Tres postales del Caribe hispano-colonial

Los Antonelli: Una familia de hacedores de castillos

Barco1811_03Gustavo Placer Cervera

Esta familia de ingenieros militares italianos al servicio de la corona española creó una obra trascendental en la historia de la arquitectura militar en el Caribe. Uno de sus miembros, Bautista Antonelli, entre otros trabajos, dotó a La Habana de su primer acueducto y proyectó los emblemáticos castillos del Morro y La Punta.

El origen de la familia Antonelli se ubica en la región de la Romaña, en la Italia centroccidental.

Juan Bautista Antonelli, el mayor de tres hermanos, dos varones y una mujer, trabajó al servicio de la corona española proyectando y dirigiendo varias obras de fortificación e hidráulica en diversas regiones de la Península Ibérica. Falleció en 1588.

 

Su hermano Bautista comenzó a trabajar para el rey Felipe II de España a partir de 1570 y sus servicios fueron notables no sólo como constructor sino también como agente de inteligencia. Se conoce que cuando trabajó, durante varios años, para el rey Sebastián de Portugal, suministró a la corona española información sobre las defensas del vecino reino lusitano.

 

Bautista Antonelli fue enviado a América por primera vez en 1586. Se le había encomendado la misión de proyectar el sistema defensivo de las colonias hispanas de las Antillas y el Caribe. Este ambicioso plan comprendía la construcción de fortificaciones en La Habana, Santa Marta, Cartagena de Indias, Río Chagres, Panamá, Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico. Cuando a mediados de 1588 regresó a España llevaba, entre otros muchos, los planos preliminares de lo que sería el primer acueducto de La Habana, la Zanja Real, y los esbozos de los castillos del Morro y de La Punta.

 

En 1589, por orden del rey, regresa Bautista Antonelli a La Habana para iniciar las obras. Dos años después, se le incorporó un hijo de su hermana, Cristóbal Roda, experimentado ingeniero, discípulo del finado Juan Bautista, y quien será en lo adelante su principal ayudante y su sustituto en ocasión de sus frecuentes viajes de supervisión de las obras que se estaban realizando en otros lugares del Caribe y Golfo de México.

 

A mediados de 1593, gracias a los trabajos de Bautista Antonelli, ya se disponía de agua dentro de la villa habanera en volumen suficiente para proveer un lavadero público y abastecer al castillo de La Fuerza y a las obras de La Punta así como a los buques que se encontraban en el puerto.

 

 

Pero las prerrogativas de los Antonelli y el trato preferencial que les otorgaba el monarca despertaron el celo de algunos funcionarios. Un turbio incidente, relacionado con una mujer casada cuyo esposo fue atacado a cuchilladas por uno de los canteros de las obras de la Punta sirvió de pretexto al gobernador, Juan Maldonado Barnuevo, para encarcelar a Cristóbal Roda acusándolo de ser el inductor del hecho. Roda fue liberado por orden del rey. (Más de dos siglos después, en 1839, estos hechos sirvieron de inspiración al escritor José Antonio Echeverría para su novela Antonelli).

 

En agosto de 1595, el gobernador Maldonado volvería a la carga. Aprovechó para ello la circunstancia de que un huracán que azotó La Habana causara grandes daños en las obras del castillo de La Punta y acusó ante el rey a Bautista Antonelli y a su sobrino por negligentes. La explicación que dio Antonelli fue sencilla: para que las gallinas del alcaide de La Punta no se extraviasen éste había hecho tapar los desagües y la presión del agua estancada sobre los muros fue tal que no pudieron resistir el embate del fuerte oleaje. En una Real Cédula de noviembre de ese propio año el rey ratificó su confianza en los Antonelli.

 

Bautista Antonelli regresó a España en 1599 después de haberse terminado los trabajos en el castillo de La Punta y estando avanzados los del Morro al frente de los cuales quedó Cristóbal Roda. Una vez en la Península, Antonelli intervino en la conquista y fortificación de Larrache, en Marruecos y en obras de defensa en Gibraltar. Volvió a América en 1604 para proyectar las formidables fortificaciones de la península de Araya en Venezuela y pasó después a la isla Margarita y a Brasil. Regresó en 1608 a Madrid y falleció en 1616. Cristóbal Roda permaneció en Cuba hasta 1609 y pasó después a dirigir las obras en Cartagena de Indias donde falleció en 1631.

 

Un hijo de Bautista Antonelli, nombrado Juan Bautista, fue el ingeniero que construyó el castillo del Morro de Santiago de Cuba y otras fortificaciones de ese puerto. En 1639 comenzó la construcción de los reductos de La Chorrera y Cojímar, situados al oeste y este, respectivamente, de la boca de la bahía de La Habana. Pasó después a las obras de Cartagena de Indias, lugar donde falleció en 1649.

 

Los Antonelli, con su laboriosidad y talento dotaron a las principales ciudades del Caribe y Centroamérica de símbolos propios y duraderos: esos castillos que hoy son su emblema.

El castillo del Morro, emblema de la capital cubana, fue proyectado, junto con el de La Punta, por el ingeniero militar italiano Bautista Antonelli y en él trabajaron su sobrino, Cristóbal Roda y su hijo, Juan Bautista Antonelli. La construcción del Morro se extendió de 1589 a 1630.

 

(Publicado en la revista Sol y Son, nº 85, Nº 4 de 2004, pp. 16-17)

 

Unas líneas acerca de un importante personaje

Lorenzo Montalvo Avellaneda y Ruiz de Alarcón. De oficial de la Armada hispana, constructor naval y a terrateniente y noble, o como conquistar fortuna en La Habana colonial del siglo XVIII.

 

Un personaje casi desconocido por la historiografía cubana pese a que, sin dudas, ejerció una notable influencia política en la Cuba de la segunda mitad del siglo XVIII lo fue Lorenzo Montalvo Avellaneda y Ruiz de Alarcón, el primero de los condes de Macuriges y el único intendente de astillero nombrado por el rey de España, Carlos III, fuera del territorio peninsular.

 

La ciudad histórica de la Habana está rodeada de varias fortalezas construidas entre los siglos XVI y XVIII: el Castillo del Morro, el Castillo de la Punta, la enorme Fortaleza de San Carlos de la Cabaña y el Castillo de la Real Fuerza. Vista parcial.

 

Fortaleza de La Habana. Foto: Carolina Crisorio

Lorenzo Montalvo nació en Medina del Campo, cerca de Valladolid, en 1710. Se incorporó muy joven al cuerpo administrativo de la Armada española y, después de desempeñar varios cargos, llegó a La Habana como Comisario de Marina. Una de sus primeras tareas fue el traslado de los talleres de construcción naval que se encontraban en la ribera del puerto, cerca del castillo de La Fuerza hasta el lugar donde más tarde se formó el famoso Arsenal de La Habana, con lo que vino a ser el verdadero fundador de este. También se ocupó Montalvo de organizar el corte y suministro de madera para la construcción naval en el mencionado Arsenal.

 

Promovido años más tarde a Comisario Ordenador de Marina, con jurisdicción en toda la isla, Montalvo fue nombrado en 1762, al establecerse el estado de guerra con Inglaterra, miembro de la Junta de Guerra que se formó en La Habana. Desde ese puesto participó en la defensa de la plaza ante el ataque británico a mediados de ese propio año.

 

Al producirse la capitulación, Montalvo ocultó a los ocupantes muchos de los valiosos materiales y pertrechos que había en el Arsenal, haciéndoles creer que se habían consumido durante la defensa. Asimismo, estuvo organizando un levantamiento contra los ingleses, que ordenaron su detención por lo que tuvo que fugarse de La Habana. Al serle restituida la plaza habanera a España se le nombró Intendente de Marina y más tarde, al conocer el rey de sus servicios, le confirió el título de conde de Macuriges (nombre de la vasta hacienda que poseía en las afueras de La Habana).

 

Gracias a la capacidad organizativa de Lorenzo Montalvo el Real Astillero de La Habana no sólo se restableció de los daños causados por la ocupación inglesa sino que se convirtió, en poco tiempo, en el más eficiente de los astilleros españoles.

 

La influencia que tenía Montalvo en la corte española era enorme y el soberano tenía en él, ilimitada confianza. Cuando falleció en La Habana, en 1778, era uno de los mayores propietarios de plantaciones de tabaco y caña de azúcar de la isla y entre su correspondencia se encontró un real oficio reservado, en el cual el propio rey le pedía información sobre muy altos funcionarios del gobierno colonial de Cuba.

 

Muchos de los descendientes aquel primer Montalvo siguieron disfrutando de esa influencia, ocuparon altos cargos en los gobiernos de Cuba y fueron ricos negociantes durante los siglos XIX y XX. El octavo y último de los condes de Macuriges, José María Montalvo y Orovio, fue fusilado en 1936 por los republicanos españoles durante la Guerra Civil. Un descendiente directo de Lorenzo Montalvo, Carlos Saladrigas, fue primer ministro del gobierno de Fulgencio Batista de 1940 a 1944 y candidato a la presidencia, por los partidos del gobierno en ese último año.

 

(Publicado en la revista Sol y Son, La Habana, nº 80, nº 5 de 2003, pp. 16-17)

 

Aventuras y desventuras de un doble agente

 

Un doble agente al servicio de España fue capaz de burlar a la inteligencia británica pero fue atrapado en la trama de una intriga en la que el amor desempeñó un papel fundamental.

Hace unos años, hurgando en los fondos del Archivo General de Indias, en Sevilla, encontré los documentos que narran la curiosa e interesante historia de Gaspar de Couseulle, natural de Flandes, soldado de ingenieros al servicio de la corona española, que trabajó durante varios años en las fortificaciones habaneras.

 

 

Era el año 1735 cuando representantes en La Habana de la británica Compañía del Mar del Sur se acercaron a Couseulle y le propusieron que se pusiera al servicio de Inglaterra argumentando que conocían de sus méritos y capacidad los que no le eran adecuadamente retribuidos por los españoles.

Couseulle proyectaba desde hacía tiempo viajar a España para informar de sus servicios al monarca hispano y obtener la recompensa correspondiente. Ante el ofrecimiento de los agentes británicos vio en ello una oportunidad de servirle a España como agente doble y acrecentar de esa manera sus méritos.

 

Así las cosas, el ingeniero flamenco obtuvo la autorización para su viaje y embarcó en la fragata británica “Lion” que se dirigía a Portsmouth, Inglaterra, con escala en la colonia norteamericana de Carolinas. Couseulle planeaba pasar después a Francia y de allí a España.

 

La estancia en las Carolinas, que se prolongó más de tres meses, fue aprovechada por el ingeniero para obtener información de inteligencia que consideró podía ser valiosa para España, sobre todo de las regiones fronterizas con la entonces colonia española de la Florida.

 

Una vez llegado a Inglaterra, Couseulle hizo contacto con el almirante Sir Charles Wager, quien ocupaba un alto cargo en el Almirantazgo británico.

 

En esas circunstancias, el ingeniero flamenco logró hablar con el embajador español en Londres, Tomás Geraldino, a quien puso al tanto de sus propósitos y actividades. Geraldino trasmitió inmediatamente esta información al ministro español, José Patiño.

 

En las conversaciones entre el almirante Wager y Couseulle el primero solicitó al ingeniero flamenco un plano de la bahía de Jagua (hoy Cienfuegos) el cual confeccionó hábilmente plasmando en dicho documento aquellos datos verídicos que los ingleses ya conocían y modificando u omitiendo aquellos que ignoraban. El alto oficial británico le pidió también información sobre Bahía Honda y Matanzas así como una valoración sobre las defensas de La Habana. De todo ello informó al embajador español a quien entregó también una copia del mencionado plano de Jagua que se conserva en Sevilla.

 

Obrando con astucia, Couseulle logró embarcar rumbo a Francia tras convencer a los británicos de su pronto regreso después de que vendiera sus propiedades en el continente.

 

En cuanto arribó a Madrid, el ingeniero flamenco presentó el informe de sus servicios a la corona española y fue premiado con el grado de capitán y el nombramiento de ingeniero ordinario. Asimismo, se le ordenó regresar a Cuba.

 

En La Habana estaba vacante el cargo de ingeniero jefe de la plaza y Couseulle se consideró con méritos para ocuparlo pero a sus aspiraciones se interpusieron las del teniente Antonio Arredondo, protegido del gobernador Juan Francisco Güemes Horcasitas. Tal situación originó varios altercados entre ambos oficiales ingenieros. Couseulle apeló entonces a su amigo en la corte española, el marqués de la Torre a quien escribió varias cartas.

 

Las cosas se complicaron aún más para el ingeniero flamenco cuando la madre de una hermosa joven habanera de quien estaba apasionadamente enamorado lo acusó ante el gobernador de querer seducir a su hija mediante falsas promesas. Aprovechando el escándalo, Güemes increpó duramente a Couseulle y lo envió, prácticamente arrestado, a inspeccionar las obras del castillo de San Severino en Matanzas lo que equivalía a desterrarlo de La Habana. Transcurridas varias semanas Couseulle, desesperado, volvió a escribirle a su protector de la Torre, pero la carta fue interceptada y Gúemes, después de insultarlo en presencia de otras personas, lo hizo embarcar hacia Nueva España (México).

 

Fue así como quien con habilidad y astucia escapó indemne de las complejas redes del espionaje internacional se vio, sin embargo, atrapado en una intriga lugareña.

(Publicado en la revista Sol y Son, Nº 84, Nº 3 de 2004, pp. 16-17)

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. 1 a 4. 2006-2009


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