Debate historiográfico
Pablo Jaitte*
En las líneas que siguen tratamos de bosquejar las ideas de Pierre Vilar (1906-2003) y Walter Benjamin (1892-1940) acerca del decurso de la historia (en dos de sus posibles sentidos: la que se vive y la que se escribe). Se trata del análisis de corpus textuales muy diferentes, en el caso de Vilar, historiador de oficio, se trató de rastrear sus indicaciones metodológicas y teóricas a través de numerosos escritos en diferentes etapas de su dilatada vida. En el caso de Benjamin acotamos el análisis a sus Tesis de filosofía de la historia, tan célebres y citadas en virtud de su hermosura y brillantez, pero como toda su obra no exenta de pasajes que se prestan a interpretaciones contrapuestas. Huelga decir que nosotros realizamos sólo una de ellas.
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Este diálogo imaginario y caprichoso de dos contemporáneos, nos ha dado pié para repasar algunos temas en relación a la aludida idea de historia y al modo en que ambos interpretaban los postulados del marxismo.
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Walter Benjamin y la filosofía de la historia:
“El don de encender en lo pasado la chispa de la esperanza sólo es inherente al historiador que está penetrado de lo siguiente: tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando éste venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer.”[1]
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Se puede afirmar que entre los destellos del Benjamin más preocupado por dar coherencia teórica al curso de sus críticas e investigaciones sobre el arte y la sociedad europea y la práctica de Vilar como lúcido historiador marxista hubo más de una coincidencia. Para empezar digamos que ambos, naturalmente, en las circunstancias de su siglo, se vieron atraídos, casi diríamos empujados, hacia el marxismo. Y aunque los pasos que en ese sentido diera Vilar fueran más decididos esto no menoscaba el hecho de que ambos vivieron en un similar clima de ideas y tuvieron inclinaciones parecidas frente a un mundo en aparente crisis terminal.
Walter Benjamin nació en Berlin en 1892
En sus Tesis, Benjamin deja entrever sus prevenciones hacia una manipulación del materialismo histórico que llevaría a reinstalar, en el seno de esta nueva y rupturista forma de entender el mundo, convertida así en cáscara, el viejo lastre de ideologías pasadas, graficadas en una vieja enana a la que conviene esconder: la teología. En la comparación con aquel supuesto primer autómata (llamado el turco, una “máquina” dedicada al ajedrez que escondía en su interior a un maestro del tablero que se prestaba al engaño), expresa el temor a que, bajo los ropajes de lo revolucionario, se reubicara el corazón (o el cerebro) de la reacción, poniendo a su servicio lo que, en su génesis, había nacido para combatirla. Profecía que se ha cumplido en lo que respecta a una serie de versiones de producidas, como diría Vilar, por marxistas más preocupados por proclamarlo que por serlo. Acertado futurismo ya que, tanto en oriente como en occidente, se ha levantado, tal vez como el arma más eficaz en su destrucción, un pretendido marxismo contra el marxismo. También Vilar, apesadumbrado por esta realidad, ha expresado la idea de que no era dable esperar demasiado de la historia-ciencia en la medida en que no avanzara la transformación, práctica y consciente, de la sociedad, la historia a secas. Consultado acerca de las repercusiones de Marx en la historiografía Vilar precisó que, durante toda una etapa, sería más ajustado hablar de un mundo académico de espaldas a Marx que de uno influenciado por él.
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El intelectual alemán, que moriría por su propia mano en las dolorosas circunstancias de 1940, también es consciente de que, para decirlo en sus términos, sólo la humanidad redimida podrá hacerse cargo plena y totalmente de su pasado. Hasta que ese día llegue, hasta esa jornada final, el pasado reivindicará sus derechos sobre el presente, es decir, impondrá su mandato de inquebrantable continuidad. Debilitando con ese mismo gesto nuestra flaca fuerza mesiánica, redentora. Es decir, nuestras posibilidades de romper, de alterar el mandato de los explotadores del ayer remachado por los del hoy.
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Con pocas pero bellísimas palabras, (bellas justamente por esa economía), Benjamin salda su punto de vista acerca de un debate que se ha llevado mares de tinta: la ciencia histórica no persigue una mera reconstrucción objetiva del pasado, (la anticuada pero siempre-vigente idea de revivir el pasado tal cual fue), el pasado es también, y por encima de todo, prenda de lucha y no puede haber claridad y conocimiento sobre él más que en los breves instantes en que relampaguea, momentos tormentosos, de peligro no figurado, esos que nosotros queremos traducir como momentos revolucionarios. Y, a su turno, cómo estos son los puntos de quiebre, es decir son las situaciones en que puede y debe invertirse el lastre del tiempo y es el presente el que puede mandar sobre lo pretérito. Por eso dice Benjamin:“la imagen del pasado que amenaza desaparecer con cada presente que no se encuentre mentado en ella”.[2] Una y otra vez sólo en medio de grandes convulsiones sociales podrá re-escribir-se la historia pues sólo en condiciones excepcionales los débiles se hacen fuertes, y sólo en ellas los fuertes y su imposición de un pasado se debilitan. Esta es una idea clave, por esto la retoma nuevamente en la tesis quince, cuando expresa que es prerrogativa de las clases revolucionarias el hacer estallar el continuum histórico. Es allí cuando todo el tiempo pasa en fracciones de segundo y se altera: se rebautizan los días, los meses, los años; los calendarios y las periodizaciones del poder se transforman en papel pintado. Se hace añicos en segundos lo que durante miles de años de custodia los de arriba buscaron preservar. Los revolucionarios buscan referencias de lucha y así se hacen contemporáneos de los derrotados de antes, a los que buscan redimir.[3] Benjamin habla de un tiempo-ahora que desarticularía la construcción estática de una concepción del tiempo como vacío y puramente homogéneo. Constatamos que esta formulación tiende a coincidir con la idea de la existencia de distintos tipos de tiempo que tanto defendió Vilar. Y que le permitieron entender las particulares condiciones en las que se dio, por caso, la Revolución francesa, con la confluencia de distintos ciclos en una misma coyuntura.[4] En todo lo expuesto se puede constatar el cuño marxista de ambos pensadores.
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Benjamin también confluye con la idea expresada y sostenida por Vilar y otros marxistas de que el pasado se entiende mejor desde y por el presente. Para Benjamin, contrariando lo expresado por venerables apolíticos, profesionalistas y pretendidos asépticos, la base del procedimiento es la empatía. Así como es empatía lo que une a los vencedores del hoy con los del ayer, y con la intelligentzia que los corteja; él parecería sugerir, para el historiador anhelante, un similar complot a través del tiempo, pero esta vez con los derrotados, con los derrengados de todas las épocas, de los que, como ha dicho Almafuerte, surgen potencias extraordinarias.
Se cree que Benjamin se suicidó en Portbou, frontera franco-hispana, acosado por los nazis en 1940.
Cuando Benjamin ataca al historicismo, declaradamente desde las posiciones del materialismo histórico, lo hace, y en este sentido resaltamos las coincidencias con Vilar, no para eliminar una mirada histórica de lo social, sino para relanzarla. Y para hacerlo sin ningún tipo de ingenuidad ya que aconseja mirar con la mayor desconfianza, sin encandilarse, esos productos culturales que los sectores dominantes de todos los tiempos llevan como botín y que, bajo su faz deslumbrante y grandiosa, ocultan la terrible cara de la explotación social, del saqueo, del robo, de la violencia. O en sus palabras, de la barbarie.
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Este es el principal punto de confluencia entre ambos intelectuales. Tanto como Benjamin nos advierte de la barbarie implícita en los bienes culturales legados por anteriores civilizaciones que requieren la atención de los historiadores y no sólo eso, sino que también nos previene de los propios mecanismos de transmisión de la cultura, (barbarie simbólica, sublimada), requiriendo se tome prudente distancia y se someta a crítica lo que se acepta alegremente como herencia inmaculada. Así entonces como Benjamin, también Vilar va en ese sentido cuando reclama que más que una crítica de la razón histórica se haga, o re-haga, una historia de las ideas, o mejor una historia total que integre también la intelectual, y que, al decir de Benjamin, pase el cepillo a contrapelo realizando una crítica histórica de la razón, abandonando las versiones idealistas y a la vez las materialistas mecanicistas o economicistas de la historia humana.
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En relación a la idea de progreso también hay puntos de contacto. Vilar dirá sin pudor que sigue buscando hallar un sentido a la historia y que el ser humano, a través de su evolución, (concepto que reivindica), ha ido logrando incrementar su control de la naturaleza; pero al mismo tiempo plantea que esto no ha sido gratuito, que ha implicado, entre otras exquisiteces, la explotación del hombre por el hombre, y que este decurso, al decir de Adorno[5], ha arrastrado a la humanidad hacia lo inhumano, le ha hecho perder el control de su principal creación, la misma sociedad, que ahora se le sobrepone, como un dato aparentemente irreversible. Entonces para Vilar es válido hablar en cierto sentido de una evolución de la historia de las sociedades, lo que no es lo mismo que hablar, ingenuamente, de progreso. En el caso de Benjamin, el huracán llamado progreso, que amontona escombros y empuja al Ángelus Novus hacia el futuro, tampoco está exento de ese carácter contradictorio. Esa idea apenas esbozada en la descripción del cuadro de Klee es luego retomada, desarrollada y ejemplificada cuando en el punto once de sus Tesis él avanza con la crítica de la socialdemocracia. Allí ofrece la idea de que esta corriente genera confusión y decadencia dentro de las filas de la clase obrera. Retoma incluso el tópico marx-engelsiano de la crítica al Programa de Gotha y fustiga su papel de adormecedora de las conciencias obreras. Dice que en lugar de fortalecerse en el odio a sus explotadores teniendo como referentes a los antiguos explotados, es decir sin apartar la vista del pasado tal como el ángel del cuadro, parece que la SD los ha hipnotizado con un futuro de redención inevitable, con la descaminada creencia de que el tiempo inexorablemente estaba de su lado. ¿Hasta dónde entendía Benjamin que era esta una de las importantes causas del ascenso nazi? Sobre esto sólo queda seguir indagando.
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Finalmente, en relación a la idea de causa histórica, Benjamin la reinterpreta en el sentido de su idea de redención y de tiempo-ahora: es el breve instante en el que todo se descalabra (de nuevo, en términos menos líricos: la situación revolucionaria) en la cual puede cobrar nuevo sentido todo aquel transcurso, pesado, del tiempo. Y es allí donde pueden entreverse qué cuestiones o procesos son los que realmente referencian, los que en definitiva causan, aun separados por siglos o milenios.
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Para terminar, cuando Benjamin señala, en la tesis dieciocho, que: “…la historia entera de la humanidad civilizada llenaría un quinto del último segundo de la última hora”, (si todo el desarrollo de la vida orgánica sobre la tierra se redujera a un solo día), lo que plantea no es tanto el problema de la insignificancia humana como el de la aceleración de los tiempos: estaría aludiendo a la posibilidad de la redención en un milésimo de segundo final. Final entendido, traducido, como el fin de un mundo tal como se lo conoce, o como cree conocérselo, es decir una revolución que replantea todo de nuevo. En sus recomendaciones para los docentes de historia también Vilar recomendaba tener siempre a mano las escalas de tiempo que permitieran complejizar la idea que se tiene de la materia de la cual está hecha la historia.
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Pierre Vilar: ajedrez e “historia total”
“Un mundo en crisis prefiere no conocerse, o conocerse mal. Esa es sin duda la probable crisis de la historiografía. Pero no es forzosamente una crisis de la ciencia histórica.”[6]
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Los que practican ajedrez, el “juego-ciencia”, tienen presente una situación que se presenta a menudo durante el transcurso de una partida. Suele ocurrir que los jugadores, enfrascados en sus razonamientos y planes, buscando tal vez demasiado afanosamente poder coronar con éxito tal o cual maniobra, terminan cayendo en la cuenta, con asombro y hasta horror, que descuidaron una mirada y análisis del tablero en su conjunto, absortos como estaban en determinado flanco o región de esa limitada geografía cuadricular. Cuando esto ocurre lo más probable es que el castigo a la desatención sea la derrota inmediata o, en todo caso, una larga convalecencia para intentar remontar un juego desfavorable. Por eso también se afirma, en la jerga de los iniciados, que “se ve más desde afuera”. Ya que los que observan los enfrentamientos de un torneo, (sin tomar parte en él), tienen en ocasiones una visión más equilibrada y, si son lo suficientemente expertos, pueden entender lo que determinado jugador (o incluso ambos contendientes) han pasado por alto. En cuanto a la historia, entendida como ciencia, no queda más que constatar tal como lo hace Vilar, que es simplemente imposible ser un mero espectador, no existe un tal desde afuera. El historiador es, a la vez, rehén y activo hacedor de la historia.[7]
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Por otro lado no intentaríamos de ningún modo afirmar que ajedrez e historia tengan un grado comparable de complejidad. El primero, juego de variables y factores limitados, juego de información “abierta”, (esto es lo que nos hace parecer más interesante el hecho señalado más arriba), no puede ni acercarse a la tarea pesada que espera a quienes intenten descubrir en determinada sociedad pretérita sus principales principios explicativos.[8] Entre otras cosas por la cantidad de elementos y contradicciones que se deben tener en cuenta y, aún más, por su coexistencia simultánea que debe ser objeto de una necesaria jerarquización por el analista, por lo menos si se intenta llegar a ese tipo de “historia-razón” que propiciaba y cultivaba el historiador nacido en Montpellier. De paso señalemos que en historia jamás podrán aparecer ante nuestra vista todos los datos presentes en determinada situación histórica, como sí aparecen, para quien sepa verlas, todas las jugadas y piezas que complotan contra un rey, en pos de matearlo, en una simple partida.[9] Esto, sin embargo no nos impide tomar el consejo ajedrecístico traducido a nuestro campo científico por una insistente recomendación de Vilar: ¡cuando haga historia nunca pierda de vista la totalidad del tablero!
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Por supuesto que Pierre Vilar, como marxista y simultáneamente como entusiasta defensor del tipo de análisis histórico que contribuyó a desarrollar la corriente de Annales, se refería a la necesaria lucha contra la forma de historia predominante, por desgracia lo es hasta hoy, dónde la especialización y la parcelación, operada hasta el más absurdo final, del estudio de las sociedades en movimiento llevó a una compartimentación que impide precisamente toda comprensión de conjunto, escapándose cada vez más de la historia razonada[10], es decir de la posibilidad de dar sentido al devenir humano.[11] O, mejor dicho, de descubrir un cierto sentido en el devenir humano. Y sacrificando a través de esa mutilación, la diacronía, corazón de la ciencia histórica.
Dejemos hablar a Vilar ya que creemos que es suficientemente claro al exponer lo que él entendía como tarea primordial de los historiadores:
“Generalmente se atribuye una “filosofía de la historia” a aquellos que creen que la historia tiene un sentido. Sabemos que se ha hablado mucho en estos últimos años del “sentido de la historia”, más entre aquellos que no están satisfechos del sentido que la historia parece tomar, que entre los que la ven avanzar con simpatía. Concibo, sin embargo, que pesa una sospecha sobre el historiador que pretende conocer el sentido de la historia de antemano. Pero, en fin, ya que por definición se ocupa del pasado, piensen ustedes que el historiador dispone de “defensas”. Pues cuando dice, “la historia va en este sentido…”, la historia ya ha ido. Buscar el por qué ciertamente presenta riesgos, no buscarlo significa renunciar a pensar”.[12]
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En los primeros años noventa del siglo pasado Vilar también se sintió obligado a salir al cruce de la avalancha posmoderna que pretendía cuestionar y en definitiva eliminar la idea de sentido y evolución histórica.[13]
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Vilar y la noción de proceso
Vilar fue un gran crítico de las miradas filosóficas de la historia que pretendían prescindir de toda carnadura histórica. Persiguió con obsesión las elaboraciones de Raymond Aron en relación a la filosofía de la historia, ya que para él eran algo así como la más clara y casi caricaturesca ejemplificación de un vicio que, de nuevo tenemos que lamentar, no puede decirse que esté menos extendido en la actualidad que cuando Vilar refutó una a una aquellas aporías.[14] Vilar abogó por una ciencia social que colocara en el eje de su estudio a la dinámica, a las formas en las que se producen los cambios, por lo tanto en el centro de su concepción se halla el concepto de proceso.[15] A la vez pretendió que los “especialistas en el tiempo”, (no nos referimos a los pronosticadores de tormentas y días soleados), fueran conscientes de que la historia no podía avanzar como ciencia sin incorporar en lugar destacado a los hechos de masas, es decir a las masas mismas. Desde ese punto de vista, el del análisis de las sociedades en movimiento, ya no sería posible pensar seriamente en una historia puramente acontecimiental, un relato acerca de los grandes hombres y de los hechos-que-merecen-ser-destacados.[16] Ni tampoco una que se recluyera en un solo nivel de análisis y pretendiera explicar y derivar sólo desde allí el funcionamiento de todo el conjunto, así fueran el nivel económico o el político.[17] A su vez era consciente de que un método tal se encontraba aún en sus primeros, y por eso mismo importantes, balbuceos.
Pierre Vilar nació en Frontignan, Francia, en 1906.
Falleció en Saint Palais, 2003.
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Se puede pensar que el principal enemigo historiográfico que combatió Vilar a lo largo de su vida fue el de los des-historizantes y estructuralistas (ya fuera Aron o los marxistas al estilo althusseriano), es decir los que evacuaban toda la historia, relegándola a un mero residuo ya irreductible de las teorizaciones elaboradas por la filosofía, la sociología, la economía, la antropología, etc.[18] El auge de la lucha contra el positivismo (corriente a la que también se dio tiempo y espacio para confrontar) ya había pasado.[19] Lo principal entonces de sus batallas historiográficas lo dio Vilar contra los que pretendían permanecer ajenos al surgimiento de las poderosas herramientas de análisis y transformación social que habían forjado los marxistas (Aron); y también contra quienes, supuestamente dentro del campo del materialismo histórico, hacían un trabajo de zapa que llevaba ineludiblemente a esterilizar, tras una presunta ortodoxia, los mejores esfuerzos de esta corriente (Althusser).
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Para Vilar la historia total no suponía un capricho o una opción metodológica, (“La historia total no nos la inventamos, la vivimos”[20]) sino que era una necesidad científica planteada en primerísima medida por la propia realidad histórica, es decir que el propio objeto de estudio sugiere con toda clase de guiños y ostensibles gestos a los sujetos que intentan conocerla (cientistas sociales, hombres prácticos-políticos, o mejor a la fusión de ambos), que toda violación a la regla del análisis con ambición totalizante implicaría resignarse a un conocimiento insuficiente unilateral e incompleto, y, por lo tanto, en cierta medida, tergiversador. Así:
“(…) un médico no es un químico, pero ¿puede ignorar todo acerca de la química?; un astrónomo no es un físico pero ¿puede acaso ignorar todo sobre la física? Saber mucho es necesario para el especialista, comprender suficientemente los diversos aspectos de lo real resulta indispensable para aquel que se entrega a un esfuerzo de síntesis y es justamente este esfuerzo el que se le pide al historiador.”[21]
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Sin embargo, como señala Vilar, el espíritu en el que se forman los distintos especialistas en las ciencias sociales, y también en gran medida los historiadores inficionados por las especialidades, es el de la creencia acerca de que la sociedad sería una yuxtaposición de relaciones de esferas específicas, (lo económico, lo cultural, las mentalidades o la política, etc.).[22] Es decir, dar como un dato del concreto real lo que es sólo una realidad en aquel pensamiento que va en busca de captar lo real y sus múltiples determinaciones con la ayuda de estas clasificaciones. Lo que en algunos casos implica la consideración de la historia como una rama especializada más, con el vergonzante agregado de que su esfera propia aparece difuminada o crecientemente disputada por las demás ciencias. En definitiva, ¿qué queda para la historia social si se evacuan la economía, la sociología, la antropología y su enfoque cultural, la psicología social…? Poco más que una colección de curiosidades, una miscelánea de singularidades que, al estilo de Aron, tendrían como máximo desafío restituir al pasado toda su carga de imprevisibilidad. Remachando toda esta tendencia a la tabicación se erigiría, para colmo, la jerga específica, ese lenguaje dialectal y abstruso a través del cual los científicos reconocen a sus pares (así como determinados mamíferos lo hacen por la fragancia de sus secreciones) y a la vez alejan a los que los puedan llegar a importunar.
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Comprender suficientemente determinada sociedad, nos dice Vilar, implica poder pensarla en su temporalidad, es decir en su perpetuo proceso de cambio, de transformación, en su incesante movimiento de nacimiento de lo nuevo, de muerte de lo viejo, de movimiento y maduración de lo existente: en definitiva esto es historizar. En este sentido, no se puede explicar al margen del tiempo, no sólo en historia, sino en ninguna ciencia. Por esto Vilar plantea a la historización como un método de pensamiento todo terreno. Preguntarse: ¿Esto, de dónde viene? ¿Cuál ha sido su génesis? ¿Y cuál su recorrido y evolución posterior?
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A la vez, Vilar, pasa por un tamiz crítico la noción, frecuentemente tan desgastada por el abuso de la institución escolar, de causa o incluso la más delicada de factor, él prefiere hablar de componentes de una determinada situación histórica, lo que nos devuelve a la mirada de conjunto.[23] Trata de combatir la idea de causalidad mecánica, ya que para él, un componente de una situación histórica es, simultáneamente, causa, efecto y signo de una totalidad en auto-movimiento. Componentes que interactúan y a su vez remiten a un proceso histórico, marcado por génesis, desarrollo, maduración, desenlace y reconfiguración de una sociedad dada.
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El concepto de estructura en Vilar
Vilar constata que en realidad no ha existido nunca un análisis científico, en el campo que uno guste, que no haya supuesto, tácita o explícitamente, que la materia objeto de estudio tenía una determinada estructura.
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De hecho, se trata del reconocimiento de una evidencia: el espíritu humano no puede actuar sobre el mundo exterior más que en la medida en que puede reconstruir – reflejar o expresar- en un lenguaje lógico cómo están hechas las cosas. Si las cosas fueran de cualquier manera, si cambiaran de forma incoherente entre una observación y la siguiente, si no existiera ningún tipo de legalidad rigiendo este movimiento / transformación de la realidad, la ciencia no hubiera sido alumbrada y el hombre no hubiera llegado a la luna.
Claude Lévi-Strauss nació en Bruselas, Bélgica en 1908.
Falleció en París, Francia, en 2009
Con respecto a su contemporáneo Lévi-Strauss, y más allá del reconocimiento de sus aportes, dirá Vilar que desde el punto de vista de los estudiosos del devenir social no se puede pretender confinar la noción de estructura dentro de un corralito de la “historia fría”: es decir la de las sociedades tribales de cazadores recolectores o de agricultura incipiente, etc., ya que la “historia cálida”, la que existe gracias a los saberes y desarrollos acumulados, la de los cambios más veloces, también requiere de aquella noción. Y se pregunta Vilar si en definitiva una “ciencia del hombre” no debería darle mayor atención también a esta “calidez” ya que, después de todo, es una auténtica creación humana.
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La materia histórico-social analizada tiene entonces una forma determinada e independiente de nuestra percepción y entendimiento, una estructura. Somos nosotros quienes, a partir de su ponderación, construimos un modelo buscando reflejar el mayor número posible de las características del objeto o, en todo caso, de sus rasgos fundamentales. La prueba del éxito de esta operación, en otros términos la contrastación de los saberes así adquiridos, la constituye la capacidad de acción sobre el objeto que nos da la construcción del modelo, es decir que para Vilar, marxista al fin, la comprobación de la veracidad o no del conocimiento humano no es una mera tarea teórica, argumentativa o especulativa, sino terrenal.
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Y nos aconseja algunas precauciones: hay que desconfiar del idealismo que sólo ve la estructura residiendo en esta re-construcción racional, cuando nuestro intelecto se ha limitado a traducir, al límite de sus posibilidades, una realidad objetivamente existente; pero también es necesario desconfiar del empirismo, que pretende que las raíces de su razonamiento residen exclusivamente en el objeto concreto que se encuentra bajo observación, lo que nos conduciría a una yuxtaposición de descripciones y no a un modelo. La ciencia es finalmente la adecuación -en continuo progreso- de la imagen construida que nos hacemos de la realidad misma.[24]
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Retomando, fue Vilar entonces también contemporáneo del auge estructuralista y, si bien reconociendo los aportes de esta corriente, fue crítico de su esencia anti-marxista y anti-histórica. Polemizó particularmente, como hemos señalado, con el enfoque de Louis Althusser. En relación al concepto de estructura le critica a dicho intelectual el que lo haya entendido a éste como mero objeto teórico, como pura emanación del pensamiento, y no dando cuenta de características del concreto real.
Louis Althusser nació en Birmandréis, Argelia francesa en 1918. Falleció en París en 1990.
Para Vilar, el concepto que más habría permitido desentrañar los principales rasgos de la materia histórico-social, pensada como un todo, es el de modo de producción, nudo complejo que invita a pensar las relaciones contradictorias de la infra-estructura y de la súper-estructura, de las realidades económicas y productivas asociadas / contrapuestas al mundo de las clases y grupos sociales, de sus ideas y formas institucionales, políticas, etc.; forma de evitar la recaída en la compartimentación estanca. A su vez, ya que la historia trata de sociedades en movimiento, los esquemas estructurales que elabora tienen que ser de funcionamiento y el centro de su atención debería ser cómo ese movimiento contradictorio es el que va generando sus necesarias desestructuraciones y re-estructuraciones.
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Los modos de producción estudian las reglas que presiden la obtención por el hombre de productos de la naturaleza, las formas de distribución social de esos productos, las normas que orientan las relaciones de los hombres entre ellos, mediante agrupaciones espontáneas o institucionalizadas; y las justificaciones intelectuales o míticas que dan de estas relaciones. La coherencia de este conjunto justifica su calidad de estructura. Pero no se trata de elaborar un esquema simplificador ni de otro discurso sobre la historia universal. No se trata de realidades eternas ni tampoco de realidades de duración tremendamente larga (como aquellas a las que Braudel reserva el nombre de estructura). Tampoco se trata de fórmulas que engloben toda la realidad social concreta, sino solamente la dominante, la que determina, en una sociedad, los procesos decisivos. La estructura de funcionamiento de un modo de producción comporta y genera contradicciones, y esas contradicciones son las que pueden explicar su movimiento y transformación. En el terreno económico, estas contradicciones generan crisis, y en el terreno social, luchas de clases y revoluciones. Las ya nombradas desestructuraciones y reestructuraciones consisten en la combinatoria de las crisis y de las luchas de clases.
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Concluyendo: el conocimiento de la estructura (entendida como esquema fundamental) es necesario pero no suficiente para el historiador.
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Reflexionar sobre las palabras para acercarse más a las cosas
“Un aspecto importante del análisis histórico es el del vocabulario, de la terminología, de la «nomenclatura». Marc Bloch ha demostrado bien cómo el historiador debe llevar a cabo su análisis con ayuda de un doble lenguaje, el de la época que estudia, que le permite evitar el anacronismo, pero también el del aparato verbal y conceptual de la disciplina histórica actual: «Estimar que la nomenclatura de los documentos pueda bastar por completo a fijar la nuestra equivaldría, en suma, a reconocer que nos aportan el análisis ya hecho». Volvemos a ver allí la sana fobia de la pasividad. Pero el historiador, si no tiene el fetichismo de la etimología («una palabra vale mucho menos por su etimología que por el uso que se le da»), se consagrará al estudio de los sentidos, a la «semántica histórica», cuyo renacimiento actual debemos desear. Y se resignará a que unos términos mal elegidos, pasados por todas las salsas, vacíos de sentido por la historia, sigan formando parte de su vocabulario: ejemplos, «feudalidad», «capitalismo», «Edad Media».”[25]
“¿Qué es “un país”? De hecho la palabra es cómoda cuando uno no se atreve a decir “nación”, y cuando no se puede decir “estado”. Estoy estudiando desde hace 50 años este juego lingüístico y no estoy seguro aún de haberlo agotado por completo.”[26]
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Fue Vilar un intelectual muy preocupado por la reflexión sobre las palabras, es decir sobre los conceptos, sobre sus connotaciones; no por hacer vanas discusiones terminológicas sino porque tenía claridad de las profundas implicancias de su uso inopinado. No es casualidad que sea reconocido por su rica Iniciación al Vocabulario Histórico, pero su trabajo crítico sobre este aspecto del quehacer de los cientistas sociales no se limitó a esta obra. “Patria, Estado, nación, son términos cuyo contenido y relaciones recíprocas deben intrigar incesantemente al historiador, en cada momento de la historia. Con demasiada frecuencia se les trata como evidencias dadas”.[27] Vilar fue muy insistente, en que los historiadores y otros intelectuales efectuaban todo tipo de operaciones con este material semántico, todas, a excepción de una básica: la de preguntarse si verdaderamente correspondía determinado uso del vocabulario en tal o cual caso, y con qué salvedades. Y en todo caso indagar si el nombre efectivamente nombraba, es decir si ayudaba a identificar lo que la cosa realmente era, y en base a esa reflexión señalar, a conciencia, qué cuestiones se solapaban o deslizaban tras un uso conceptual equívoco. Particularmente le interesaron el concepto de feudalismo y a otro, muy caro aún a nuestro entendimiento histórico, el de nación.[28] Vilar mantuvo la guardia en alto con relación al peligro de las personalizaciones en historia: el tipo de frases que suelen filtrarse, más temprano que tarde, dentro del discurso histórico: “la actitud de la Francia”, “la decadencia de la clase media argentina”, y un largo etcétera que cualquiera de nosotros podrá alimentar con su propia cosecha. Sin embargo esta operación discursiva, que suele dar entidad homogénea a algo que no la tiene, y que implica también nominar desde algún punto de vista naturalizado como propio, debe ser cuestionada primero que nada por los historiadores. Se preocupó por los frecuentes anacronismos que pueblan el tratamiento del material histórico-social, sentidos contrabandeados con inocentes y anodinas palabras, por ejemplo, cuando se trata de preferir tratar a determinado grupo humano con los vocablos alternativos de etnia, pueblo, nación, tribu, etc. El problema no es en este caso elegir un término sino hacerlo a sabiendas de los motivos y limitaciones de dicha elección.
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Vilar y lo múltiple del tiempo
Vilar entendió que los historiadores tienen una principal preocupación, que es la del cambio, la del movimiento y la transformación social. No es poco. En ese sentido se puede rastrear como avanzó en la problematización del concepto tiempo o, mejor, de la simultánea unicidad y multiplicidad del tiempo. Así Vilar retoma un tema braudeliano y a la vez se diferencia de su colega. Por ejemplo en Pensar la historia nos marca la existencia de un tiempo de lo económico-demográfico, uno de lo social que incluiría la dimensión política, y uno de lo mental, (ya fuera del hecho religioso como de sus otras manifestaciones). A su vez, quien historia lo social, no puede prescindir de un par, estructura-coyuntura, que a su vez nos remite a la idea de la existencia de tres tipos de dimensiones temporales: el tiempo corto o inmediato, el medio y la apodada larga duración.[29] Esto no sólo es útil para la instancia económica de los fenómenos sino que, como a menudo utilizara Vilar, se puede observar en otros niveles, tales como coyunturas mentales, o más ajustadamente, ideológicas.[30]
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Para redondear esta vista esquemática de la complejidad del factor tiempo aludiremos a las revoluciones, como particulares nudos, donde siglos transcurren en meses o en un puñado de años, donde en ocasiones se producen confluencias temporales y se yuxtaponen y resuelven asuntos cocinados en extensos períodos, y donde se alumbra, por fin, lo nuevo. Vilar estuvo particularmente atento, no podía ser de otro modo, al ejemplo paradigmático del proceso francés de fines del siglo XVIII. Donde coincidieron el estertor de una de las últimas crisis de tipo antiguo (que se producían de forma casi rítmica) y que estudiara su maestro Labrousse, junto con los fenómenos del mediano plazo, ligados al ascenso burgués y a las características de la transición; expresados en una específica situación explosiva cortoplacista, (agudización de los límites del absolutismo monárquico, correlación de fuerzas entre las potencias europeas, debilidad financiera de la corona, etc.).
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Crítica de la razón histórica y Crítica histórica de la razón
En relación a su combate contra los des-historizantes y en particular a los planteos de la Escuela de Frankfurt, (importante en vista del acercamiento de Benjamin a ese círculo), Vilar cree que sus referentes estuvieron más preocupados en la crítica del historicismo que en el desarrollo de la tarea central del historiador (y de todo cientista social con interés en historizar) que es la de someter a crítica histórica a la razón y a su par opuesto la sin-razón que nos han acompañado en todo nuestro recorrido como especie. Es decir, poder desentrañar, en cada momento histórico, cuáles condiciones apuntaban a que determinadas ideas fueran concebidas, fueran acertadas o erróneas, (o ambas).[31] Y a su vez cómo impactaron sobre el cuerpo social.[32] Es decir una historia materialista no ingenua y en contraposición a una historia entendida como mero derivado del pensamiento humano. Sometiendo a crítica esa tradicional historia, que pretendería mostrar a unas ideas como unilateralmente prohijadas por otras o surgiendo como reacción a sus predecesoras y que aísla este nivel del todo social. Este aspecto evidencia la ruptura de Vilar con interpretaciones del marxismo realizadas desde posiciones positivistas o racionalistas estrechas.
Karl Heinrich Marx nació en Tréveris, Alemania, en 1818. Falleció en Londres, Reino Unido, en 1883.
En este sentido se puede observar una coincidencia con lo que aporta Benjamin cuando acierta en decir que todo documento de cultura es a la vez uno de barbarie. Es decir, de nuevo retomando la formulación vilariana, una crítica histórica de la razón, buscando profundizar en las causas sociales, materiales, económicas, de la aparición de determinadas ideas, tanto las razonables como las irracionales; mejor incluso: las que entrañan ambos aspectos. Esta orientación para un programa de investigación es particularmente fructífera si tenemos presentes las tortuosas combinaciones que se dan en nuestra contemporaneidad entre una sofisticada teoría / técnica y una práctica social que entraña formas degradantes de la condición humana y tremendos padecimientos a millones: racionalidad e irracionalidad continúan su perdurable convivencia.
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El historiador: punto de vista y ciencia
“…Mathiez había soñado con “una historia total”, una historia de la que ni el juicio ni la “simpatía” estarían ausentes, pero en la cual la “objetividad” que no se encuentra en las almas, sería buscada en las cosas.”[33]
“…el historiador, como cualquier sabio, crea su objeto y por otra parte el historiador se sitúa en la historia, está completamente dentro de su tiempo y el tiempo está en él”[34]
“Comprender no excluye el juicio. Pero “comprender correctamente”, implica sin duda la capacidad de “sentir con”. Y con frecuencia es necesario “sentir con” realidades contradictorias. Todo estudio, todo análisis profundo, crea y ejercita esta capacidad.”[35]
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En su recordatorio a Maravall, Vilar ilumina su forma de ver la tarea del historiador:
“…nos conocimos bastante para constatar nuestras comunes exigencias: evocar las sociedades globalmente y siempre resituarlas en el tiempo. Si lo hace, el historiador más que juzga, comprende. No se prohíbe ante diversos aspectos del pasado, sentirse aquí más indiferente, allá más solidario. Pero en este caso, él sabe porqué. Porque /
no ignora que él mismo está en la historia”.[36]
En relación al tema de la objetividad del historiador Vilar plantea tres actitudes posibles: la de quienes siendo conscientes de ser partidarios, muy lejos de la honestidad intelectual, quieren pasar por imparciales; la de quienes, ingenuamente, se creen objetivos aún cuando en mayor o menor grado no lo son; y finalmente quienes explicitan abiertamente cómo sus “simpatías” han orientado sus análisis y de esta forma se entregan con sinceridad al juicio de sus lectores.
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Explicar y comprender, en definitiva en el corazón de una historia-razonada, aunque muchas veces haya quienes pretenden que esto es idéntico a disculpar o justificar.[37] “(…) intentar comprender, no para “perdonar” los horrores, sino para entender mejor por qué sucedieron.”[38]Casi no es necesario señalar que de nuevo encontramos ecos similares entre estos presupuestos metodológicos y la idea que expresaba Benjamin en sus Tesis con respecto a la empatía.
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A lo largo del siglo XX en todos los campos se ha revisado la idea de cuál es la forma en que se construyen los conocimientos científicos. Vilar constata que esto ha variado también para las llamadas ciencias duras, donde se entiende que el observador interviene en el proceso de observación. También ha mutado la noción de causalidad y de legalidad. Esto ha acercado a la historia al entendimiento de que se puede desarrollar plenamente como ciencia. La humanidad de nuestro particular objeto de estudio no menoscaba su plausibilidad científica. A la vez ha avanzado la historización como clave para cualquier área de investigación.[39] Vilar impugna a los positivistas y neo-positivistas que insisten con que la tarea de los historiadores sería la de restablecer “pequeños hechos verdaderos”. Pero a la vez sigue atento a la crítica de la otra desviación posible: la de evacuar toda historia a partir de teorías que desprecian toda singularidad (al estilo de la New Economic History a la que somete a crítica).
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Pero al mismo tiempo que verificaba las grandes posibilidades de avance del conocimiento científico de la realidad social Vilar era un analista apesadumbrado por el retroceso de importantes capas de intelectuales ante la nueva coyuntura desde fines de los sesenta.[40]
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El marxismo de Pierre Vilar
“considero, sin embargo, que el fundamento teórico ofrecido, por ejemplo, por el marxismo, ayuda considerablemente en el análisis concreto (aunque no fuera más que por el hecho de ofrecernos conceptos definiciones). Dicho esto –y por supuesto como en cualquier ciencia- hay que ir de la observación a la teoría y de la teoría a la observación, del caso a la generalización y a la inversa”[41]
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Vilar presenció y protagonizó la casi totalidad del siglo XX. Como él mismo explicó en varias oportunidades se fue acercando, gradualmente, al igual que millones en esos años, hacia el marxismo.[42] Esa adscripción la mantuvo hasta el final de su vida a pesar de una ofensiva anti-comunista sin parangón.[43]
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Entendió que el marxismo ofrecía herramientas, aún insuperadas, para el análisis científico de las sociedades humanas.[44] El avance representado por esta corriente es, en su interpretación, el de haber sentado las bases teóricas para pensar a las sociedades en movimiento, (que es de hecho su única forma de existencia). El marxismo y su filosofía, el materialismo dialéctico, permiten sortear el viejo obstáculo que se oponía real o imaginariamente a la constitución de la historia como campo científico: el papel de la subjetividad. Pasó a ser posible aproximarse a la “objetivación de lo subjetivo” y, en ese sentido, arriesga esta fórmula:
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“Preferiría proponer la siguiente regla: la conciencia de los elementos objetivos que determinan la subjetividad del historiador debe darle, por el ejercicio de su profesión, la capacidad para penetrar la subjetividad de hombres pasados, a fin de desembocar en una concepción objetiva de las relaciones entre lo objetivo y lo subjetivo, que es la etapa suprema de la unión entre ciencia y filosofía. L(o) esencial es pensar que lo objetivo y lo subjetivo se crean recíprocamente, dialécticamente, sin cesar, porque ésta es la relación misma que une materia y espíritu.”[45] (Subrayado nuestro)
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En un breve esbozo Vilar dibuja los vaivenes de la relación entre el marxismo y los intelectuales en las principales coyunturas del siglo XX. Esquematizando: del fuerte rechazo (con excepciones) a principios de 1900, luego con el gran resplandor del este, 1917, que cambia todo el cuadro y, más tarde, en lo que califica, con precisas palabras, como un silencio organizado. Posteriormente, con la crisis y el resultado de la guerra antifascista, parados en el mundo de 1953, con sus graciosas palabras y su mirada francesa: “eran tiempos en los que se decía que los optimistas hacían aprender ruso a sus hijos y los pesimistas, chino.”[46] Y así, con la mediación de otra importante fecha de descubrimientos, 1956, se llegó a la coyuntura intelectual de los años sesenta donde Althusser, con todo lo que implica, “parecía un profeta”.[47] Y, más cerca de nosotros, el retroceso de importantes capas de intelectuales, como hemos reseñado en otro apartado. En ese panorama, con sus alcances y límites, es imposible restarle méritos a un intelectual que buscó aferrarse a la teoría marxista, en mi opinión tanto por su orientación política, como, más sugerente aún, por su propio oficio de historiador.
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Bibliografía:
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Artículos:
Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
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NOTAS
* Pablo Jaitte es historiador docente e investigador de la Facultad de Ciencias Económicas y de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Argentina
[1] Benjamin, W., Tesis de filosofía de la historia, Taurus, Madrid, 1973.
[2] Benjamin, W., Tesis de filosofía de la historia, Taurus, Madrid, 1973.
[3] Y a su vez las luchas pasadas se resignifican. En este sentido ver Chesneaux, J., Hacemos tabla rasa del pasado, Siglo XXI, Madrid, 2000.
[4] Ver más adelante, en “Vilar y lo múltiple del tiempo”.
[5] Ver Adorno, T., Epistemología y ciencias sociales, Frónesis-Cátedra, Madrid, 2001, pág. 12.
[6] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 94.
[7] Esto es válido en ambos sentidos, en el de la historia que se escribe y en el de la historia que se hace, pero aún más en este último.
[8] Se considera al ajedrez un juego de información abierta a diferencia de juegos de naipes u otros, como por ejemplo el póker, cuya clave se encuentra más bien en el cálculo de probabilidades, entre otros factores. Sin embargo, queda claro luego de lo afirmado, que el carácter abierto de la información brindada por el tablero es bastante relativo.
[9] Recordemos el consejo de E.H. Carr en relación a que el problema para los historiadores no es tanto el de “rellenar” los baches de elementos faltantes de la historia transmitida (muy considerables por otra parte) sino el de someter a rigurosa crítica lo que creemos saber de las etapas agotadas, legado como fue por no-espectadores, por no-neutrales. Es decir el problema de las implicaciones de la transmisión misma.
[10] “El solo pesar que tengo es el de ver ciertas tendencias levantarse contra la unidad de lo real…”, Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 95.
[11] En esto Vilar no hacía más que retomar la lucha que historiadores de generaciones previas habían iniciado, con un lugar destacado para Lucien Febvre, sumamente crítico de los “compartimentos estancos” en los que se sumergía cada ciencia social afectada del mal de la insularidad.
[12] Y también en la misma conferencia: “(…) si trato de comprender es que supongo que la historia tiene un sentido. Este postulado no es “filosofía de la historia”, es la condición de una ciencia histórica.”Ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[13] “Negar la noción, cara a Lucien Febvre, de evolución de la humanidad es tal vez “posmoderno”, pero supone admitir tácitamente que el paso de millares de hombres de la edad de las cavernas a cinco mil millones de seres humanos hoy en día haya podido hacerse sin cambios antropológicos cualitativos: ¡seguramente habrá sido por pura elección filosófica o teológica!”, Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 51.
[14] Recordemos que Aron formuló la imagen del historiador como un experto que debe hacer su trabajo de reducirse a constatar que “la cerilla del fumador” (digamos por ejemplo el atentado de Sarajevo) fue la que originó una explosión (digamos por ejemplo la Primera Guerra Mundial) y no la fuerza expansiva de los gases, (digamos por ejemplo la lucha inter-imperialista) ya que eso sería tarea de un “físico” (en este caso ¿un economista, un sociólogo, un…?). Está claro que una historia así entendida se reduce a una especie de banco de datos (de singularidades históricas) que luego sería manejado “a piacere” por los teóricos de las ciencias sociales y los políticos.
[15] “…la historia es el cambio de ritmo, el cambio de estructuras, y la búsqueda de explicación de esos cambios…”, ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[16] Pero tampoco una historia que prescindiera de acontecimientos, ya que para Vilar este campo científico debe analizar las relaciones entre ellos y las estructuras sociales en movimiento, de las que son producto y a la vez que operan sobre ellas modificándolas. Es decir que, al igual que Marc Bloch, no creía que el futuro de la ciencia histórica fuera expurgar las singularidades y reducir todo a puras leyes o regularidades.
[17] “…dialéctica que declara la guerra a esos dos azotes de la historiografía: “la imputación a lo político, la reducción a lo económico”. ”, Vilar, P., ob.cit., pág. 74.
[18] Como lo formuló él mismo: la “crítica histórica de los modos de pensar no históricos”, en Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 47. O también: “…la historia es la única posibilidad, para toda ciencia social, de captar las realidades en movimiento, y que cualquier ciencia social que se evada de la historia resulta una falsa ciencia que aspira a absolutos totalmente quiméricos.”, op. cit., pág. 92.
[19] “Es cierto que el positivismo y después un neopositivismo subjetivo (por cierto más desarrollado entre los filósofos que entre los historiadores) han admitido que la profesión de historiador consiste en buscar lo que ha sucedido sin preguntarse por qué ha pasado así, y a destacar sin cesar la infinita variedad de cosas humanas, a fin de demostrar que en su dominio la necesidad no existe.” Ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[20] Vilar, P., Ob. Cit., pág. 55.
[21] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 30.
[22] “¿Porqué los sociólogos y los economistas, en el fondo, todavía consideran a la historia como el dominio de lo particular, de lo accidental, de lo circunstancial, en suma, como el residuo de las estructuras y de las regularidades de las que ellos creen ocuparse?” Ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[23] “…en historia desconfío de la noción de causa, generalmente simplificadora, e incluso de la noción de factor (salvo si puede ser matematizado en tal o cual terreno). Prefiero hablar de componentes de una situación, elementos de naturaleza sociológica con frecuencia distinta, que se combinan en relaciones siempre recíprocas pero variables…”, Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 25.
[24] Ver Vilar, Pierre, Iniciación al vocabulario histórico, Ediciones Altaya, 1999, Madrid.
[25] Ver Bloch, M., Apología para la historia, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, Prólogo de Jacques Le Goff, pág. 28-29.
[26] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 97.
[27] Vilar, P., Ob.cit., pág. 28.
[28] Ver Vilar, P., y Parain, Ch. y otros, El feudalismo, Editorial Sarpe, Madrid, 1985. Y Vilar, P., Iniciación al vocabulario histórico, Ediciones Altaya, Madrid, 1999, o Vilar, P., Hidalgos, amotinados y guerrilleros, Crítica, Barcelona, 1999, capítulos 3 y 4.
[29] Aunque Vilar se ha encargado, como ya hemos acotado, de deslindar su visión del “largo plazo” de la esgrimida por Fernand Braudel y sus “cárceles de tiempo”.
[30] Vilar ha hablado largamente de la coyuntura unanimista de 1914, de la coyuntura Durkheim o, en sus últimos años de vida, pudo ser testigo y analista de la coyuntura mental de la “caída del muro” y el renovado avance imperialista, con su correlato ideológico de la llamada posmodernidad.
[31] “Es igualmente importante para el historiador descubrir y fechar, desde sus orígenes, todo pensamiento teórico –aunque, cuando surja, alimente la utopía- capaz de esclarecer las vías de la evolución de las cosas.”, Vilar, Ob.cit., pág. 45.
[32] “… (refiriéndose al siglo 1867-1967) vio la práctica de las revoluciones suceder a las controversias en torno a la teoría. El marxismo ocupó el primer puesto de todos los factores de la historia. A ojos de sus adversarios, manifestación misma de su error, puesto que es el triunfo de una ideología. A ojos de sus partidarios, experimento positivo de una ciencia, por ser un nuevo modo de influencia sobre lo real.”, Vilar, P., Economía, derecho, historia, Ariel, Barcelona, 1983, pág. 161. Entre esos adversarios quien era de esa opinión Isaiah Berlin, quien entendía al marxismo como una ideología economicista que, con su enorme influencia en trastocar las sociedades, se auto-refutaba.
[33] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 98.
[34] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 100
[35] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 109.
[36] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 77.
[37] Ver Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 78.
[38] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, pág. 119.
[39] Ver por ejemplo los trabajos de Ilia Prygogine.
[40] Hace referencia explícita a Paul Veyne, a Paul Ricoeur, a Louis Althusser, al peso renovado del Instituto Raymond Aron, etcétera. Ver Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 81 y 82.
[41] Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, Pág. 93.
[42] Ver Vilar, Pierre, Pensar históricamente, reflexiones y recuerdos, Crítica, 1997, Barcelona. Especialmente la segunda parte Historia e identidad.
[43] “Sé muy bien que en 1996 y 1997 el pensamiento único vuelve a ser “laissez faire, laissez passer”. Pero la caída del muro de Berlín no ha conseguido ciertamente racionalizar el mundo. Ni en Bosnia, ni en Ruanda, ni en las “favelas” de Río de Janeiro, ni en los barrios de Los Ángeles. No obstante, el hombre ha ido a la luna y ha sido capaz de desintegrar el átomo, hechos ambos que hace cien años eran sinónimos de locura y de irracionalidad. Nuestro tiempo parece ciertamente caracterizado por este abismo que separa las posibilidades de las ciencias físicas y las capacidades de las ciencias humanas. El fracaso de las revoluciones no es lo más decepcionante en este análisis. Me gusta recordar, como hace Josep Fontana, que en 1815 los jóvenes que habían vivido con entusiasmo la Revolución francesa podían creerla enterrada. Hoy los principios de aquella revolución significan la última palabra en cuanto a las capacidades humanas.”, Ver Vilar, P., Pensar históricamente, Crítica, 1997, Barcelona, pág. 12.
[44] “…el marxismo no es una filosofía de la historia. Sin embargo, es una filosofía. Quiero decir que no es una negación metafísica de la metafísica. No es positivismo. No reserva un lugar sistemático a lo no cognoscible. Para el marxismo no hay de inexplicable más de lo que aún no ha sido explicado. El hombre y el espíritu no le parecen como datos sino como resultados, como conquistas continuas. Esto está a la vez muy cerca y muy lejos del entusiasmo racionalista del siglo XVIII.” Ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[45] Ver Vilar, Pierre, Historia social y filosofía de la historia, La Pensée, Núm. 118, diciembre de 1964.
[46] Ver Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, págs. 112 y 113.
[47] “…en 1956 estos chicos (se refiere a Jean Chesneaux, Francois Furet, Emmanuel Le Roy y otros) se dieron cuenta que una revolución es una cosa seria, trágica, sangrienta, y no se impone sin lastimar ciertos intereses y, con frecuencia, también a los hombres.”, Vilar, P., Pensar la historia, Instituto Mora, México, 1995, pág. 114.
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Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 5. Marzo 2010-Febrero 2011
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