Debates
Pablo Jaitte**
Izquierda: Arturo Jauretche
1. Introducción
A fines del 2011 se desató un amplio e inusitado debate mediático sobre la historiografía argentina, sus alcances y límites, su grado de cientificidad, sus corrientes y sus instancias organizativas. El revulsivo fue la creación presidencial de un Instituto auto-denominado revisionista, presidido por Pacho O´Donnell, que entre sus considerandos caracterizaba que la historia académica habría relegado el estudio de ciertas circunstancias y personalidades
“[…] que no han recibido el reconocimiento adecuado en un ámbito institucional de carácter académico, acorde con las rigurosas exigencias del saber científico” y afirmaba que el ente creado buscaría entre otros objetivos reivindicar “(…) la importancia protagónica de los sectores populares”.(1)
Pero lo que ocurrió durante esa interesante compulsa ideológica es que no se llegó siquiera al acuerdo básico sobre cuáles son las corrientes historiográficas que operan actualmente (y mucho menos entonces consensuar su caracterización).
Este trabajo que introducimos tiene objetivos bien circunscriptos: se trata de observar cómo dos importantes historiógrafos, (historiadores cuyo tema de indagación es la propia ciencia histórica), analizan su devenir como práctica disciplinar. Y por consiguiente, de allí también desprendemos ciertos tópicos que la corriente hegemónica, en la que los enrolamos, utiliza para ponderar la actualidad de éste campo que hoy presenta un innegable auge (o al menos hinchazón) mediática y política. Para hacer pasar por nuestro ejercicio crítico a esta versión sobre el devenir de la historiografía local sacrificaremos erudición y ganaremos en operatividad centrándonos en uno de los pocos intentos recientes de síntesis que ha dado a luz la historia oficial aún dominante. Nos referimos al libro Historia de la historiografía argentina.
Historia de la historiografía argentina publicado en 2009 como parte de una colección dirigida por José Carlos Chiaramonte, es el resultado del trabajo de Nora Pagano y Fernando Devoto, quienes tienen un largo recorrido como especialistas en el área. En este caso trataron de resumir un inmenso terreno problemático como lo es el del “campo histórico” en un período que va desde mitad del siglo XIX hasta la década de 1960. La estructura principal de la obra incluye 6 capítulos, (3 compuestos por cada uno de los autores) y se calca con las corrientes o tradiciones historiográficas que los autores consideran encontrar (de acuerdo a una clasificación que no es en absoluto original). Se la puede ver como organizada en base a un criterio cronológico: desde el primer capítulo dedicado a los que consideran fundadores de una disciplina histórica específica seria (señalan allí, con sus rencillas, al erudito Bartolomé Mitre y al filosofante Vicente Fidel López) hasta la “historiografía renovadora” de José Luis Romero (historiador al que como signo de sus preferencias le dedican no menos de 25 carillas), Tulio Halperín Donghi y Gino Germani (cap. 6). En esa progresión entre los “fundadores” y los “renovadores” los autores dan cuenta de “historiadores positivistas” (como lo habrían sido los hermanos José y Francisco Ramos Mejía, Juan Agustín García, Carlos Octavio Bunge, etc.); la denominada Nueva Escuela Histórica, donde pivotean sobre las trayectorias de Emilio Ravignani y Ricardo Levene (y en menor medida de Diego Luis Molinari); el revisionismo histórico (con un variado contingente de historiadores desde los precursores como Adolfo Saldías o David Peña hasta Fermín Chávez y José María Rosa, pasando por los hermanos Irazusta o Scalabrini Ortíz, entre otros) y el capítulo 5, dedicado a las izquierdas (Pagano parte de una genealogía José Ingenieros-Aníbal Ponce-Héctor Agosti). A nuestro juicio, por lo menos en los últimos 3 capítulos (revisionismo, izquierdas y renovadores) el análisis se ve seriamente perjudicado por la imposibilidad de hacer jugar las recíprocas influencias y polémicas (tácitas o explícitas) entre las nombradas corrientes cuyo desarrollo fue contemporáneo. Tal vez un análisis diacrónico de referentes, tesis y obras principales de cada corriente, que tenga en cuenta su inter-juego, pudiera resultar más provechoso. Sólo para ilustrar pensemos en la corriente de la llamada Izquierda Nacional, zona gris donde se mezclan motivos e ideas provenientes del nacionalismo-revisionista con otras de origen marxista en diversas alquimias.
2. Definiendo historiografía
Como resulta lógico los autores se ven compelidos a hacer algunas observaciones sobre lo que consideran la tarea y los modos pertinentes de la historiografía. Aún más, en un paso previo, buscan definir someramente el campo específico de la historia en tanto que ciencia. Allí avanzan con la conocida idea de que se trataría, en los tiempos modernos, de aunar la crítica textual y la interpretación. O en otros términos: combinar erudición y hermenéutica. En el caso de Argentina desde la perspectiva de Pagano y Devoto la ciencia histórica, así entendida, todavía no habría logrado controlar el panorama, ya que constatan la permanencia de formas tanto de pura erudición así como del “apurado panfleto”.(2) De tal modo aclaran que por las páginas de su obra se asoman nombres y obras que, de haber utilizado un criterio más estricto, hubieran debido excluir (lo que advierten hubiera empobrecido su trabajo). Sin embargo este juicio lapidario de la práctica historiográfica nacional que concluyen ambos estudiosos parece ser, por lo menos, exagerado. Es difícil pensar (como pareciera lo hacen los autores) en un país donde un cuerpo de profesionales de la historia monopolice la producción de conocimiento sobre el pasado. No sólo resulta difícil que exista algo así sino que además no parece una idea muy estimulante desde un punto de vista democrático. En ese sentido se hace divertido que los autores se den el lujo de fantasear con la posibilidad de punir el “ejercicio ilegal de la historia”.(3) Aclaran entonces que estas disquisiciones preliminares se relacionan con polaridades irresueltas (¿podía ser de otro modo?) entre erudición y divulgación, o entre historia y política. La lectura de este esfuerzo de síntesis constata que estas contradicciones atraviesan de punta a punta la historiografía. Pero no estamos muy seguros de que el enfoque de Devoto-Pagano contribuya a ubicar correctamente la inmanente contradicción entre aspiraciones científicas y pasiones políticas. Mucho se ha dicho ya sobre este tema. Aquí podríamos redundar en una crítica a la posición de Pagano-Devoto (que flota a lo largo de toda su obra) en relación a que el distanciamiento de la política unido a la pericia metodológica, podrían ser base de la cientificidad en materia histórica. Crítica que fundamos en primer lugar en que creemos que dicha neutralidad sólo puede ser figurada, y que en la mayoría de los casos el pretendido objetivismo apolítico sólo sirve para dar mejor envoltura a diversos intereses políticos que prefieren emboscarse tras esa clase de discurso. Y en segundo lugar porque estimamos, como hace ya décadas señalara por ejemplo el historiador Jean Chesneaux, que el vigor político y el rigor científico pueden retroalimentarse. Aunque ese valor constructivo del lugar de la enunciación dependerá a su vez del punto de vista de clase que cada quien decida asumir.
Yendo entonces a la definición de historiografía que manejan los autores (en una concepción que es por otro lado ampliamente dominante) la cuestión es que esta disciplina parecería reducirse al análisis textual (del gigantesco corpus de bibliografía histórica acumulado, sea ésta más erudita, más ensayística o más científica). Con lo que en este particular no se cumple aquella condición que afirmaba que para construir la historia como ciencia se requería el cruce del dato objetivo con el documento subjetivo. Cuando los autores señalan al pasar que tal obra de cual autor es más ensayística o que se funda casi exclusivamente en bibliografía secundaria (y no en fuentes primarias), entendida como una debilidad o carencia, parecen no percibir lo que este señalamiento implicaría de hacerse extensivo para ellos mismos. ¿Cuáles serían los materiales primarios y los secundarios en el caso de la historiografía entendida de este acotado modo? ¿Es historia sólo lo publicado? ¿Qué efectos, deseados o no por sus autores, tuvieron ciertas tesis o enunciados u obras históricas? ¿Qué relación entre el decurso de la historia del país / mundo y la producción histórica? ¿Historiografía como juego inter-textual o como reposición del vaivén texto / contexto? Al decir de Pierre Vilar tal vez pueda ser más provechosa una “historia de la historia” que una “historia de la historiografía” (entendida como análisis de corpus textuales). Por eso, tal vez, el análisis de Pagano-Devoto se hace más rico cuando da cuenta de las coyunturas históricas y su interrelación con la producción historiográfica pero lamentablemente predomina en él un enfoque que hace hincapié en el juego inter-textual.
Izquierda: Eduardo Luis Duhalde y Rodolfo Ortega Peña.
3. Los vicios de las clasificaciones
Si entendemos que la lucha entre corrientes en la historia-ciencia se despliega alrededor de diversas y contrapuestas tesis acerca de los nudos problemáticos de nuestro pasado ¿cómo se expresa la disputa entre corrientes en el terreno historiográfico? Se nos ocurre que una de las formas principales en este caso pasa por la forma de la delimitación de las diferentes escuelas, sus integrantes, la ponderación de sus obras y de sus planteos, los accidentes en su evolución, sus continuidades, rupturas e incluso eventuales desapariciones. Es un asunto de cuchilleros o de cirujanos (según el grado de sutileza para el corte). Pero es además, como casi todo, un problema de nominación: en esto al igual que en la gran historia el que bautiza y obtiene consenso (cuando lo logra y debido a una cierta correlación de fuerzas) para cierto nombre corre entonces con la ventaja de salida en relación a lo que dicha denominación connota. Es asimismo un problema de concesiones: qué están preparados a conceder/otorgar los historiógrafos enrolados en una tradición a las otras (ya que todas naturalmente surgen con alguna misión o sobre la base de vacíos o insuficiencias en las demás). ¿Qué está dispuesta a aceptar cada corriente en relación a explicitar las razones por las cuales las otras corrientes han merecido y reclamado el derecho a su existencia? Pero donde entre ellas también hay préstamos (se trate de comercio legal o contrabandeo de ideas) y no sólo intercambios belicosos. Por ejemplo, para una cierta mirada de la historiografía desde el ángulo revisionista la corriente “de izquierda” se habría reducido a una sub-tendencia de liberalismo. Parecieran no admitir que si bien pudo tratarse de eso en determinado período, con el correr de los años ciertas trayectorias evidencian ruptura y vida relativamente independiente del tronco liberal. En ese sentido aquellas voces deberían ser capaces también de admitir que algo semejante ocurrió con la propia corriente revisionista. Esto recuerda un poco el debate con quienes piensan que Marx permaneció hegeliano hasta el fin, aunque de izquierda, sin efectuar ruptura de fondo. Otro ejemplo a propósito de cortes y nominaciones: el auto-referido “revisionista socialista” Norberto Galasso llama corriente de la “historia social” a la que Pagano y Devoto denominan “renovadora” (la que presenta a José Luis Romero como epónimo). Sin embargo ninguna de las dos etiquetas parece muy precisa. Es notable que Galasso no entienda como demasiado regalo el de “historia social” (a pesar de la obvia alusión a que Romero hizo de su cátedra y su instituto de historia social una bandera desde la cual operar un reagrupamiento historiográfico).
Vayamos ahora a la crítica de la clasificación historiográfica tal como la practican Pagano y Devoto. Debemos para eso abandonar la idea de que existe un orden auto-evidente, nítidamente dado por la propia producción historiográfica. Por poner un ejemplo: ¿fue Ingenieros un pensador de izquierda o un positivista? ¿Fue parte de un ala progresista del liberalismo o en algún momento avanzó camino de una ruptura con ese cuerpo de ideas?, ¿Molinari era parte de la Nueva Escuela Histórica o era revisionista? ¿Fue Hernández Arregui un marxista “nacional” o un nacionalista con referencias marxianas?, incluso, ¿era José Luis Romero un liberal-progresista o un socialista muy moderado? Pagano y Devoto podrían hacer el descargo de que se trata de problemas en los márgenes de las clasificaciones y no en las clasificaciones. Sin embargo no estamos tan seguros, más al contrario: existe la posibilidad de barajar y dar de nuevo, reubicando a referentes y corrientes de un modo más atento a una lectura político-histórica y no tan extasiada por la constitución del campo profesional. El centro de la argumentación que desarrollamos para impugnar en cierta medida la taxonomía propuesta es que termina presentando como homogéneo a lo que no lo es, y a la vez esto impide rastrear continuidades de ciertos núcleos duros de ideas a través de apariencias muy diversas. Como afirmamos el origen de este problema es que los autores parten de un interés muy focalizado en la constitución de un campo científico específico de la historia, entendido como autónomo y distanciado de la política (en apariencia sólo pendiente de una pequeña política corporativa, a veces convergente y a veces divergente de la gran política). En ese sentido la noción “aséptica” de ciencia histórica no es un detalle ya que no perdemos de vista que el conocimiento histórico ha seguido siendo una prenda de lucha política, sea desde el poder en función legitimante, sea desde el campo popular en cuanto a referencia para el combate. No ha existido nunca cuerpo profesional ni producción en nuestro campo que no estuviera más o menos directamente relacionada a la brega por el poder.
Derecha: Rodolfo Puiggrós
Entendemos que un punto de partida más promisorio sería seguir a los distintos referentes y líneas o corrientes en relación a cómo abordan la cuestión democrática, la cuestión nacional, y la interrelación entre ambas. Inquirir sobre la caracterización que hacen del país, de las fuerzas y clases actuantes y cómo se despliegan las polémicas sobre las coyunturas claves (solo por graficar: 1810, 1880, 1945, etc.). Allí se constatarían tendencias liberales, nacionalistas, marxistas, (y múltiples combinaciones). Así también perdería entidad la idea del desarrollo en soledad de las diferentes corrientes y de los historiadores de gabinete. Nada hay en la historia que no se haya desarrollado en lucha. Así también se podría estudiar como de los choques de distintas líneas y de la situación más general surgieron las correcciones y re-lecturas históricas.
Pasemos entonces al tema de qué criterios informan los recortes historiográficos realizados por Pagano-Devoto.
4. El lugar de Bartolomé Mitre
Izquierda: Bartolomé Mitre
Los autores hablan de la existencia de cierto consenso en establecer el “surgimiento y consolidación de la historiografía erudita argentina en la segunda mitad del siglo XIX”.(4) En ese sentido es sintomático que a Pagano y Devoto les resulte necesario comenzar reiterando las tesis expresadas (¡en 1925!) por Rómulo Carbia (5), para ellos habría sido fundante de la disciplina el debate entre Mitre y Vicente Fidel López, desarrollado en 1881/82. Recuperan la idea romerista de que Mitre fue el “(…) constructor de la historia de la Nación”. Donde, al parecer, la palabra historia debiera leerse en su doble significado. Luego traen a su análisis un texto de Tulio Halperín Donghi(6) donde expresa que entre 1880 y 1910 la historia mitrista no pudo ser sustituida (a pesar de los intentos groussacquianos). La mirada de Halperín hacia Mitre es extremadamente complaciente, y los autores no hacen ningún esfuerzo para deslindarse de ella. En esta secuencia tomamos conciencia de que Devoto-Pagano, paradójicamente, no parecen interesados en superar los esquemas previos, la renovación escasea. Son consecuentes con una línea que podríamos llamar profesionalista porque para fincar las diferentes tradiciones parecen tener más en cuenta las cuestiones metodológico-disciplinares que las político-historiográficas. Pongamos el caso de José Manuel Estrada, al que refieren como fundador de una incipiente historiografía católica. Pero luego, ¿por qué no estudiar la evolución de esa tradición histórica ligada a la Iglesia y sus ideólogos? Pagano y Devoto harán referencias a historiadores militantemente católicos (no en un sentido confesional sino en el de que elaboran una historia acorde a las necesidades eclesiásticas) pero aún así no podremos encontrar en esta obra el rastreo de esa corriente. ¿Resulta correcto este tratamiento? A nuestro juicio no, pero se debe al énfasis que Pagano-Devoto ponen en rastrear la constitución de un campo científico autónomo.
En el pelotón de historiadores de este período también señalan al Director de la Biblioteca Nacional de 1885 a 1929 Paul Groussac, Mariano Pelliza, Andrés Lamas, Antonio Zinny, Manuel Ricardo Trelles, Ánjel Carranza, etc. Un lugar también le corresponde a Juan María Gutiérrez, como representante de una tendencia secularizadora opuesta a la clerical y uno de los precursores de la novela histórica en nuestro país con su obra El capitán de Patricios (1864).
En el capítulo se hace referencia a numerosos debates intelectuales ya que la época resultaba propicia. Sin embargo el centro de ellos sigue siendo el citado de Mitre y López. Lo que no es poco polémico ni inobjetable ya que hay historiadores (sobre todo los de cuño revisionista anti-porteño) que entienden como más importante aún, a pesar de menos conocido, sostenido entre Mitre y Alberdi (7) (en 1865), y recuperan la figura de éste último, en quien reconocen un antecedente. También es quizás insuficientemente tratado el cruce entre Groussac y Norberto Piñero, donde uno de sus nudos se refería a la autenticidad o no (Groussac la negaba) del Plan de Operaciones de Mariano Moreno.
Tiene también su interés, visto desde la más cruda actualidad, el raconto que los autores hacen de una mini – fiebre revisionista o vindicatoria de diferentes personajes de las primeras décadas post – coloniales que tuvo lugar en los alrededores de 1880. Sin ir más lejos citan el rescate que, primero Ánjel Carranza y luego el referido Mariano Pelliza, hicieron de Manuel Dorrego. En ese proceso también se produjo un intento de relectura de la figura de Rosas, con el trabajo pionero de Adolfo Saldías (“vástago historiográfico de Mitre”) (8) el que muchos creen prefiguraría el revisionismo.
Los historiógrafos expresan que con el cambio de siglo aparece “…el nuevo contexto en el que se populariza la versión mitrista del pasado argentino, pasado que se convertía ahora en un formidable dispositivo nacionalizador” porque allí “se demandaba dosis considerables de educación patriótica”.(9) En suma, Pagano y Devoto expresan una concepción historiográfica que, en lo esencial, sigue siendo “mitro-céntrica”.(10) Esto a pesar de que propongan que la “…constitución de la historiografía erudita como un factum resultante de la convergencia de múltiples procesos que tuvieron lugar a lo largo de las décadas…como producto colectivo y de carácter no lineal”.(11) No aspiran a desarmar sino a reforzar aquella tradición historiográfica que entiende que Mitre es el fundador de la historia como rama científica en nuestro país. Como resultado de su adscripción ideológica y de su particular idea de lo que la historiografía debería acometer están más preocupados por demostrar las razones, principalmente textuales, de que Mitre haya realizado el más exitoso “mito de los orígenes” de una nación que el mismo Mitre inventaría y presidiría, que en relacionar este “éxito” con el proceso de la gran historia.
Es necesario correlacionar los resultados con el hecho de que el centro de su análisis sea el problema de cómo se constituyó la historia como profesión en nuestro país, haciendo epicentro en lo metodológico.(12) Pierre Vilar dice al respecto:
“Merece la pena recordar que todas las ciencias se han elaborado a partir de interrogantes dispares, a los que se fue dando sucesivamente respuestas cada vez más científicas, con puntos de partida, saltos hacia adelante y retrocesos, pero nunca como se dice hoy en día con demasiada frecuencia bajo la influencia difusa de Bachelard y Foucault, con “cortes” absolutos entre las respuestas no científicas y las respuestas científicas.”(13)
5. Los positivistas
Derecha: José Ingenieros
Entre fines del siglo XIX y principios del XX Pagano-Devoto ubican a una serie de historiadores a los que presentan como fuertemente permeados por el clima positivista que desde Europa era irradiado a través de las ideas de Comte y otros que buscaban, en aquel optimista período de la burguesía, equiparar las ciencias sociales con los modelos extraídos de las ciencias físicas o biológicas. Entre los historiadores locales ubican dos tandas, una primera, compuesta por nacidos en la década de 1850 o comienzos de 1860, (Francisco y José Ramos Mejía, Juan Agustín García, Ernesto Quesada y Rodolfo Rivarola); y una segunda (integrada además por discípulos o influidos por aquella precedente) de nacidos a mediados o fines de los ´70 del XIX: Lucas Ayarragaray, Carlos Octavio Bunge, José Ingenieros y Juan Álvarez. Casi todos profesionales, periodistas, docentes universitarios (incluso varias de esas condiciones simultáneamente, lo que sirve para destacar su escasa especialización) e integrantes de elites estatales.(14) Se señala además que sus ocupaciones políticas fueron secundarias frente a sus intervenciones desde el territorio intelectual. (15)
Retomando el hilo de análisis que en su momento realizaran Ricardo Rojas, Rómulo Carbia, y más cercanamente Halperín Donghi, señalan que este pelotón de intelectuales alargarían la tradición filosofante o ensayística (dicho más severamente: diletante, bizantinista, estéril); y que de ese modo la historiografía habría boyado alrededor de 30 años en busca de un rumbo. Pero esta mirada ocluye lo que tiene esta estación de efecto acumulativo y que parecería devaluado por un análisis tributario (aunque no lo mencionen explícitamente) de la idea de los paradigmas (que se reemplazarían unos a otros sin beneficio de inventario). Tendencias generales grafican este momento historiográfico:
“En gran medida se trataba así del paso de una concepción de la Historia como resultado de la voluntad de los hombres a otro percibido desde los límites férreos que a ésta colocaban otros factores. Se trataba además, en casi todos ellos –la excepción sería aquí Rivarola- de miradas del pasado que colocaban la centralidad explicativa en el ámbito de la sociedad y no en el del Estado.”(16)
Y recuperan lo que significó esta corriente en términos de excepción en relación tanto a los fundadores como a la posterior Nueva Escuela Histórica, ambas centradas en la esfera estatal. A su vez plantean la indiferencia de estos positivistas ante las derivaciones pedagógicas de su indagación histórico-social, demasiado celosos de su posición científica. La obra de 1878 Neurosis de los hombres célebres en la historia argentina (J. M. Ramos Mejía) parece a los autores un mojón importante para señalar el comienzo de la producción de esta corriente. Ramos Mejía buscó aplicar a personajes de nuestra historia un análisis que partiera de sus patologías psico – nerviosas, para explicar su actuación.(17) Al estilo de lo que intentara Cesare Lombroso. Su hermano, Francisco Ramos Mejía, abogado, publicó El federalismo argentino, obra que expresa la tesis de que durante el largo período colonial “Todo lo que no era local (a excepción de la lejana monarquía) dejaba a las poblaciones indiferentes”.(18) Esa era la explicación molecular que Ramos ofrecía de la aparición posterior del federalismo.
Izquierda: José María Ramos Mejía
Otras obras destacadas fueron La época de Rosas (1898, E. Quesada) y La ciudad indiana (1900, J. A. García). Del primero se señala que, casado con una descendiente de un general rosista “parece actuar como abogado de la familia política en cuestión de controversias históricas”.(19) Quesada refiere que Rosas cumpliría un “(…) doble papel de garantizar el acostumbramiento al mando y de incorporar a las masas rurales federales (las “muchedumbres democráticas”) al orden político”.(20) Pensaba al federalismo en un sentido semejante a F. Ramos Mejía y estimaba que Rosas era la solución a las tendencias centrífugas. Es muy interesante lo que señalan los autores acerca de las presuntas razones del éxito que consiguió esta obra:
“(…) la elección de un lugar de enunciación profesoral y una cuidada retórica academicista le dieron una legitimidad importante, entre los contemporáneos y entre los jóvenes de la Nueva Escuela Histórica, muy distinta a la que mereció la obra no tan disímil interpretativamente de Saldías.”(21)
Sobre La ciudad indiana, de García, es interesante constatar cómo es destacada su mirada negativa hacia el pasado colonial y su lastre, lo que configura un contrapunto con el texto de Francisco Ramos Mejía. Sin embargo para Pagano-Devoto esto no sería motivo para hablar de corrientes historiográficas distintas ya que ambos compartirían una misma metodología. Nuevamente constatamos que lo que organiza esta Historia de la historiografía no son las tesis acerca de la historia misma sino aspectos disciplinares metodológicos o periféricos al núcleo de las propias tesis interpretativas sobre los hechos del pasado.
En este punto llegamos a un caso testigo que podría ser motivo de replanteo de clasificaciones historiográficas pero que sin embargo no resulta ser merecedor de comentarios más que en un sentido individual. Para Pagano-Devoto en el caso de Ingenieros “…dos tradiciones se mezclan así en tensión”, refiriéndose a la influencia que Ingenieros tenía por el lado de su formación universitaria (Darwin / Spencer) y aquella otra familiar del socialismo (fue destacado militante del PS) y particularmente de su vertiente italiana (Achille Loria y Napoleone Colajani).(22) Señalan su lectura economicista de Marx, tributaria de Loria, así como los matices biologicistas debidos a Colajani. Tal vez haya que colegir que la evolución de Ingenieros habría resultado en eclecticismo. Sin embargo no escapa a la enunciación de nuestros historiógrafos la recepción favorable que Ingenieros brindó a la revolución bolchevique. Cosa que podría indicar un momento de definición entre influencias contrastantes, (por lo menos en términos políticos). Con respecto al papel de España Ingenieros lo considera muy negativo tanto en el período colonial como en su herencia posterior. Retrocediendo en el tiempo de aquella vida consignan su inserción a comienzos del siglo XX en diversas instituciones estatales de la mano del roquismo, su constitución en un referente dentro del campo intelectual y, a caballo de esto, su idea (1910) de que “…la división social en clases no sea en el país un hecho estable ni definitivo”.(23) Sin embargo, su carrera tuvo problemas y debió autoexiliarse en Europa hasta 1914. La evolución de las ideas en la Argentina sería la madurez de esta etapa de Ingenieros, lectura fuerte, monolítica, “(…) su capacidad persuasiva, que emerge de las lecturas binarias”.(24) (progreso o reacción, democracia o absolutismo, feudalismo versus burguesía, etc.).
Para Devoto y Pagano este conjunto de positivistas “dejó pocas secuelas en la historiografía sucesiva”. Con las excepciones de Ingenieros y a Juan Álvarez. De nuevo tenemos que señalar que es esta una reconstrucción historiográfica que tiende a des-jerarquizar las diferencias producto de distintas tesis acerca de la historia misma y en relación con el proceso social argentino teniendo como referencia la lucha de clases y su expresión en el nivel ideológico-histórico. De asumir esta perspectiva los resultados serían claramente distintos.
6. ¿Existió la Nueva Escuela Histórica?
La historiografía oficial también intenta dar cuenta de una corriente, gravitante entre 1915 y 1950, a la que se conoce como Nueva Escuela Histórica (NEH). Sus referentes: Emilio Ravignani, Ricardo Levene, Diego Luis Molinari, Luis M. Torres, Rómulo Carbia, etc. Pagano y Devoto no se preguntan si tiene pertinencia esta denominación, o si es conducente agrupar a historiadores tan diversos en sus posiciones políticas y en las tesis que sostuvieron sobre nudos problemáticos del pasado. Asumen que lo principal es su homogeneidad grupal alrededor del interés por hacer avanzar el proceso de profesionalización y por una cuasi-obsesión metodológica. ¿No sería más fructífero rastrear corrientes partiendo de caracterizaciones tanto en relación a las tesis sobre el pasado sometido a estudio como a sus vinculaciones con distintas tendencias políticas contemporáneas a aquellos estudiosos?
Derecha: Diego Luis Molinari
Los historiadores más relevantes de esta camada fueron hijos de inmigrantes y muchos se relacionaron en su paso por Derecho. En la década del ´20, en el particular contexto creado luego de la Reforma Universitaria y durante el ciclo de presidencias radicales es cuando emerge a posiciones de peso la corriente cuya existencia ponemos en entredicho. Se habría auto-legitimado trazando una genealogía que los emparentaba con Mitre. A su vez, se habrían destacado por ser propulsores de la “hipertrofia metodológica” y, esencialmente, por haber contribuido a “…modificar el estatuto disciplinar convirtiendo un relato en saber científico y unas prácticas en una profesión”.(25) Plantean que esta NEH sería reactiva al positivismo previo con su debilidad por la ensayística, por eso también su marcada inclinación por lo metodológico, entendido como instrumento para distanciarse de los no profesionales. En este sentido se plantea que:
«(la) NEH tendió a definirse como historiografía profesional o académica ejercida desde ámbitos institucionales de legitimación, en los hechos tendió a recortar el territorio de la historia en un adentro y un afuera, entre establecidos y outsiders.” (26)
Izquierda: Ricardo Levene
Aquí sobreentendemos que este proceso de institucionalización implicó una acumulación original de medios para producir sentido sobre el pasado argentino y que esto necesariamente debía dejar un tendal de expropiados en el camino. De hecho dio a luz una historia nacional entre 1936 y 1950. Esta historia habría sido producto de un consenso liberal que primó en el ida y vuelta entre política e historia, entre Estado y la, finalmente, no tan celosa corporación profesional. En 1921 Emilio Ravignani llegaba a la dirección del Instituto de Investigaciones Históricas de Filosofía y Letras (UBA). En 1925 Levene, relacionado con el gobernador Cantilo, creó el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires. Se mencionan cuatro vertientes de la NEH (ligadas estrechamente a su desenvolvimiento institucional más que a debates en la historia): a- La Plata, b- Filo UBA (IIH), c- Junta de Historia y Numismática Americana, d- la historiografía del interior (creación de Juntas de estudios históricos provinciales al influjo de Levene). En 1938, momento importante de ese proceso de institucionalización / profesionalización / expropiación, la Junta de Historia y Numismática se transformó en Academia, a través de un decreto del Presidente Justo gestionado por Levene. En 1938, con significado especular, se fundaba el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. El foco de interés de Pagano-Devoto los lleva a subordinar aspectos de los que su obra también da cuenta parcialmente: las tesis de cada historiador así como sus trayectorias políticas. Por ejemplo Ravignani que en su momento adhirió al alvearismo (fue secretario de Hacienda de la municipalidad de Buenos Aires en 1922) en lo historiográfico se decantó hacia una posición que se podría sintetizar en la fórmula ni con Rosas ni en contra de Rosas.(27) En cambio Diego Molinari fue yrigoyenista, luego peronista y, siempre, nacionalista. Diputado entre 1924 y 1928, senador de 1928 al golpe, se le adjudica la paternidad del proyecto de ley orgánica sobre petróleo. Por su lado Rómulo Carbia habría representado el ala católica militante e hispanista de la NEH. Entre los antecedentes de Carbia dignos de mención se señala que integró la Liga Patriótica Argentina. Levene fue el paradigma de historiador oficial, numen de la destilación estatal del pasado. La NEH, según los autores, pivoteaba en la dupla Levene – Ravignani. El primero más dedicado a la historia económica y con eje de interés en mayo 1810. Ravignani hacía foco en la historia política y su epicentro fue el proceso de consolidación estatal. Un debate que en algún momento surgió entre ellos fue a propósito de la interpretación del año 1820, (debate en el que también se “prendería” Molinari).(28) Pero la pretendida homogeneidad de la NEH terminaría de quebrarse con la coyuntura de la Segunda Guerra: Ravignani militaría en Acción Argentina (antifascista) y por la conformación de la Unión Democrática. Molinari habría apoyado el golpe de 1943 desde posiciones nacionalistas. Y Levene habría aceptado de esa dictadura la propuesta para convertirse en Ministro de Justicia e Instrucción Pública (postulación que finalmente no se concretó). A su vez el ascenso peronista significó para los historiadores de la NEH diferentes accidentes en sus carreras. Para Ravignani fue el fin de su trayectoria universitaria argentina (después de un breve paso de Vicente Sierra se haría cargo de “su” Instituto de Investigaciones Históricas Molinari). Mientras tanto para Levene el peronismo “no constituyó inicialmente obstáculo insalvable en la medida en que su “neutralidad erudita” lo colocó a resguardo de remociones y cesantías”.(29) Lo que parecería ser casi un consejo para futuros historiadores. Pagano-Devoto afirman que en el primer peronismo era más clara la asimilación de antiperonistas con el liberalismo (la vieja historia oficial) que la integración de peronistas y revisionistas. Explican que Perón fue cauto a la hora de plantear su específica formulación histórica (ante desmanes ideológicos que causaron sectores como el de Jordán Bruno Genta, interventor en la U. del Litoral). Dato muy ilustrativo es el de la nominación de los ferrocarriles recuperados con los nombres de próceres tales como Roca, Mitre, Sarmiento, etc. Sin embargo esto no debiera ocultar sus preferencias: por ejemplo en 1948 se recomendó a autores de manuales escolares, reemplazar “período colonial” por “período hispánico”. Asimismo tomó fuertemente la celebración del centenario de la muerte del General San Martín (1950).
7. Revisionistas o la pornográfica relación historia – política
Derecha: Adolfo Saldías
Tres preguntas sobre el revisionismo resultan relevantes para la historiografía oficial: ¿sería una contra-historia practicada desde espacios de la sociedad civil en oposición a la historiografía ejercida desde las instituciones estatales?, ¿sería correcto calificarla como la lectura del pasado proveniente de los nacionalismos argentinos primero y del peronismo después? Por último, ¿sería una reinterpretación de la historia con eje en la etapa 1820-1852? En todo caso van a destacar su flexibilidad que llevó a su perdurabilidad desde 1920. Sin embargo, opinamos, sería muy útil no aceptar mistificaciones y entender que dentro de ésta aparente continuidad podamos estar englobando fenómenos historiográfico-políticos heterogéneos. Los antecedentes más aceptados de esta tendencia son los trabajos de Adolfo Saldías y Ernesto Quesada. Pero en estos, nos advierten, aún podía aparecer el rescate de Rosas sin la execración de Mitre. Incluso en Saldías “iban a colocarse en secuencia y no en oposición con aquella tradición liberal”.(30) De hecho retengamos lo sugerente de que en su Historia de la Confederación, Saldías, ve continuidad entre Rivadavia y Rosas. El otro antecedente es el de David Peña y su reivindicación de Facundo Quiroga. Donde la recuperación de Quiroga iba de la mano de una feroz crítica de Rosas. Uno de los referentes iniciales del revisionismo fue Carlos Ibarguren, (ministro de Roque Sáenz Peña, candidato a Presidente en 1922 por el PDP, y uno de los mentores del General Uriburu) autor de un trabajo sobre Rosas publicado en el ´30. Los hermanos Julio y Rodolfo Irazusta producen un hito de ésta corriente: La Argentina y el imperialismo británico (1934). Allí plantean, como raíz histórica de la subordinación nacional, a “la orientación abstracta, ideológica, laicista, maquiavélica y sin sentido nacional de los grupos dirigentes argentinos a comenzar por Rivadavia” ya que su “teología…era negar lo criollo, el patriotismo, lo hispano, latino, católico y afirmar la admiración de lo extranjero en especial, anglosajón”.(31) El imperialismo, para ellos, era centralmente político y la conducta de los dirigentes argentinos derivaba de su ideología, no de sus intereses sociales y económicos. Los hermanos, “pertenecientes a una familia de medianos propietarios terratenientes en Gualeguaychú”, apoyaron inicialmente el Golpe de 1930, pero luego se habrían decepcionado y apoyado a Justo en el ´31 (como mal menor).(32) Remarcan, Pagano/Devoto, que la posición de los Irazusta es “casi contrapuesta a la contemporánea de Scalabrini. Para éste el problema es el capital inglés…no, por entonces, las elites políticas argentinas”. Otro referente, José María Rosa, afiliado al PDP, fue Director General de Rentas durante el golpe de Uriburu y luego Juez de Instrucción en la gobernación de Luciano Molinas. Después se hizo radical anti-personalista y más tarde llegó incluso a ministro del Gobernador-Interventor Manuel de Iriondo. Con el golpe de 1943 por un breve tiempo fue Presidente del Consejo de Educación de Santa Fe.
Izquierda: Raúl Scalabrini Ortiz
En 1951 se convirtió en presidente del Instituto Rosas. En Defensa y pérdida de nuestra independencia económica sigue las políticas hacia el comercio exterior del gobernador de la Provincia de Bs As (habla de un “segundo Rosas” y particularmente de la Ley de Aduanas de 1835 como proteccionista). Rosa considera a los dirigentes argentinos post – rosistas como “víctimas de su ideología abstracta y europeísta…”.(33) Desde su punto de vista Rosas no era “feudal” sino “medieval”.(34) Por su parte Vicente Sierra sostiene la superioridad de la conquista española, de carácter medieval y espiritual (no feudal) frente a la conquista anglosajona (de carácter capitalista). Para Pagano-Devoto Ensayo sobre Rosas y la suma del poder (1935) de Julio Irazusta debe ser considerado, si se busca una definición historiográfica más que política del revisionismo, como texto fundacional. Señalan que la obra presenta tres motivos persistentes en esta corriente: a- búsqueda de un modelo político deseable, b- mirada decadentista, c- pertinaz mito de la futura grandeza del país. Otro es el caso de Raúl Scalabrini Ortíz: estuvo involucrado en la fracasada revolución filo-radical de 1933, luego viajó a Europa (estuvo en Alemania). Se mantuvo neutral y distanciado en relación a la Guerra Civil española. En 1938, como ya señalamos, se creó el Instituto de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas. El torrente revisionista se va potenciando.
Dicen Devoto-Pagano:
“Ravignani y Levene (…) podían entrar por vías distintas en colisión potencial con ese espacio nacionalista y revisionista. Ravignani lo hacía no por su obra historiográfica sino por su decidida militancia en el campo del antifascismo; Levene, en cambio, por su estrategia profesional y político-académica.”(35)
Izquierda: Ernesto Palacio
En el Instituto Rosas se daban cita dos grupos (los Forjistas estaban excluidos): a- nacionalistas doctrinarios, b- nacionalistas republicanos. Los integrantes de (a) eran o bien filo-fascistas o bien abiertos a juegos con los conservadores locales. En cambio los de (b) eran más respetuosos de las tradiciones políticas locales y más abiertos al juego con el radicalismo. Integrantes de (a) fueron: Ernesto Palacio, los Irazusta, Ramón Doll, Bruno Jacovella, Mario Lassaga. Componentes de (b): Héctor Llambías, Carlos Steffens Soler, Juan Pablo Oliver, Carlos Ibarguren (h) y Federico Ibarguren, Héctor Sáenz y Quesada. El Instituto Rosas polemizaba no sólo contra la “historia oficial” sino contra la naciente historiografía comunista, que expresaba la revista Argumentos (Puiggrós y otros). Ernesto Palacio sostendría como eje vertebrador la vindicación de la tradición hispánica y católica. Su blanco historiográfico predilecto fue, al parecer, Levene (al que calificaba de hacer una “historia mortuoria”).(36) Según Historia de la historiografía argentina, la obra más importante de esta corriente es la de Julio Irazusta: Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia (1941), por su enjundioso trabajo y enorme recopilación documental. Para Irazusta en el gobierno de Rosas coexistía el principio monárquico con el aristocrático y con el democrático. Pagano y Devoto señalan que “[…] 1943 abrió inesperadas posibilidades para el revisionismo, que aquí se confunde plenamente con el nacionalismo”.(37) El año 1945 sería otra encrucijada para la galaxia nacionalista: algunos se sumaron al peronismo sin reservas (Gálvez, Sierra, Doll, Palacio), otros prefirieron un apoyo más externo desde estructuras del mismo nacionalismo (Oliver e Ibarguren) mientras otros mantuvieron simpatías sin compromiso político efectivo (como Rosa o Scalabrini), finalmente otros pasaron a la oposición decidida pero pasiva (los hermanos Irazusta o Genta). Es interesante constatar, como lo hacen los autores a la pasada, que Nacionalismo – Revisionismo – Peronismo no necesariamente son equivalentes ni se superponen. Según los autores la compleja coexistencia con Perón fue menos hija de la formación “liberal” de Perón en el terreno historiográfico que de “…su aspiración a eludir definiciones ideológicas precisas incluidas aquellas referidas al pasado argentino”.(38) En la enseñanza superior el primer peronismo se habría apoyado en segundas líneas, muchas veces provenientes de la NEH, allí se mezclaban Rosa, Gabriel Puentes (discípulo de Molinari), Federico Ibarguren, el propio Molinari, y José Torre Revello. Perduran también discípulos de Levene acomodados al nuevo régimen como Roberto Marfany, Carlos Heras, etc. A propósito de ubicar a Gabriel Puentes el texto señala las dificultades para delimitar la tradición revisionista. En términos de la operación propiamente historiográfica, Puentes estría mucho más cerca de la NEH, pero en términos interpretativos, lo estaba de terceras vías entre la historia llamada oficial y la revisionista. Esto mismo se asevera para los casos de Busaniche, Molinari y Marfany.(39)
Derecha: José María Rosa
Queda claro, como venimos afirmando, que en esa compulsa entre interpretaciones y métodos, los autores privilegian agrupar a los historiadores según éstos últimos. El momento post-1955 es realmente interesante para esta corriente revisionista:
“…si la coyuntura institucional se les revelaría inhóspita, inversamente la coyuntura cultural se les mostraría muy favorable.” (…) “La caída del peronismo…mostró en qué medida el lugar de enunciación historiográfico no académico o no oficial podía ser inmensamente más redituable”.(40)
Esto se debió a que los que triunfaron en 1955 impusieron la idea de que el peronismo había sido la “segunda tiranía” a la vez que sancionaban la línea “mayo-caseros-septiembre”. Los “libertadores” creyeron ver al peronismo como “paréntesis”. Como muchas veces pasa en política: el enemigo marcó el camino. Los golpistas forjaron la confluencia. Pagano-Devoto nos recuerdan que Perón hasta 1956 aún no era “rosista” y comparaba la dictadura con la mazorca… “Será recién en Los vendepatria cuando el “matrimonio de razón” entre revisionismo y peronismo se consumará”.(41) Pepe Rosa, avisado del nuevo momento, va a intentar construir un Rosas socialista, antiimperialista, ligado a las masas. Como autor “(…) su éxito contrastaba con los pálidos resultados de los revisionistas viejo estilo, mostraba lo acertado de su estrategia político-intelectual”, que según los autores pasaba por simplificar y esquematizar para llegar al gran público y olvidarse de “(…) consensos en los ámbitos académicos o en la derecha más cerril”.(42) Finalmente señalan el tardío éxito del revisionismo, luego de 1955, “(…) sus acciones subían paralelamente con las del líder depuesto” y con una apertura “(…) ya que no a una nueva historia sí a otros temas y con otra fraseología distinta a la dominante en los ´30”.(43) La conclusión de los autores acerca del revisionismo, bastante previsible y un poco forzada, es que:
“(…) en conjunto, su aporte a la renovación de la historiografía argentina fue en la mayoría de los casos (no en todos) muy modesto y que como operación intelectual fue mucho más política que historiográfica y ello fue otro rasgo bastante compartido…fue mucho más una reinterpretación de la historia argentina que cualquier otra cosa. Si no tuvieron éxito pleno en imponerla sí lo tuvieron en debilitar el imaginario historiográfico tradicional argentino en un país crecientemente conflictivo y polarizado…Es de temer que, cuanto más simplificadas, lineales y binarias fueron sus propuestas, un público más vasto alcanzaran.”(44)
Esta formulación condensa muchas manías de la corriente romero-halperindonghista: adjudicación en exclusiva al revisionismo de un lazo directo entre política, connotada negativamente, y ciencia, estimada como un objeto intelectual en sí, (lazo del que los profesionalistas habrían prescindido); a la vez que se auto-endilgan un supremo valor de “renovación” histórica y, finalmente, aparece el desprecio al pueblo como sólo susceptible de consumir versiones devaluadas y maniqueas. Por otro lado Pagano-Devoto abordan escasamente uno de los centros de la posibilidad de existencia del revisionismo, esto es la denuncia (con todas las limitaciones del caso) del carácter subordinado y dependiente del país que, por lo general, brilla por su ausencia en las versiones liberales o socialdemócratas.
8. Las izquierdas (¿y las derechas?)
¿Cuál es la lógica, por supuesto ya naturalizada, de aislar e identificar la producción ideológica (en este caso historiográfica) de un conjunto al que se define como proveniente de las izquierdas, si al mismo tiempo no se es consecuente buscando ubicar y tematizar la producción de las derechas (y por qué no los centros)? El que acceda a esta versión oficial quedará perplejo ante este aparente vacío. Por supuesto que es un simple problema nominativo ya que las derechas (si usamos esta tipología a veces tan insuficiente) se encuentran desperdigadas por todo el volumen. Pagano-Devoto hacen consideraciones semejantes a las realizadas al revisionismo:
“(…) [la izquierda] se coloca en el marco de una operación historiográfica entendida centralmente como modo de intervención política en sus presentes y futuras proyecciones (…) [con un] empleo frecuente de la forma ensayística, forma que acentúa la función interpretativa y desplaza la investigación basada en fuentes primarias.”(45)
Pero esta última discriminación, entre los que visitan archivos y trabajan fuentes primarias y los que realizan trabajos esencialmente bibliográficos, parece que no aplica a los propios historiógrafos en el sentido en que Devoto y Pagano entienden este campo. Pero ¿Y si fuera de otro modo? ¿Si entendiéramos la historiografía de un modo histórico-materialista? ¿Cuáles serían los materiales primarios a cotejar con la producción histórica literaria?
De todas formas los autores aclaran que:
“(…) particularmente en etapas recientes, éste (el ensayo) suele coexistir con el texto erudito elaborado por intelectuales con formación y desempeño académico quienes, sin abandonar su carácter militante, producen textos acorde con las convenciones disciplinares vigentes.”(46)
Pero recalcan una diferencia que creen detectar con respecto a otras corrientes:
“(…) el componente teórico es un factor constitutivo central (…) cuyo rango va desde el empleo pertinente de marcos conceptuales al mero teoricismo (…) la agenda política moldeaba las miradas sobre el pasado.”(47)
Entonces, por el contrario, estarían diciéndonos que otras corrientes sí logran escapar a las determinaciones del presente. Parece que no concibieran que la aparente autonomización del estudio del pasado con respecto a las urgencias de una agenda política no expresaría más que una, otra, tendencia política del presente. Precisamente aquella que para ejecutar mejor sus intereses puede y necesita presentarse como distanciada, profesional, neutral, objetiva, en suma apolítica. Es ni más ni menos que otro recurso ideológico (en el sentido de falsa conciencia). Por otro lado el análisis del lugar de la teoría en los análisis de las izquierdas podría ser más fértil si se extendiera al conjunto de la historiografía.
Izquierda: Anibal Ponce
Se presenta una posible genealogía en la izquierda: la que va de José Ingenieros, su discípulo Ponce y luego Agosti, Bagú, Troise, etc. Nora Pagano, autora del capítulo, plantea:
“(…) pensadores como Juan B. Justo, Ingenieros, o el primer Ponce, podrían considerarse como el ala izquierda del liberalismo local (…) estos intelectuales solían “depurar” los escritos de Marx de sus componentes revolucionarios a favor de aquellos otros “científicos”.(48)
Con lo que el entrecomillado no logra desvirtuar la idea que flota tras esta frase: ciencia y revolución serían polos antagónicos. Además plantea, algo sabido, que el cuadro de la izquierda en sus albores está marcado por el eclecticismo ya que el conocimiento doctrinario del marxismo era bastante deficitario. Ingenieros tuvo una etapa de cercanía al roquismo. Luego se convenció de que no era ese el espacio desde donde intervenir (esta lamentación aparecería en El hombre mediocre). Luego, en Tiempos Nuevos, saludaría la revolución del ´17 (“arrancó el mecanismo del Estado a las clases parásitas y lo puso al servicio de las clases trabajadoras”). Luego en Aníbal Ponce, que representaría una bisagra entre el liberalismo del ´80 y el marxismo. En los ´30 tuvo ese viraje ligado a su asunción marxista, el acercamiento al PC, la concreción de un viaje a la URSS junto a la coyuntura antifascista. Sin embargo se nos recuerda que el suyo fue un “marxismo particular…coexistían ingredientes humanistas, iluministas y aún mecanicistas…”.(49) El momento antifascista se plasmó en variadas instituciones e iniciativas culturales: bibliotecas, periódicos, ateneos, editoriales, revistas. Los autores expresan que se buscó mostrar una línea de continuidad entre Mayo, la Generación del ´37, Ingenieros, la Reforma Universitaria, encarnada en las “figuras de Moreno, Alberdi, Rivadavia, Avellaneda y Roca”.(50) Por otra parte Puiggrós adquiría notoriedad desde el ´38, él “localizaba en el desierto y el latifundio los principales problemas de un país considerado semicolonial como el nuestro”.(51) Puiggrós sostuvo la idea de una conquista y colonización de carácter feudal. Pero, según Pagano-Devoto:
“(…) al concluir la cuarta década del XX, la tesis feudal sería refutada desde las perspectivas esgrimidas por Sergio Bagú, quien intentó demostrar el carácter capitalista de la sociedad colonial.”(52)
Izquierda Sergio Bagú
En Economía de la sociedad colonial, Ensayo de historia comparada de América Latina, Bagú dictamina que en el área hispano-lusitana se impuso un “capitalismo colonial”, para él: “el capitalismo colonial presenta universalmente un perfil equívoco que exhibe ciertas manifestaciones externas que lo asemejan al feudalismo…”.(53) Fuera de la izquierda tradicional se nombra a Diego Abad de Santillán, Liborio Justo y Antonio Gallo. Estos dos últimos:
“ (…) resultaban convergentes en considerar a Argentina como una semicolonia (…) el sector justista planteará la necesidad que tendrá la revolución de resolver tareas democráticas y fundamentalmente el carácter de liberación nacional (…) Por el contrario, la fracción liderada por Gallo consideraba que se trata de un país sin restos feudales y maduro para el socialismo…negando la posibilidad de que algún sector de la burguesía pueda enfrentarse al imperialismo.” (54)
Esta última tesis la retomará Milcíades Peña mientras que Abelardo Ramos continuará la línea esbozada por Quebracho dando origen a lo que se conoce como izquierda nacional. Dice la autora que con el primer peronismo y luego con el derrocamiento de Perón se produce una hibridación de las culturas de izquierda de la que saldrían diversos sub-productos: revisionismo de izquierda, revisionismo socialista, neo revisionismo, nacionalismo de izquierda, izquierda nacional y nueva izquierda. Es cuestionable plantearlo en estos términos ya que se embolsa junto a fenómenos político-ideológicos que efectivamente fueron eclécticos (por ejemplo con la radicalización de sectores peronistas) a sectores marxistas que transformaron sus posiciones a partir de la integración de sus postulados teóricos con la realidad nacional sin abandonar la perspectiva de análisis clasista. Según Pagano hay que destacar la discontinuidad entre el revisionismo de los años ´30 y el de los setenta:
“En efecto en la etapa que se abría en 1945 (…) (a través de la) convergencia entre intelectuales marxistas con otros procedentes del campo nacional (…) (fue el) origen de la llamada izquierda nacional (…) refutación tanto a la historiografía liberal mitrista y sus versiones de izquierda como al revisionismo oligárquico, asumiendo una formulación antiimperialista y recurrentemente latinoamericanista fundada en la dupla nacional-popular.” (55)
El precursor de esta amplia tendencia habría sido Ugarte, al que siguieron otros intelectuales refractarios al socialismo de Juan B Justo, al comunismo de Codovilla y al trotskismo de Raurich; (Puiggrós, Astesano, J. A. Ramos, Hernández Arregui, Jorge Enea Spilimbergo, Blas Alberti, Alfredo Terzaga, Rodolfo Ortega Peña y Eduardo Luis Duhalde). Luego analiza la trayectoria de Abelardo Ramos: en 1949 definía a la conquista como de carácter feudal, rescataba a Rosas y criticaba a Moreno y Belgrano por su inspiración liberal. En su Revolución y Contrarrevolución en Argentina invierte la historiografía mitrista y presenta a Rosas con claroscuros derivados de las tensiones por su condición de clase. En cambio Roca es “despojado de toda connotación oligárquica a favor de ponderar su contribución a la emergencia del Estado nacional”.(56) Para Ramos el peronismo sería un bonapartismo (masa, ejército y liderazgo burgués) al estilo del 18 Brumario. Puiggrós participó de una ruptura con el PC pero no habría modificado sus interpretaciones historiográficas. En 1965 sostuvo un célebre debate con Gunder Frank donde siguió sosteniendo la tesis feudal.(57) En su Historia crítica de los partidos políticos argentinos, el eje era la contradicción nación / imperialismo e interpretaba al peronismo como un movimiento de liberación nacional carente de una teoría revolucionaria.(58) Ortega Peña y Duhalde se desempeñaron como polemistas desde los ´60 desde el interior del peronismo radicalizado: concibieron a los caudillos del interior como líderes de masas populares, resistentes al imperialismo y la oligarquía. Su libro sobre Felipe Varela de 1966 “fue rápidamente refutado por Fermín Chávez”.(59) Hernández Arregui, que provenía del radicalismo sabattinista, sería expresión de la tercera vía dentro de la Izquierda Nacional (si no entendemos mal las otras dos serían la proveniente del PCA y la del peronismo). En 1960 Hernández Arregui plantea sus críticas: “…sobre la izquierda argentina sin conciencia nacional y el nacionalismo de derecha, con conciencia nacional y sin amor al pueblo…”.(60) Su tesis era que la conciencia nacional nació en la década del ´30. Planteaba que “(…) hay un nacionalismo reaccionario y un nacionalismo revolucionario”.(61) El clima de radicalización se vuelve muy visible a partir del Onganiato: por ejemplo en las Cátedras Nacionales y Cátedras Marxistas. En relación con el trotskismo, en 1957, la revista Estrategia publicó artículos de Nahuel Moreno, Milcíades Peña y Silvio Frondizi. Todos polemizaban tácitamente con Puiggrós. Nahuel Moreno se alineó con la tesis de Bagú y Gunder Frank (jerarquizando el mercado mundial). Peña polemizó con Ramos a propósito de su libro Revolución y Contrarrevolución… Luego Peña rompió con Moreno y “eligió una vía solitaria…la revista Fichas de investigación económica y social de la que se editaron diez números”, entre 1964/65. En relación a la revolución de 1810, la concibe (siguiendo a Alberdi) como:
«(…) consecuencia de las necesidades del desarrollo de la sociedad capitalista europea, creada por las revoluciones democrático burguesas (…) dentro del cual América era agente pasivo.» (62)
Otra de sus tesis es la de que la clase obrera durante el peronismo se habría vuelto conservadora y quietista. Pagano y Devoto dicen que la antinomia democracia / fascismo había sido la articuladora de la concepción comunista y que por eso era posible la alineación con el liberalismo, un ejemplo: Luis Sommi en el XI Congreso del PCA proclamaba “la repulsa de los criminales, aventureros nacionalistas renegados de nuestra tradición liberal y progresista”.(63) La principal obra de Sommi, La revolución del 90, calificaba al régimen oligárquico como expresión de la gran burguesía terrateniente. Allí Sommi reivindicaba la figura de Aristóbulo del Valle. A principios de los ´50 el PC ve romper a Puiggrós, Astesano y Real. Entonces el lugar de historiador oficial quedó para Leonardo Paso que habría tenido como blanco a toda forma de nacionalismo de izquierda y derecha. Para Pagano, las novedades venían de otra tendencia del PC, que logró mantener cierta autonomía relativa. De Héctor Agosti que formaba parte de la dirección, junto con Troise y Ernesto Giúdice. Los límites de estas innovaciones estarían reflejados en la publicación desde 1949 de Cuadernos de Cultura. Estas novedades se refieren a la introducción de Gramsci. El Echeverría de Agosti afirmaba que la de Mayo era una “revolución interrumpida”, y su tesis sobre la “impotencia política de la burguesía argentina” era polémica con respecto a la línea dominante. Pagano marca que en 1958 José Carlos Chiaramonte, en su intervención ante la 2da Reunión de Intelectuales Comunistas, propuso una agenda centrada en la crítica a las interpretaciones tanto liberal como revisionista de la historia.(64) Se refiere también al clima del momento (desestalinización + Revolución en Cuba + proceso de descolonización). Esta coyuntura explica la emergencia de la nueva izquierda expresada entre otras cosas en numerosas publicaciones como Pasado y Presente, La rosa blindada, El escarabajo de oro, El grillo de papel, etc.
9. ¿Qué renuevan los renovadores?
La tarea de renovación del campo historiográfico argentino comenzaría, según Pagano-Devoto, en los años ´30 y ´40, tanto desde dentro (José Luis Romero) como desde fuera, con el impulso de las ciencias sociales y Germani. En este tren la “corriente renovadora” habría sido formada por los que ni eran parte de la NEH, ni por supuesto los revisionistas (que no innovaban ni en las técnicas ni en los temas): “Un conjunto de estudiosos agrupables por su oposición a aquellas formas de hacer historia antes que por otras cosas (…) se trató de nuevos comienzos”. (65) No seremos muy sagaces si decimos que se trata de un enfoque auto-complacido de quienes pretenden ser continuadores de una tradición profesional (o tal vez directamente la invención de una tradición). J.L. Romero oficia como fundador de un imaginario linaje que, evidentemente, desea perpetuarse. Doctorado en 1938 en La Plata nunca hubo empatía entre Romero y la NEH, incluso afirmaría: “(…) los falsos historiadores, apegados a prácticas ridículas y antihistóricas”, buscadores “(…) del detalle tratado como un fin en sí…”.(66) Su hermano Francisco Romero, militar y filósofo (17 años mayor) lo acercó a la filosofía de la historia. José Luis fue laicista aún en pugna con la tradición católica familiar. El clima de entreguerras lo influenció fuertemente pero es de notar la sinceridad de los autores en este punto: “(…) en la época de la mayor crisis del liberalismo, Romero siguió siendo un liberal”.(67) Alguien podría pensar que esto resulta una crítica, sin embargo Pagano-Devoto lo prodigan en forma de elogio hacia quien estuvo libre de atracción hacia los nuevos modelos políticos. Fue antifascista, opositor del golpe del 43 y anti-peronista, (se afilió al PS). Romero daba prioridad a la historia de la sociedad antes que a la del Estado, y prefería los enfoques sistemáticos antes que los cronológicos. Los autores destacan su libro Las ideas políticas en la Argentina. Allí la inmigración ocupa un lugar central ya que surge una “…sociedad hibrida en la cual la cohesión tardaba en llegar…”. Romero plantea las tensiones en lo que llama el conglomerado criollo-migratorio, en 1930 se habría iniciado una era aluvial que hacía al país desconcertante. Con el peronismo en 1946 fue desplazado. En 1947 Braudel visitó Bs As y estableció un vínculo duradero con Romero. Esa relación sería una carta importante para los renovadores. La relación con Braudel se sostuvo en:
“(…) la idea de que ambos compartían (…) una tercera vía, en pugna a la vez con la historiografía tradicional y con la militantemente política, en expansión luego de la segunda guerra mundial.”(68)
En 1953 Romero crea la revista Imago Mundi, buscaba superar la historia de hechos con una historia de la cultura. Publicó allí “Reflexiones sobre el mundo de la cultura” donde fundamenta que el objeto de la historia no son solo “hechos” sino también ideas y representaciones. Romero, humilde, le dice por carta a Braudel que la revista era “lo mejor que tenemos aquí”. Fernando Devoto agrega: “(…) la observación es acertada y la idea de ser la elite cultural de la Argentina estaba y estará presente en Romero y los restantes integrantes de la publicación”.(69) Luego tenemos a Tulio Halperín Donghi. En 1953 viajó a Francia y conoció a Braudel, reseñó su libro sobre la época de Felipe II y el francés lo elogió diciendo que era el único que había entendido el libro. Aparentemente, para el autor de Revolución y guerra, Braudel era un modo de tomar distancia tanto de la historia académica argentina y del ensayismo como de la historia de la cultura que propiciaba Romero. En 1955 Romero fue designado interventor de la UBA bajo el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública ejercido por el católico Atilio Dell’Oro Maini. Devoto plantea lo aparencialmente enigmático de esa designación. Ve dos posibles respuestas: a- la que asigna un peso decisivo al movimiento estudiantil y al interés de la dictadura de aquietar las aguas en el frente universitario. b- “(…) siendo el principal propósito de Dell’Oro el de crear una universidad católica ¿Qué podía allanar más sus objetivos que dejar a la pública en manos del reformismo?”. (70) Romero ubicó a gente del grupo Imago Mundi como decanos interventores en distintas facultades. El dilema que se les presentó era algo así: “Aparte de depurar peronistas ¿se trataba de una restauración o una renovación?”. (71)
Romero cesó como interventor en 1956. En 1957 fue creada la cátedra de Historia Social dirigida por Romero, primero en la carrera de Sociología y, desde 1959, también pasó al nuevo plan de Historia. Integraron la cátedra Halperín, Reina Pastor, Gorostegui, Plá, Guglielmi, Beyhaut, y Laclau. Los materiales de cátedra fueron editados como Estudios Monográficos. En ellos se hará dominante la influencia francesa de la generación de Annales comandada por Braudel y Ruggiero Romano. Esto incluyó viajes a Europa y financiamiento de la Asociación Marc Bloch. En 1963 Romero llegó a decano de Filosofía y Letras. Para redundar en las ideas claves de esta corriente esta cita es pertinente:
“(…) en la medida en que el tipo de historia que proponía era no solo más profesional sino también más técnica y más sofisticada que las mas simplificadas y metodológicamente primitivas de las tradiciones precedentes, era inevitable que el público interesado en esas propuestas fuese más reducido que el de éstas o que el de aquella historiografía de batalla que crecía a la par de la politización crispada y polarizada que sacudía a la Argentina de esos años. A una historia más científica correspondía un público más restringido…Esa nueva cientificidad servía también como emblema de la “modernidad” de los nuevos tiempos y brindaba una moneda de cambio con las expansivas ciencias sociales.” (72)
De nuevo se tocan las mismas notas: profesionalidad ligada a lo técnico-metodológico, énfasis en el distanciamiento de la política, elitismo virtuoso, etc. Pero ¿y en cuanto a lo interpretativo? Devoto, por ejemplo, se pregunta con respecto a Revolución y Guerra de Halperín
“(…) sin embargo, ¿las matizaciones y más matizaciones que Halperín introduce en su relato no son suficientes para concluir que se trata de una interpretación alternativa? (a la mitrista)”.(73)
Evidentemente si lo debe señalar de esta forma no habría una convicción fuerte al respecto. Es más, diríamos que justamente la tan ostentada renovación no puede serlo sino de aquella historia mitro-céntrica. Para reforzar la comprensión de la esencia academicista de esta tendencia historiográfica esta referencia es transparente:
“El cuadro presentado (…) no debe hacer perder de vista que la historiografía renovadora era claramente minoritaria en los ámbitos académicos (que eran aquellos donde había decidido jugar sus destinos) y más aún en aquella nutrida historia provincial local articulada firmemente con la Academia Nacional de Historia. “(74)
Tal vez no nos debiera resultar tan raro que la principal tendencia promovida por las academias sea el academicismo, lo que tal vez ocurra es que la enorme experiencia de luchas atesorada por estudiantes y docentes en nuestro país puede hacernos obnubilar al respecto. Además a esta renovación de la historia argentina concurrieron las ciencias sociales. El diálogo principal fue con la Sociología y la Economía. Se creó la carrera y el departamento de Sociología, (en FFyL – UBA). Germani, su director, antifascista llegado a Argentina en 1934 elabora Estructura Social Argentina (1955) donde realizaba la comparación sistemática de los censos de 1869 y de 1947. Su preocupación era la transición de la “sociedad tradicional” a la “sociedad moderna. A pesar de todos los límites que Pagano y Devoto encuentran en la obra de Germani rescatan que propusiera renovados instrumentos, a la vez que cambios temáticos y cronológicos. En 1959 Romero y Germani confluyen y dirigen un proyecto: el impacto de la inmigración masiva en el Río de la Plata (financiado por la Fundación Rockefeller). Tienen tesis convergentes: hablan de “sociedad aluvial” y “transición”. Sin embargo, para Halperín, la inmigración parece ser un “falso bello tema”, mientras que para Germani y Romero era el tema. (75) El terreno más factible para la colaboración de los historiadores con las nuevas ciencias sociales era la historia económica: en 1963 en Córdoba se creaba la Asociación Argentina de Historia Económica y Social. Sin embargo Devoto señala dos problemas: a) insuficiencia de la historiografía Argentina que había producido escasa información aprovechable y a menudo para sostén de interpretaciones antojadizas. b) la presentación de las etapas del pasado como una mera provisión de ilustraciones que buscaban dar legitimidad a tesis generales.
Luego, otros “renovadores” como Ezequiel Gallo y a Roberto Cortés Conde en La formación de la Argentina moderna plantearían:
“(…) la idea de la fuerte modernidad de sector terrateniente y de los grupos altos y medios con él asociados que diferenciaba la situación argentina de las otras latinoamericanas y negaba cualquier posibilidad de definirlos como feudales (…) La modernidad del grupo dirigente que era también cultural e ideológica y que permeaba la acción de un estado por él dominado (…) (les permitía) mirar el proceso posterior a 1870 de un modo sustancialmente positivo.” (76)
Pagano-Devoto plantean que:
“(…) 1966 (…) es sin dudas una fecha clave para la historiografía renovadora (…) la decisión de renunciar de tantos profesores ante la intervención no podía sino agravar las cosas (a la vez que facilitar los objetivos del gobierno militar) (…) algunos se radicaron en el exterior otros se instalaron en instituciones privadas (…) y otros tomaron el camino del exilio interior y exterior. Así la trasmisión institucional de saberes o la formación de discípulos se interrumpió bruscamente. Cuando el telón se levantó en 1983 eran ya mucho más otras voces y otras tradiciones. Aunque aquellas remitiesen a una continuidad con los años 60, las cosas no eran exactamente así, con pocas excepciones (…) es evidente que las rupturas institucionales no afectaron la producción de los historiadores renovadores…sus obras mayores las produjeron después de 1966 (…) en ámbitos académicamente más hospitalarios”. (77)
10. La paradoja del historiógrafo objetivista
¿Cuál es el lugar de enunciación del que parte el historiógrafo? Si su tarea consistiera en ubicar itinerarios, descubrir coincidencias, divergencias, matices y tendencias de ideas, entender conflictos, contextualizar trayectorias de intelectuales en climas de ideas más amplios, etc.; ¿no resulta contradictorio que no pueda entenderse a sí mismo o, si lo hace, no resulta por lo menos inquietante que no explicite ante su conciencia y sus lectores su filiación ideológica? El trabalenguas diría así: si el clasificador queda fuera de clasificación ¿quién clasificará al clasificador? Las trampas del discurso objetivista entonces se hacen presentes también en la práctica historiográfica. En ese sentido recalcamos la trampa que resulta de pretender un lugar de neutralidad aséptica, “cientificista”. Así se puede entonces entender por qué el armazón de esta construcción historiográfica, (que lo es sin dudas), retomando sintéticamente, fija como antecedente de peso la fundación histórica liberal-mitrista (hacia la que es extremadamente benigna) y la vincula al surgimiento de una práctica profesional de la historia (e incluso al origen de la nacionalidad en términos amplios), concede exagerada homogeneidad a un objeto del que no prueba su existencia: la llamada NEH a la que ve soldada en torno a la constitución de las principales instituciones expropiadoras del pasado que ejercerán la disciplina (en vez de observar cómo tanto el proceso mundial y nacional como las diversas tesis sobre la historia argentina los van separando: Levene el historiador oficial justista, Ravignani un antifascista que no está ni con Rosas ni contra Rosas, Molinari que se acerca al peronismo, etc.) ¿Se los puede unificar privilegiando el aspecto de la operación metodológica? ¿No es una priorización de un aspecto profesional un tanto inexacta? (aunque consistente con el ya consignado punto de partida de los autores). Otro tanto se puede decir del tratamiento, un tanto injusto, dado al revisionismo y a las izquierdas. Sobre el primero olvidan su denuncia de la dependencia nacional (a pesar de sus limitaciones de clase para hacerlo) y destacan negativamente su algo explícita conexión entre práctica de historia y política. Otra vez la tesis del necesario distanciamiento que esgrime la historia académica oficial (que pareciera no percibir que la fórmula de presentar a la historia como la política del pasado es una estrategia historiográfica tan adecuada a los objetivos de aquellos historiadores como la pretendida neutralidad apolítica lo es para ellos mismos). Con respecto a las izquierdas, (postulación clasificatoria con la que no son consecuentes), parten de calificarla como una corriente con una clara tendencia al ensayismo y con una compulsiva debilidad por la teoría (se habla de teoricismo)…pero ¿Hay menos ensayo o menos fetiche teórico en otras corrientes? Si la izquierda ha quedado durante largos períodos, (lógicamente pues para eso es izquierda), fuera de los circuitos rentados de la investigación, o de las cátedras, si realiza su actividad en condiciones muy dificultosas ¿no resulta lógico que su actividad sea menos brillante en el terreno de la investigación de ciertas fuentes primarias? Por otro lado olvidan rescatar que, aún así, la producción historiográfica ligada a las organizaciones de izquierda fue abundante y en muchos casos original y rupturista con determinadas “verdades consabidas” que luego, por esa misma acción, dejarían de serlo.(78) Así como parecen no ver el nicho temático en el que se incubó el revisionismo insatisfecho con la historia liberal tampoco observan la creciente profundización de la mirada antiimperialista y antioligárquica en las izquierdas. Con respecto a los “renovadores” queda claro que les resulta difícil decir en qué sentido renovaron y sobre todo qué tradición fue la que venían a renovar porque, recordemos, sólo se renueva lo que existe. Y si la respuesta, poco humilde como parece corresponder, es que han renovado la entera ciencia histórica argentina, ¿en qué consiste esa renovación? Por ejemplo ¿Cuan fieles resultaron estos renovadores a la influencia de Annales en el sentido de que la historia es una sola y que no sirven los compartimentos estancos? ¿Cuánto respetaron el mandato de hacer de la historia una ciencia social? Y ¿qué novedades trajeron al propio estudio historiográfico?
11. Conclusión final
Así como la historiografía ligada a lo que se llama “romerismo” (por Luis Alberto más que por José Luis) ha hecho grandes esfuerzos por intentar demostrar que la historia podía ser más científica mientras más se profesionalizaba y se distanciaba de la política, (en verdad vehiculización de determinados intereses tras apariencia neutra), la construcción de un pasado historiográfico y de un linaje del cual descender sólo podía tener sentido, para esta particular corriente, si se hacía sobre la base de una método-fuerza: reducir la historiografía a un ejercicio de análisis esencialmente textual con el objetivo de rastrear, prioritariamente, la problemática de la constitución de un campo profesional, que trascendiera la historia como práctica articulada a una determinada política (incluso como en su propio héroe Mitre). (79) La cientificidad para esta corriente llamada “renovadora” se mide en relación a la mayor o menor distancia con la política. Como hemos dejado caer: es una variedad de academicismo triunfando, lógicamente, en la academia. Pero esto, incluso más allá de sus negativas y más relevantes consecuencias políticas, empobrece la propia tarea historiográfica ya que la des-centra del imprescindible cotejo de las tesis de la historia escrita con las vueltas y re-vueltas de la historia que se vive que, no olvidemos, son las que actualizan y dan vigencia a ciertas interpretaciones, a la vez que hacen decrépitas a otras.
Esperamos que este recorrido haya sido útil para ubicar mejor las coordenadas en las que tuvo lugar el debate sobre el Instituto Dorrego.
NOTAS
* El presente trabajo ha sido presentado en el Congreso Internacional de Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC) y III Jornadas de Historia DEL Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini: La economía social y solidaria en la historia de América Latina y el Caribe. Cooperativismo, desarrollo comunitario y Estado, Buenos Aires. 24 a 26 de septiembre. 2012. Mesa 1: AHistoria e historiografía argentina y latinoamericana
** Facultad de Filosofía y Letras \ Facultad de Ciencias Económicas, Universidad de Buenos aires.
(1) Ver Decreto 1880/2011 en el Boletín Oficial.
(2) Ver Pagano, Nora y Devoto, Fernando, Historia de la historiografía argentina, Bs As, Sudamericana, 2009, pp. 8 y 9.
(3) Op. cit., p. 9.
(4) Op. cit., página 13.
(5) Carbia expresaba que una línea de continuidad en la historiografía unía a Luis Domínguez, Mitre, Groussac hasta la Nueva Escuela Histórica en la que él se auto-filiaba.
(6) La historiografía: treinta años en busca de un rumbo.
(7) El texto de Alberdi en polémica con Mitre (Belgrano y sus historiadores) fue publicado en Escritos Póstumos en 1897, y luego también reeditado como Grandes y pequeños hombres del Plata.
(8) Op. cit., página 56.
(9) Op. cit., página 69.
(10) En algunos pasajes explicitada con menos pudor, por ejemplo, refiriéndose a las obras principales de Mitre: “La robustez de la construcción heurística y hermenéutica se asentaba progresivamente en cada una de sus reediciones…”, op. cit., página 15.
(11 ) Op. cit., página 16.
(12) Por ejemplo “…la gradual y relativa diferenciación que la narración histórica fue adoptando respecto del relato literario, del género biográfico-autobiográfico, memorialístico, la tradición oral y del discurso periodístico (…) así como la fijación de criterios intersubjetivos de orden heurístico con el consiguiente establecimiento de criterios de validación”, op. cit., páginas 16 y 17.
(13) Vilar, Pierre, Iniciación al análisis del vocabulario histórico, Altaya, España, 1999.
(14) Op. cit. página 78.
(15) Op. cit. página 80.
(16) Op. cit., página 76.
(17) En 1896 también publicaba La locura en la historia y en 1899 Las multitudes argentinas.
(18) Op. cit., páginas 87 y 88.
(19) Op. cit., página 93.
(20) Op. cit., página 95.
(21) Op. cit., página 96.
(22) Op. cit., páginas 122 y 123.
(23) Op. cit., página 126.
(24) Op. cit., página 137.
(25) Op. cit. página 140.
(26) Op. cit., página 210.
(27) Op. cit., página 181.
(28) Op. cit., página 179.
(29) Op. cit., página 190.
(30) Op. cit., página 203.
(31) Op. cit., página 225.
(32) Op. cit., página 224.
(33) Op. cit., página 259.
(34) Op. cit., página 260.
(35) Op. cit., página 238 y subsiguientes.
(36) Op. cit., página 247.
(37) Op. cit., página 265.
(38) Op. cit., página 270.
(39) Op. cit., página 274.
(40) Op. cit., página 278.
(41) Op. cit., página 279.
(42) Op. cit., página 281.
(43) Op. cit., página 284.
(44) Op. cit., página 284/285.
(45) Op. cit., página 287/288.
(46) Op. cit., página 288. Donde algunos creerán encontrar un elogio y otros un agravio.
(47) Op. cit., página 288.
(48) Op. cit., página 290.
(49) Op. cit., página 297.
(50) Op. cit., página 299.
(51) Op. cit., página 301/302.
(52) Op. cit., página 304.
(53) Op. cit., página 305 y subsiguientes.
(54) Op. cit., página 309.
(55) Op. cit., página 311.
(56) Op. cit., página 312/313.
(57) Puiggrós va a hablar de Iberoamérica y de no confundir capitalismo con economía mercantil. AGF dice que hay que partir del sistema mundial para estudiar América Latina: la “economía-mundo”, sería fundador de la escuela “dependentista”. Pagano-Devoto recuerdan que según Chiaramonte ninguno logró demostrar sus argumentos empíricamente.
(58) Op. cit., página 315.
(59) Op. cit., página 317.
(60) Op. cit., página 318.
(61) Op. cit., página 319.
(62) Op. cit., página 322.
(63) Op. cit., página 323.
(64) Op. cit., página 325/326.
(65) Op. cit., página 339.
(66) Op. cit., página 340.
(67) Op. cit., página 346.
(68) Op. cit., página 357.
(69) Op. cit., página 361.
(70) Op. cit., página 374.
(71) Op. cit., página 375.
(72) Op. cit., página 378/379.
(73) Op. cit., página 384.
(74) Op. cit., página 402.
(75) Op. cit., página 410.
(76) Op. cit., página 427.
(77) Op. cit., página 431 y 432.
(78) Pongamos, para graficar, el caso de la refutación de la tesis germaniana del abismo entre la “vieja” y “nueva” clase obrera a la hora de explicar la génesis peronista.
(79) Por ejemplo L.A. Romero afirma: “En ese nuevo rumbo de la producción historiográfica argentina se combinaban la especialización y la profesionalización. Esta última tuvo un salto importante durante la última dictadura”, en “¿El fin de la historia social?”, en Devoto, Fernando (director), Historiadores, ensayistas y gran público, Biblos, Bs As, 2010, pág. 34.
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Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 8. Marzo 2013 – Febrero 2014. Volumen I
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