El anticomunismo en la Historia argentina de los años ’30.

Otro caso de negación en la historiografía.*

Mercedes F. López Cantera**

 

Introducción

 

Desde hace unos años, la clase trabajadora en Argentina y el movimiento obrero fueron rescatados como objetos de investigación tras haber sido marginados en las dos últimas décadas. Este  rescate  fue promovido a  partir de las preguntas  generadas  por  la  ausencia  de  esas  dos cuestiones en los trabajos más relevantes de esos años, los ’90 y los primeros del siglo XXI. En ese lapso de tiempo fue teniendo lugar la creación de un sentido común historiográfico (1)  que abonó la idea de inexistencia de clasismo en la autopercepción de los trabajadores que vivieron en la Argentina  de  la  primera  mitad  siglo  XX.  De  ahí  el  abandono  del  estudio  de las corrientes anarquistas, socialistas y sindicalistas de principios de siglo como la negación de la persistencia de esas tendencias políticas en los años ’20 y ’30. Las izquierdas pasaron a ser el actor ignorado del período de entreguerras a través de diversos estudios que marcaron los últimos veinte años.

 

En este trabajo nos abocaremos a un tema en particular dentro del estudio del movimiento obrero argentino y a su correspondiente negación en la historiografía que toma los años ’30. El anticomunismo ha sido una cuestión que se incluyó en la bibliografía especializada sobre los nacionalismos de entreguerras y la restauración conservadora de ese período. Nuestra idea es identificar   los   elementos   que formaron   parte   de   lo   que   consideramos   una   “operación historiográfica” a través de la cual se marginalizaron temas como el citado en el marco de la “negación” o minimización que afectó a la cuestión de la clase obrera en Argentina. En función de ello, analizaremos  elementos  que  permitan  caracterizar  esa  operación tomando  bibliografía referente del caso “nacionalistas” incluyendo los antecedentes de ese material de investigación, para finalmente señalar lineamientos que permitan un estudio del anticomunismo e indicar la relevancia del mismo como un objeto de estudio independiente.

 

 

I

 

Desde la década de 1990, los años comprendidos entre el fin de la Primera Guerra Mundial y el comienzo de la Segunda tomaron una entidad en sí misma como etapa histórica. Nos referimos al llamado período de entreguerras.

 

 

Para aquellos autores que se interesaron en América Latina, los años de entreguerras resultaron atractivos dada su condición de “punto de inflexión” en dos niveles. El primero, el económico, ya que durante aquéllos transcurrió la crisis de los modelos de exportación primaria, proceso que comprendió las consecuencias de la Gran Guerra y del Crack de 1929, emergiendo en algunos casos (aquellos países líderes en la región como Brasil, México y Argentina) modelos de intervención económica que llevaron  al  desarrollo industrial.  El  otro  nivel  de inflexión es  el político: la secuencia de Golpes de Estado o movimientos antidemocráticos que se manifestaron en los ’30, la mayoría en sintonía con el ascenso del fascismo en Europa.

 

 

Sin duda en Argentina, el año 1930 marcó un antes y después en relación a esos niveles de inflexión. Hasta la llegada de la primer presidencia de Juan Domingo Perón en 1946 la historia política argentina se vio atravesada por un gobierno dictatorial de corte corporativista, dos presidencias fraudulentas que permitieron el retorno conservador al poder estatal y nuevamente la irrupción de otro golpe institucional en  manos  de  militares nacionalistas. En  medio  de estos agitados escenarios, tuvo lugar la persecución política y represión de organizaciones sindicales de izquierdas, de partidos socialdemócratas como el radicalismo, atentados políticos, detenciones a militantes obreros y la continuidad del accionar de grupos paramilitares filofascistas. Además de, por supuesto, la recuperación económica que llevó a un reacomodamiento en la estructura social, y que encerró nuevas necesidades y demandas por parte de la masa trabajadora. Distintos sectores de esta última enfilaron hacia la reorganización de un movimiento obrero y la aparición de una nueva estructura sindical, por lo que las huelgas y manifestaciones se hicieron presentes también en esos años.

 

 

Es en este contexto que se inscribe lo que podríamos llamar una cuestión comunista, tanto en el Estado como en sectores civiles, y que da lugar al análisis del anticomunismo en nuestro país. Consideramos que a mediados de la década esa cuestión se hizo presente en el Estado, visible en su accionar represivo y en las presiones políticas que distintas líneas u organizaciones hicieron sobre éste. El “comunismo” fue el objeto a controlar por parte de una gestión estatal que necesitaba de una clase obrera menos combativa de lo que izquierdas de tendencias revolucionarias promovían (comunistas, anarquista, ciertos sectores sindicalistas). A la vez, el avance y presencia de esas izquierdas generó en aquellos sectores de derechas el temor de su avance sobre el cuerpo social. Nos referimos puntualmente a los nacionalistas, en especial los de corte católico. Estos grupos, en clara crítica a los gobiernos conservadores o estableciendo alianzas coyunturales con los mismos, leyeron en la conflictividad social de la post crisis la necesidad y la obligación de intervenir en ella. Eso los llevó a desarrollar un accionar político de propaganda e influencia dirigido a los sectores trabajadores, encontrando en la izquierda un rival clave contra la cual se desenvolvieron estrategias de represión vía organización civil o presionando sobre el Estado (el caso de los proyectos de ley de Represión al Comunismo).

 

 

La persecución al comunismo, expresada en la acción de Estado y civiles (represiva, control, propaganda), fue un  elemento constante en la  década del  ’30  con  un  basamento real  que lo constituyó el desarrollo y transformación de la clase trabajadora de esos años. Una clase en la que las tendencias revolucionarias y reformistas de la izquierda tenían lugar. A pesar de esta contundencia, distintos trabajos claves se han dedicado a relativizar al punto de minimizar el peso de este tema. Veremos a continuación como, partiendo de algunos antecedentes bibliográficos, los más importantes textos sobre los nacionalismos de los ’30 de la última década que terminaron por negar la importancia del anticomunismo de entreguerras.

 

 

II

 

Si bien en el anterior apartado hemos señalado algunos disparadores para el análisis de la conflictividad política de los años ’30, la historiografía de los años ’90 tomó a esa década como un período de “pacificación social”. Esa concepción abarcó al período de entreguerras y desarrolló el mentado sentido común historiográfico dando lugar a la imagen de una etapa en la que menguó la conflictividad obrera hasta su reaparición en los años del peronismo. Por otro lado, al mismo tiempo que la producción historiográfica en Argentina llegaba a esas conclusiones, otros autores centraban su  interés en  cuestiones como la “génesis autoritaria” en  nuestro país, poniendo en  un  lugar subordinado lo vinculado con el mundo obrero.

 

 

Rastreando el origen de esta imagen de “pacificación” de la entreguerras, nos encontramos con el uso -ya largamente discutido- del concepto de sectores populares. De la mano de Luis A. Romero y Leandro Gutiérrez2, en 1995 fue publicado el trabajo que aplicó esa idea o concepto para describir las transformaciones del mundo urbano en Buenos Aires durante la etapa señalada. El mismo encerraba una discusión vinculada al calor de los tiempos marcados por el fin de la Guerra Fría: el abandono del marxismo en el análisis de la Historia social-política. La nueva historiografía quería demostrar la existencia de una identidad popular, en el que el conformismo y la reforma social venían a reemplazar la combatividad y la tendencia revolucionaria que caracterizó al movimiento obrero de los años 1890-1916. Esa identidad popular tomaba el lugar de aquella clasista que se había desarrollado en la conciencia obrera de los años previos al radicalismo. Las razones de esa “mutación”3 eran resultado de los cambios en la estructura productiva generados por la actividad industrial tras la crisis agroexportadora.

 

Así, los años de entreguerras se constituyeron como una etapa de “pacificación” que abonó el sentido común historiográfico de los años posteriores a ese trabajo; en consecuencia emergieron investigaciones que tuvieron como centro la vida política partidaria, el ocio y la cultura barrial. En paralelo a ello también apareció bibliografía que tomó al movimiento obrero de izquierdas como objeto de estudio, puntualmente al anarquismo, pero ubicado en un lapso temporal que se detiene en la década de 1910, antes de llegar a los “buenos tiempos”. Un texto que podríamos considerar como una síntesis anticipada de estas miradas lo constituye Mundo urbano y cultura popular de Diego Armus4; “anticipada” porque el mismo fue publicado en 1990 y presenta en forma de artículo varias de las tesis enunciadas, trabajos iniciados bajo el calor del retorno democrático o primavera alfonsinista de los años ’80.

 

En relación a la “génesis autoritaria” necesitamos empezar por un importante antecedente bibliográfico que fue influencia de gran parte de los trabajos locales. Nos referimos a David Rock. Por empezar, en su trabajo sobre las primeras presidencias radicales5 sienta un precedente que luego distintos investigadores tomaron como referencia: el enfoque sobre la cuestión golpista. El golpe de

 

1930 y la génesis autoritaria en Argentina y resto de América Latina, aparecen como un interrogante en distintos trabajos sobre el período marcado. De ahí el interés por: la derecha, los nacionalistas, las corrientes ligadas (por su admiración y puntos en contacto) con el fascismo europeo, la reacción política contra el liberalismo y la democracia, todo ello en el espacio geográfico latinoamericano. De acuerdo al trabajo de Rock sobre tres primeros gobiernos de la UCR, podemos observar que las razones del Golpe de Estado realizado por nacionalistas y liberales-conservadores en 1930 son una preocupación central en toda la trama de este trabajo. Constantemente, el autor busca enfatizar a lo largo de los capítulos el origen de aquellos sectores que formarían parte del derrocamiento del primer  presidente  electo democráticamente,  H.  Yirigoyen.  La  búsqueda  por  esas  figuras  del golpismo termina por eclipsar el análisis de esos actores en sí mismos, subsumiendo temáticas de importancia a esa cuestión principal.

 

 

Un ejemplo claro de ese trabajo es el tratamiento dado a los sucesos de la Semana Trágica de 1919. Al margen de cómo Rock baraja la responsabilidad del presidente Yirigoyen en la masacre obrera, uno de los puntos que el autor intenta resaltar es la aparición de grupos paramilitares nacionalistas (de los que emergería luego la Liga Patriótica Argentina) frente a la protesta de los trabajadores. Aquéllos, funcionando como fuerza de choque, responsabilizaron al gobierno radical y en particular al sistema democrático de generar el desorden social producto de la militancia política de los obreros inmigrantes. El análisis que Rock realiza sobre esas patotas se centra en mostrar en ellas el signo del futuro golpe. Las características del nacionalismo reaccionario que expresaron se resumen en su antiliberalismo y su postura antidemocrática. Sin embargo, olvida que una de las principales características de esos nacionalistas reaccionarios es su antiizquierdismo (antimaximalismo para el caso), condición subordinada a la antiliberal.

 

Como segundo ejemplo dentro de las investigaciones de Rock encontramos a La Argentina Autoritaria (6), publicada a principios de la década de 1990. Allí se aborda todo el recorrido del autoritarismo argentino, tomando como centro de los primeros capítulos a los nacionalistas de derechas.  En  ese  análisis  sobre  los  nacionalistas  de entreguerras  prima,  por  sobre  toda característica, el elemento antiliberal de estas corrientes. No es falso por parte de este autor y de otros señalar al liberalismo como un enemigo central para los nacionalistas argentinos. Esas corrientes nacieron como reacción frente a esa ideología. Pero ello no significa reducir toda característica del período a ese enfrentamiento o tomar a cada problemática en función de la cuestión golpista, ya que eso aparentemente llevó a considerar a esos otros elementos como secundarios y por ello carentes de ser profundizados.

 

Esto nos conecta a otra cuestión del mismo trabajo. La interlocución que el autor plantea entre nacionalistas y otros actores sociales-políticos no incorpora a la clase obrera. El antiizquierdismo de los años ’20 y luego el anticomunismo que desde los ’30 presentes en los discursos de estos reaccionarios resulta una mera enunciación eclipsada por el enfrentamiento contra el liberalismo. En parte ello puede ser resultado del empleo exclusivo de fuentes oficiales o de esas organizaciones. La clase obrera o el mundo del trabajo formó parte de las preocupaciones de los nacionalistas de los ’30; Rock enuncia ese tema pero no lo solventa demostrando las transformaciones que el movimiento obrero estaba teniendo en esos años. En todo caso, cuando emplea fuentes de ese actor lo hace para describir algunas particularidades del conjunto de los autoritarios protagonistas. Un ejemplo claro es el apartado dedicado al interés de los nacionalistas por la situación social/obrera en la Argentina (7). En él enuncia las propuestas y lecturas que esos grupos tuvieron sobre esa problemática, pero no conecta esos intereses con los cambios que la estructura sindical estaba desarrollando de la mano de organizaciones de izquierda.

 

Reconsiderando lo expuesto, tenemos dos esenciales componentes de este sentido común historiográfico. Por un lado, el interés por la cuestión golpista que acapara el análisis del período. Este lineamiento logra desviar la atención de la conflictividad y la acción represiva contra las izquierdas, inclusive en  períodos  de  democracia libre  como  el  de  los  gobiernos radicales. El segundo componente lo es la imagen de baja conflictividad obrera durante la entreguerras que lleva a anular o relativizar al movimiento obrero como actor del período. Sin relación directa entre ambos elementos, lo cierto es que la interpretación final sobre los años ’20 y ’30 es la de una etapa en la que el debate por excelencia lo constituyó la debilidad democrática, y en donde la acción política obrera o no resultaba relevante, o era un factor que contribuía a la acción de grupos antidemocráticos.

 

 

III

 

 

Nos interesa de ahora en más centrarnos en el tratamiento dado al anticomunismo. Teniendo en cuenta la cuestión golpista y la poca significación dada a la clase obrera como actor en las investigaciones sobre los años treinta, iremos indicando en distintos trabajos las maneras en que el anticomunismo fue marginalizado como problemática.

 

Temporalmente apartados de los trabajos que presentaremos a continuación, existen dos casos que no podemos omitir vinculados a la negación del anticomunismo. Uno es el clásico trabajo de Alan Rouquié Poder militar y sociedad política en la Argentina (8). En el primer tomo que abarca desde la construcción del Estado Nación hasta 1943, aparece por primera vez una afirmación citada en otras obras: la existencia para la década del treinta de un “anticomunismo sin comunismo”. Rouquié considera al fenómeno anticomunista al que refieren militares nacionalistas y nacionalistas a secas como un chivo expiatorio, continuación de la “extranjerización” iniciada por el liberalismo en la Nación argentina. En el texto, la represión impartida en los años ’30 sobre la clase obrera es o simplemente citada o desarrollada desde debates parlamentarios por figuras de partidos socialdemócratas (de  la  Torre,  Palacios).  Por  ejemplo,  al  tratar  la discusión  sobre  la  ley  de Represión al Comunismo de 1936, cita a de la Torre quien argumentó que aquélla se presentaba a fin de romper con la estrategia de “Frente Popular contra el fraude”. Si bien ese fue el argumento del senador, ello no significó que la estrategia política de las izquierdas de ese entonces (estrategia propuesta  por  la  IIIº Internacional  para  el  PCA)  era  una  acción  contra  el  fraude  de  los conservadores. Por el contrario, la estrategia de Frentes Populares que impulsaba el PCA tenía como fin la oposición al fascismo, no un fortalecimiento o defensa de valores democráticos. Quizás para de la Torre lo era, pero no así para las izquierdas.

 

El segundo ejemplo es Loris Zanatta y su investigación Del Estado liberal a la Nación católica9. El mismo toma como referencia la afirmación de Rouquié con el objetivo de describir al anticomunismo como elemento principal empleado por los nacionalistas para el ejercicio de su lucha política. Zanatta considera en su trabajo que el “comunismo” era empleado casi como una herramienta retórica en el discurso nacionalista-católico. Para el autor, sin dudas es en los años ’30 cuando esas organizaciones reaccionarias toman al peligro rojo como el centro de sus preocupaciones. A pesar de ello, la difusa definición que los nacionalistas católicos daban al término comunista (era “una amenaza, un fantasma”) es prueba para el autor de la falta de consistencia de ese enemigo. Zanatta llega a esa conclusión sin analizar fuentes que muestren el interés y análisis que estos reaccionarios venían haciendo del marxismo, ni de las estrategias de lucha política que las izquierdas venían desplegando desde la presidencia de Justo y que alertaban a los reaccionarios.

 

Estos presupuestos permanecen en investigaciones de la última década, gestadas al calor de los años ’90. Algunos de estos trabajos pueden ser criticados desde el punto de vista de la omisión o simple enunciación de temáticas que directamente no son desarrolladas. Un ejemplo acotado lo da Fernando Devoto en su trabajo sobre los mentados nacionalistas (10). Los pocos años analizados de la década de 1930 apuntan al fracaso del proyecto político de este conjunto, fracaso que se traduce para Devoto en una ruptura entre estas corrientes y el contexto político iniciado con el gobierno de Justo. Si bien hemos señalado la activa presencia de los nacionalistas durante la administración Justo, el autor los separa de la etapa conservadora como procesos desunidos. Por el contrario indica una posterior continuidad con el futuro ascenso del peronismo en los ’40 que no es desarrollada ni fundamentada. Esto resulta decepcionante para quien quiera abordar el anticomunismo dado que la cuestión comunista de los nacionalistas de los ’30 es retomada por los del golpe de 1943, haciéndose presente en las medidas intervencionistas del Departamento Nacional del Trabajo. Por otro lado, también es válido enunciar la llamativa la ausencia de elementos como el antiizquierdismo o el anticomunismo en referencia a la Semana Trágica. La no presencia de estas cuestiones genera que no se establezcan conexiones entre las represiones organizadas por civiles en los años ’20 con aquellas las perpetradas por el Estado (con ayuda de grupos civiles nacionalistas) en la década infame.

 

Federico Finchelstein realiza una operación similar en unos de los trabajos de más reciente publicación,  Fascismo  Trasatlántico (11). Partiendo  de  un  conocimiento  exhaustivo  sobre  los fascismos europeos, el autor toma a los nacionalistas desde el enfoque de los estudios transnacionales, lo que implica analizar sus conexiones e interpretaciones en relación con el fenómeno  europeo.  Esto  implica considerar  a  los  nacionalistas  como  “fascistas  argentinos”. Teniendo en  cuenta  el  fuerte  discurso  anticomunista en  el  caso  italiano  como en  el  alemán, sorprende que apenas se mencione ello para el fenómeno local. Contrariamente a Devoto, Finchelstein sí analiza las buenas relaciones entre el “fascismo argentino” y los gobiernos conservadores de los años ’30, dentro de las cuales menciona la represión política como la acción violenta de los nacionalistas, pero no ahonda en ella. El movimiento obrero de izquierdas aparece mencionado en aquellas citas que el autor utiliza para ilustrar el discurso de los reaccionarios y luego no es tomado como objeto de análisis. Siendo una de las principales preocupaciones del texto el analizar a los fascistas argentinos en tanto la percepción que ellos tenían de sí mismos, el desarrollar la imagen del “enemigo interno” que éstos tenían (Finchelstein lo caracteriza como “enemigo abyecto”) resulta un pilar fundamental para comprender esa autopercepción. A pesar de presentar todas las intenciones para el caso, el autor no llega desarrollar las características que tendría aquél, ni tampoco las  razones que llevaron a estos fascistas a enfrentarse contra, por ejemplo, el judaísmo o el comunismo.

 

Importante de señalar es el caso que presenta Sandra McGee Deutsch con Las Derechas. La extrema derecha en la Argentina Brasil y Chile 1890-193912. En ese trabajo, el autoritarismo y el factor antidemocrático es la razón que lleva al análisis de los grupos de derechas (filonazis, filofascistas, nacionalistas, integralistas) de la entreguerras, motivo en sintonía con la cuestión golpista ya citada para Rock. Aunque el antiliberalismo es cuestión central en su investigación, no por ello descarta el contenido anticomunista que se presenta en las organizaciones analizadas (13). Al tomar la década de 1930, McGee Deustch señala que el accionar antiizquierdista de las derechas en Argentina (como el componente xenófobo, en particular antisemita) adquiere para ese entonces “la forma” del anticomunismo. Este objeto se hace presente en la descripción del nacionalismo en ese país, teniendo en cuenta fuentes de esa línea política que contemplan al peligro rojo creciente en la clase obrera.

 

Según McGee Deustch, el comunismo es para los grupos nacionalistas un rival político. La visión que estas derechas tienen de sí mismos es la de constituirse en la alternativa a esa izquierda en ascenso. Frente a esta válida y fundamentada afirmación, valen dos aclaraciones. Primero, que ello no implica que la autora considere la existencia de una recuperación de la actividad sindical; contrariamente considera un repliegue de fuerzas obreras en la década del ’20 que continúa en los ’30. Y, segundo, la mayoría de las interpelaciones que los nacionalistas representativos del anticomunismo (Enrique Osés, Carlos Silveyra) hacen contra sus oponentes políticos tienen lugar en el plano político-estatal, apenas observando los ataques contra organizaciones del movimiento obrero. Ello no quita dejar de lado que la autora es una de las pocas que destaca la relevancia en esos años de la persecución, represión, desarrollo de torturas por parte del Estado contra militantes trabajadores.

 

Como un último caso, más vinculado al punto de vista de McGee Deustch, encontramos a Daniel Lvovich y su estudio sobre el antisemitismo en Argentina (14). El interés de este trabajo se ubica en los discursos y prácticas antisemitas que los nacionalistas argentinos desarrollaron. El autor indica que dentro la imagen del adversario o del enemigo, los nacionalistas incluyen a la colectividad judía, aunque las características que priman son el liberalismo y el comunismo. Este último aparece con frecuencia como un elemento constante en el discurso de estas derechas, no así la presencia de “comunismo” o de izquierdas en el movimiento obrero, que es relativizada por el autor.

 

 

Tomando como referencia a Zanatta, Lvovich cita la cuestión comunista como parte de una lectura que lleva a fortalecer el discurso nacionalista. Comenta los casos de la Comisión Popular Argentina contra el Comunismo y de la represión ejercida por la Sección Especial de Represión al Comunismo pero sin considerar la existencia de un movimiento obrero que generara esas reacciones tanto en grupos políticos como en el Estado. Para Lvovich el anticomunismo tendría el mismo contenido que el antisemitismo: este último fundado en prejuicios arraigados en análisis previos (como lo es para la cultura católica la cuestión del deicismo), expresa una interpretación que busca un chivo expiatorio caracterizado con elementos por fuera de la realidad. De esa manera, el anticomunismo de los nacionalistas no es más que el resultado de un temor infundado que no representa las transformaciones políticas que estaban teniendo lugar en los sectores trabajadores de la Argentina.

 

IV

 

El diagnóstico final que se desprende del análisis de esta operación historiográfica nos permite poder delinear algunos elementos que son necesarios para el estudio del anticomunismo.

 

Por un lado, de acuerdo a los trabajos expuestos, la existencia del anticomunismo en el período se vincula a una expresión simplemente discursiva. Tanto Zanatta como Finchelstein y Lvovich, la oposición al comunismo permite a los sectores de derechas poder explicar la presencia de un enemigo interno. Como ocurre en el caso de Lvovich con su ejemplo del gran miedo de 1919 (15), el “anticomunismo” es una expresión que hipertrofia la presencia de izquierdas en la sociedad argentina. Desde nuestra propuesta, los nacionalistas o derechas tomaron al comunismo como un  enemigo concreto, pero no solamente desde un plano discursivo como indican esos autores. Lo que ocurre es que, partiendo del presupuesto de una no-conflictividad en tiempos de entreguerras, resulta difícil poder concebir como real o verídica la existencia de un activismo obrero que generara un temor “real” en los nacionalistas.

 

El comunismo se hallaba presente en la Argentina de entreguerras. Esto no significa considerar  la  existencia  del  predominio  de  un movimiento  de  masas  revolucionario o  de  un escenario insurreccional en los años ’30, como señalan algunas interpretaciones anticomunistas que sí caen en la sobredimensión. Ahora bien, la persistencia y desarrollo de tendencias de izquierda radical en el movimiento sindical, o la organización que estaba adquiriendo el PCA y el apoyo recibido de la III° Internacional, son elementos reales que promovieron la alerta de adversarios políticos, sean los nacionalistas, el conservadurismo y expresiones de la socialdemocracia. Para apoyo de esto podemos encontrar que dentro de las publicaciones nacionalistas, católicas o nacionalistas católicas, se difundió material que daba a conocer no sólo las estrategias de las organizaciones de izquierdas y el cómo poder combatirlas, sino también información sobre los procesos o transformaciones que tenían lugar en la Rusia Soviética tras la revolución.

 

Eso para empezar. El caso de la segunda presentación de un proyecto de Ley anticomunista en  1936  es  otro  ejemplo. Todos  los  autores  citados  toman  el  caso  de  esos  debates  pero  sin contemplar la reacción que generó en el movimiento obrero. Campañas de repudio, manifestaciones y cartas al Congreso Nacional por parte de sindicatos y organizaciones políticas obreras, resultan muestra de una represión y persecución existentes en los años ’30 que tomaba a las izquierdas como centro  de  esas  acciones  al  punto  de  criminalizarlas. Las distintas  corrientes  de  izquierda  en movilización contra estas maniobras y las denuncias demuestran la existencia de una cuestión comunista muy lejos de ser una herramienta argumentativa de los nacionalistas.

 

Nobleza obliga, resta agregar la existencia de trabajos de larga data o recientes que sí consideraron estas cuestiones o dieron a conocer señales que evidenciaron la problemática marginalizada. Por ejemplo, Laura Kalmanowiecki16, que tomando a la Policía Federal como centro de su estudio plantea la existencia de represión e investigación dirigida exclusivamente a militantes del PCA en la década infame. Un viejo clásico que con sus errores es válido de rescatar es el texto de Rodriguez Molas sobre la historia de la represión y tortura (17) en el que enfatiza la real persecución a la militancia de izquierda en la misma década sin considerarla parte de una fantasía nacionalista. Otro trabajo de carácter militante y reciente publicación es el de José Luis Ubertalli (18),  enfocado en la persecución política. Por último, Mirta Zaida Lobato en su estudio de caso sobre los trabajadores de Berisso (19)  señala las acciones por parte de la patronal para frenar la influencia de la militancia comunista a mediados de los ’30. Es llamativo que estas apreciaciones no sean consideradas por los casos que hemos criticado.

 

Finalmente, a modo de cierre, nos resta sugerir qué elementos podría comprender un estudio sobre esta temática. El anticomunismo posee distintas dimensiones que deben ser contempladas en una investigación. Una discursiva, analizada en algunos aspectos por la bibliografía que hemos desarrollado, aunque abordada de manera unilateral, sin contemplar el interlocutor que es la clase obrera. Para poder completar esa visión es necesario “hacer dialogar” a la fuente reaccionaria con la obrera o militante, es decir, incorporar a la clase obrera como actor a través de sus documentos. A su vez, dentro de esa dimensión discursiva podemos encontrar otros aspectos. Uno cultural: allí ubicamos el combate a la cultura de izquierdas, la difusión de prensa nacionalistas católica, la acción social de la Iglesia, las lecturas trasmitidas a través de manuales educativos oficiales. Otro aspecto es el componente xenófobo, casi inseparable, en el que la cuestión Nación/enemigo interno es ilustrada y en que además el antisemitismo resulta una característica casi predominante.

 

La dimensión práctica es una segunda vía de análisis. La misma se desdobla en dos.

 

La existencia de prácticas anticomunistas destinadas a rivalizar contra las  izquierdas en  el plano político es la primera. Investigación y publicación de informes sobre la militancia comunista, propuestas de trabajo u organizaciones destinadas a los obreros con el fin que no se adhieran a la izquierda, el fomento de rompehuelgas por parte de la patronal.

 

El otro tipo de prácticas es la represiva. La violencia de los grupos de choque o ataques de las ligas nacionalistas y la estructura represiva que la gestión Justo desarrolló en la Policía Federal como brazo disciplinador de la clase obrera, son los dos ejes más relevantes.

 

Más allá del debate historiográfico y lo imprescindible que eso resulta para futuras investigaciones, la temática del anticomunismo no deja de formar parte de la complejidad de la Historia política argentina. El anticomunismo fue un fenómeno que implicó lucha política, así como una historia de persecución, eliminación e intolerancia, producto de las ideologías más extremas y dañinas del siglo XX y los aspectos más oscuros del aparato estatal. Es ingenuo pensar que su omisión en el hacer historia pueda ser casual, lo mismo en caso de ser accidental. Sin pretender redundancia en estas palabras, seguir desentrañando esa complejidad es un proceso obligado por aquellos historiadores que se vuelquen a esa cuestión.

 

NOTAS

 

* El presente trabajo ha sido presentado en el Congreso Internacional de Asociación de Historiadores  Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC) y III Jornadas de Historia DEL Centro Cultural de la Cooperación Floreal Gorini: La economía social y solidaria en la historia de América Latina y el Caribe. Cooperativismo, desarrollo comunitario y Estado, Buenos Aires.  24 a 26 de septiembre.  2012. Mesa Historia e historiografía argentina y latinoamericana

 

** Mercedes López Cantera. Ciclo Básico Común – Facultad de Ciencias Económicas – Universidad de Buenos Aires

 

(1) Este término ha sido empleado por primera vez por Agustín Nieto (UNMdP). Ver como ejemplo “Notas críticas en torno al sentido común historiográfico sobre el ‘anarquismo argentino’”, en A Contracorriente, Vol. 7 nro. 3, primavera 2010.

 

(2) Romero, L. A. y Gutierrez, Leandro, Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra, Buenos Aires, Sudamericana, 1995.

 

(3) Término empleado por Hernán Camarero en “Consideraciones en la historia social de la Argentina urbana en las décadas de 1920 y 1930: clase obrera y sectores populares”, en Nuevo Topo, revista de historia y pensamiento crítico, nro. 4 septiembre/octubre 2007.

 

(4) Armus,  Diego,  Mundo  urbano  y  cultura  popular.  Estudios  de  Historia  social  argentina,  Buenos  Aires, Sudamericana, 1990.

 

(5) Rock, David, El radicalismo argentino 1890-1930, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.

 

(6) Rock, David, La Argentina Autoritaria, Buenos Aires, Ariel, 1993.

 

(7) “Justicia Social y antiimperialismo”, pp. 126, en Rock, op. cit.

 

(8) Rouquié, Alan,  Poder  militar  y  sociedad  política  en  la  Argentina, tomo  I,  Bs. As.,  Emecé,  1981  (primera publicación en 1978).

 

(9) Zanatta, Loris, Del Estado Liberal a la Nación Católica. Iglesia y Estado en los orígenes del peronismo, 1930- 1943, UnQui Ed., Bernal (Buenos Aires), 1996.

 

(10) Devoto, F., Nacionalismo, fascismo y tradicionalismo en la Argentina moderna, S. XXI, Buenos Aires, 2002.

 

(11) Finchelstein, Federico, Fascismo trasatlántico. Ideología, violencia y sacralidad en Argentina y en Italia, 1919- 1945, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2010.

 

(12) McGee Deutsch, Sandra, Las derechas. La extrema derecha en la Argentina, Brasil y Chile 1890-1939, UNQui Editorial, Buenos Aires, 2005.

 

(13) Otro ejemplo de ello es Ronald Dolkart en su artículo sobre la derecha en la Argentina, en el cual menciona la cuestión comunistas como central aunque no da evidencias de un desarrollo de estartegias de izquierdas en el movimiento obrero y retoma el problema de la amplitud del término comunista señalando que diversas corrientes políticas eran incluidas en esa calificación por los nacionalistas. Dolkart, Ronald, “La derecha durante la década infame”, en Dolkart-McGee Deustch (compiladores), La derecha argentina, Buenos Aires, Ediciones B, 2001 (la compilación es del año 1991).

 

(14) Lvovich, Daniel, Nacionalismo y Antisemitismo en la Argentina, Buenos Aires, Ediciones Vergara, 2003).

 

(15) La Semana Trágica: el gran miedo de 1919 es el capítulo dedicado a la masacre obrera en el cual el autor utiliza como modelo a El Gran Miedo de 1789 de George Lefevbre (Princenton University Press, 1982). A través de ese análisis, el autor concluye que la represión estatal fue el resultado de la sobredimensión que las fuerzas policiales dieron a la huelga de enero de 1919. Lvovich,  La Semana Trágica: el Gran Miedo de 1919, en op. Cit.

 

(16) Kalmanowiecki, Laura, Military Power and Policing in Argentina 1900-1955, PhD, 1991.

 

(17) Rodríguez Molas, Ricardo, Historia de la Tortura y el Orden Represivo en la Argentina, EUDEBA,  Buenos Aires, 1985.

 

(18)  Ubertalli, José Luis, El enemigo rojo. La represión al Comunismo en la Argentina, Bs. As., Acercándonos ediciones, 2010.

 

(19)    Lobato, Mirta Zaida, La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904- 1970), Buenos Aires, Prometeo, 2002.

 

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Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 8. Marzo 2013 – Febrero 2014. Volumen I

 

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