Imaginarios de la nación y la globalización

Representaciones de la idea nación en discursos contemporáneos de militantes argentinos*

Esteban Vernik y  Jorgelina Loza**

1. Introducción: acerca de la ’idea de Nación’ y sus recorridos

 

Con  la fundación de la sociología como ciencia de la modernidad, la idea de nación aparece entre sus primeros teóricos. Georg Simmel[1] señala como rasgo de la modernidad a la creciente organización racional nacional de las culturas, “en las que siempre más y más se exterioriza el elemento nacional”. También Max Weber[2] asocia la idea de nación con la modernización cultural y política, localizando en este concepto la tensión entre la idea de “el pueblo de una nación” y la de “el pueblo de un Estado”; es decir, la tensión constitutiva del concepto entre el sentimiento de pertenencia a la “comunidad política” y la constatación de vivir bajo la organización del Estado como “asociación política”. Esta tensión que preocupaba a los sociólogos de la modernidad de inicios del siglo veinte, continúa hoy evidenciándose en la modernización de las sociedades. En las sociedades de nuestros días puede observarse esta tensión propia de la ‘idea de nación’, al constatarse la existencia de alrededor de ocho mil pueblos nacionales (sea que se privilegie la unidad étnica, lingüística o religiosa) y no más de doscientos Estados nacionales. A su vez, la ‘idea de nación’ – prosigue Weber – requiere para su afirmación como sentimiento específico de solidaridad, de la posesión de un cuerpo de ‘bienes culturales’ compartidos entre los miembros de la comunidad política. Entre estos bienes culturales, se señala la importancia para la cohesión nacional, del idioma, la religión y la homologación por factores étnicos.

 

Si bien estos tres factores continúan hoy en la base de ‘la idea de nación’, un componente que en las sociedades contemporáneas resulta crucial en los procesos de modernización cultural es el de los medios de comunicación masiva. La expansión a escala planetaria del sistema de medios de comunicación – especialmente de los orientados a la comunicación audio-visual – acompaña hoy a las tendencias expansivas, también a escala global, del mercado capitalista y del sistema de Estados nacionales. De esta imbricación entre la integración que promueven los medios de comunicación y las representaciones provenientes desde el Estado, surgen nuevos delineamientos de la ‘idea de nación’. En efecto, las transformaciones que los medios de comunicación producen sobre las percepciones cotidianas del tiempo y del espacio redefinen las percepciones que se tienen hoy de los límites de los Estados nacionales.

 

Coincidiendo con Max Weber en lo hasta aquí señalado, Ernest Renan[3], afirmaba que la nación no se definía ni por la raza ni por la lengua ni por la religión, tampoco por los intereses de sus miembros. La posibilidad de existencia de una nación se relaciona aquí con el sentimiento y la voluntad de mantenerse unidos, y la capacidad para recordar y a la vez olvidar el pasado común. Así, las formas de continuidad del pasado en el presente, las experiencias de compartir el tiempo calendario, constituyen una parte sustancial de la experiencia de la nación. Pero también, sostenía Renan que una nación es la voluntad colectiva de participar de los asuntos comunes, es “un plebiscito de todos los días”.

 

Estas concepciones sobre el significado de la nación son hoy, en la contemporaneidad de la era de la información, recreadas por muchos que sostienen que la idea de nación vinculada a la memoria y el olvido se ve desafiada por los efectos de la sobreabundancia de flujos informativos que dificultan las posibilidades de estructurar una narración identitaria de la nación. Sin embargo, hemos querido explorar en la existencia de variados imaginarios de la nación que –no obstante aquel señalamiento- apuntalan como una de sus dimensiones a la identidad de los sujetos. Una de las premisas centrales que orientan nuestra investigación, es que existe un reconocimiento diferenciado de los discursos sobre la idea de nación, según sean las características complejas (perfil sociodemográfico, filiación política, situación ocupacional, tradiciones culturales, habitus, etc.) de los sujetos de su recepción. Si focalizamos en los diversos discursos sobre la idea de nación que trasmite la televisión, habremos de necesariamente confrontarnos con la esfera de reconocimiento de tales discursos político-televisivos sobre la nación.

 

El presente artículo es parte de un trabajo más amplio que analiza representaciones de la idea de nación a partir del material producido en un conjunto de experiencias audiovisuales realizadas entre 2008 y 2011, en comunidades radicadas en Buenos Aires y el Conurbano Bonaerense. En estas experiencias, se buscó obtener información sobre la recepción que diferentes sujetos sociales realizan de fragmentos del discurso televisivo referido a la idea de nación. Las dimensiones que se tuvieron en cuenta para la segmentación macro y micro fueron la vinculación con las prácticas laborales de los sujetos en general, y con el trabajo de transmisión de la idea nacional en particular; el nivel socioeconómico y el nivel sociocultural. La técnica de captación de discursos que se utilizó fue el grupo focal, durante los cuales el conglomerado de fragmentos televisivos seleccionados fue utilizado como disparador. Partimos de comprender que el grupo focal es, como entrevista grupal centrada en la interacción, un canal efectivo para captar la actividad hermenéutica de los receptores. Además, en razón del énfasis asumido por esta investigación en la etnografía de audiencias, se decidió trabajar con sujetos que fueran parte de una comunidad preexistente. Como lo señala la bibliografía sobre el tema, la noción de ‘comunidad interpretativa’ es útil para referirse a conjuntos de personas que comparten similares condiciones socioeconómicas y –lo que es más importante- tradiciones culturales, significados y convenciones. En este trabajo se ha entendido a los grupos participantes en las experiencias como comunidades de apropiación, esto es, conjuntos de personas con lazos preexistentes, que comparten tradiciones culturales y una serie más o menos estabilizada de significados acerca de lo social. Esto significa entender a las comunidades de apropiación tanto en el sentido de, como comunidades imaginadas [4]; a la vez que, como comunidades propiamente materiales, esto es, conjuntos de personas que comparten una misma ubicación en el mundo socio-histórico. En ese sentido, la técnica de grupo focal funcionó como un instrumento de aproximación a la actividad hermenéutica de los receptores. En lo que sigue daremos cuenta parcialmente del análisis de las experiencias realizadas entre 2008 y 2011, con movimientos sociales emergentes luego de la crisis ocurrida en Argentina a consecuencia de las políticas neoliberales aplicadas durante la segunda mitad del siglo XX. Antes de pasar al análisis de los discursos allí recogidos, haremos una breve contextualización socio-histórica.

 

En esta ponencia nos enfocaremos en grupos caracterizados por estar conformados en torno a la acción colectiva contemporánea. Se trata de agrupaciones que forman parte de los movimientos sociales emergentes a fines del siglo XX en Argentina, como producto de las consecuencias de las políticas neoliberales aplicadas por los gobiernos de la segunda mitad del siglo. Las experiencias en estos grupos fueron realizadas en el período 2008-2011, y antes de pasar al análisis de los discursos allí recogidos, haremos una breve contextualización de los casos seleccionados.

 

2. Los nuevos movimientos sociales en Argentina: una aproximación a los participantes de nuestras experiencias audiovisuales

 

El aumento considerable de la desocupación en los últimos años en Argentina de la última década del siglo XX, llevó a miles de personas a ver desmoronar su universo de relaciones y a construir otras nuevas para sobrevivir. Durante la década del noventa se produjeron en Argentina profundas transformaciones en los ámbitos económico, político y cultural, y se desarrollaron fuertes conflictos sociales. En este contexto surgen para los antes ocupados distintas opciones de – aunque no solamente, sí primordialmente – ganarse la vida. Así durante esos años asistimos en el Área Metropolitana de Buenos Aires a la aparición de nuevas formas de trabajo como el cirujeo y expresiones de acción colectiva (que proponían nuevas formas de relaciones laborales) como el caso de las llamadas fábricas recuperadas y los autodenominados movimientos de trabajadores desocupados.

 

Como afirman Maristella Svampa y Sebstián Pereyra [5], el movimiento piquetero reconoce dos afluentes principales: por un lado, remite a acciones disruptivas, por momentos cargadas de significación comunitaria, como los piquetes y las puebladas que comienzan a tener lugar en el interior del país en el año 1996-97. Y por otro lado, se relaciona de forma directa con las transformaciones del mundo del trabajo y de la acción colectiva que tuvieron lugar entre las clases populares del Conurbano Bonaerense. Una dimensión a tener en cuenta al analizar los antecedentes de este movimiento, nos remite a los procesos de ocupación y toma de tierras que se produjeron en la Argentina sobre todo en la década del ’80. Los autores resaltan que los primeros cortes de ruta fueron de carácter multisectorial [6]. Para hacer frente a esta demanda de puestos de trabajo genuino, el gobierno nacional implementó una serie de políticas que incluyen la adjudicación de planes sociales a cambio de contraprestación laboral.

 

A partir de entonces, las experiencias colectivas de movilización, se ubican entre el desarrollo de prácticas más radicales, con un fuerte cuestionamiento al Estado y a la política-partidaria – como es el caso de los Movimientos de Trabajadores Desocupados más combativos, agrupados en la Coordinadora Aníbal Verón -, y prácticas que reproducen formas tradicionales de poder e incluso continúan ligadas al Estado a través de un diálogo fluido con el gobierno – como es el caso de la Federación Trabajo y Vivienda, perteneciente a la Confederación de Trabajadores Argentinos. Los distintos movimientos construyen así prácticas que en cierto punto suponen nuevas formas de pensar la política, más ligadas a la horizontalidad, a la toma de decisiones en asamblea, y a la autonomía, pero que se encuentran con un primer conflicto al intentar pensarse como autónomos pero con una fuerte dependencia respecto del Estado, contradictoria con los principios que sostienen.

 

Los movimientos más ligados a tradiciones contestatarias y al trabajo en el espacio barrial para la gestión de necesidades básicas, permitieron hacer visible este trabajo en el barrio, a través de ollas populares y cortes de ruta. Una de las transformaciones que dejó en evidencia, es la importancia del barrio en tanto lugar donde interactuaban distintas organizaciones de base, y que ahora se había convertido en el centro de las reivindicaciones. Así es que al surgimiento de estos movimientos asistieron diferentes factores, no todos ellos relacionados con la situación estructural del país: la historia de los asentamientos, la experiencia del trabajo barrial, la trayectoria de militancia de muchos de los integrantes comienzan a constituir la base de la acción contestataria y el punto de partida para la organización [7].

 

Es en este contexto nacional que situamos a las agrupaciones de trabajadores desocupados a los que nos hemos aproximado para realizar las referidas experiencias audiovisuales. Habremos brevemente de caracterizar a estas agrupaciones en la forma que sigue.

 

a. El movimiento Barrios de Pie nace como producto de los contactos previos entre organizaciones locales que coincidían en reclamos por la satisfacción de derechos básicos, como vivienda, trabajo y alimentación. Barrios de Pie no tardó en alcanzar una cobertura territorial nacional y en convertirse en uno de los nombres más significativos de la acción colectiva de inicios de siglo. Se conformó en 2001 con un fuerte arraigo en la Ciudad de Buenos Aires y el Conurbano. Con una mirada antiimperialista, sus reclamos se dirigieron hacia el Estado nacional en la lucha contra la pobreza y el reclamo de subvenciones sociales. Su repertorio de protesta incluía cortes de rutas y calles, y participación en movilizaciones masivas. Sus estrategias contemplaron la realización de ollas populares y comedores para adultos y niños, así como la consolidación de pequeños proyectos productivos (panaderías y huertas) que ofrecieron una rápida salida laboral a sus integrantes. Estas actividades de protesta y de solución de problemáticas urgentes fueron acompañadas por un fuerte énfasis en tareas educativas, especialmente en el área de salud y género. Las actividades de Barrios de Pie evidenciaron una característica central de la movilización de los 2000 en Argentina: la fuerte participación de las mujeres, jóvenes y niños en la acción colectiva contemporánea.

 

b. El Movimiento de Colectivos Maximiliano Kosteki es el más reciente de nuestros casos, fundado en 2008. Sin embargo, sus integrantes son organizaciones con una amplia trayectoria en la movilización colectiva del Conurbano Bonaerense. En este Movimiento se agrupan organizaciones de Guernica, San Francisco Solano, Quilmes, Florencio Varela, entre otros. Sus integrantes provienen, entre otras organizaciones, del Movimiento de Trabajadores Desocupados (MTD) de Solano. Se trata de uno de los movimientos pioneros en organizar a los desocupados de fines de los 90’ en vías al reclamo al Estado de soluciones a la problemática laboral y alimenticia, y la canalización de planes sociales. Más tarde, estos MTD’s diversificaron sus actividades y algunos fundaron proyectos productivos y educativos. Su trayectoria está marcada por la búsqueda de la autonomía y la autogestión como pilares organizativos. La historia de estos movimientos, siempre en contacto entre sí, fue marcada fuertemente por el asesinato por parte de fuerzas policiales de dos militantes durante una protesta en el año 2006 – de hecho, el nombre del colectivo proviene del nombre de uno de los militantes fallecidos en esa ocasión.

 

c. En el otro extremo del amplio espectro de las vinculaciones entre acción colectiva y Estado, encontramos la experiencia del último de nuestros casos: la Federación Tierra y Vivienda. Con un fuerte arraigo en lo territorial local, la FTV nace como producto de la lucha por la tierra en 1997, al calor de la toma de terrenos vacantes en el Conurbano Bonaerense. Frente a los reclamos comunes de fines de los 90’ por soluciones de empleo y habitacionales, introdujeron los cortes de ruta como elemento principal de su repertorio de protesta en reclamo por trabajo y alimentación. Su extensión es nacional, lo cual favorece la diversidad de organizaciones de base que reúne. La FTV está vinculada estrechamente con el gobierno actual argentino, y muestra contactos activos con organizaciones latinoamericanas. Además, la organización conforma desde sus inicios la Central de Trabajadores Argentinos (CTA).

 

 

3. El análisis

 

La metodología de investigación descripta más arriba nos permitió capturar un conjunto de relatos y narrativas en torno a la ´idea de nación´. A partir de las cuales hemos construido tópicos analíticos que, si bien retoman las categorías centrales del debate teórico sobre la idea de nación, surgen y refieren a las representaciones de los mismos entrevistados. Si bien asumimos el carácter construido y tipológico de los tópicos, con la cuota de artificialidad que toda investigación conlleva, esta tipificación nos ha permitido realizar un análisis comparativo de las representaciones de la idea de nación por parte de los actores estudiados. Se trata, en algunos casos, de razones más o menos formalizadas, y en otros, de reacciones emocionales y pasionales sociales que se aglutinan en torno a los símbolos patrios, las concepciones de ciudadanía como modos de la relación entre la nación y el Estado, entre el pueblo de una nación y el pueblo de un Estado[8], los debates en torno a la memoria colectiva y la transmisión de los sentidos del pasado, el reconocimiento o distanciamiento respecto de las figuras míticas del indio y del gaucho, la relación con las otras naciones del mundo y de la región, entre otros.

 

i. Figuras de la nación: gauchos e indios

 

El material audiovisual expuesto contenía escenas que mostraban a dos figuras arquetípicas de la idea de nación argentina: el gaucho como hombre de campo, y el indio como habitante “ancestral” del suelo nacional. En distintas ocasiones, ambas figuras fueron exaltadas por corrientes intelectuales diversas que creían allí encontrar las bases de la nación a construir. El gaucho parecía reunir los aspectos telúricos que centraban las posibilidades de lo nacional[9], mientras que el indio fue históricamente visto como una amenaza a la estabilidad del territorio. Ciertas corrientes indigenistas se propusieron, al igual que en otras naciones emergentes latinoamericanas, exaltar a los grupos originarios como los reductos últimos de la cultura nacional, pero en la mayoría de los casos sosteniendo una mirada folclorizante que no favorecía la integración.

 

El reconocimiento de estas imágenes en los grupos señalados arroja referencias inmediatas a lo tradicional, al pasado constitutivo de la nación, nunca a un presente de convivencia entre diferentes entramados culturales. Los gauchos son referidos al mundo folklórico, con un pasado cargado de marginación y corrupción y que ahora constituye una figura típica de la cultura nacional. La constitución de mitos, como el del Gauchito Gil, es señalada como parte del patrimonio cultural nacional, y como producto de esta construcción en torno a la figura del hombre de campo.

 

Por otra parte, los pueblos originarios son señalados como un elemento de la cultura tradicional, en “estado de ruinas”. El desinterés del Estado y de las áreas centrales del país pareciera contribuir a la desaparición de estos pueblos y de sus tradiciones. Sin embargo, hay un rescate de lo indígena como germen de los orígenes de la nación argentina:

 

“Yo creo que son parte de nuestra cultura que se están perdiendo o se dejaron de hacer, no se, se siguen haciendo en distintos lugares pero por el lado de la juventud, tampoco es que vamos a bombardearlo porque hay gente grande también que nunca le importa nada. Pero de parte de la cultura creo que se perdió un poco lo que son los pueblos originarios o le preguntas a alguien y no sabe nada de eso. Se perdió esa cultura”. (Experiencia FTV, agosto de 2010)

 

Sin embargo, es en el centro de la nación, en las grandes ciudades donde esta pérdida tiene lugar. El interior del país, las provincias, son representadas como más tradicionalistas, arraigadas a lo telúrico y a las costumbres particulares:

 

“Yo creo que se perdió acá en la ciudad. En el interior está muy arraigado, hay muchas tradiciones y se siguen viendo el tema de la jineteada, se siguen haciendo reuniones, se siguen juntando… lo que pasa es que en la ciudad no miramos hacia el interior” (Experiencia FTV, agosto de 2010).

 

Esta división tajante entre interior y centro, entre campo y ciudad se repetirá en muchas referencias de lo nacional. El interior siempre aparecerá como símbolo de retraso, de tradicionalismo, mientras que la capital aparece como la fuente de oportunidades y de progreso del país. Es importante mencionar que aun cuando se señalen contradicciones, las figuras del gaucho y del indio no han dejado de ser reconocidas durante las experiencias, así como su relación primordial con la construcción de la idea de nación. Se asumen como elementos culturales de un entramado nacional, pero no hay una pregunta por sus orígenes. Tampoco hay referencias puntuales a la situación actual de los pueblos originarios, por ejemplo, sobre las condiciones de vida de estas comunidades que aparecían en las imágenes.

 

En una de las organizaciones, sin embargo, se observó un fuerte énfasis hacia la ficcionalidad de estas figuras. El gaucho y el indio fueron decodificados como mitos creados durante el proceso de construcción de una identidad nacional que debiera aunar comunidades diversas en un territorio tan vasto. Estas apreciaciones marcan fuertes dudas sobre lo realmente auténtico de lo nacional, y aquello que pudiera ser impuesto.

 

“Más allá de la figura del gaucho, durante la historia, el campesino que se vestía de esa manera por la forma de trabajo, por la habilidad y por lo que hacía, durante mucho tiempo se vivieron burlando de la vestimenta del gaucho. Y hoy como lo vemos nada tiene que ver con el campesino, con el pueblo originario, que también son gauchos y tienen que ver con eso. Lo que pasa que lo que vemos en esa propaganda es el gaucho que el poder creó para una necesidad y una identidad de nación que se necesitaba. Ese gaucho no es la persona que vive en el campo” (Experiencia Barrios de Pie, noviembre de 2010).

 

Las figuras creadas del gaucho y el indio como elementos unificadores de la identidad nacional dan cuenta de la ficcionalidad de la idea de nación, pero principalmente de la conducción por parte de los grupos hegemónicos de ese proceso de construcción cultural. Las dudas sobre la autenticidad de los elementos culturales de lo nacional no se relacionan con la ficcionalidad de aquella idea, sino con la certeza del accionar de relaciones de poder en su construcción y difusión.

 

ii. El territorio nacional y sus fronteras

 

Uno de los temas que aparecía fuertemente señalado en el dispositivo se vinculaba a las relaciones de la nación Argentina con sus pares fronterizos. Las fronteras remiten a las luchas políticas, a la división artificial de una región con una base cultural más uniforme en secciones nacionales artificiales. Las fronteras fueron señaladas en momentos de modernización y de construcción de las naciones. Muchas veces, esas fronteras atraviesan comunidades que se vieron escindidas luego de estas construcciones:

 

“Tenemos mucho en común, las formas, no se diferencian porque hayan sido de fronteras distintas. Entonces, eso. Me parece que hablamos de la cultura y que se podría haber respetado más las culturas” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009).

 

Las similitudes culturales, sin embargo, atraviesan esas fronteras y sobreviven a las decisiones políticas nacionales. En este sentido, la instalación de fronteras remite a lo físico, a lo concreto, cuando la nación remite a lo emocional. La ficcionalidad de las fronteras las carga de arbitrariedad cuando la vinculación con la nación pasa por lo sentimental, por el arraigo de símbolos y costumbres en el plano emocional.

 

“La frontera tiene mucho que ver con los tiempos en que se fundó la patria, en alguna forma vista por los hombres de poder, que dividieron las tierras según la conveniencia y lo que cada uno quería. Lo vimos acá en el nacimiento de la Argentina cuando corrían a los gauchos hacia la frontera porque necesitaban construir un país agrícola ganadero y tenían que obtener la tierra. Por lo tanto, las fronteras delimitadas por el tema tierra no tienen nada que ver con las fronteras de las pueblos, porque los pueblos no se miran por las divisiones del alambrado, los pueblos se miran a través de conciencia, solidaridad, de lo que tiene que ver con el ser humano” (Experiencia Barrios de Pie, noviembre de 2010).

 

La solidaridad excede las fronteras físicas, y se relaciona más estrechamente con otro tipo de fronteras: las fronteras raciales y económicas. Las divisiones no aluden solamente al territorio y su separación física de las naciones contiguas, sino a la existencia de diferencias de clase y étnicas entre los grupos que fueron aunados bajo una misma bandera nacional. La conciencia de la situación desventajosa de los sectores populares es la que sostiene la solidaridad superadora de banderas y fronteras físicas, especialmente en aquellas experiencias realizadas con grupos con fuertes lazos con pares fronterizos y regionales (la FTV y el Colectivo).

 

iii. Símbolos patrios

 

Los símbolos son señalados como elementos culturales con una indiscutible fuerza unificadora. Sin embargo, no dejan de aparecer como artificiales, impuestos por ideologías dominantes que buscaron elementos para aunar comunidades diversas bajo una misma idea. Esta tarea político ideológica siempre es ubicada en un pasado remoto pero no tan lejano, posterior a las guerras independentistas. La formación de la idea de lo nacional no aparece ligada a acciones del presente.

 

“Me rebotan porque me parece que más de una vez son símbolos que son vacíos, que carecen de contenido (…) Creo que el sentido de lo que es algo se carga de contenido cuando hay vida, cuando hay vivencias de esas cosas ¿no?” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009)

 

Sin embargo, los símbolos aparecen en el mismo grupo como contenedores de una dualidad que tiene que ver, por un lado, con la construcción de una idea artificial a través de un proceso de luchas por los significados; y por otro lado con la consolidación de emociones alrededor de esas figuras: el arraigo de los símbolos remite a la aparición de sentimientos sin origen ni explicación precisa, pero con una fortaleza indiscutible.

 

“A mí me pasa lo contrario ¿no? Más en la parte última dónde toca la parte esta afectiva ¿no? Y en doble partida porque cuando yo veo la bandera paraguaya flameaba o escucho la música… hace más de cuarenta y pico de años que no voy allá, sin embargo, a mí me emociona y yo de vez en cuando quiero estar en las colectividades, quiero estar… y de hecho lo estoy. Es un sentimiento, por ahí no tiene que ver, como dice “A”. con cuestiones de los símbolos que nos han querido meter, a través del himno, a través del prócer; pero sí estos sentimientos” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009).

 

“Tengo una opinión personal y creo que los símbolos patrios unen a todos. Creo que todos tenemos el mismo sentimiento del respeto, y por ahí creo que hoy hay parte de la juventud que creo no lo siente así. Vos lo sentís en una cancha, cuando cantas el himno nacional, se te pone la piel de gallina. Cuando mismo pasaban los partidos de fútbol, estábamos todos de acuerdo y estás con un objetivo nacional” (Experiencia FTV, octubre de 2010).

 

Lo sentimental se relaciona con lo aprendido en el seno familiar, con el arraigo a símbolos que fueron trasmitidos por los padres y el sistema educativo durante la infancia. La internalización de costumbres e imágenes dentro del seno familiar se distancia de las prácticas homogeneizadoras que impusieron símbolos aparentemente artificiales.

 

La artificialidad de los símbolos remite a la capacidad unificadora bajo una idea ficcional, que es impuesta desde los discursos hegemónicos en busca de la adhesión a un proyecto político cultural como la nación. Sin embargo, la nación excede a las simbologías impuestas, y evidencia una heterogeneidad que los símbolos no alcanzan a representar. Lo observamos en las referencias más críticas de los tres casos aquí analizados, las de la experiencia de Barrios de Pie:

 

“Una nación se compone de muchísimas cosas, de muchísimos símbolos, y de muchísimas identidades personales de la gente, del pueblo. Y así por esto de una sola bandera a veces nos dividimos incluso con nuestros pueblos originarios, que por ahí entienden la nación desde otro lado, y nosotros lo dejamos de lado. Hay mucha simbología ahí que, no tiene que ver con la identidad nacional” (Experiencia Barrios de Pie, octubre de 2010).

 

 

iv. Estado y ciudadanía

 

Los grupos que participaron de las experiencias audiovisuales realizadas coinciden en un aspecto fundamental: señalar al Estado como el actor central en el proceso de construcción de una idea de nación. La certeza de la artificialidad de lo nacional se relaciona directamente con la afirmación del rol protagónico del Estado, junto con las clases dirigentes que lo componen, en construir y diseminar un relato específico sobre la nación y sus componentes.

 

Los Estados modernos asumieron como proyecto político la configuración de un entramado cultural que aunaría a las comunidades bajo una misma denominación nacional. Las fronteras son, entonces, decisiones políticas que señalan marcos territoriales. Estas fronteras políticas son, a la vez, expresión de la división interna sufrida por la región latinoamericana luego del retiro del control colonial. América Latina conformaba una comunidad hermanada por un origen común, y las divisiones fronterizas modernas no respetaron las divisiones culturales comunitarias. En este sentido, las fronteras funcionaron como divisorias políticas frente a la hermandad latinoamericana idealizada por los asistentes a las experiencias; y a la vez se propusieron la unificación cultural de culturas populares diversas. Esta unificación bajo criterios civilizatorios modernos está asociada con la implantación de una ideología dominante.

 

“A mí me parece que la idea del Argentino atraviesa… como que masificó a todos en la misma bolsa. O sea, no importaba quién era mapuche, quién guaraní, quién era aymara, quién era quechua.(…) Creo que tiene que ver esto que dice S hoy. Cuando se intentó unificar y decir que todos éramos iguales, ahí vino el problema. Más allá de las luchas internas, locales, el problema está en la hegemonía ¿no? En lo hegemónico.” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009).

 

Al mismo tiempo, la experiencia militante de estos grupos los posiciona en un rol particular. El principal interlocutor de los reclamos que enarbolan es el Estado, en todas sus dimensiones. El Estado aparece en los discursos que analizamos como el último garantista de los derechos ciudadanos de los habitantes de la nación, específicamente se mencionan las dificultades en el acceso a la educación y la salud. En este punto, aun cuando algunos mencionan las acciones del actual gobierno como cercanas a la satisfacción de las necesidades, se vuelve al pasado cercano y a la referencia a las políticas neoliberales. Esa etapa, ubicada hace dos décadas, los conduce a caracterizar al Estado de ausente, incapaz de cubrir el territorio nacional. El reclamo por mayor intervención del Estado pareciera chocar con la idea de un Estado hegemónico, promotor de una identidad cultural masiva que legitimara la convivencia de la diversidad en este suelo.

 

v. La nación en el ámbito global y regional

 

Las referencias principales al ámbito externo a la nación propia aluden a la región que la contiene. América Latina, en las percepciones de estos militantes, aparece como una contienda, como una lucha popular basada en un fundamento mítico que justifica esa búsqueda común.

 

“Todos los estados, de esta parte de este mundo se hicieron por capas,  desplazando a los originarios, después las guerras intestinas y se modelaron símbolos, o formas que tienen que ver con esa dominación y la segregación, la división. En un continente que uno aspira, siempre, a esa unidad continental porque es lo que nos va a salvar a todos ¿no?” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009).

 

“Es como que nosotros en el movimiento decimos que nuestros hermanos que son de otros países, son hermanos latinoamericanos. Por eso estamos a nivel así como juntos, nos hermanamos porque somos latinoamericanos, vamos siempre a pelear por nuestra identidad (…) Entonces nos identificamos como hermanos, y no como hermanos desde que nacimos; hermanos latinoamericanos.” (Experiencia Barrios de Pie, octubre de 2010).

 

A pesar de esta valorización de lo latinoamericano, se resalta que desde Argentina hay una valorización de lo extranjero por sobre lo nacional. Lo extranjero refiere a lo extra latinoamericano, a la influencia europea o estadounidense. Los discursos, provenientes de movimientos en los que se trabaja por la convivencia con migrantes de países limítrofes, destacan la discriminación que sufren latinoamericanos de países históricamente expulsores de población hacia la Argentina.

 

“O sea, hay una valoración hacia el extranjero que no es de la misma manera con el hermano de tu propio continente (…) si se quiere este país se hizo de la inmigración. Sin embargo, no hay una aceptación cuando vienen esas corrientes migratorias de Latinoamérica y sí se acepta al extranjero. Lo que hace que acá hay una ideología muy fuerte de segregación y racismo muy fuerte.” (Experiencia Colectivo, octubre de 2009).

 

La búsqueda de América Latina como una región integrada está relacionada con que los integrantes de las organizaciones que visitamos reconocen coincidencias de la lucha popular, pero también se vincula con el accionar de los gobiernos y las políticas públicas destinadas a los intercambios regionales y la construcción de comunidades supranacionales. Las últimas décadas han evidenciado fuertes puntos de contacto entre gobiernos latinoamericanos, y sus poblaciones han sido testigos de iniciativas políticas conjuntas (MERCOSUR, CAN, UNASUR, etc.).

 

“La unidad latinoamericana fue lo que ayudó a todos los países a cambiar la forma de pensar, de no mirar tanto para afuera sino para adentro, que la Argentina sea un poco más grande, que ya podamos transitar de un país al otro solamente con un documento y no con un pasaporte, es parte de la integración.” (Experiencia FTV, noviembre de 2010).

 

Aquí, encontramos una vinculación entre la separación interna de América Latina – a partir de la división de la región en naciones modernas – y la posibilidad de una integración a partir del fluido intercambio que desarrollan gobiernos con orientaciones similares. Actualmente, los intercambios entre gobiernos con tendencias similares y la construcción de iniciativas supranacionales de acción colectiva evidencian una renovación de la mirada latinoamericana, una recuperación de la identidad regional. Sin embargo, será el intercambio entre culturas o pueblos que se vinculan por un sentimiento de hermandad el que afirme la unidad latinoamericana. América Latina es, para los sujetos cuyos discursos analizamos, una base mítica que orienta sus prácticas colectivas pero, al mismo tiempo, una constante búsqueda popular.

 

Conclusiones

 

Los discursos de sujetos militantes que analizamos en este artículo nos muestran una reiterada afirmación de la artificialidad de las ideas construidas en torno a lo nacional y la identidad colectiva. La nación es identificada como parte de un discurso hegemónico que se transmite como unívoco y totalizante. Este discurso y sus elementos son internalizados por los miembros de la nación a través de los mecanismos de transmisión del Estado. La construcción de la idea de nación es asumida como una estrategia desarrollada principalmente por el Estado y las clases dirigentes.

 

Aun en los discursos que comienzan mostrando resistencias al tema, rechazos a la idea de una nación, o afirmaciones acerca de la artificialidad de estas representaciones, encontramos en su devenir referencias y posicionamientos que dan cuenta de la centralidad cotidiana de la nación. Más allá de las posturas particulares, la nación parece ser un tema que interpela a todos, una referencia ante la cual todos los sujetos tienen una opinión formada, y la intención de compartirla. La idea de nación podrá ser artificial, pero remite, en estos sujetos, a lo conocido, a lo cotidiano, a lo atemporal que incluye un pasado inmemorial y un futuro siempre en reconstrucción.

 

Los militantes asumen ante la representación de la nación una postura crítica, aunque no abandonan a la ‘idea de nación’ como una escala de la acción colectiva que encaran. Los rechazos más evidentes son hacia las acciones del Estado, que sigue siendo su principal interlocutor ante reclamos y reivindicaciones. Las estrategias estatales y de los grupos dominantes para la reproducción de un canon nacional son señaladas como hegemonizantes y sectarias; y el reclamo pareciera pasar por la inclusión de las situaciones que estos sujetos atraviesan y visibilizan dentro del entramado nacional. Una ‘idea de nación’ que englobara a los sectores subalternos como sujetos activos de ese proceso de construcción permitiría incluir sus reclamos como legítimos.

 

En ese sentido, las actividades cotidianas de utilización de símbolos y reproducción de costumbres y modos de vida, también integrantes de ese todo nacional imaginado, son referidas, por el contrario, como elementos unificadores entre los integrantes de un mismo pueblo. Estas últimas son las que cargan con el componente afectivo de la construcción de lo nacional, son las que afirman la pertenencia desde el reconocimiento del formar parte de un colectivo activo en la historia.

 

Las experiencias audiovisuales desarrolladas con estos grupos, y las que siguieron en el proceso de investigación, nos permiten afirmar que las naciones, al menos sus representaciones, parecen sobrevivir a los presagios de liquidez y fragmentación. Las ideas nacionales continúan funcionando como marcos para las prácticas de los sujetos, con sus interpelaciones y críticas. Es posible decir, a la luz de estos discursos, que son justamente estas identificaciones subjetivas, y su puesta en diálogo, las que sostienen a las naciones. La comunidad que se imagina se sostiene cotidianamente, a través de rutinas cargadas de costumbres, prácticas e imágenes[10].

 

Bibliografía

 

–        Anderson, B. (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.

–        Astrada, C. (1972) El mito gaucho. Buenos Aires, Kairós.

–        Billig, Michael (1995): Banal nationalism. Londres, SAGE.

–        Renan, E. (2000): “¿Qué es una nación?”, en A. Fernández Bravo (comp.): La invención de la nación. Buenos Aires, Manantial.

–        Simmel, G. (2003): Estudios psicológicos y etnológicos sobre música. Buenos Aires, Gorla.

–        Svampa, M. y Pereyra, S. (2004): Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras. Buenos Aires, Biblos.

–        Weber, M. (1979): Economía y sociedad. México, Fondo de Cultura Económica.

 

NOTAS

* El presente trabajo ha sido presentado en el Congreso Internacional de la Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe (ADHILAC Internacional) “La formación de los Estados latinoamericanos y su papel en la historia del continente” realizado del 10 al 12 de octubre de 2011 en el Hotel Granados, Asunción, Paraguay, organizado por Repensar en la historia del Paraguay, Instituto de Estudios José Gaspar de Francia, Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe, Centro Cultural de la Cooperación “Floreal Gorini” (Argentina). Entidad Itaipú Binacional. Mesa: Movilidad social y construcciones institucionales: consideraciones en torno al saldo histórico de los estados latinoamericanos y caribeños. Este artículo es una versión revisada de la ponencia.

 

** Esteban Vernik

Profesor titular de la Facultad de. Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires/  Investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el Instituto Gino Germani. Director del proyecto UBACyT: “La ‘idea de nación’ en la era de la información. Representaciones de la nación entre líderes de organizaciones sociales y docentes de nivel primario”, estebanvernik@hotmail.com.

Jorgelina Loza

Docente auxiliar de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires/ Becaria del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas en el Instituto Gino Germani. Integrante del proyecto UBACyT: “La ‘idea de nación’ en la era de la información. Representaciones de la nación entre líderes de organizaciones sociales y docentes de nivel primario”, jorgelinaloza@yahoo.com.ar.

 

[1] Simmel, G. (2003): Estudios psicológicos y etnológicos sobre música. Buenos Aires, Gorla.

[2] Weber, M. (1979): Economía y sociedad. México, Fondo de Cultura Económica.

[3] Renan, E. (2000): “¿Qué es una nación?”, en A. Fernández Bravo (comp.): La invención de la nación. Buenos Aires, Manantial. pp 53 a 66.

[4] Anderson, B. (1993): Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, Fondo de Cultura Económica.

[5] Svampa, M. y Pereyra, S. (2004): Entre la ruta y el barrio. La experiencia de las organizaciones piqueteras. Buenos Aires, Biblos.

[6] Svampa y Pereyra, op.cit.

[7] Svampa y Pereyra, op.cit.

[8] Weber, M. op. cit.

[9] Astrada, C. (1972) El mito gaucho. Buenos Aires, Kairós.

[10] Billig, Michael (1995): Banal nationalism. Londres, SAGE.

 

Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. Nº 7. Marzo 2012-Febrero 2013 – Volumen III

 

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