El desarrollo del congreso: temas, agendas, debates y propuestas
Arriba: Diplomático e historiador ecuatoriano José Gabriel Navarro
Tal como estaba previsto, el II Congreso Internacional de Historia de América inició sus sesiones el 5 de julio de 1937. La inauguración se produjo con gran pompa. Las más altas autoridades de la Nación y la Ciudad de Buenos Aires se dieron cita para refrendar la importancia del evento, que se inició con la entonación del himno nacional. El Presidente A. P. Justo, el Ministro de Justicia e Instrucción Pública Jorge de la Torre, el de Interior Manuel Alvarado, el de Agricultura Miguel A. Cárcano, el Intendente Municipal M. De Vedia y Mitre, el Cardenal Primado Monseñor Copello, una cantidad importante de diputados, senadores, miembros del cuerpo diplomático argentino y embajadores de países americanos compartieron la apertura.
Los discursos inaugurales recayeron en el presidente del congreso R. Levene, el Intendente de la Ciudad de Buenos Aires y los tres invitados de honor, el representante de Estados Unidos Dr. Clarence Haring, el representante de Brasil Dr. Pedro Calmòn y el de Chile Dr. Ricardo Donoso. En todos ellos los elogios a la organización y los votos por un trabajo fructífero se combinaron con referencias a la situación internacional y especialmente al lugar de América en los destinos futuros.
R. Levene destacaba en su discurso la superación de una etapa en la que la historia del continente se escribía a partir de líneas de tensión que enfrentaban a las naciones,
“…Era en parte la historia de la America inglesa contra la América latina o viceversa; la historia de la América hispánica contra la portuguesa y chocaban entre ellos la mayoría de los historiadores de pueblos de habla castellana. Diversos hechos habían llevado confusamente a esta anarquía. Eran los problemas del pasado todavía insolubles, la imagen del héroe palpitante de pasión, una política contradictoria que no terminaba de definirse y las convulsiones internas que padecían nuestros pueblos…”.[21]
Izquierda: Político chileno Luis Barros Borgoño
Tampoco los intelectuales europeos habían logrado una reflexión profunda sobre las sociedades americanas. Sociólogos como Le Bon o filósofos como Spengler sólo habían logrado a su entender análisis superficiales, que se limitaban a retomar información de segunda mano, sin conocer personalmente las realidades ni realizar las mínimas tareas de heurística documental. Incluso los textos dedicados a la enseñanza de la historia americana se construían sobre errores y omisiones, producidos bien por las limitaciones de modestos maestros bien por la intencionalidad de manifiestos polemistas.
Sin embargo, en la perspectiva del autor, en los últimos años esa situación había cambiado notoriamente, impulsada por la obra y la gestión de historiadores profesionales en uno y otro continente. Una nueva concepción histórica, apoyada en la aplicación de los métodos eruditos de investigación y crítica, permitía elaborar una historia de las unidades americanas en su diversidad y en su totalidad. La verdad histórica serenaba las pasiones y los procedimientos de la investigación permitían una historia comprensiva y de síntesis. Al mismo tiempo, un nuevo compromiso pedagógico de los historiadores con la cultura histórica contribuía a su difusión. Ejemplo de esto era el tratado recientemente firmado entre los gobiernos argentino y brasileño para la revisión de la enseñanza y los libros de texto de historia americana.[22]
Por sobre las diferencias geográficas, raciales, económicas y políticas las investigaciones históricas demostraban la unidad histórica de carácter moral que distinguía al mundo americano. Fraguada en los tres siglos de la colonia en la se fue consolidando “…un sistema general americano dentro del cual se generó lentamente la Revolución emancipadora, la independencia que nace de la dominación española, portuguesa e inglesa aunque va contra ellas…”[23]. Esa historia compartida que ligaba estrechamente a las naciones americanas daba solidez a la afirmación de que “…Los Estados libres de este Continente marchan hacia la plena realización de su soberanía económica y espiritual y la historia es la unión entre ellos como fuente eterna de verdad y patriotismo…”[24]
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