El contexto internacional. Algunas políticas de cooperación cultural.
Izquierda: Rómulo Carbia historiador argentino
Hacia fines de la década de 1910 comenzó a emerger un horizonte caracterizado por coyunturas que movilizaron nuevas sensibilidades en el mundo cultural e intelectual. El fin de la primera guerra mundial destruyó muchas certezas y generalizó ciertas imágenes asociadas al suicidio de la civilización o al fin del progreso, y especialmente al decadentismo de la vieja Europa conmovida en sus cimientos por la guerra. Frente a esto, América emergía por contraste como un continente joven, pleno de potencialidades y promesas de futuro. El fracaso europeo de la gran guerra abría para algunos intelectuales la oportunidad para América de asumir un liderazgo civilizatorio ante el mundo, presentado en variantes que pasaban por el latinoamericanismo, hispanoamericanismo, indoamericanismo o panamericanismo.
En este contexto, desde los años 20’, EEUU desplegaba su política de “buena vecindad” dirigida a reestablecer los vínculos con los países del continente. Trataba con este cambio, de disminuir la animosidad generada en ellos por su política exterior de intervención en los asuntos internos de la región y su afán de liderazgo continental. Esta política, iniciada por el presidente Hoover y profundizada por Roosevelt, suponía defender los intereses norteamericanos por medios más sutiles que hasta el momento y estimular al mismo tiempo, un panamericanismo en el que los gobiernos latinoamericanos pudieran reconocer la pertenencia a una comunidad de intereses compartidos, un pasado coincidente y un destino futuro.[5]
También en las primeras décadas del siglo XX, en algunos sectores intelectuales y políticos españoles había ido cobrando forma una propuesta “regeneracionista”, destinada a recuperar el sentido nacional y el prestigio internacional perdido, a partir del estímulo a los lazos tejidos con los territorios americanos durante los cuatro siglos de vinculo colonial. Sus ejes eran la revalorización de la comunidad cultural de origen, el valor del idioma común, la reivindicación de la civilización latina frente a la anglosajona, la recuperación de la obra realizada por España durante la colonia –lo que implicaba rectificar la leyenda negra española- y la prevención ante influencias europeas en América.[6]
Lo cierto es que en este clima –y al amparo de las reflexiones abiertas por la primera guerra mundial, el ascenso de los fascismos, la exaltación desmesurada del nacionalismo y la rivalidad entre naciones-, comienza a prestarse atención creciente en el mundo intelectual pero también en el diseño de las políticas públicas y las relaciones internacionales, a los fenómenos vinculados con la creación y difusión de esas ideas en la sociedad. En todas esas reflexiones el sistema educativo y en general el clima cultural ocupaba un lugar central. Varios estados europeos y americanos crearon comisiones nacionales para estudiar los contenidos transmitidos por la escuela o los libros de texto de historia y geografía, y se firmaron acuerdos bilaterales o conjuntos de trabajo sobre estos temas.
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