La Revolución Mexicana en Yucatán, Salvador Alvarado. Felipe Carrillo Puerto.

NOTAS

* Jorge Alberto Ortiz Mejía. Profesor Investigador de la Universidad Pedagógica Nacional. Unidad Mérida.

[1] 1 En las escuelas de primeras letras de aquella época no se enseñaba la gramática castellana. Leer, escribir y aprender de memoria el Catecismo del Padre Ripalda era lo que entonces formaba el ramo de instrucción primaria. Era cosa inevitable que mi educación fuese lenta y del todo imperfecta. Hablaba yo el idioma español sin reglas y con todos los vicios con que lo hablaba el vulgo. Tanto por mis ocupaciones, como por el mal método de la enseñanza, apenas escribía, después de algún tiempo, en la 4a. escala en que estaba dividida la enseñanza de escritura en la escuela a que yo concurría. Ansioso de concluir pronto mi rama de escritura, pedí pasar a otro establecimiento creyendo que de este modo aprendería con más perfección y con menos lentitud. Me presenté a don José Domingo González, así se llamaba mi nuevo preceptor, quien desde luego me preguntó ¿en qué regla o escala estaba yo escribiendo? Le contesté que en la 4a. Bien, me dijo, haz tu plana que me presentarás a la hora que los demás presenten las suyas. Llegada la hora de costumbre presenté la plana que había yo formado conforme a la muestra que se me dio, pero no salió perfecta porque estaba yo aprendiendo y no era un profesor. El maestro se molestó y en vez de manifestarme los defectos que mi plana tenía y enseñarme el modo de enmendarlos sólo me dijo que no servía y me mandó castigar. Esta injusticia me ofendió profundamente no menos que la desigualdad con que se daba la enseñanza en aquel establecimiento que se llamaba la Escuela Real; pues mientras el maestro en un departamento separado enseñaba con esmero a un número determinado de niños, que se llamaban decentes, yo y los demás jóvenes pobres como yo, estábamos relegados a otro departamento, bajo la dirección de un hombre que se titulaba ayudante y que era tan poco a propósito para enseñar y de un carácter tan duro como el maestro. Disgustado de este pésimo método de enseñanza y no habiendo en la ciudad otro establecimiento a qué ocurrir, me resolví a separarme definitivamente de la escuela y a practicar por mí mismo lo poco que había aprendido para poder expresar mis ideas por medio de la escritura aunque fuese de mala forma, como lo es la que uso hasta hoy.

[2] Se denota la influencia de pensadores de la época, como Augusto Comte  (1798-1857) quien rechaza el estadio espiritualista y metafísico de Hegel, Schiller, Fichte. Para Comte lo positivo son los hechos concretos y empíricos, porque todo conocimiento científico está destinado a su práctica. Rechaza que el conocimiento científico no será de causas (aristotélicas, eficientes, formales), son fenómenos que están regidos por leyes que expresan regularidad.

[3] Dentro de los preceptos se establece “La enseñanza que imparta el Estado en las escuelas primarias, será en lo sucesivo por la acción, es decir, descansará en el trabajo manual que desempeñen los niños, con el único propósito de despertar la habilidad profesional, iniciar el desarrollo de los órganos que han de ser los instrumentos del arte y asistir, por tanto a la cultura integral de los alumnos…[…] El conocimiento será asimilado por que se presente la oportunidad para adquirirlo o porque los alumnos lo soliciten [..] El Agrupamiento de los alumnos no obedecerá a la cantidad de preceptos que tengan en la memoria, sino al grado de desarrollo espontáneo de su eficiencia congénita dentro de los medios normales de la escuela”. Entre los diputados que redactan el precepto se encontraba el distinguido maestro José de la Luz Mena y Alcocer. La escuela Racionalista se pronuncia contra quienes han abusado del poder, como: las religiones, reyes, jesuitas, burgueses y capitalistas, creando desigualdades, injusticias y clases parasitarias. La crítica que hace a los modelos educativos del pasado, como los que vendrán, es por su carácter de domesticar al hombre por el hombre, del dominio por quien detenta el poder en turno. La herencia de las escuelas proviene de la Iglesia que ha marcado el ritmo, horarios, toques de campana, el rol de sacerdote, la disciplina, el silencio de los conventos, la obediencia, y el castigo como fin para alcanzar la salvación. El Maestro José de la Luz Mena nos señala «el hombre ocultó su ignorancia y miedo en un dogma; disimuló su odio en las religiones; entorpeció su natural socialización en la propiedad privada. La escuela ha transitado por formar en los conventos, místicos, en los castillos siervos y vasallos, en la monarquía, súbditos y lacayos; en la burguesía capitalista, técnicos y asalariados; la historia atraviesa la reproducción de explotados y explotadores. La vieja escuela considera a los alumnos como un recipiente, y los espacios educativos, como cárceles, su misión es enseñar tan solo a leer, escribir, contar y algunas nociones básicas de ciencia verbalista, que flotan en el mar de dogmas y prejuicios en la cabeza de los educandos, conocimientos inútiles para la realidad. El grado de domesticación alcanza la formación de seres sumisos, autómatas. Su desempeño se basa en el verbalismo, tiene dispositivos de programas, horarios. El Maestro José de la Luz Mena señala «somete a riguroso orden la suministración de los conocimientos, impiden la libre adquisición de ellos de parte del alumno; la recapitulación científica que imparte es abstracta, sin aplicaciones reales y prácticas, y el encadenamiento de sus ciencias no es la escala positivista, sino el orden lógico establecido por Alejandro Bain. Esta pedagogía es el intelectualismo que ha privado hasta ahora en nuestras escuelas, y contra ella la moderna filosofía escolar fulmina la requisitoria de empirismo antinatural». En esos tipos de escuelas, la carga es cada vez mayor, almacenando más palabras que archive la memoria de los escolares, formados bajo la óptica libresca. Inmovilizan a los escolares por medio de mesabancos estrechos reduciendo la actividad física a lo mínimo. El conocimiento lo fragmentan a través de la enseñanza en varias asignaturas, clases, semestres, disciplinas, y clasifican por edad, sexo, raza. Creando una fábrica de jóvenes ineptos para la lucha de la vida, imbuyéndolos de autocontrol, reprimiendo sus emociones, necesidades, y voluntades, bajo el despotismo de sus ejecutores, matando la espontaneidad, iniciativa, carácter y responsabilidad en los educandos. Propone José de la Luz Mena discurrir los Derechos del Niño; considerar la Libertad, como: «el primer derecho que reclama el niño para su desarrollo integral, tanto físico, cultural, intelectual, que lo conduce a la iniciativa, a la empresa, al carácter decidido de progreso y el maestro debe pugnar por ella en todas sus campañas, tanto dentro como fuera del medio escolar. Tiene que ser un trabajador emancipado de dogmas y prejuicios religiosos, científicos y sociales.»

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 11/12. Marzo 2016 – Febrero 2019.

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