un reforzamiento de la concentración y centralización del capital y un nuevo embate de reprimarización de la economía.

 

La política exterior de Menem, si bien siguió algunas líneas abiertas por Alfonsín, en especial los convenios firmados con los países europeos, adoptó la tesis del realismo periférico[22]. Propugnó un nuevo acercamiento con los Estados Unidos, expresado en “las relaciones carnales” y “el alineamiento automático con ese país”. Puso en un segundo plano las relaciones con los países latinoamericanos y abandonó el Movimiento de Países No Alineados.

 

9. Palabras finales

 

Como conclusión la Argentina no obtuvo las ventajas esperadas de su  acercamiento a Washington ni pudo mostrarse como “el mejor aliado” en la región[23]. Estados Unidos impulsó el TLCAN (NAFTA), y retomando un panamericanismo favorable a sus intereses  impulsó la creación del ALCA. El gobierno argentino acarició la idea de entrar en esa asociación pero nunca se levantaron las barreras a las exportaciones argentinas, si bien se buscó que los productos estadounidenses ingresaran sin trabas al mercado sureño. Además la puesta en marcha de Unión Europea también dificultó los vínculos con Europa. Por otra parte, las convulsiones en la región ex soviética dificultaron por varios años la posibilidad de recomponer los negocios con esa región. Cuando los vínculos se restablecieron se hizo a partir de nuevas exportaciones. El único camino transitable era el acercamiento a los países latinoamericanos. Con Brasil se firmó del Tratado de Asunción en 1991 junto a Uruguay y Paraguay,  poniendo en marcha el Mercosur que a pesar de momentos de dificultades y tensiones se transformó en una verdadera alternativa para el sector externo.  Las crisis financieras nacionales e internacionales impactaron negativamente en el bloque hasta llegar al colapso del gobierno de De la Rúa que no abandonó las políticas neoliberales en el 2001. Esto dio lugar a un cuestionamiento al proceso de integración regional. Mercosur había nacido impulsado por las multinacionales que encontraban auspicioso un mercado consumidor ampliado. Pero el colapso del neoliberalismo y las tensiones entre los socios abrieron un debate acerca de cómo y para qué integrarse. En 2004 se constituyó la  Comunidad Sudamericana de Naciones en 2004. Poco después se conformó la Unión de Naciones Sudamericanas (Brasilia, 2008) que además de los postulados de integración comercial y económica abiertamente ha intentado constituirse en un instrumento alternativo a la OEA para la resolución de conflictos regionales y apareciendo como garante de los procesos democráticos. Paralelamente, Argentina, Brasil y Venezuela prácticamente enterraron el ALCA en la reunión de esa entidad realizada en Mar del Plata (2005).

 

UNASUR es acompañado por otras iniciativas de integración como Mercosur, ALBA, CAN o la reciente Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). Estas asociaciones buscan impulsar un espacio autónomo de las grandes potencias extrarregionales. Entre esas iniciativas está la fundación del Banco del Sur (2007) para crear un mecanismo de intercambio que deje de lado el dólar. Sin embargo, los primeros y titubeantes pasos que dan los países de la región para romper con las distintas formas de dependencia – en especial la económica, donde el peso del endeudamiento juega un papel decisivo –  se ven condicionados por los viejos y nuevos lazos que se tejen con el variado arco de países más desarrollados y nuevas potencias como China o “potencias intermedias” como Canadá.

 

Asimismo, es necesario retomar el control soberano de los recursos del suelo y del subsuelo, garantizar la democratización de los medios de comunicación, impulsar políticas económicas que generen una distribución progresiva del ingreso y permitan un mayor equilibrio regional en cada país y entre los países de Nuestra América.

 

De igual manera se debe elevar el nivel educativo y avanzar en el desarrollo científico-tecnológico para romper con ese “retraso” que refuerza la dependencia. La misma consideración merece la cultura, reflexionando acerca de los paradigmas impuestos de las industrias culturales – vinculadas a los intereses de los países centrales y a las clases dominantes – que imponen pautas de consumo, y establecen modelos – desde la vestimenta al prototipo de belleza –, trabajando sobre la conformación identitaria y los valores a favor de los poderosos y menoscabando las manifestaciones populares, marginando las iniciativas que no entran en la lógica de esas poderosas industrias culturales. Por último, es necesario seguir debatiendo sobre los mecanismos de dependencia  cuestionando los modelos que nos llegan de los países centrales que primero exportaron la crisis económica a los países dependientes y ahora la descargan sobre sus propias clases subalternas.

 

Buenos Aires. 27 de noviembre de 2011

 

10. Bibliografía

 

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Schvarzer, Jorge: La industria que supimos conseguir. Buenos Aires. Planeta. 1996.

 

NOTAS

 

* El presente trabajo ha sido presentado en el Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC Internacional) “La formación de los Estados latinoamericanos y su papel en la historia del continente” realizado del 10 al 12 de octubre de 2011 en el Hotel Granados, Asunción, Paraguay, organizado por Repensar en la historia del Paraguay, Instituto de Estudios José Gaspar de Francia, Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” (Argentina). Entidad Itaipú Binacional. Mesa  El  problema de la dependencia y la soberanía en la historia latinoamericana

** Docente e Investigadora de la Facultad de Ciencias Económicas. Universidad de Buenos Aires. Proyecto de Estudios de Historia de las Relaciones Internacionales de América Latina (PEHRIAL). Vicepresidente de ADHILAC Internacional. Presidente de ADHILAC Argentina. Directora de Ariadna Tucma Revista Latinoamericana Revista en Red con ADHILAC: www.ariadnatucma.com.ar y de la página de ADHILAC: www.adhilac.com.ar

 

*** El cuadro hace referencia a las inundaciones en la provincia de Santa Fe, Argentina, a principios del siglo XXI.

 

[1] Es muy interesante el concepto de “deuda histórica” explicado en el texto de Juan Paz y Miño donde plantea la necesidad de que la antigua metrópoli reconozca el volumen de los recursos apropiados durante la dominación colonial. Ver Juan J. Paz y Miño Cepeda: Deuda Histórica e Historia Inmediata en América Latina. Quito,  Taller de Historia Económica (THE) -ADHILAC-Editorial Abya Yala,  2006.

 

[2] Esa invocación a la dominación incaica aparece en el texto del Himno Nacional Argentino en un fragmento que no se canta. En Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos, texto atribuido a Bernardo de Monteagudo, que circuló de mano en mano en Chuquisaca en 1809,  también se apeló al desdichado inca para denunciar la dominación colonial.

[3] La Guerra contó con muchos opositores duramente reprimidos en las provincias de Entre Ríos, Mendoza, Catamarca, La Rioja, San Juan y San Luis.

[4] Raúl Scalabrini Ortiz: El empréstito Baring en Fernando L. Sabsay: La sociedad argentina. Argentina documental. Buenos Aires. La ley/ Fedie. 1975. Pp. 145/146.

[5] Se produjo el bloqueo francés en 1838 y el anglo-francés entre 1845 y 1850 que además buscó impulsar la división del país. En noviembre de 1845 la flota enemiga avanzó soportando graves pérdidas en la Vuelta de Obligado.

[6] Ver Horacio Ciafardini: “La Argentina en el mercado mundial contemporáneo.” En: Textos sobre economía e historia. Rosario, 2002.

[7] Ver Harold F.Petersen: La Argentina y los Estados Unidos. 2 tomos. Buenos Aires. Hyspamérica. 1970.

[8] Sobre los debates historiográficos acerca del carácter de la alianza entre capital extranjero y burguesía, ver en esta publicación el artículo de Claudio Spiguel: ”La dependencia argentina y sus bases sociales internas: Una evaluación historiográfica en torno a la gran burguesía intermediaria del capital extranjero“.

[9] Ver Mario Rapoport y Carolina Crisorio: “The National State, communities of european origin and argentine international policy in the first half of the XX century”. En Sabard, Pierre y Vigezzi, Brunello (Eds.): Multiculturalism and the History of International Relations from the 18th Century up to the Present. Milano, Italia. Edizioni Unicopi.1999.

[10] Las relaciones del gobierno radical con el movimiento obrero fueron muy difíciles como lo demuestran la represión de la Semana Trágica (1919) y  de la Patagonia (1920-1921).

[11] Ver los vínculos entre la Texaco y la Standard Oil con el sector representado por el golpista J.F. Uriburu en  Fernando García Molina y Carlos A. Mayo: El general Uriburu y el petróleo. Buenos Aires. CEAL. 1985

[12] Ver Jorge Schvarzer: La industria que supimos conseguir. Buenos Aires. Planeta. 1996. Ver también Adolfo Dorfman: Cincuenta años de industrialización en la Argentina, 1930-1980. Bs. As. Solar.  1983. Jorge, Eduardo. Industria y concentración económica. Buenos Aires. Siglo XXI. 1971.

[13] Mario Rapoport y Claudio Spiguel: Política exterior argentina. Poder y conflictos internos (1880-2001). Buenos aires. Capital Intelectual. 2005. Pp. 42. .

[14] Eduardo M. Basualdo: “La reestructuración de la economía argentina durante las últimas décadas de la sustitución de importaciones a la valorización financiera”. En E.M. Basualdo, Enrique Arceo: Neoliberalismo y sectores dominantes. Tendencias globales y experiencias nacionales. Buenos Aires CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Agosto 2006. Pp. 131.

[15] El país contrajo un gran endeudamiento, agravado por la estatización de la deuda privada que realizó Domingo Cavallo, funcionario de la dictadura en esos años.

[16] Ver B. Carolina Crisorio: “Auge y caída” del neoliberalismo rioplatense. La política internacional argentina y el caso cubano”.  En  Jussi Pakkasvirta & Kent Wilska (eds.), El Caribe centroamericano. Publicaciones del Instituto Renvall 18, Helsinki, Universidad de Helsinki.  2005.

[17] Ver Carolina Crisorio: “Malvinas en la política exterior argentina”. En Revista MINIUS (Revista do Departamento de Historia, Arte e Xeografía, Facultade de Historia, Ourense), nº XV, año 2007.

[18] Ver Carolina Crisorio y Norberto Aguirre: «La política internacional de la Argentina desde la década de 1980». En Revista de Relaciones Internacionales. Mayo-agosto de 1998. Nro. 77. Coordinación de Relaciones Internacionales. FCP y S. México. UNAM. 1998. Pp. 47/57.

[19] El Grupo Contadora se conformó en 1983 con Colombia, México, Panamá y Venezuela para mediar en los conflictos armados de Guatemala, El Salvador y Nicaragua. En 1985 se creó el Grupo de Apoyo a Contadora con Argentina, Brasil, Perú y Uruguay.

[20] En junio de 1984, los cancilleres y ministros de economía de Argentina, Bolivia, Brasil, Colombia, Chile, Ecuador, México, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela se reunieron en Cartagena, Colombia. El grupo tuvo una segunda reunión en Mar del Plata en septiembre de 1984 dando solo una declaración. Ver Carolina Crisorio: “El Consenso de Cartagena. Deuda externa y dependencia en la política exterior argentina” en Trabajo presentado en el 53º Congreso Internacional de Americanistas (ICA). México. 19 al 24 de julio de 2009.

[21] Ver política exterior de Alfonsín y de Menem en Carolina Crisorio: «La inserción internacional de Argentina. Dependencia y crisis económica. Desafíos de la integración. en Investigación y desarrollo vol. 17. Nro. 2. Barranquilla, Colombia. Universidad del Norte. 2009.

[22] Carlos Escudé: El realismo de los estados débiles. Buenos Aires GEL. 1995.

[23] En segunda posguerra Brasil ocupó durante un tiempo ese papel. En los últimos años otros países se mostraron más afines a los intereses de Washington como México o Colombia.

 

 

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 7. Marzo 2012-Febrero 2013 – Volumen II

 

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