Resumen/ Abstract (Ver)
Arriba: Benjamin Franklin. Museos de Berlin. Foto: Carolina Crisorio
I
El historiador norteamericano Stephen Bonsal, en su obra When the French were here, apuntó:
Reclamó así la atención sobre un hecho de marcada relevancia en la historia independentista norteamericana: la contribución monetaria enviada desde Cuba a las tropas que combatían por su liberación de la metrópoli inglesa, en el verano de 1781; período calificado por este autor como “la hora cero de la Revolución”[2]
A favor de la trascendencia de este aporte también se han pronunciado otros importantes historiadores, escritores, periodistas y otros intelectuales, que lo han ubicado como el más difundido de la participación de Cuba en este episodio bélico. Una favorable situación que, sin embargo, no comprende el pleno reconocimiento a la amplia y cuantiosa contribución material y humana que aportó España, y de manera particular, su colonia cubana, a la independencia de Estados Unidos de América.
A esta desatención -calificada por algunos autores como “realidad olvidada” o “verdad omitida”- ha tributado una amplia gama de factores, que van desde el desconocimiento de los hechos históricos, hasta la existencia de una intencionada exclusión dirigida a no admitir el importante papel que han desempeñado los hispanoamericanos en la historia de Estados Unidos. Para Cuba, en particular, se añade la bicentenaria política anexionista seguida por los gobiernos norteamericanos, tras el propósito de coartar las ideas independentistas cubanas, de manera particular los proyectos revolucionarios emancipadores iniciados en la segunda mitad del siglo XIX. Una compleja relación que ha limitado el reconocimiento de los fructíferos vínculos existentes entre ambas regiones, desde su poblamiento y desarrollo hasta la actualidad.
Unido a ello debe reconocerse la existencia de diversas y hasta contrapuestas versiones históricas, que actúan en detrimento del conocimiento de la verdadera naturaleza y alcance de la participación criolla cubana en dicha contienda.
Una acertada valoración sobre este particular debe comprender los más importantes factores políticos, socioeconómicos, militares, ideológicos y psicológicos concurrentes en la disputa bélica, en el ámbito de la dinámica imperante en Europa y América en la segunda mitad del siglo XVIII, el desarrollo interno de las Trece Colonias y las peculiaridades de las regiones en conflicto.
Estos presupuestos permiten valorar acertadamente la dimensión internacional que alcanzó la lucha independentista norteamericana, tras la activa participación de Inglaterra, España y Francia; en estos dos últimos casos con una insoslayable presencia de sus respectivas colonias, en particular las hispanas. De igual modo, los diversos escenarios de guerra donde se dirimieron los intereses en pugna, que más allá de las fronteras terrestres y marítimas de las Trece Colonias inglesas, abarcaron otra áreas distantes como Europa, y las más circundantes: el Caribe insular, los mares atlánticos, Centroamérica y el suroeste de Norteamérica.
Desde esta perspectiva de análisis, se advierte que dentro de la intervención de España en la guerra, el aporte de Cuba fue significativo en sus tres frentes principales: el activo intercambio comercial, destinado al sostenimiento de los gastos bélicos; el empleo de tropas y medios contra las posesiones inglesas en el Caribe, la costa antillana y el suroeste de las Trece Colonias inglesas en Norteamérica; y la entrega directa de cuantiosas donaciones monetarias al ejército norteamericano.
Así lo muestra la amplia gama de documentos originales atesorados en los archivos cubanos, norteamericanos, franceses, ingleses y españoles. En el caso cubano, la rica papelería reunida en sus instituciones religiosas, administrativas y culturales –base en la que se apoya el presente trabajo- revela con creces la destacada participación de las autoridades y pobladores de la isla, en los momentos cruciales del surgimiento de Estados Unidos de América.
II
La Declaración de Independencia norteamericana, efectuada el 4 de julio de 1776, no sorprendió a la alianza borbónica franco-española. Para la fecha, ambas coronas habían dado pasos para entrar en un nuevo período del secular conflicto con Inglaterra, bajo el propósito de desplazarla del progresivo predominio que alcanzaba en el mundo, amparada en una superioridad marítima y comercial que exhibía su más plena ascendencia.
La corte francesa se mostraba dispuesta a participar inmediata y oficialmente en la guerra, y por ende, de reconocer a los independentistas norteamericanos. A ello contribuyó su concepción europea del enfrentamiento militar que se avecinaba, dado sus reducidos intereses en América y su creciente interés por alcanzar la supremacía en el Viejo Continente. En las autoridades españolas, sin embargo, aún predominaba una divergencia de posiciones, que lastraba la posibilidad de alcanzar y consolidar una política común; desacuerdos que podrían agruparse en dos grupos.
Por un lado, los que temían apoyar una guerra de independencia cuyo ejemplo e ideas, abiertamente republicanas y antimonárquicas, podrían propagarse hacia las vecinas colonias ibéricas; de otra parte, un importante sector advertía la posibilidad de devolver a Inglaterra el golpe recibido en 1763, cuando sus tropas derrotaron la alianza franco-española en la Guerra de los Siete Años y la obligaron a ceder territorios claves en el ámbito colonial americano. Un nuevo conflicto abría la posibilidad de desplazar definitivamente a los británicos de sus posesiones en el Caribe y Norteamérica.
A la postre, el significativo peso de la segunda posición decidiría la conducta a seguir por la corona española, resuelta esta vez a recuperar las Floridas, Jamaica, toda la franja este del Mississippi y Centroamérica; en Europa aspiraban a recuperar Gibraltar y Menorca. A favor de esta decisión influiría la presión de sus aliados galos, demandantes de hacer cumplir el Tercer Pacto de Familia (1761). También la llegada a Francia, en octubre de 1776, de los comisionados norteamericanos, Benjamín Franklin, Arthur Lee y Silas Deane, quienes de inmediato establecieron contactos con las autoridades francesas y españolas, con el propósito de forzar su intervención oficial en el conflicto, elevándolo a una dimensión internacional.
Izquierda: Carlos III – Francisco Goya y Lucientes
En correspondencia con la línea definida por la corona hispana, sus más altos funcionarios sostuvieron contactos con los agentes independentistas, transmitiéndoles la decisión de Carlos III de colaborar en los auxilios que necesitaban, a pesar de que la corona española aún no podría recibirlos ni develar la ayuda ofrecida, pues ambos pasos establecerían una postura oficial ante el conflicto.[3]
Los Comisionados, por su parte, amparados por una resolución del Congreso norteamericano, expusieron la conveniencia de formar una alianza para enfrentar a Gran Bretaña. Una propuesta que comprendía el compromiso de apoyar las acciones que las fuerzas hispanas acometieran contra la región de Pensacola y hacia las islas británicas en el Caribe insular.
Para canalizar la ayuda ofrecida España se valdría de Francia; también de una casa bancaria propiedad de un renombrado comerciante español: Diego de Gardoqui y Arriquivar y de la corporación “Rodríguez Hortalez y Compañía” [4].
Al tiempo que en la corte ibérica se dirimían los grandes intereses concurrentes en la disputa independentista norteamericana, en las colonias americanas asentadas en el Caribe insular y Norteamérica, se aprestaban los ejércitos para entrar en una nueva fase de la secular contienda que caracterizaba la región. Es precisamente en esta área geográfica, donde los intereses coloniales de España habían sufrido una mayor cuantía de agravios y afectaciones territoriales, proporcionadas por la corona británica.
Así se había patentizado en 1763, tras la victoria de Inglaterra sobre la alianza francoespañola en la llamada Guerra de los Siete Años. El nuevo reparto territorial establecido por el Tratado de París que selló esta contienda, amplió considerablemente las posesiones británicas en la parte norte del continente americano y en el Caribe, expulsando a Francia de la mayoría de sus colonias en esta región. Tras ello, la alianza borbónica francoespañola había quedado recluida a Europa, mientras las fronteras entre británicos e hispanos se establecieron contiguamente.
Estos cambios reclamarían de los funcionarios españoles la introducción de una serie de reformas militares, económicas y administrativas que permitieran la readecuación de las concepciones defensivas del imperio español.
La estrategia que se proyectó formó parte de la política implementada desde el ascenso de Carlos III al trono de España, reconocida como Despotismo Ilustrado. Su principal impulsor fue el conde de Aranda. Tuvo como centro la aplicación de un conjunto de medidas dirigidas a superar la proyección militar eurocentrista hispana, pues en un nuevo enfrentamiento con Gran Bretaña, no resultaría viable una renovada alianza con los franceses. Tampoco las fuerzas peninsulares serían eficaces para defender sus posesiones en América, debido a la distancia que existía entre ambas partes del mundo y el dominio inglés sobre los mares atlánticos. Desde estos presupuestos, la nueva concepción se encaminó a incentivar las economías coloniales, en alianza con los sectores poblacionales dominantes, con el propósito de cubrir los principales gastos bélicos del imperio.
En el orden geográfico, la isla de Cuba y en especial su puerto y ciudad capital, debido a su posición estratégica en el mar Caribe y en el conjunto continental americano, su potencial económico y sus relaciones con los territorios circundantes, debía consolidarse como el centro del proyecto defensivo hispano en la región del Caribe y toda la costa antillana de Norteamérica.
Para alcanzar este propósito se emprendió la modernización, reparación y construcción de murallas, fortificaciones y baterías defensivas en la capital y en las principales ciudades cubanas[5]. Además, se ampliaron y reforzaron las tropas militares de la isla, para lo que se crearon nuevas unidades y se reorganización las milicias criollas y los cuerpos regulares hispanos. Como resultado se elevaron significativamente las capacidades defensivas del territorio, al tiempo que sus fuerzas militares, con una alta presencia de sus pobladores en sus tropas y oficialidad, desarrollaron las capacidades para rebatir ataques enemigos contra la isla, y de ser necesario, derrotarlos en sus propios territorios.
En el ámbito económico estas transformaciones se basaron en dos pilares fundamentales: los fondos (situados) provenientes de Nueva España y la incentivación de los mecanismos propios de la economía colonial cubana[6]. Entre estos últimos se encuentran una serie de medidas dirigidas a la reorganización administrativa y comercial de la isla, que favoreció un notable alza de su intercambio con los más importantes puertos de la metrópoli y sus colonias; también, y de manera significativa, con los colonos norteamericanos.[7]
Por su parte, la reorganización de la hacienda pública facilitó el aumento de las áreas de siembra. Mientras que el incremento en la introducción de negros esclavos y en el número de ingenios –entre 1762 y 1780 se duplicaron- favorecieron el acelerado desarrollo de la economía de plantación, con un notable aumento productivo.
El conjunto de estas y otras transformaciones prepararon militar, económica y psicológicamente a los criollos cubanos para entrar en una nueva fase del enfrentamiento con Inglaterra, en el que tendrían, además, intereses particulares.
En primer orden porque abría la posibilidad de devolver a Inglaterra el agravio recibido en 1762, cuando sus tropas sitiaron y ocuparon La Habana. También por los fuertes vínculos –legales y de contrabando- existentes entre los criollos cubanos y los norteamericanos, expresado con mayor énfasis en el intercambio comercial de los productores azucareros de la isla con el mercado licorero de las colonias angloamericanas. Un nexo que llegó a cimentar una fuerte alianza entre la oligarquía criolla cubana, con los traficantes, comerciantes y colonos de la América del Norte, al margen y hasta en contraposición de los intereses de sus respectivas metrópolis.[8]
Así, las transformaciones implementadas en Cuba y sus fuertes intereses en la contienda del norte, crearon las condiciones que le permitirían convertirse en el centro de la intervención hispana en la Guerra de independencia norteamericana.
A este destacado desempeño también contribuyó la organización administrativa de la región, pues para entonces los territorios de Louisiana se regían por la Capitanía General de Cuba. De esta forma, desde La Habana se coordinó el grueso de los abastecimientos militares que se remitieron de Nueva España y desde la propia metrópoli, mientras que Louisiana sería el paso por el que se harían llegar a los insurgentes norteamericanos.
III
El 21 de junio de 1779, desde Madrid se proclamó la decisión de entrar en la guerra con Gran Bretaña y en consecuencia, de reconocer oficialmente su apoyo a los independentistas del Norte. Una decisión que llegaría al gobierno de la Habana el 17 de julio del propio año y unos días después anunciada a su población, mediante un bando[9] de su Gobernador y Capitán General (1777-1781), el general español Diego José Navarro y García de Valladares.
Con anterioridad, el Ministro de Indias, José de Gálvez, había ordenado al entonces Capitán General de Cuba (1771-1777), Felipe Fondesviela y Ondeano, marqués de la Torre, la creación de una red de agentes en las principales ciudades del área en conflicto. La misión de este grupo consistía en informar sobre los avances de la guerra y de las principales decisiones políticas y militares de los líderes independentistas; además, en varias ocasiones, intervinieron en la administración de la ayuda hispana. Con este propósito se envió a Luciano Herrera a Jamaica, al coronel Antonio Raffelin a Haití, y a Eligio de la Puente hacia la Florida. Para establecer relaciones con el Congreso Continental y en particular con el general George Washington, se designó a Juan de Miralles Trailhon.
Para la época Miralles ya era un connotado comerciante, contrabandista y traficante de esclavos, considerado el comerciante habanero más activo con las Trece Colonias. Durante el desarrollo de los acontecimientos bélicos, llegaría a establecer amplias relaciones con los principales líderes independentistas, al tiempo que actuaba como garante y conductor de las más importantes decisiones políticas y comerciales adoptadas por las autoridades de Cuba.[10]
Desde Louisiana, las acciones bélicas comenzaron bajo la guía de Luís de Unzaga y fueron continuadas por su sucesor, el general novohispano Bernardo de Gálvez. Las tropas de este destacado militar español -integradas por 667 efectivos; de ellos, más de 150 veteranos de las fuerzas criollas de La Habana- avanzaron sobre las Floridas, dominando a su paso a Manchac, Panmure y Baton Rouge; posteriormente, en marzo de 1780, alcanzaría la rendición de Mobila. Para esta última acción, desde Cuba recibió un refuerzo de 120 hombres del Regimiento del Príncipe, 121 del de Navarra y 100 pertenecientes a la infantería ligera de Cataluña. También varias decenas de soldados criollos y tropas de las milicias habaneras, integradas en un cuerpo de artillería y una parte del Batallón de Pardos y otra del de Morenos.
Con el propósito de incrementar sus efectivos y medios militares en las áreas de conflicto, la corona ibérica organizó el denominado Ejército de Operaciones, un fuerte contingente que partió de Cádiz en los días finales del mes de abril de 1780. Pero el escorbuto y otras enfermedades diezmarían sus filas, obligándolos a realizar varias escalas en el Caribe -Guadalupe, Dominica, Martinica, Santo Domingo y Puerto Rico- para resguardar los enfermos de la expedición. Finalmente, su arribo a La Habana se produjo entre el 3 y el 5 del propio año.
Las autoridades militares, civiles y eclesiásticas de la isla, que ya habían dispuesto importantes medidas para la nueva etapa bélica, viabilizaron las disposiciones para la acogida del Ejército de Operaciones en distintos puntos de la ciudad, sobre todo en barracas de madera y yagua levantadas en el llamado Campo de Marte. Los aquejados más graves fueron atendidos en los hospitales de San Juan de Dios, de San Ambrosio, varias instituciones religiosas y en casas particulares habilitadas como enfermerías. Entre los oficiales que integraron este portentoso ejército hispano se destacan dos figuras: Juan Manuel de Cagigal y Monserrat, y Francisco de Miranda y Rodríguez.
Cagigal, de origen cubano, tuvo un lugar destacado en esta etapa de conflicto con los ingleses, ya que por más de un año se desempeñó al frente de la gobernatura y capitanía general de Cuba (1781-1782). Miranda, por su parte, fungió como su edecán, posición que facilitó su notable intervención en la guerra. Entre sus misiones sobresalen su participación en el sitio y asalto a Pensacola; el favorable desarrollo de un canje de prisioneros con las autoridades inglesas en Jamaica y, simultáneamente, la investigación de las fuerzas militares enemigas en esta isla, en 1781. Un año después, condujo el Pacto de Capitulación de las fuerzas británicas que dominaban el archipiélago de Las Bahamas.[11]
Debido al maltrecho estado en que arribaron las tropas enviadas por la corona, fue preciso completar las requeridas por Bernardo de Gálvez con fuerzas habaneras, provenientes de la Guarnición de Veteranos, del Batallón de Voluntarios de Blancos y del de Morenos; también artilleros y trabajadores de fortificaciones. Con estos refuerzos, en febrero de 1781 se inició el sitio a Pensacola, considerada la capital de la Florida occidental. La victoria hispana se alcanzaría el 9 de mayo de 1781, pese a los hombres y medios empleados por los británicos en defensa de la plaza. El general John Campbell y el Almirante Peter Chester, principales jefes de las fuerzas enemigas, fueron hechos prisioneros junto a 1 400 soldados.
Tras esta victoria, desaparecieron las posesiones británicas en la costa antillana de Norteamérica y el golfo de México, posibilitando a la corona española controlar la cuenca del río Mississipi y garantizar el paso de los barcos españoles, franceses, habaneros y norteamericanos, destinados a abastecer las tropas independentistas de George R. Clark, John Montgomery y Oliver Pollock. También desarticuló la ruta comercial-militar inglesa por el canal de las Bahamas y logró disminuir la capacidad de las fuerzas enemigas, que debían realizar sus operaciones contra los insurrectos norteamericanos.[12]
Un año después, los hispanos lanzarían una nueva expedición conquistadora contra los ingleses que ocupaban el archipiélago de Las Bahamas. Dirigida por Juan Manuel de Cagigal, se integró con 2 000 hombres, entre los que se encontraban fuerzas veteranas, milicias de pardos y morenos y tropas voluntarias de Cuba. El 8 de mayo de 1782 se alcanzaría la victoria. Además de la estratégica posesión de las islas, se capturaron 274 soldados regulares, 328 milicianos, 199 cañones y 868 fusiles; así como 12 buques corsarios y 65 mercantes ingleses.[13]
De las posesiones inglesas en el Caribe insular, sería la isla de Jamaica el único territorio que no pudieron ocupar las tropas españolas, pese a los importantes planes que se proyectaron al respecto.
Un tercer –y quizá más destacado- frente de la intervención criolla cubana en la contienda independentista norteña se desarrolló en el ámbito financiero, mediante la entrega de dinero proveniente de los fondos gubernamentales, las contribuciones personales y la aplicación de impuestos a mercancías y transacciones comerciales.
Para llevar a vías de hecho este importante aporte, desde la metrópoli se dictaron varias disposiciones indicando la cuantía, los mecanismos a seguir y las vías para la recogida y entrega del dinero. Una de las más indicaciones más significativas fue la Real Orden fechada el 17 de agosto de 1780, en la que se ordenó que:
“…por una vez, y con calidad de donativo, me contribuyan sólo un peso todos los hombres libres, así Indios, como de las otras castas, que componen el Pueblo, y dos pesos los españoles, y Nobles, comprendiendo en esta clase cuantos sujetos distinguidos la constituyen en Indias, y permitiendo a éstos que puedan satisfacer la cuota respectiva a sus criados, y sirvientes para descontarla después, si quisieren, de sus salarios, o jornales.”[14]
Cumpliendo estas orientaciones, el Obispo de Cuba, Santiago José de Hechavarría, dirigió una Carta Pastoral: “…a todos los fieles de su Obispado, en ocasión de un donativo pedido por S. M. para la Guerra”.[15] Por su parte, el Intendente General del Ejército y Real Hacienda de Cuba, Juan Ignacio de Urriza, emitió varias disposiciones a los funcionarios coloniales bajo su mando, comunicándoles la orden de la corte madrileña y organizando la recogida del dinero en La Habana y en el interior de la isla.[16]
En Louisiana, Bernardo de Gálvez también recibió la orden de allegar las contribuciones. Mas, según explica en una carta fechada en Nueva Orleáns, el 19 de julio de 1781, enviada al Ministro de Indias, José de Gálvez, los pobladores de la región debían exceptuarse del pago:
“…a causa de las repetidas desgracias y pérdidas que han sufrido en los Huracanes, e inundaciones en la Colonia, y el considerable atraso que se les ha seguido en sus cosechas, con motivo de haber sido esta provincia el teatro de la guerra”.[17]
La excepción solicitada por Gálvez no limitó que desde el territorio bajo su mando se asistiera a los independentistas norteamericanos. En la propia misiva da cuenta de haber prestado al agente norteamericano Olivero Pollock, cinco mil pesos fuertes:
“… en la misma condición y bajo las circunstancias que se ha practicado en otras ocasiones”.[18]
Mientras estos hechos se desarrollaban, las tropas independentistas norteamericanas tenían una situación muy desfavorable. Así lo reflejó George Washington en su diario, el 1 de mayo de 1781:
“…en una palabra, en lugar de tenerlo todo dispuesto para ir a la campaña, no tenemos nada; y en vez de tener la previsión de una gloriosa campaña ofensiva ante nosotros, no tenemos sino una confusa y defensiva, a no ser que recibamos poderosa ayuda en barcos, tropas de tierra y dinero de nuestros generosos aliados; y esta, por ahora, es demasiado eventual como para poder contar con ella.”[19]
Apremiado por estas circunstancias, entre el 28 de mayo y el 11 de junio de 1781, el comandante de las tropas francesas, Mariscal Rochambeau, escribió tres cartas al almirante francés François Joseph Paul, Conde de Grasse, solicitándole una importante colaboración. Esta consistía en atacar con sus naves a las tropas inglesas posicionadas en la ribera atlántica del territorio norteamericano, el reforzamiento del ejército independentista con hombres y armas, y el pronto envío de una cuantiosa suma, ascendente a 1 200 000 libras, para el imprescindible pago de las tropas.
Para satisfacer la petición recibida De Grasse solicitó ayuda a las autoridades de su país, pero estas no pudieron socorrerlo. En Saint Domingue, base de sus naves desde mediados de julio de ese año, alistó unos 3 000 hombres, reunió armas y dispuso su flota para la asistencia naval en Norteamérica. Respecto al dinero, una vez convencido de la imposibilidad de culminar sus esfuerzos en este territorio colonial francés, utilizó de intermediario al Director General de Aduanas residente en Santo Domingo, Juan de Salavedra, para hacer llegar la necesidad financiera al Gobernador y Capitán General de Cuba, Juan Manuel de Cagigal y Monserrat.
Unos días más tarde, el 5 de agosto de 1781, la flota del Conde de Grasse partió de Cabo Haitiano con destino a Norteamérica, sorteando las rutas más conocidas para evadir la armada inglesa y, a su vez, aproximarse a las costas cubanas. A unas millas al norte de la región cubana de Matanzas se le unió la goleta Aigrette, que había sido enviada a La Habana en busca del dinero y que traía a bordo el considerable monto de quinientos mil pesos.[20]
Esta importante contribución monetaria se ha convertido en el hecho más difundido, de la desconocida intervención de los pobladores y las autoridades de Cuba en la Guerra de Independencia de Norteamérica. Sin embargo, tal atención no ha podido superar la existencia de importantes desaciertos sobre el proceso que se siguió para reunir la cuantiosa suma y organizar su traslado a territorio norteamericano.
El primero de ellos plantea que la recogida del dinero se efectuó en un breve período de tiempo, por lo general enmarcado entre 5 y 24 horas[21]. Una determinación a la que pudo contribuir una inadecuada interpretación de las palabras del historiador norteamericano Charles Lee Lewis, incluidas en su libro Admiral de Grasse and the American independence, cuando afirmó:
“Five hours after the arrival of the frigate Aigrette, sent by de Grasse, the sum of 1,200,000 livres was delivered on board”[22],
que en su traducción al español sería:
Cinco horas después del arribo de la fragata Aigrette, enviada por de Grasse, la suma de 1 200 000 libras fue llevada a bordo.
Apoyándose en las cartas del almirante De Grasse, fechadas entre julio y agosto de 1781, Lewis precisó que en cinco horas el dinero fue llevado a bordo; valga señalar que no aseveró que fuera recogido en tan breve lapso. La incongruencia ha consistido en asumir que el tiempo empleado en trasladar el dinero a la embarcación francesa, fue el utilizado para su recaudación en la capital habanera.
Para el análisis de esta problemática también se ha utilizado la obra de Stephen Bonsal, titulada When the French were here. En ella se explica que mediante una carta enviada a Rochambeau, fechada en Cabo Haitiano el 8 de julio de 1781, De Grasse le informó que contaba con un contingente de 3 000 hombres y varias piezas de artillería, pero que no había podido recaudar el dinero solicitado. Le notificó, además, que se proponía enviar una fragata a La Habana con la solicitud pecuniaria.[23] En otra misiva, esta vez fechada en las aguas del Mar Caribe el 18 de agosto del año en curso, le comunicó que tenía en su poder un “millón de ducados” que habían cedido las “ladies of Havana” al general Saint Simon, por entonces comandante de las tropas de desembarco[24]. O sea, sobre el proceso de recogida del dinero en La Habana, las misivas analizadas por Bonsal sólo mencionan la intervención de las damas habaneras.
Un segundo desacierto, que también pudiera derivarse de las comunicaciones del almirante De Grasse, es la de atribuirle a este insigne marino la primicia de transmitir a La Habana la necesidad de recoger los fondos para las urgencias de la guerra. Una perspectiva que desconoce el amplio proceso de recaudación monetaria que se desarrolló en Cuba, en cumplimiento de las órdenes cursadas por su corona y bajo el particular interés de las autoridades y pobladores de la isla. Como parte de ello, las comunicaciones establecidas a través de la red de agentes y las sistemáticas relaciones comerciales y militares con los colonos del norte, facilitaron a las autoridades hispanas en Cuba, conocer las dificultades y necesidades del Ejército Continental norteamericano.
En resumen, la entrega del dinero a los emisarios franceses debió realizarse entre los días 14 o 15 de agosto de 1781, como indican las cartas de De Grasse y otros documentos de la época, pero el grueso de su recaudación contó con la intervención de las autoridades eclesiásticas y gubernamentales, junto a sectores populares[25]. Una vez recogidos los fondos monetarios, su traslado y embarque fue muy expedito:
“…a pocas horas de haber entrado en este puerto la fragata Aigrette (…) sin pérdida de instante regresó el Buque con tan importante socorro”.[26]
Conforme a lo planeado, las naves francesas expulsaron la flota británica de la bahía de Chesapeake y cercaron las tropas del general Charles Cornwallis; los hombres comandados por George Washington, por su parte, pusieron sitio a Yorktown. Veinte días después, en octubre de 1781, los ingleses rindieron la plaza en capitulación.
Así, la importante suma enviada desde Cuba se convirtió en un factor de significativo peso para el avance de las tropas independentistas norteñas, pues:
“…la batalla decisiva se gana con soldados que han sido pagados con el dinero procedente de La Habana, y que se resistían a avanzar antes de recibir ese dinero.”[27]
La notable actitud mantenida por el gobierno colonial de Cuba y sus pobladores, sería ampliamente reconocida por el rey Carlos III, su Ministro de Indias y otros importantes funcionarios de la corona. De manera individual, mediante la Real Orden del 5 de septiembre de 1781, fueron destacados por la corona los marqueses Cárdenas de Monte Hermoso y del Real Socorro[28] así como el Obispo de Cuba, Santiago José de Hechavarría. Para este último, las congratulaciones vendrían remitidas por José de Gálvez, debido al:
“… insigne testimonio del empeño con que le promueve no solo con su persuasión sino también con su autorizado ejemplo, un recibo que acredita haber puesto en la Tesorería del Ejército de La Habana ocho mil pesos fuertes para atender a los grandes y urgentes gastos de la guerra.”[29]
En similar sentido, las autoridades francesas exaltaron la cuantía y celeridad de la contribución monetaria reunida, calificándola como: “…una acción la más loable por todas sus circunstancias.”[30]
IV
El 3 de septiembre de 1783 el gobierno británico aceptó los términos del Tratado de París, mediante el que se puso fin oficial a la guerra de independencia de las Trece Colonias norteamericanas. Doscientos años después, aún se intenta reducir la participación de España y particularmente de Cuba, en este trascendental acontecimiento. Para ello se circunscribe su intervención a una determinada contribución monetaria o se limita el accionar de sus tropas a un área geográfica como Pensacola o Louisiana.
Así, se desconoce que Cuba y su principal puerto y ciudad: La Habana, se convirtieron en el centro de la asistencia monetaria, de abastecimiento de pertrechos bélicos y base de operaciones del operativo militar español que cubrió todo el Caribe y la costa antillana de Norteamérica. Acciones que contribuyeron, de manera notable, a favorecer el avance y la victoria de las tropas independentistas norteamericanas. En primer orden, porque obligó a Gran Bretaña a emplear numerosas tropas y medios en varios escenarios de guerra; en consecuencia, las victorias hispanocubanas menguaron el poder militar de los británicos. También por los cuantiosos recursos financieros y en pertrechos de guerra que España y sus colonias, en particular Cuba, enviaron a los insurgentes de Norteamérica, contribuyendo al sostén de la campaña bélica. Paralelamente, el continuo intercambio comercial de los rebeldes con los puertos hispanoamericanos, principalmente con el de La Habana, posibilitó el aprovisionamiento de los recursos necesarios para el sostenimiento de los hombres participantes en el conflicto.
Por estas razones, la contribución de Cuba a la guerra de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica, no merece continuar como una historia olvidada, omitida o negada, porque este malsano o incauto desdén no alcanzaría a ocultar la verdad histórica: la independencia de Estados Unidos debe a Cuba, lo que la independencia de Cuba no debe a Estados Unidos.
NOTAS
* Wilfredo Padrón Iglesias es Licenciado en Estudios Socioculturales y Doctor en Ciencias Históricas. Escuela Provincial del Partido, Pinar del Río, Cuba. Profesor de Historia y Vicedirector de Investigaciones y Posgrados.
[1] Stephen Bonsal: When the French were here, The country life Press, New York, 1945, 117.
[2] Ibídem, 116.
[3] Así lo confirmó una carta enviada por el Primer Ministro hispano, el 27 de junio de 1776, a su embajador en Francia, Pedro Pablo de Abarca y Bolea y Ximénez de Urrea, conde de Aranda, comunicándole que el rey estaba informado de los contactos sostenidos con Charles Gravier, conde de Vergennes: “…sobre el asunto de la ayuda que la corona se proponía hacer llegar a los rebeldes en las colonias británicas y la otra asistencia que ellos planean proporcionarles en secreto(…)Su majestad aplaudió las acciones de la corte francesa y las considera convenientes a los intereses comunes de España y de Francia (…) Su majestad me ha instruido en conformidad para enviarle a Su Excelencia el crédito adjunto por un millón de ‘libras turnois’ para ser usadas en esta empresa(…) Su excelencia está por la presente concediendo poner a discusión con el conde de Vergennes la mejor forma de utilizar esta suma de dinero y la mejor forma que llegue a las fuerzas rebeldes”. Citado por William F. Wertz y Cruz del Carmen Moreno de Cota: La España de Carlos III y el sistema americano, en http://www.schillerinstitute.org/newspanish/institutoschiller, 2011.
[4] Gardoqui recibiría, provenientes de la Tesorería General de Guerra y la Administración de Rentas Provinciales, más de 12 000 pesos para su envío a los insurgentes americanos; también remitió cuantiosas mercancías por valor de 946 906 reales. En el mismo sentido, a través de “Rodríguez Hortalez y Compañía”, se emplearon dos millones de libras. Herminio Portell Vilá: Juan de Miralles, un habanero amigo de Washington, Sociedad Colombista Panamericana, La Habana, 1947, 15.
[5] A partir de 1763 se emprendió la reconstrucción de las murallas que rodeaban la villa, se erigieron fortificaciones militares como Santo Domingo de Atarés (1767), San Carlos de La Cabaña (1774) y El Príncipe (1779) así como se levantaron las baterías de La Pastora, el Polvorín y Batabanó; también se reconstruyeron el Castillo de los Tres Reyes del Morro, La Fuerza y San Salvador de La Punta. Para completar este sistema defensivo se erigieron los Castillos de San Severino, en Matanzas; el de Sagua, en Cienfuegos; y del Morro, en Santiago de Cuba.
[6] Por su magnitud, los montos empleados en la esfera militar llegarían a convertirse en un componente de crecimiento de la isla. Francisco Pérez Guzmán: La Habana, clave de un imperio, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1997, 168.
[7] Por ejemplo, en 1783 el Intendente de Hacienda de La Habana envió varios informes a Floridablanca, manifestando su molestia por la alta presencia de barcos norteamericanos en el principal puerto cubano, en perjuicio del intercambio con España y México. Archivo Nacional de Cuba (En lo adelante ANC.), Tribunal de Cuentas, Cuba, Libro VII, f. 397.
[8] En la década de 1770 las mieles cubanas encontraban en Rhode Island 30 destilerías, que anualmente producían, sólo para exportar al África, 1 400 bocoyes de ron. Manuel Moreno Fraginals: El ingenio: Complejo económico social cubano del azúcar, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1978, 45.
[9] ANC., Asuntos Políticos, Legajo 106, f. 2.
[10] En los fondos del Archivo Nacional de Cuba se encuentran comunicaciones que permiten valorar el alcance de las gestiones de Miralles. Un grupo de estas, fechadas entre el 11 de junio y el 29 de diciembre de 1780, dirigidas por el Intendente de Ejército de La Habana a José de Gálvez, informan sobre la llegada a puerto habanero de numerosas embarcaciones de las colonias, fletadas por el agente español en Filadelfia, con carga de arroz, harina, pasas y otros productos. A la orden del Capitán General, fueron regresadas cargadas de azúcar, miel, café, ron, etcétera. ANC., Asuntos Políticos, Legajo 99, f. 67.
[11] Para ampliar sobre la actuación de Miranda en el trienio de 1780 a 1783, puede verse: Wilfredo Padrón Iglesias: Cuba en la vida y obra de Francisco de Miranda, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2010. Sobre su presencia en la guerra independentista norteamericana, ver del mismo autor: Francisco de Miranda en la Guerra de Independencia de las Trece Colonias: ¿Realidad o leyenda?, Cuadernos Americanos: Nueva Época, año XXIII enero-marzo, vol. 1 (No 127), Pág. 47-66.
[12] Eduardo Torres-Cuevas: Obra citada, 167.
[13] Albi de la Cuesta: La defensa de las Indias (1764-1799), Ediciones Cultura Hispánica, Madrid, 1987, 165.
[14] ANC., Asuntos Políticos, Legajo 3, f. 55.
[15] “En la Habana. En la Imprenta de la Curia Episcopal y Real Colegio Seminario de San Carlos. Año de M. DCC LXXXI.” El documento está fechado en la villa de Santiago de las Vegas el día 24 de enero de 1781. ANC., Asuntos Políticos; legajo 99, f. 72.
[16] ANC., Asuntos Políticos; legajo 106, f. 3 y legajo 99, f. 72.
[17] ANC., Legajo 15, f. 79.
[18] Ídem.
[19] Samuel Eliot Morrison: Historia del pueblo americano, Ganduxer, Barcelona, 1972, 315.
[20] La cuantía señalada en el presente trabajo -establecida por otros autores en diferentes magnitudes- responde a la mencionada por los documentos de la época. Así lo confirma la carta enviada al Cabildo de La Habana, a nombre de De Grasse, por José Álvarez, el 27 de noviembre de 1781. Acta del Cabildo de La Habana. Archivo Histórico del Museo de La Habana (En lo adelante AHMC.), Actas Capitulares de La Habana del 1º de Enero de 1780 al 20 de Diciembre de 1781.
[21] Por ejemplo, el historiador español Julio Albi de la Cuesta declara: “… en Agosto de 1781 de Grasse pudo reunir en La Habana en solo seis horas el millón doscientas mil libras que sirvieron para pagar al ejército de Washington…”. Julio Albi de la Cuesta: Obra citada, 194. Existe otra afirmación que lo enmarca “…en solo cinco horas”. Félix Pita Astudillo: Francisco de Miranda. La historia ‘olvidada’ del combate de Yorktown, Periódico Granma, Cuba, 3 de noviembre de 2007, 4.
[22] Charles Lee Lewis: Admiral De Grasse and American independence, United status Naval Institute, Nueva York, 1945, 138.
[23] Idem.
[24] Ibídem, 141.
[25] Documentos de la época reconocen el apoyo de las ricas damas de la sociedad criolla de Cuba. Su contribución debió realizarse en el proceso de recogida de los fondos, aunque también pudo organizarse alguna colecta pública durante las pocas horas que debió permanecer la goleta francesa en la rada habanera. Al respecto, es necesario señalar que también existen, al menos, otras tres versiones sobre la fuente del dinero: los ricos comerciantes de La Habana, los fondos de la corona en la Isla, y una tercera que une a las damas, los comerciantes y los fondos gubernamentales.
[26] Contestación del Ayuntamiento de La Habana al Comandante General de la Marina, José Solano, 12 de diciembre de 1781. Acta del Cabildo de La Habana, 14 de diciembre de 1781. AHMC., Actas Capitulares de La Habana del 1º Enero de 1780 al 20 de Diciembre de 1781.
[27] Emilio Roig de Leuchsenring: ¿Quién debe gratitud a quién? Aporte de Cuba a la independencia de los Estados Unidos, INRA, La Habana, 1961, 6.
[28] AHMC., Acta del Cabildo de La Habana, 11 de enero de 1782.
[29] Archivo del Arzobispado de La Habana, Comunicaciones 1, Legajo 2, f. 70.
[30] Oficio enviado al Cabildo La Habana por Joseph Solano, a nombre del Conde de Grasse, 27 de noviembre de 1781. AHMC, Actas Capitulares de La Habana del 1º Enero de 1780 al 20 de Diciembre de 1781.
Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 9. Marzo 2014 – Febrero 2015. Volumen I
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