La guerra hispano-cubana. Historia y literatura

Cuba: 1898- 1923. La Historia y su reflejo en la novela

Por Yutnelis Benítez  Márquez

Marti JL Cudina

Marti- J.L.Cudina

A finales del siglo XIX tienen lugar en Cuba una serie de sucesos cuyas consecuencias han motivado el interés de los historiadores.Entre estos cabe contar, por su importancia, la guerra de independencia en 1895 que habrá de extenderse hasta 1898, cuyo desenvolvimiento y evolución han generado no pocos intereses y afanes investigativos. Por otra parte se pueden citar los acontecimientos desarrollados en la Isla a partir de 1898: La Guerra Hispano – Cubano – Norteamericana que puso fin al dominio español sobre Cuba; la ocupación de la Isla por las fuerzas norteamericanas y sus nefastas consecuencias para una República que habrá de nacer con la independencia condicionada a los intereses de Estados Unidos.

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A más de cien años  de producidos estos hechos, el análisis que se expone a continuación se propone indagar, a través de un examen circunstanciado de un conjunto de obras representativas dentro de la novelística gestada y difundida en los  primeros lustros del siglo XX, los desenvolvimientos de la sociedad cubana en dicho período y, al hacerlo, mostrar cómo, en qué medida y con cuanta profundidad ello se hace evidente y es más, tangible, en lo referido por los más conocidos autores de la Primera Generación Republicana.

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Como se conoce la codicia de Estados Unidos con respecto a Cuba se pone de manifiesto desde 1805, cuando el presidente Jefferson hacía pronunciamientos en esta dirección, que habrían de plasmarse, en 1823, en un documento oficial conocido como Doctrina Monroe.

“El gobierno de Estados Unidos ha sido siempre un enemigo de la independencia cubana, su política ha sido siempre hostil a los cubanos y, es más, en momentos precisos en que su indiferencia sólo hubiera sido necesaria para desarrollar en Cuba un espíritu de independencia, fue agente poderoso que mató esos instintos en provecho del Gobierno Español”[1].

Esto explica que durante los tiempos en que Balmaceda, Weyler, Palacios y otros no se cansaron de hacer correr sangre cubana en los patíbulos, en las cárceles; en las calles y veredas de los montes, las autoridades norteamericanas observaron ésto de manera impasible durante años. Cuando estalla la Revolución del 24 de febrero de 1895, se encuentra en su gobierno la misma frialdad, el mismo egoísmo, la tenacidad para perseguir a los emigrados que cooperaban con la empresa martiana. El desarrollo de la Revolución y los éxitos de Maceo y Gómez en la invasión exaltó el sentimiento del pueblo norteamericano. Según opinión del historiador independentista Enrique Collazo las leyes norteamericanas  llegaron a burlarse a despecho del gobierno en tanto vinieron a manos de los insurrectos algunos recursos para continuar la guerra.

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Antonio Maceo (1845-1896)

Al retirarse Martínez Campos de Cuba y ser sustituido por Valeriano Weyler, el clamor del mundo entero a favor de los cubanos influyó en que el gobierno de los Estados Unidos moderara la persecución a los patriotas emigrados restando de este modo el apoyo al gobierno español. Hasta ahora sólo se había hablado de anexión  o intervención. Al ver el incremento que tomaba la guerra se trató, por parte del gobierno norteamericano, de reconocer la beligerancia de los mambises o intervenir pacíficamente para obtener de España el cese de la guerra. A pesar de ésto y de las presiones del Senado y la Cámara Mr. Cleveland, presidente de la Unión, continúa su política a favor del gobierno ibérico tratando de justificar sus planteamientos:

“Si bien es cierto que España aún no ha establecido su autoridad, tampoco los insurrectos han hecho buenas pretensiones y títulos a ser considerado  estado independiente”[2].

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Las fuerzas militares estaban en 1897 todavía equilibradas, pero a la postre todo hacía pensar que la balanza se inclinaría del lado de los cubanos. En relación con esto  Tayler, ex ministro  plenipotenciario  de Madrid, publica en el Journal  de Nueva York refiriéndose a la situación de Cuba un artículo que, entre otras cosas, dice

“España misma ha demostrado que carece de poder ya para conciliar o bien para conquistar a Cuba. Su soberanía en ella, a mi humilde juicio, ha cesado para todos los propósitos a su legal existencia”[3].

La ascensión de Mac Kinley a la presidencia de Estados Unidos, el 17 de marzo de 1897, había contribuido al mejoramiento de la situación de los emigrados cubanos. Por otra parte, ante el apoyo popular y las voces levantadas a favor de los reconcentrados, España se ve obligada a reconocer su error en política y decide el retiro del General Weyler y nombra, como sustituto, al general Blanco Erenas quien implanta el régimen autonómico en la Isla. Durante este gobierno, a pesar de la ayuda que prestó la Metrópoli, la situación económica no podía ser ni siquiera pasajera.

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El aspecto en que se encontraba la enorme masa de reconcentrados y el temor amenazante del gobierno norteamericano creaba una situación difícil al gobierno de Cuba. Por su parte las relaciones entre Estados Unidos y España parecían haber tomado mayor cordialidad; las autoridades norteamericanas mandan a La Habana al acorazado Maine y España dio órdenes al acorazado Vizcaya para visitar Nueva York. De manera paradójica llegó una escuadra de Estados Unidos a Key West con el objetivo de fortificar los puertos norteamericanos y  el gobierno español ordenó la salida de una escuadra rumbo a Cuba.

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El Maine frente a La Habana

El 8 de febrero de 1898 publicará el Journal de Nueva York una carta del embajador  de España en Washington Enrique  Dupuy de Lome dirigida al político español José Canalejas[4], que se hallaba en La Habana. Los conceptos emitidos respecto a la política norteamericana y el carácter y condiciones del presidente Mac Kinley eran de tal índole, que estableció gran tirantez  en las relaciones entre ambos países. Otro suceso vino a acentuar  la situación y, se puede decir que sería la causa determinante de que la guerra entre Estados Unidos y España fuera la solución del conflicto. En la noche del 16 de febrero de 1898 a bordo del Maine hubo una explosión que deja 250 víctimas entre sus tripulantes. Esta noticia provocó gran expectativa popular. Estados Unidos  pensaba entrar en la guerra con un plan intervencionista que se refugiaba bajo la sombra de una “intervención humanitaria”. En un mensaje al Congreso habla Mac Kinley de los perjuicios que ha causado la cuestión cubana para el comercio de su nación, de la reconcentración, dijo que no era una guerra sino exterminio.

“Por estas razones y además bajo el punto de vista de convivencia, no creo que será ni discreto ni prudente reconocer, en las circunstancias actuales la independencia de la llamada República”[5].

 

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Engañados por indudables simpatías hacia la nación norteamericana, buena parte de los cubanos confiaban en que la administración estadounidense, representando el sentimiento de su pueblo, sería siempre un aliado honrado que le tendiera su mano amiga para sacarlo de la ominosa condición que le imponía la desacertada dominación del colonialismo español.

“Cuba desesperada buscó ayuda en la guerra remedio de males en el desamparo  mediando su pequeñez  y la fuerza del contrario buscó apoyo en el norte creyendo a los anglosajones justos como su antepasados puso en ellos fe y esperanza”[6].

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Queda claro, como se ha manifestado, que Estados Unidos no prestó ningún auxilio ni apoyo a los cubanos antes de la intervención, por lo tanto Cuba no tiene que agradecerle  a su gobierno la entrada en la contienda cuando el triunfo cubano  era ya incuestionable. La voladura del acorazado Maine en la Bahía de La Habana y la entrada de esta nación en la guerra ayudaron a catalizar el inminente fin del dominio español en la Isla y también el fin del Imperio Colonial Ibérico en América y Asia. Se hacía realidad, en el caso de Cuba y Puerto Rico, la verdadera aspiración de Monroe: “América para los norteamericanos”.

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España se debilitaba aceleradamente en Cuba, los patriotas cubanos golpeaban desde 1895 al ejército español, a los círculos de poder político del norte sólo les faltó preparar  la voladura del Maine y agitar en  la prensa los ánimos a partir del ya mencionado suceso  y de la Carta de Dupuy de Lome. Más tarde vendrá la Resolución Conjunta del Congreso y por supuesto una “guerra relámpago” donde España sale derrotada. A la hora del triunfo no sólo se les prohibió a los mambises  entrar en Santiago de Cuba; sino que tampoco hay representantes cubanos en la Conferencia de París.

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Como parte de la política de ocupación norteamericana dirigida a dividir las fuerzas cubanas y evitar que los mambises  continuaran la lucha se  decide, por parte del Gobierno Interventor,  el desarme del ejército libertador. La Constituyente se vio obligada aceptar la Enmienda Platt para que cesara la ocupación yanqui en la Isla. De este modo los dos órganos fundamentales del pueblo cubano son eliminados, el Ejército Mambí y la Asamblea de Representantes del Cerro, quedando  Cuba definitivamente  desamparada desde el punto de vista político- militar. Así, terminó encontrándose, por tanto, en una paradójica situación: había dejado de ser colonia de España para convertirse en neocolonia norteamericana.

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Muchos de los dirigentes políticos de 1895 dejarán de representar los ideales que enarboló José Martí. Sólo unos pocos alzan su voz  en contra de esta injusta situación. Grandes hombres como Juan Gualberto Gómez, Manuel Sanguily y Enrique José Varona, se pronunciaron en contra de la presencia norteamericana en la Isla. Juan Gualberto Gómez, revolucionario que junto a Martí participó en  el alzamiento de 1895, siendo miembro de la Asamblea, dijo en una oportunidad refiriéndose a la  Enmiendas Platt:

“equivalía  a entregarle la llave de nuestra casa para que puedan entrar en ella a todas horas, cuando les venga en el deseo de día o de noche”[7].

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Sanguily, por su parte, denunció mediante un proyecto que presentó en el Senado de la República durante la sesión del 14 de marzo de 1903 la devastadora venta de terrenos a extranjeros.

“Es fácil notar el número considerable de extranjeros, en su mayor parte americanos del Norte que llegan a La Habana y se derraman por todo el territorio de la Isla, con el propósito de adueñarse de la tierra”[8].

Este proyecto no fue reconocido por el Senado y quedó totalmente olvidado.

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Varona muestras de forma descarnada la caducidad y corrupción del régimen neocolonial, denunciando las flaquezas  de la República. Cuando ocurre la Intervención norteamericana en la guerra que los cubanos sostenían contra la Metrópoli española, Varona creyó, como tantos otros, que ésta injerencia sería beneficiosa para el porvenir del país. Más tarde, cuando vio los perjuicios causados por la segunda intervención cambia de opinión para plantear en 1906

“Cuba no es ya una colonia pero sigue siendo una tierra de explotación”[9].

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La actitud de estos próceres y personalidades públicas representa  la voz casi apagada de los que aún confiaban en las posibilidades del pueblo cubano de gobernarse; la voz que se resiste a la condición de  neocolonia,  consecuencia de los sucesos del 98, que significó la frustración de las esperanzas de ellos y de todo el pueblo de ver a Cuba libre tras largos años de lucha.

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Destrucción del Maine

La disolución del ejército libertador puso fin a la fraternidad que había unido durante la guerra a oficiales y soldados, a ricos y pobres, a pobladores de la ciudad  y a guajiros. Unos vuelve a la buena condición social a la cual habían renunciado temporalmente y otros vagan por las calles sin trabajo. La novela escrita por los más prominentes escritores de principios de siglo pasado   será la encargada de reflejar de forma clara lo sucedido por estos años. Carlos Loveira, quien dedica gran parte de su obra a novelar estos acontecimientos, relata en  Generales y doctores a través  de su personaje principal, Ignacio:

“me parece que no todos los libertadores son del  temple de aquellos viejos, ilustres y generosos de la Guerra Grande, que predicaron y encendieron la Revolución en plena conciencia de su responsabilidad, como el resultado de su pensar inteligente, ni tampoco son de la madera de los hombres del pueblo, sencillo, heroicos, sentimentales, que ha venido al monte sin la más leve mancha de egoísmo en sus almas ingenuas, e inflamados en patriótico misticismo por las prédicas de los ideales conscientes”[10].

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Por otra parte era realmente injusta la situación de los emigrados cubanos que, después de largos años de exilio, regresan a la patria. Como apunta Loveira, muchos de ellos ingresan en las filas de

“los aspirantes a empleo, aglomerados en las antesalas de los nuevos gobernantes, nativos o importados. ¿Sabe usted inglés? ¿Estuvo usted  en la guerra? y como la mayoría contestaba negativamente a la hora de cierre de las oficinas, salían de cada una de ellas medio centenar de desesperados que confiaban su suerte a la tarjeta o carné de recomendación, de compromiso arrancada de algún general o coronel, más o menos jurídico o más o menos especializado en prefectura”[11].

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En Sombras Eternas, novela escrita por Raimundo Cabrera, se encuentran testimonios relacionados con los sucesos más significativos acontecidos en Cuba a finales del siglo XIX. Este autor se  encontraba entre los intelectuales que regresaron  a la Isla poco antes de terminar  la Guerra y pudo describir con total libertad el entusiasmo popular ante el paso de las tropas españolas que se iban retirando de cada barrio de La Habana, así como el grandioso recibimiento a Máximo Gómez. En diferentes fragmentos de la obra se describe la llegada a La Habana de las familias cubanas emigradas, la partida de las últimas tropas españolas y el arribo de los militares norteamericanos que habrían de ocupar la Isla.

“Fue lluvioso y frio el memorable mes de Diciembre de 1898, cuando regresaban empobrecidas, pero alegres, las familias de los cubanos revolucionarios y de los que emigraron durante el gobierno sanguinario del generar Weyler o al anunciarse el bloqueo del puerto por las escuadras de Sampson, y a la par de ellos la llegada también a la Habana de los comisarios y empleados norteamericanos que habían de encargarse de las dependencias del gobierno el primero de Enero de 1899”[12].

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Otro de los  fragmentos de la citada obra refleja el sentir del pueblo ante la retirada los últimos indicios de  dominación española  proceso develado por la aguda pluma de Raimundo Cabrera.

“No se gritaba, ni siquiera se hablaba en voz alta. El mismo silencio se observada en los espectadores que llenaban las azoteas los balcones y ventanas de los edificios cercanos del litoral unos rostros reflejaban la congoja interior otros el asombro de la realidad de aquel desenlace; otros mostraba la satisfacción del triunfo, otros que no  hablaban lamentaba la derrota y los vencedores se sentían con la duda y la incertidumbre del mañana”[13].

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Con irónica sagacidad Cabrera muestra como los instrumentos  de la colonia se van infiltrando en la Junta patriótica, el puente entre el antiguo régimen y la ocupación norteamericana. Los integristas y voluntarios se truecan en  cubanos, y algunos de los propios  artífices de la independencia van entregando, por dinero, la República a los amos de la Excolonia. La mención de españoles antiguos integristas y que en la República se las dan de patriotas se expresa en este diálogo de la Obra mencionada:

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-“A ese miserable  lo conozco bien, tan integrista español antes, es ahora, como los dos cocheros, de los que gritan ¡Viva Cuba libre!, se ponen una bandera con estrella y no evacuan”[14].

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Son éstas palabras del cochero Juan, refiriéndose a uno de los pasajeros (Gayetano) que se niega a pagarle. Cuando el cochero le  recuerda haberlo visto brindando junto a los  voluntarios al caer Maceo el pasajero, decide dejarle las dos pesetas. También se tienen al bodeguero Don Pánfilo, antiguo voluntario y ahora amigo de Juan, relación que beneficia recíprocamente ambos, a Pánfilo le permite mantener oculto su funesto pasado y a Juan de vez en  cuando le provee de alimento fiado  para mantener a las infelices concentradas que alberga en su casa. Tanto el abogado Gayetano, los dos cocheros  españoles, como el “generoso” bodeguero Pánfilo son rezagos de la colonia que la Revolución no extirpó, sino que se prohijaron; aparentemente se metamorfasearon, pero son los mismos en todas las épocas.

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En cuanto a la mencionada novela de Carlos Loveira, Generales y doctores, se tiene  la cuestión de los “nuevos patriotas” que se apoderan de los mejores puestos durante la República. En este sentido Ignacio reflexiona:

“creo que hay mucha gente de ideas y aspiraciones mezquinas entre nosotros. Aquí tienen a Cañizo. Después de cansarse de decir que la República seria un Haití, una merienda de negros y qué se yo cuántas cosas más, la leva de la Invasión  lo encontró en su finca, se lo llevó, y ahora es mas ultramundano que el Papa. No hace más que limpiar las estrellas, escribiendo fabulosa hazañas en un gran diario de campaña e inflar discursos de suicida espartano. Con el último grado, Cañizo será Teniente Coronel, y creo que con menos derecho que el que tengo yo para el de Capitán… doctores que vinieron conmigo, o en otras de aquellas expediciones de última hora, que sin más ni más, a los cinco meses de manigua pacífica, se hacen llamar coroneles y generales”[15]

 

No hay dudas, como señala Félix Lizaso,

“en 1899  al cesar  la dominación española después de la más devastadora guerra de independencia emancipadora éramos un pueblo en ciernes pequeño, miserable, famélico nuestra única fuerza es nuestra esperanza, unido a una firme y enérgica determinación de durar y vivir”[16].

Vino la Enmienda Platt a mediatizar la República en tanto concedería el derecho al gobierno norteamericano a intervenir en los asuntos de Cuba cuando lo creyera necesario. Se imponen tratados generadores de dependencia económica que influyen notablemente en la forma de pensar y en la conciencia del cubano de la época. El paso a la República fue pronto el del bienestar personal y la ausencia de preocupaciones morales. A los pocos años de establecida la República, ya se veían claramente que los móviles reveladores de Martí y de los patriotas que lo acompañaron no eran los mismos que los de algunos  cubanos que lo habían seguido, y no eran sobre todo, los que iban a primar después. Como resultado de largos años de lucha emancipadora el pueblo cubano sólo lograba aquella libertad mediatizada, reinando  la preocupación por  el destino nacional.

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En estos momentos existía una situación: los cubanos  habían entrado en una nueva fase como nación, libres de España pero sin un proyecto rector que los guiara en las vías de la dependencia o la independencia ante un factor gobernante distinto.

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En medio de esta situación tuvieron lugar en 1900 las primeras elecciones para cargos municipales  de la República donde el voto quedaba restringido a aquellos cubanos que supieran leer y escribir, a los que tuvieran por lo menos $250.00 de capital en propiedades o hubieran servido con las armas a la Revolución. Más tarde el General Wood obró en función de privilegiar la elección como presidente a un político que consideraba en sus cálculos fácilmente manejable y por lo demás, afín a los norteamericanos. Como efectos de tales manejos asumió la presidencia, el 20 de Mayo de 1902, Tomás Estrada Palma. Su gobierno tenía fama de buen gobierno en opinión  de la clase conservadora que concebía democracia a la ausencia total del Estado en los problemas básicos del país. La “virtud doméstica” era la mejor defensa contra la Enmienda Plan, para Estrada Palma el  intervencionismo norteamericano era elemento fundamental para estimular el buen gobierno de la nación en su función “moralizante”.

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Antonio Maceo junto a otros líderes

En este, su primer período de mandado, se verán una estabilidad y bonanza económica relativas. Los fondos del bien administrado tesoro público aumentaron, los ingenios  crecieron en número y capacidad. Este clima de  seguridad propició las inversiones extranjeras sobre todo del capital norteamericano al tiempo que engrosaba la corriente inmigratoria, con una política de brazos abiertos al extranjero y de olvido para los cómplices de la opresión colonial. Inmigrantes españoles, en su mayoría jóvenes, llegaron a la Isla. Esto tuvo repercusión inmediata en la clase trabajadora que culminó, apenas seis meses después  de asumido el  poder  el primer gobierno de la República, con la huelga de los tabacaleros que pedía la prohibición de emplear aprendices españoles en la fábricas pues desplazaba a los trabajadores cubanos.

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Sin embargo a pesar de la “austeridad” del gobierno de Estrada Palma poco se hizo para mejorar las condiciones de vida del pueblo. La ausencia de una política social y económica caracterizó el período. A pesar de ello Estrada Palma se sintió seguro para promover su reelección al cargo y con la ayuda del fraude y de la influencia de los funcionarios que  lo rodeaban decide postularse esta vez como candidato por el  Partido Moderado el cual reunía elementos conservadores y ultraconservadores provenientes del disuelto Partido Republicano que había sido su instrumento político para el pasado triunfo en las elecciones de 1902.  Todo ésto desató una violenta reacción entre los seguidores de José Miguel Gómez que integraban el Partido Liberal. Decidido Estrada Palma en su propósito creó el “Gabinete de Combate” que, valiéndose del sistema de cesantía, operó contra los partidarios de la oposición. Sojuzgó a los empleados públicos y los obligó a votar por su gobierno. Dentro de éste contexto muchos ayuntamientos fueron intervenidos y se procedió contra varios alcaldes.

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Los excesos del gobierno provocan el Alzamiento liberal de agosto de 1906  protagonizado por José Miguel Gómez y sus seguidores. De este modo se producen alzamientos en Pinar del Río, Las Villas y en La Habana lo cual hace más difícil la situación para el gobierno. Estrada Palma, lejos de llegar a un acuerdo, decidió hacer uso del artículo tercero de la Enmienda Platt que le daba derecho a Estados Unidos a intervenir en los asuntos internos cubanos cuando la situación en Cuba pusiera en peligro las vidas y los intereses extranjeros. Solicitada la intervención norteamericana  el presidente cubano abandonó el poder dejando en el tesoro $13, 625, 539, 65[17] cifra considerable si se tiene en cuenta que el país  había sufrido las consecuencias de la Guerra de independencia y apenas se recuperaba de los estragos. Esta  herencia se vería reducida a $ 2, 809, 47608[18] con la complacencia de Mr. Magoon quién gobernará la Isla durante la segunda Intervención. Su gobierno se caracterizó por el derroche y el peculado al poner de manifiesto una marcada  carencia de sentido democrático. Prohibió la reunión del Congreso y anuló elecciones, encarceló, indultó, comportándose como un verdadero dictador.

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Es necesario advertir que la Segunda Intervención unida a la  Enmienda Platt y a la Primera Intervención Militar, dejaría una profunda herida psicológica y moral en el pueblo cubano. Un sentimiento de total  dependencia se había  alojando en la vida espiritual de la mayoría  al extremo  que los futuros  aspirantes al poder se veían obligados a anteponer el visto bueno del gobierno norteamericano a la conquista del voto electoral. Una vez en el gobierno, al presidente también habría de preocupar más la aprobación de Washington que la de sus propios conciudadanos. Algunos hombres que antes accionaron en virtud de la independencia ahora convertidos en políticos, estuvieron dispuestos a solicitar la intervención y, Estrada Palma prefirió entregarle el poder a un gobierno interventor antes de llegar a un acuerdo con los liberales.

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Capitana Mariana Grajales

Los liberales de la facción de José Miguel Gómez, con gran habilidad, se  aprovecharon del descrédito de una parte de los moderados que querían la prórroga de Estrada Palma y logran el ingreso a sus filas[19] de un gran número intelectuales.  Así se inicia la acelerada lucha política que dividirá la República durante un cuarto de siglo en dos bandos bajo el caudillaje de Menocal, de José Miguel Gómez  y Machado.

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En las elecciones realizadas en 1909 triunfan los liberales y llega a presidente José Miguel Gómez el 28 de enero de 1909. Durante este gobierno el pueblo pensó ver   realizados  sus anhelos de  independencia y democracia, algo que, en  realidad, no sucedió. Los liberales le dan una tónica criolla a su gobierno: el compadrazo, el desorden y la indecisión  imperaban en una verdadera orgía de corrupción. José Miguel Gómez, se ganó el mote de “tiburón que se baña, pero salpica” debido a sus continuos fraudes políticos de tal envergadura como el de la desecación  de la Ciénaga  de Zapata.

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Novelistas de la época, como Miguel de Carrión, se esforzaron por denunciar en la prensa a través del artículo la precariedad de las instituciones gubernamentales en la República algo que luego llevará al plano de la ficción narrativa “no existen en Cuba una verdadera organización social, y las instituciones sociales y políticas que nos rigen están confeccionadas de prisa sobre moldes suministrados por otros pueblos y adaptados a nuestras necesidades. De ahí que los gobiernos sean inseguros, faltos de apoyo”[20].

Refiriéndose a Hispanoamérica afirma Carrión que en  estos pueblos el turno de los partidos solo ha servido para  alternar el orden de administración, aunque cambien los principios y los procedimientos “nuestro carácter político – dice- viene dado por la escasez de población, a la desigualdad en la distribución de nuestras riquezas. Por varios años nuestras riquezas han estado en manos de los españoles o de los cubanos  descendientes de ellos. Ya hoy  los norteamericanos”[21]. Aquí muestra Carrión  el problema fundamental de la Nación: la ausencia de capital nacional, de burguesía nativa fuerte que hiciera frente al  capital norteamericano. La política, por tanto, era el único medio que le quedaba a esta burguesía naciente para enriquecerse situación que lleva a un divorcio  entre los intereses de los gobernantes y las aspiraciones de su pueblo. Carrión al hacer alusión a este problema dice: “Es igualmente indudable que los grupos directores de nuestra política -que no son de nuestra sociedad- han vivido desligados de los verdaderos intereses del país y no pueden, por tanto, asumir con justicia su representación. La dos  agrupaciones políticas cuyo programa, hombres y aspiraciones no se diferencian del resto de la sociedad cubana no pueden hacer suyos la causa cubana ni obtener beneficios alguno de la victoria de un partido”[22].

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Así, en la dinámica y avatares de la vida política cubana en la elección de 1912 gana la candidatura del Partido Conservador liderada por Mario García Menocal quien, por sus vínculos personales con el gobierno de Estados Unidos y sus intereses dependientes a una poderosa empresa norteamericana, era bien visto por la diplomacia del Norte. Durante su administración nada se realizó a favor de la República. El manejo de la Lotería Nacional al servicio del fraude, de la corrupción política y la proliferación del juego ilícito acentuaron su deterioro. Influido por ésto y por muchos otros factores las elecciones de 1914 fueron adversas al Partido Conservador. Temiendo perder el poder se aseguran en la idea de la reelección propugnada con fervor  por Ricardo Dolz, la prensa reaccionaria y sus amigos. Enrique José Varona y José J Maza y Artola fueron de los pocos que se oponen a la reelección.

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Los liberales estaban divididos por medio del “cooperativismo”, donde figuraban los “asbertistas” al lado del Partido Conservador, los “zayistas”, con Alfredo Zayas, los unionistas, con Machado y Mendieta y un reducido grupo denominado “Unionista”, con José Miguel Gómez. Finalmente se ponen de acuerdo en postular a Zayas y Mendieta. Desde el inicio sucedieron choques entre ambos grupos lo que lleva el gobierno a nombrar supervisores militares. Los fraudes, las presiones y los abusos se generalizaron votaron más  electores de los que aparecían censados en 1909. Se produjo el llamado “cambiazo”. En la Secretaría del gobierno se cambiaron las boletas y documentos que daban el triunfo a los liberales. Quedaron elecciones completamentarias a realizar y el gobierno las garantizaba con tropas y otros excesos de fuerza. Dolz manifestó con prepotencia que ganaría las elecciones de cualquier modo. En una conferencia publicada en el diario La Discusión  declaró: “lucharía con tanto ardor y coraje que seguramente dejaría una marca en nuestra electoral historia. No se mataran los presidentes de nuestras mesas electorales y si el caso requiere, esto ocurrirá con los del bando contrario”[23].

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Ante la posición amenazante del candidato conservador, los liberales responden con una insurrección iniciada en febrero de 1917. Se producen alzamientos en Las Villas, Pinar de Río, La Habana y Matanzas. Los liberales caracterizados eran perseguidos por las autoridades del gobierno y sus hogares invadidos por lo cual se vieron  obligados a buscar un lugar seguro donde ocultarse. Muchos salen del país  por temor a la gran represión. A los integrantes  del Partido Liberal no les quedó más remedio que proponer una comisión norteamericana para supervisar las elecciones. El ministro norteamericano, en los primeros momentos, pareció estar de acuerdo con lo realizado por el Gobierno y comenzada la agitación presionó públicamente a los opositores para que se sometieran. El Ministro de Estados Unidos declara el 13 de febrero que el gobierno de este país otorga su confianza y apoyo únicamente a los gobiernos establecidos por medios constitucionales y legales, no reconociendo así lo que lleguen al poder por revoluciones. No obstante que los liberales enviaron una comisión compuesta por Orestes Ferrara y Raimundo Cabrera a Estados Unidos para que intervinieran supervisando las elecciones  y que Alfredo Zayas celebró en la Capital varias reuniones  con el Embajador norteamericano con tales propósitos, el gobierno de Washington apoyó a Menocal.

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La novela, como siempre, se encargará de recrear con extremo cuidado estos acontecimientos. Mis malos tiempos, novela escrita por Raimundo Cabrera, refleja los sucesos de febrero de 1917 con sus causas y efectos. El autor explica además su participación ocasional en ellos formando parte de la Comisión Liberal que partió hacia los Estados Unidos con el objetivo de dar a conocer la situación en la Isla y evitar una revolución. Su labor se vio en ocasiones entorpecidas por los acontecimientos en Cuba y por la “imparcialidad” del gobierno norteamericano en el conflicto. Relata en la novela citada cómo el gobierno Conservador para asegurar el triunfo indultó un buen número de criminales y presidiarios para enviarlos a los sitios donde se realizaban  las elecciones con intenciones de sembrar el temor entre los vecinos liberales y retraerlos de acudir a la votación.

“Trasladó a los empleados de correos y telégrafos que ejercían de antiguo está profesión en los pueblos de la elección y los sustituyó por otros de confianza… los colegios rurales se situaron en lugares casi inaccesible, cercanos de bosques, lejanos de las poblaciones y se rodearon con líneas de soldados que impidieron el acceso a los electores”[24].

Como se percibe en esta obra, el gobierno de Menocal se valió de toda artimaña política para evitar el incuestionable triunfo de la mayoría liberal. Por su parte el gobierno norteamericano apoyó la reelección. Como expresa Raimundo Cabrera

“el país de Washington y Lincoln emancipado por la revolución le negó el derecho a ella a un país protegido donde la usurpación y la fuerza imperaba”[25].

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Todos estos conflictos  culminaron con el triunfo de Partido Conservador y la permanencia en el poder de Menocal en su segundo período de mandato denominado por los obreros huelguistas el “Káiser” de Cuba debido a sus maneras de dictador.

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El desarrollo de la economía, por su parte, se produce de manera anormal por causa de las inversiones de capitales norteamericanos, especialmente destinados al sector azucarero. Tal proceso fue estimulado por el lucro fácil y creciente que propiciaban las condiciones internacionales creadas por la situación extraordinaria derivada de la Primera Guerra Mundial, iniciada en 1914, que redujo progresivamente la producción de azúcar en Europa y dificultó, por causa de la escasez y trastornos del transporte, el suministro de este producto desde ciertas zonas alejadas del Océano Atlántico. Esto explica las inversiones realizadas a partir de 1915 y el proceso de especulación en que se lanzaban los intereses estatales y privados de Estados Unidos con éste producto cubano, en detrimento de los  intereses nacionales  y en alianza con los hacendados cubanos. El cese de las operaciones militares por el armisticio del 11 de noviembre de 1918 representó un freno súbito a la especulación azucarera causa  aparente de la crisis del mundo capitalista y que por su puesto afectaría  a Cuba que tenía una economía supeditada a estos cambios.

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Como describe Julio Le Riverend  en su obra La República dependencia y revolución durante 1920 comienza un proceso deflacionario caracterizado por la baja del azúcar extendido a un  segundo momento desde 1926 hasta 1929 caracterizado por niveles descendentes de precios y exportaciones. Esta crisis tiene su base en una economía dependiente de la norteamericana y en el comercio exclusivo de azúcar. Es necesario advertir que en los años precedentes se habían realizado grandes inversiones azucareras y la banca había desarrollado una política aventurera de financiamiento a corto plazo y al iniciarse la baja del precio del azúcar entraría en una gran crisis que,  de no haber estado sometida a la política de Estados Unidos hubiera salido con éxito. Fue la oportunidad de los bancos extranjeros para eliminar la banca cubana nacida de la especulación.

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Por supuesto la literatura se ocupará de reflejar la situación nacional con el propósito de lograr un diálogo e influir en la realidad. Ejemplo de ello es la existencia de una novela poco conocida,  publicada en 1923 en Hamburgo, Alemania, que se titula La danza de los millones escrita por el venezolano Rafael A Cisneros. Este autor inmerso en la coyuntura de la Primera Guerra Mundial, más interesado en desarrollar una polémica que en crear una obra literaria con aspiraciones artísticas, critica el espíritu derrochador del cubano como una de las pautas de la inestable situación económica y social del país

“cuando cualquier obrero de La Habana, gastaba pesos, y más pesos en todo un programa de báquicos placeres, que empezaban con el clásico paseo en fotingo y terminaba en las lúbricas y canallescas escenas de la histórica callejuela de San Isidro”[26].

Cisneros trató de novelar aquel período de tan sólo dos o tres años de duración en que los guajiros repentinamente enriquecidos iban a la joyería a comprar libras de perlas como si se tratara de arroz. El autor  expresa al respecto;

“el obrero era el rey y el amo; orgulloso andaba por las calles con su tabaco en la boca y sus billetes en la bolsa. Había que suplicarle para obtener su concurso y estaba de moda entre ellos el hacer rabiar a los ricos abandonando los trabajos, por encontrar sobradas contratas en todas partes y a precios de locura. De la noche a la mañana surgieron en toda la isla millonarios, capitalistas, caciques populares y una millonada de propietarios de cuño, que no sabían ponerse la corbata, ni siquiera llamar por teléfono a sus amigos de cumbancha danzarina”[27].

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La novela es un tanto alegórica, su protagonista se llamaba Liborio, un colono cuya hija quiere raptar Don Luís, el poderoso administrador del central “El Ceibo”. Este último, integrante de “la aristocracia de arriba”. Liborio y los suyos son, para el autor, la Cuba de verdad, la Cuba honrada y fuerte, la de 1868 y la de 1895. El administrador se venga de la resistencia de la joven incendiando la siembra de caña del colono. Liborio es un liberal activo de los que participaron en la guerrita de febrero de 1917 junto a José Miguel Gómez. El doctor Albano, político liberal, defiende la causa de Liborio y lo conduce al Palacio Presidencial para que Menocal resuelva la cuestión. En tanto los periódicos anunciaban la repentina subida del azúcar a veintitrés centavos libra y el administrador  se vio obligado a pagar a Liborio la impresionante suma de cien mil pesos  por su colonia; el doctor Albano recibe  una comisión de veinte mil pesos. Así eran los negocios en la Cuba de entonces. Así, lo refleja la novela.

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Había en Cuba una prosperidad increíble, los cubanos al principio confundidos venían a la capital con los bolsillos “cargados de oro” para disfrutar de las riquezas que le había proporcionado aquellos acontecimientos ajenos y lejanos. Muchos pensaban que les había llegado el momento de resarcirse tras largos años de colonialismo español y tras lustros de frustraciones republicanos. No pensaban que la bonanza podría terminar. La Habana abarrotada de viajeros, de los puertos salían los buques  cargados de azúcar para el Norte. Mientras una guerra mundial descarnaba las naciones en Europa, en Cubita reinaba el carnaval de la locura y la risa.

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De súbito, se produce en  la Bolsa de Nueva York un baja vertical del precio del azúcar y los norteamericanos se rehúsan a comprar la zafra. El Banco Nacional redujo primero y suspendió luego los pagos. Las instituciones bancarias que habían comprado el azúcar a dieciocho centavos quebraban. A mal tiempo buena cara,

“a pesar de la fiera crisis que ahora azotaba a Cubita la bella, no faltaban en los rotativos estupendas caricaturas que hacían morir de la risa al que en ellas ponía sus ojos”[28].

Mientras tanto las campañas políticas proseguían y los liberales con su tradicional “ae, ae, ae la chambelona”.

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Al concluir el período de “las Vacas Gordas” Liborio queda en la ruina mientras Bibiche, el asistido de su mujer, llega a convertirse en un  triunfador porque había mantenido su tierra y dedicado a los cultivos menores. La novela, en general, alude a la época  laboriosidad que se le atribuye al cubano “amante del placer y el desorden”. Aunque no percibe la causa de los males del país en el neocolonialismo (en ésto se queda en la superficie) analiza jocosamente las artimañas del ambiente político. Con ingenua  intención moralizante ofrece, de forma nueva, un pasaje inolvidable de la existencia nacional.

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El 20 de mayo de 1921 llega a la presidencia Alfredo Zayas. Durante su gobierno se acentuó la degradación de la República con una administración que contribuyó aún más al intervencionismo norteamericano y la penetración económica del capital extranjero. Zayas será el autor de escándalos tan recordados como la adquisición del Convento de Santa Clara que producirá la Protesta de los Trece protagonizada por Rubén Martínez Villena el 18 de Marzo de 1923. En esta ocasión Villena condena la adquisición de este Convento por parte de Zayas a un precio sumamente excesivo en momentos en que la economía cubana se encontraba en sus niveles deflacionarios más bajos.

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Dentro de este contexto, las novelas de Miguel de Carrión vienen a reflejar la irrupción del capital yanqui y sus consecuencias.  Ello salta a la vista por ejemplo en Las Honradas en cuyas páginas  dos de sus personajes: Joaquín y José Ignacio conversan sobre esta cuestión:

 

-“Hace años que trabajo casi siempre para compañías extranjeras productoras de azúcar… en primer lugar, ellos son dueños de todo: suelo e industria. Nosotros se lo abandonamos de buen grado con tal que nos dejen la política y los destinos públicos; es decir, el camino del fraude y de la vida con poco trabajo. En cambio ellos, los productores nos desprecian profundamente ¡El caso de toda la Ciénaga  latina! mientras roemos el hueso el verdadero explotador, que no es cubano, se come la masa”[29].

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Este fragmento muestra la inconformidad de la pequeña burguesía cubana ante el dominio del capital estadounidense dueño de las mejores riquezas del país. Más si se prosigue  en la lectura del mencionado diálogo se encuentra nuevamente a los  “generales y doctores” que inundan y corrompen la actividad política beneficiándose a su antojo.

 

-“¡Y qué  clase de zánganos! –exclamo José Ignacio- matones más cobardes que gallinas que viven de la leyenda de su valor propugnada por ellos mismos, revolucionarios del 98, que no se dieron cuenta entonces de que la revolución existía: soldados libertadores que no olieron jamás la pólvora y que cobraron por sorpresa  haberes que no les tocaba. ¡Los que más gritan! ¡Una hermosa colección de sinvergüenzas! Conozco uno, que fue traidor y espía del gobierno de España, y da ahora patentes de patriotismo a sus amigotes, desde la elevada posición que ocupa. Otro no menos encumbrado, fue a verme al concluir la guerra y trató de estafarme con no se qué historia de socorro a los libertadores. Tenía un mote raro algo como Congo o Songo… Ustedes lo conocen bien, lo nombró porque es todo un personaje”…[30]

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Sin duda José Ignacio se refería a Mongo Lucas  uno de los “héroes” de la guerra que se aprovecha de sus apologéticas historias inventadas para vivir de su mal ganado grado de Teniente Coronel, un parásito de la vida pública cubana. Su nombre es mencionado en las dos novelas de Carrión pues en Las Impuras será el esposo de Susana, una de las hermanitas de Joaquín. Aquí aparece convertido en tirano de su esposa obligándola a entregarse por dinero a un personaje del gobierno de turno para  calmar su avidez política y obtener colecturías.

 

-“Lo harás- dice Mongo Lucas a Susana-en primer lugar, porque me da la gana, y después porque es preciso ¿crees tú  que se puede gastar lo que gastas y vestirte como te vistes con cuatrocientos  pesos de sueldo?… Jiménez  es un hombre serio, que no te comprometerá, y es además el único que me protege… ¡tú sabes que te conozco demasiado para que me engañes con hipocresías!”[31]

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Para las personas que lo conocían Mongo Lucas era

“-¡un genio, hija mía! ¡Un hombre potente y magnífico! ¡Una de las más sólidas  columnas de nuestra República!, fundada ¡con todos y para todos! El coronel Mongo Lucas elevadísimo funcionario de nuestra administración no es un ser humano es una institución, es casi la patria… solo que probablemente no es coronel, y tal vez tampoco, se llame Mongo Lucas”[32].

Eso dice, irónicamente el personaje de Rigoletto, un “vividor” de la política de la época.

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Carlos Loveira en su novela Generales y doctores también menciona a estos generales de nuestra historia que persiguen limpiar su imagen durante la República. El Nene, conforme a Mongo Lucas, antes de la guerra: timador, pendenciero y jugador, después de ella sale lavado de toda culpa se ha enriquecido con el solo anhelo de satisfacer deseos innobles, y para hacerlo no ha tenido escrúpulos en contribuir a la corrupción del medio en que vive:

 

-“Hombre, sino que exageras. El Nene fue a la guerra, chico. Es veterano”.

-“Precisamente en vez de ennoblecerse, con ser  veterano, se ha envilecido. Porque ha explotado su veteranismo para mantener vivos los vicios de la colonia. Además, y sobre todas las cosas. Es un burro”[33].

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Junto a estos generales están los doctores que colaborarán en la “gestión política” de la república:

 

-“¿Yo? Doctor. Pero doctor de los que ejercen  el doctorado. Lo que hay que hacer es acabar con todos estos doctores que en su vida han curado un enfermo, ni defendido un solo pleito y a cuenta del título todo se lo cogen en colaboración con lo generales. Aquí, si no es el  General don Fulano, tiene que ser Doctor don Zutano, sino  el General y Doctor don Mengano. Por más que se habla mucho del trabajo, y se ha dicho y repetido que la República será agrícola, o no será, todos siguen haciendo doctores de sus hijos. Y como estos señores monopolizan la ciencia, la intelectualidad, la superhombría, resulta que en todo se meten y todo se lo cogen, y a los otros solo nos queda el contemplar como los generales de oficio y los doctores sin clientela se disputan la presa, a veces con desesperaciones revolucionarias”[34].

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De forma no sólo implícita está presente en las novelas de los escritores de la Primera Generación Republicana el origen de los males cubanos: el neocolonialismo nacido como consecuencia de los sucesos del 98  y la frustración de los ideales independentistas. Los periódicos, afirma Carlos Loveira, sólo informan de los que han hecho el General Montalvo lo que opina al Doctor Zayas, la entrevista con el General y Doctor Freyre de Andrade y sobre el viaje del General Gómez.

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Las elecciones durante la República se convierten en un verdadero negocio y la Novela dará prueba de ello. En Las Impuras el personaje de Rigoletto era el encargado de mistificar el censo para lo cual poseía una extraña habilidad en una oficina electoral, y gracias a eso, vivía. Era una misión “alta y noble” la suya; restringía el sufragio; contrarrestar el poder de la democracia. Su trabajo era solo en período electoral, y el resto del tiempo se lo pasaba cobrando su sueldo sin hacer nada.

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Buena parte de la juventud cubana sólo veía  en las elecciones mera diversión ¡huelga patriótica! hacían  campaña electoral bebiendo y riendo:

“¿cómo queréis  que sea  una juventud donde la inmunidad parlamentaria ampara el delito común, el indulto vacía las cárceles en los días de  elecciones, el hombre de elevada posición social asesina en  plena calle, sin perder por eso la consideración de los demás y todo el mecanismo democrático para la renovación del poder se apoya en el matonismo y en el duelo?”[35].

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Sin embargo, para otros jóvenes como Angelín Sarmiento el proceso eleccionario pasaba inadvertido:

 

“-¿Que tal  las elecciones? ¿Viene usted  de votar?- le dijo Rogelio después de varios saludos.

El otro hizo un gesto de asco como si la pregunta hubiera sido ¿Sale usted de la letrina? y se apartó un poco antes de responder.

– ¡De votar! ¡Nunca voto! ni siquiera estoy inscrito como elector… le dejó el cuidado de salvar la patria esos “ciudadanos” que van ahí”[36].

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Éste era el gesto de púdico retraimiento con el que los cubanos que producen  se apartan de la podredumbre comicial y política escandalizados de los que se creyeran capaces  de votar. La élite adinerada veía al voto como algo inmoral y repulsivo sólo deparado para los que como Rigoletto viven de la política. Angelín  Sarmiento forma parte de la juventud carente de principios, dominada por el sensualismo y la ostentación de la cual se nutre  “la mala vida cubana”.

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El problema de la intromisión del capital norteamericano en la economía nacional  se plantea con constancia en la obra novelística de Carrión. En este sentido el español asentado en Cuba que tiene su espacio en la obra a través del rico almacenista peninsular dueño de la casa donde vive Teresa,  declarara al respecto:

“soy extranjero y no puedo hablar. Pero mis hijos son cubanos, y no intervienen en estos asuntos ¡que han de intervenir! Los elementos serios del país se echan a un lado y dejan que la canallada siga… ¡Por eso van las cosas como van! ¡Y los yanquis relamiden a su gusto!”[37]

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En el fragmento anterior se ve el problema de la intromisión norteamericana ligado a la falta de civilismo de las instituciones cubanas. Carrión se pregunta: ¿cómo es posible que habiendo en su pueblo innumerables hombres inteligentes, cultos y probos sea tan escaso el número de los que se distinguen por su honradez al frente de los intereses públicos? Para algunos Los  Liberales eran sencillamente unos ladrones sin escrúpulos y para los  otros, los Conservadores pretendían erigirse en casta privilegiada amenazando hundir el País en el seno de una oligarquía desprovista de verdadero patriotismo.

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La mentalidad popular, por su parte, estaba permeada por la idea de que todo lo civilizado viene de Estados Unidos y que los cubanos eran incapaces de resolver sus propios problemas sin la intervención de este “humanitario vecino”. La frase de Rigoletto que sigue a continuación evidencia de manera sarcástica este asunto:

 

“-¡Me parece bien! Es el segundo paso dado para civilizarnos. El primero se lo debemos a los americanos, que nos enseñaron a usar el inodoro, aunque parcialmente, pues se nos olvida algunas veces tirar de la cadena”[38].

 

También Carlos Loveira en su obra Juan Criollo acusa las veleidades de los gobernantes que han hecho de la política un camino para escalar en la sociedad.

“-Pero si es lo que he dicho siempre, compadre. Para asegurarse tienes que hacer política. Dicen que en España el hombre pobre y emprendedor no tiene más camino que el teatro y los toros.  Pues, en Cuba, la política”[39].

Juan, el personaje principal de esta Obra,  entrará en la política y el periodismo ambas actividades a la vez, sin conciencia de clase. ¿Podría esperarse de él otra cosa que del aprovechamiento político?  El diálogo con su amigo Julián prueba lo dicho:

“- Y ahora se puede decir que has triunfado.

– Si, criollamente.

– Cómo debía ser, no vivimos en Cuba; entre criollos y ahora; cuando venga la necesidad de reacción; cuando llegue el inevitable momento de regenerarnos…

– ¡Que vengan mas regeneraciones! Ahí nos las den todas”[40].

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No cabe duda que Juan es reflejo de la degradación moral e ideológica de la sociedad neocolonial. Representa la psicología del cubano (o al  menos de algunos de ellos) y de la sociedad, que tienen los mismos defectos. Ello queda explicado por el novelista al final de la obra citada cuando el protagonista alcanza una posición privilegiada y un alto estatus social todo ello gracias a su “patriotismo” y al aprovechamiento político:

“Cinco años después, Juan Cabrera lleva cuatro de representante, y comienza a meter el pie en el Senado. Tiene tranquila la conciencia, porque manda media colecturía a Pito; le paga una casita a Petra y tiene al antes olvidado hijo pardito en un negociaso de obras públicas. Tiene a Julita, con cuenta abierta en El Encanto, encantada de la vida. Al nene, finalizando el bachillerato y en la YMCA, dando y recibiendo puñetazos y estocadas. Tiene una rubita de cutis de rosa y formas delicadamente modernistas, en casa de dos pisos con piano y criado, allá por el ensanche de La Habana. Visita una casa de frescos y sabrosos bocados nocturnos, por allí por el malecón. Tiene acciones, colonias, tiempo para hacer literatura y diez casas propias, una de ellas, la magnífica en que vive, comprada al doctor Roberto Ruiz. Tiene un solitario de mil pesos, dos maquinas en su casa número uno, y otra en el ensanche; diez mil billetes de libre tránsito y cincuenta “fluses” de dril número cien”[41].

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Los novelistas mencionados a través de sus obras no van, en el plano de los valores literarios, más allá de una medianía más bien discreta. Sin embargo Cuba, necesitaba –el lector cubano reclamaba- de cuanto ellos escribieron para encontrar una vía adicional, alternativa, de información acerca de cuánto estaba sucediendo dentro del país real, en la vida socio-política del cubano:

Dependencia económica y política de una potencia extranjera (Enmienda Platt); geofagia de los nuevos amos; postergación de muchos de los hombres que compraron la patria con su sudor y su sangre; arribismo político: componendas electoreras; falsas ilusiones de los sectores mayoritarios del cuerpo social en lo tocante a un futuro mejor; falta de civismo; corrupción administrativa; caudillaje en todos los niveles de la práctica política, fraude y peculado administrativo aunque ello no impide que otras cuestiones menudas propias de la vida cotidiana de las familias también se aireen en las páginas entregadas al lector por dichos escritores lo cual les lleva a reflejar, al compás de la narración creencias religiosas; comportamientos conyugales, vida galante; lacras sociales; conductas propias de una moral burguesa-patriarcal todavía en este caso herencia de la colonia, sin que falte la exposición o el reclamo de alguno que otro proyecto regenerador.

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Sin duda  alguna  la  novela escrita por estos años en Cuba  dirigida  a la denuncia social se convierte, es más, impone al lector, además del disfrute de las  peripecias  y acciones de los personajes, el documento histórico y la acción, pero esta vez de denuncia de los hechos que tienen lugar en el seno de una sociedad: la cubana, y de las posibles consecuencias de éstos para el futuro. Por todo ello  se pueden  considerar a estas novelas como testimonios de una época difícil y contradictoria dentro de la vida económica, socio político e ideológico-espiritual de este país. No  queda duda entonces  que su lectura contribuyó en su momento – como seguramente contribuye en la actualidad -a enriquecer, en función de matices interpretativos, cuanto suelen plasmar en sus páginas los textos destinados a recoger, informar y explicar el desarrollo de la Historia de Cuba.

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32-  Roig de Leuchsenring, Emilio. Los Estados Unidos contra Cuba republicana. La Habana, 1960.

33-  Varona, Enrique José. Artículos. Publicaciones de MINED, Dirección de cultura, La Habana, 1951.

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NOTAS

[1] Collazo, Enrique. Los americanos en Cuba. Imprenta C Martínez, La Habana, 1905. p 4

 

[2] Ibídem. P 23.

[3] Ibídem. P 29.

[4] La Carta de Dupuy de Lome,  embajador  de España en Washington,  dirigida a Canalejas había sido sustraída a este último por un joven cubano, Gustavo Escoto, quien poco relacionado con la Revolución, anduvo buscando recursos para salir de La Habana a Nueva York. Cuando llega a ésta ciudad contacta con la delegación cubana  y entrega la Carta a Don Tomás Estrada Palma, quien le da publicidad. El Sr. Dupuy de Lome reconoció La Carta como suya, y se retira de Washington. La campaña de prensa que se desató en torno a este documento transformó la opinión de De Lome sobre Mc Kinley en un insulto a la nación norteamericana.

[5] Collazo, Enrique. Obra citada. P 110.

[6] Ibídem. P 14.

[7] Bueno, Salvador. Historia de la Literatura cubana. Editorial Pueblo y Educación, La  Habana, 1963. p 51.

[8] Ibídem. P 23.

[9] Varona, Enrique José. Artículos. Publicaciones del MINED. Dirección de Cultura, La Habana, 1951. p 16.

[10] Loveira, Carlos. Generales y doctores. Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1962. p 268.

[11] Loveira, Carlos. Juan Criollo. Editorial Arte y Literatura, La habana, 1974. p n377.

[12] Cabrera, Raimundo. Sombras Eternas. Editorial “El Siglo XX”, La Habana. 1919. p 38.

[13] Ibídem. p 38.

[14] Ibídem. p 19.

[15] Loveira, Carlos. Generales y doctores. Consejo Nacional de Cultura, La Habana, 1962. p 268.

[16] Lisazo, Félix. Ensayistas Contemporáneos. Editorial Trópico, La Habana, 1938. p 42.

[17] Pogolotti,  Marcelo. La República a través de sus escritores. Editorial LEX, La habana, 1958. p 34.

[18] Ibídem. p 34.

[19] Muchos intelectuales dignos de la Nación se dejaron llevar por la simpatía hacia el Partido Liberal. Uno de estos fue el abogado Raimundo Cabrera quien muy pronto se dio cuenta de la precariedad de las instituciones gubernamentales republicanas, apartándose de las filas del Liberalismo.

[20] Carrión, Miguel de.  “Pulsando la Patria”. En Letras, La Habana, octubre 2 de 1906.

[21]Carrión, Miguel de. “Las elecciones presidenciales en Cuba”. En Letras, la Habana, enero 15 de 1911, #  3

[22] Carrión, Miguel de. “El Problema”. En Letras. La Habana, octubre 2 de 1906.

[23] Cabrera, Raimundo. Mis malos tiempos. Imprenta “El siglo XX”, Teniente Rey # 27, La Habana, 1920. p 67.

[24] Ibídem. p 69.

[25] Ibídem. p 159.

[26] Cisneros, Rafael. La danza de los millones. Imprenta Harmann  Erben, Hamburgo Alemania, 1923. p 15.

[27] Ibídem. p 15.

[28] Pogolotti, Marcelo. Obra citada. P 79.

[29] Carrión, Miguel de. Las Honradas.  Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1974. p 178.

[30] Ibídem. p 179.

[31] Carrión, Miguel de. Las Impuras. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 1974. p 219.

[32] Ibídem. p 111.

[33] Loveira, Carlos. Generales y doctores. Consejo nacional de Cultura, La Habana, 1962. p 277.

[34] Ibídem. p 281.

[35] Carrión, Miguel. Las Impuras. Editorial de Arte y literatura, La Habana, 1974. p 182-183.

[36] Ibídem. p 141-142.

[37] Ibídem. p 118.

[38] Ibídem. p 184.

[39] Loveira, Carrión. Juan Criollo. Editorial de Arte i literatura, La Habana, 1974. p 417.

[40] Ibídem. p 461.

[41] Ibídem. p 460.

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Ariadna Tucma Revista Latinoamericana. 5. Marzo 2010-Febrero 2011

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