Como sucedió durante la Gran Guerra de 1914 a 1918, la disminución de los vínculos comerciales con los países directamente involucrados en el conflicto, junto a la reconversión bélica de la industria norteamericana, permitieron a algunas naciones, en primer lugar México, Brasil y Argentina, acelerar los ritmos de su desarrollo industrial. Otra consecuencia económica del conflicto fue el incremento del comercio, gracias al trueque entre los propios países latinoamericanos y caribeños, que antes de la guerra era casi inexistente. Desde el punto de vista político, el clima antifascista a nivel mundial estimuló las luchas y reivindicaciones populares, que dieron lugar a una oleada democratizadora por todo el hemisferio.
Al término de la Segunda Guerra Mundial, la bancarrota del fascismo a escala internacional estimuló la rebeldía de sectores oprimidos en América Latina y el Caribe. Con intensas jornadas revolucionarias y populares se puso de manifiesto el significativo crecimiento de las organizaciones de izquierda, de las fuerzas obreras y del movimiento democrático. En particular, desde 1944 las masas populares, de un extremo al otro del continente, se levantaron esgrimiendo consignas antioligárquicas y antifascistas, en reclamo de una mayor democratización de la sociedad, de elecciones libres, a favor de la plenas actividades de los partidos y sindicatos, así como por reivindicaciones sociales y nacionales de envergadura y contra la asfixiante dominación de las grandes potencias. Ello explica que la cercana derrota del fascismo provocara en América Latina y el Caribe la caída sucesiva de dictaduras y gobiernos autoritarios, algunos avalados con largos años de represión y terror. En otros casos se hicieron simples cambios cosméticos, de lo que fueron ejemplo los regímenes de Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Leónidas Trujillo en República Dominicana y Fulgencio Batista en Cuba.
Arriba: Gerardo Machado
El derrocamiento del dictador cubano Gerardo Machado, el 12 de agosto de 1933, abrió un periodo convulso de la historia de Cuba, conocido como la revolución del treinta, del que Batista había emergido como una de las figuras dominantes en el panorama político nacional. Tras meteórico ascenso de sargento a coronel, para que ocupara la jefatura del ejército, devino en el instrumento de Estados Unidos y la alta burguesía cubana para liquidar las reivindicaciones populares y el movimiento renovador que estremecía la Isla.
A esa solución, cuyo epicentro era Batista, se había llegado tras el fracaso del débil y efímero gobierno de Carlos Manuel de Céspedes hijo, impuesto por el mediador norteamericano Benjamin Sumner Welles tras la salida de Machado. Después de la caída de Céspedes, el 4 de septiembre de 1933, llegó al poder el llamado “gobierno de los cien días”, presidido por el profesor universitario Ramón Grau San Martín y que incluía en su gabinete a jóvenes figuras de izquierda como Antonio Guiteras. Combatido por la oligarquía y los Estados Unidos –que no otorgó su reconocimiento diplomático y mantuvo la Isla rodeada con sus barcos de guerra-, e incomprendido por el Partido Comunista, el Gobierno Revolucionario, como se autodenominó, fue depuesto finalmente el 15 de enero de 1934. Un papel central en ese desenlace correspondió a la traición del jefe del ejército, el ex sargento devenido coronel, Fulgencio Batista, quien pasaba a ser el agente de la reacción y el imperialismo norteamericano para aplastar el proceso revolucionario cubano y restablecer el viejo orden de dominación.
A partir de este desenlace, Batista quedó convertido en el verdadero poder en Cuba, dominando el panorama nacional durante toda una década, lo que puede considerarse, en la práctica, el comienzo de su primera dictadura, aun cuando todavía actuaba tras bambalinas. Para garantizar la fidelidad de las fuerzas armadas, el coronel Batista obligó al nuevo presidente Carles Mendieta a un incremento de los salarios de sus miembros y a convalidar ascensos a oficiales, junto con otras prebendas y concesiones a los militares, entre ellas la creación de un sistema de jubilaciones y la construcción de dos hospitales, uno para el ejército y otra para la policía, casas, balnearios, círculos recreativos, etc. También comenzaron a edificarse nuevas estaciones de policías y cuarteles militares, mientras Estados Unidos ofreció su apoyo a la modernización del ejército cubano, proporcionando asesoría técnica y adiestramiento
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