
Arriba M.R. Vidaurre y Encalada
- Contactos bilaterales en la primera mitad del siglo XIX.
Diversas publicaciones dan cuenta que a lo largo del siglo XIX se registraron episodios que vincularon a peruanos y cubanos predominando, aunque no de manera exclusiva, el acercamiento por razones políticas –no necesariamente oficiales- motivado por el apoyo que ofreció el Perú a los esfuerzos independentistas cubanos contra la metrópoli española.
Uno de los encuentros más lejanos del que se tiene referencia, gira en torno a la presencia del jurista y escritor peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre y Encalada desempeñando el cargo de oidor de la Gran Audiencia de Puerto Príncipe, actual Camagüey, entre 1820 y 1822. Durante su estadía en Cuba, Vidaurre se vinculó activamente a la conspiración Soles y Rayos de Bolívar -movimiento que constituyó para algunos historiadores un intento prematuro por la Independencia de la Isla.[1] Vidaurre, participó junto a otras personalidades sudamericanas no sólo en su organización, sino incluso en su financiamiento. Sus opiniones favorables a las corrientes libertarias cubanas, lo llevaron a ser trasladado a España.[2]
Años más tarde, peruanos y cubanos vuelven a vincularse en torno a los renovados esfuerzos independentistas de la nación caribeña. El 30 de mayo de 1869, el Perú reconoció de manera oficial la beligerancia de Cuba y, semanas después, el 13 de agosto, reconoció su Independencia, lo que convirtió al Perú en la primera nación latinoamericana en tomar esa histórica decisión.
Ha quedado registro de que en mayo de 1869 se realizaron diversos mítines públicos destacando los realizados en uno de los principales teatros de Lima, en la Plaza de los Desamparados y frente al Palacio de Gobierno, en este último, una amplia representación popular fue recibida por el propio presidente José Balta. Ese mismo año, el presidente peruano solicitó al gobierno de Estados Unidos que no entregara a España treinta cañoneras que se construían en ese país para el ejército colonialista de la nación europea.
El Perú, se erigió rápidamente como uno de los países hispanoamericanos más activos e interesados por la independencia de Cuba. Los gobiernos sucesivos de los presidentes José Balta (1868-1972), Manuel Pardo y Lavalle (1872-1876) y Mariano Ignacio Prado (1876-1879), brindaron apoyos expresos e incluso económicos a la causa independentista.
La vinculación peruana en los esfuerzos libertarios de Cuba, ha quedado plasmada en documentos oficiales tanto de Cuba como del Perú. Para graficar los compromisos, acuerdos e intereses compartidos entre estos dos países en esta segunda mitad del siglo XIX, el análisis de la participación del Dr. José Manuel Carbonell – miembro de la Misión Especial de la República de Cuba en los actos efectuados el 16 de diciembre de 1924 en Lima, para conmemorar el Centenario de la Batalla de Ayacucho – es elocuente.
Como parte de sus actividades en dichos actos, el Dr. Carbonell pronunció en el Museo Bolivariano, Antiguo Cuartel General de San Martín y Bolívar, unas palabras que podrían graficar el sentido de la relación entre Cuba y el Perú durante el siglo XIX: “Sólo son dignos de la libertad los pueblos incapaces de olvidar a los que por conquistarla bregaron y murieron, o los que por conservarla son capaces de guerrear y de morir también (Carbonell, 1924)” (Cuba, Secretaría de Estado de la República a, 1925, p.9).
El diplomático cubano, se refería a la gratitud de sus coterráneos hacia el pueblo peruano por la significativa ayuda brindada a la causa independentista de la Isla en la segunda mitad del siglo XIX. Ese gesto de evocación, de recordatorio constante de las heroicidades de los “hijos del Sol”, de los “moradores del viejo imperio de los incas” -afirmó en su discurso- engrandecía también a Cuba, “centinela de los ideales, abanderada de la fraternidad y de la concordia (Carbonell, 1924)” (Ibíd., p.8).
En esta misma línea de reconocimiento al Perú -por su apoyo al esfuerzo independentista cubano de entonces-, en el folleto publicado por la Oficina Panamericana de la Secretaría de Estado de la República de Cuba como memoria de la participación de sus delegados en el Tercer Congreso Científico Panamericano reunido en Lima, se incluyó varios archivos relativos no sólo al reconocimiento de la beligerancia de los independentistas cubanos sino a las licencias otorgadas a ciudadanos del mismo país para ampararlos como amigos del Perú, al igual que a buques y demás propiedades que sirvieran a su causa.
Una vez confirmada la organización del gobierno de la República de Cuba en Armas las autoridades peruanas manifestaron el reconocimiento de la independencia y de la existencia de esa estructura política y sus medios materiales (Cuba, Secretaría de Estado de la República b, 1925, 51). Estos pronunciamientos iniciales, tienen fecha de mayo y agosto de 1869; en la referida memoria se registra igualmente la correspondencia entre Manuel Márquez Sterling, comisionado especial de la República de Cuba en el Perú, y José de la Riva Agüero, Ministro de Relaciones Exteriores del país sudamericano intercambiadas entre julio y agosto de 1873.
En estos escritos, se consigna que la parte cubana solicitó la autorización para que las Legaciones y Consulados del Perú en el exterior expidieran pasaportes a los ciudadanos cubanos que así lo solicitaran para realizar todos los actos de su vida civil y política en aquellos países donde la independencia de la Isla no estuviera reconocida[3]. El comisionado cubano y el ministro peruano, efectuaron otras gestiones para tratar asuntos similares, ello quedó registrado en el informe presentado por el Canciller peruano al Congreso de su país a modo de resumen de su labor al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores entre 1872 y 1874.
Tanto en la introducción, como en el anexo Cuestión Cubana, Riva Agüero expresa que su gobierno considera la independencia de Cuba como un derecho que no podía debatirse, y por tanto, había procurado favorecerla activamente. Al mismo tiempo, señala que su representante en la legación en los Estados Unidos de Colombia apoyaría la propuesta de esa nación para mediar junto al gabinete de Washington con el fin de lograr la independencia de la Isla o, al menos, la regularización de la guerra a la que califica de cruenta. [4]
Más adelante, describe las acciones peruanas para congregar a las repúblicas hispanoamericanas en un congreso [5] con el fin de resolver el caso cubano; si bien estas tentativas resultaron infructuosas, su vocación latinoamericana, resulta evidente:
«…En presencia de una situación como ésta; testigos de una tan desesperada lucha, no es dable que permanezcan impasibles los pueblos que en este continente vivieron como Cuba, la vida colonial, y que antes que ella hicieron las naciones. La igualdad de causa, la comunidad de origen, todo lo que puede establecer entre un pueblo y otro los vínculos más estrechos, y despertar en ellos las más vivas simpatías por su mutua suerte; todo concurre a despertar en los pueblos del continente americano un inmenso interés por la causa de la hermosa Antilla. Por eso estos pueblos no han escaseado sus demostraciones en favor de ella, bien que manteniéndose dentro de los límites de las conveniencias internacionales…» (Riva Agüero, 1874) (Perú, Secretaría de Estado, 1874, p.13).
Como afirma el doctor Sergio Guerra (07/01/2019), las reformas liberales desarrolladas como parte del proceso de erradicación de la herencia colonial, en evolución desde mediados del siglo XIX, dominaban el contexto latinoamericano cuando comenzó en Cuba la Guerra de los Diez Años. La difusión de las reformas liberales, dirigidas a completar las tareas inconclusas del ciclo independentista de 1810 a 1826, favoreció la solidaridad continental con los patriotas cubanos durante la Guerra de los Diez Años; los intentos de reconquista efectuados por España y Francia, a principios de la década de 1860, reforzó este sentimiento.
No obstante, es ante los sucesos del Virginius, en octubre de 1873 [6], cuando se manifestó la posición concluyente de Perú -a través de la correspondencia oficial entre Eduardo Villena, interino del coronel Manuel Freyre, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario del Perú en Estados Unidos de América- y el propio ministro Riva Agüero.
Villena, advierte en esos mensajes la posición ambigua de los Estados Unidos respecto a la guerra entre España y Cuba incluso luego de los sangrientos acontecimientos en los que murieron ciudadanos norteamericanos; esgrime la posibilidad de que el Perú estuviera dispuesto a entrar en la guerra para proteger la causa cubana, así como las inevitables consecuencias para los intereses políticos de América del Sur si Estados Unidos anexara el territorio de la mayor de las Antillas.[7]
Como parte de su respuesta a Villena, Riva Agüero describe la indignación que tanto en el Gobierno como en los ciudadanos peruanos y en los distintos órganos de prensa habían ocasionado los mencionados hechos. Como conclusión de sus mensajes, el diplomático insiste en un acercamiento al secretario de Estado norteamericano y a los agentes diplomáticos de los países americanos en Washington, a fin de obtener el concurso de todos, si fuera posible en acción simultánea, para la regularización de la guerra en Cuba, además del auxilio material a los independentistas isleños.
El autor cubano Virgilio Ferrer sostiene que Riva Agüero tenía claro no solo el apoyo oficial a Cuba sino también el de amplios sectores de la población, lo que se traducía incluso en el apoyo de la prensa peruana quien a decir de Riva Agüero había hecho suya la causa cubana (Ferrer, 1944). Ferrer recoge que El Comercio[8], publicó por aquellos días:
«…Para Cuba, la época de tutoría ha concluido; la brava Antilla ha llegado a su mayor edad, y ya el tutor es innecesario. Cuba debe ser libre, y lo será; porque así está escrito en el libro de los destinos de las naciones. La época de la esclavitud ha terminado y la última presa de la codicia española va a ocupar el lugar que debe en el catálogo de las naciones… Cuba necesita de nosotros, y no seríamos digno de nosotros mismos, si nos alejáramos, con la indiferencia en el corazón del que nuestro apoyo reclama…» (El Comercio, s. f) (Ferrer, 1944, p. 27).
Pero este apoyo peruano a la causa libertadora emprendida por Cuba, no solo era declarativa, sino incluso se materializó a través de una ayuda financiera destinada a su independencia. Varios autores han mencionado la entrega de doscientos cincuenta mil soles –ochenta mil pesos– que el pueblo peruano realizó en mayo de 1869 al primer agente diplomático cubano en Sudamérica, Ambrosio Valiente, durante un mitin público realizado en uno de los principales teatros de Lima. [9] Este apoyo resulta aún más significativo debido a que la situación económica que atravesaba el Perú no era de las mejores.
Algunos años después, el 8 de agosto de 1874, los diputados peruanos Ricardo N. Espinosa y Nicanor Rodríguez presentaron una moción para convocar en Lima un Congreso americanista que abogara por la independencia de Cuba y que se otorgase el presupuesto de un millón de soles para auxiliar esa causa. La situación económica interna del Perú que empeoraba determinó que esta propuesta no prosperara. En su lugar, el parlamento promulgó una ley autorizando la donación de doscientos mil soles en bonos de la deuda interior a los independentistas cubanos. Ese dinero fue destinado a adquirir armamento que poseía el ex presidente Mariano Ignacio Prado y que daría lugar a la malograda expedición a Cuba del Uruguay, barco en el que viajarían sus hijos Leoncio, Grocio y Justo Prado, junto al coronel Guillermo Gendron de Coligny.
A propósito del apoyo económico brindado por el Perú a Cuba, el investigador Israel Corrales en la reseña histórica y descripción de los bonos emitidos durante la Guerra de los Diez Años registró los que circularon en 1869 como acuerdo de la Sociedad Republicana de Cuba y Puerto Rico con las naciones andinas, entre ellas el Perú, para crear una marina cubana. Los bonos estudiados por Corrales, con valor de cien pesos, convertían al portador en accionista o propietario de una parte de ese cuerpo equipado para el corso contra España.[10]
En diciembre de 1877, la República de Cuba en Armas participó en un Congreso Americano de Jurisconsultos que se reunió en Lima para concertar las leyes latinoamericanas.[11] Este acto de legitimación de la Revolución, fue posible gracias al gesto del gobierno de Mariano Ignacio Prado quien en octubre de 1876, a través de su Ministro de Relaciones Exteriores, José Antonio García y García, envió el mensaje de invitación al foro, donde señaló:
«…para el gobierno del Perú, que hace largo tiempo reconoció la independencia de Cuba, ha entrado ya, esta importante fracción de la América, en el rol de los Estados soberanos; y, no obstante, las circunstancias en que se halla colocada esa nueva nacionalidad, por efecto de la heroica lucha que aún sostiene, cree de su deber convocarla, como tiene el honor de hacerlo por mi conducto, a tomar parte en la formación de ese Congreso…» (García, 1877) (Ferrer, 1944, p. 15).
Sobra evidencia de que la lucha cubana por su soberanía había calado hondo en los sucesivos gobiernos y en el pueblo peruano. Décadas más tarde, en la guerra de Cuba contra España de 1895 sin embargo, esta actitud peruana de solidaridad a Cuba fue diametralmente diferente. Las estrategias de España para conseguir la neutralidad de los países de la región y la propia situación política de América Latina en esos últimos años del siglo XIX [12] provocaron la indiferencia de la región.
De hecho, ningún gobierno latinoamericano reconoció la beligerancia de los patriotas cubanos. En esta época, los recuerdos de las batallas libertadoras de los países de la región frente a la metrópoli española resultaban ya lejanos. Para entonces, casi la totalidad de los países latinoamericanos habían normalizado y fortalecido sus relaciones con la ex metrópoli y España poseía nuevas formas de control y de injerencia que hubiera activado y por tanto afectado al país que expresara abierta adhesión a la causa cubana.
En 1897, durante su segundo mandato presidencial, Nicolás de Piérola [13], fundador del Partido Demócrata, declaró que no podía el Perú, aunque los deseara, mostrar solidaridad como en la contienda anterior ni aceptar de manera oficial el estado de guerra y la independencia de los cubanos, pues ejercía España, por decisión de los gobiernos implicados, el arbitraje de las diferencias fronterizas entre naciones sudamericanas. La fría posición hacia Cuba era en estas circunstancias hasta cierto punto justificada, no obstante pese a esta postura oficial frente al conflicto, tan pronto la Independencia de Cuba fue reconocida, Perú hizo lo propio en 1902.

Arriba: Partido Revolucionario Cubano
Si bien las actividades de los clubes y comités revolucionarios cubanos y las suscripciones en los medios de comunicación para contribuir con la causa independentista recibieron del gabinete de Piérola una inicial tolerancia, las gestiones del entonces representante español en Lima para apoyar la reorganización de las fuerzas armadas peruanas perjudicadas -como consecuencia de la derrota en la Guerra del Pacífico- constituyeron otro punto esencial en el cambio de actitud del gobierno peruano hacia Cuba y hacia las corrientes de apoyo que internamente se registraban.
A pesar de ello, se puede afirmar que el Perú fue uno de los países de la región donde con más éxito se desarrolló la estrategia exterior del Partido Revolucionario Cubano (PRC) [14] debido a una relación muy coherente de la emigración cubana con los clubes en Estados Unidos. En Perú se organizaron varios clubes revolucionarios como el Comité Patriota Cubano, transformado en Club Leoncio Prado, el Club Lima, el Club Independencia de Cuba y el Centro de Propaganda Cubana, los cuales estuvieron integrados no sólo por residentes cubanos sino también por ciudadanos peruanos de diversos estratos sociales.

Arriba: Nicolás de Piérola
Luego del derrocamiento del presidente Andrés Avelino Cáceres [15], en marzo de 1895, el comisionado español en Lima logró de la Junta de Gobierno, el compromiso de detener las acciones de los agentes cubanos. Sin embargo, esas acciones continuaron de manera activa por lo que España cambió a su enviado en señal de protesta. El nuevo representante presenció el recibimiento público de Arístides Agüero, plenipotenciario del PRC, episodio que incluso fue reflejado ampliamente por la prensa peruana. En uno de sus informes, el funcionario español, declaró:
» … sin poner en duda el celo y patriotismo con que el titular que me ha precedido en esta legación procuraría evitarlo, es el caso que los delegados Agüero y Cárdenas fueron aquí recibidos con tumultuosas manifestaciones de simpatía y que el grito de “Muera España” y “Viva Cuba” se dio corrientemente en las calles sin represión alguna de la policía, influyéndose en el espíritu público del radicalismo americano, de la juventud irreflexiva y especialmente de la plebe, en términos que bien puede decirse que la situación del representante de España no podía ser más desagradable ni desairada… » (Arellano, 1895) (Gallegos, 2016, p.5).
Estos sucesos descritos por el representante español muestran que la solidaridad del pueblo peruano hacia Cuba era espontánea y que el apoyo popular a la guerra iniciada en 1895 era incuestionable – tal y como sucedió en la Guerra de los Diez Años-, a pesar de que en esta ocasión el gobierno del Perú, condicionado por un contexto internacional adverso, se ajustó a las convenciones y a las presiones españolas.
Como apreció el diplomático cubano Manuel Márquez Sterling en su libro La diplomacia en nuestra historia, la prensa, la mayoría de los elementos intelectuales, la masa popular, desde Chihuahua hasta la Patagonia, aguardaban impacientes el término de la contienda y la creación de la República de Cuba; mientras a los delegados revolucionarios se les cerraban las puertas de los palacios presidenciales, lo más sano de la sociedad recogía aliento y a veces recursos para la conclusión de la lucha de los cubanos por su independencia (Márquez Sterling, 1967).
Graficando lo expresado por Márquez Sterling, en el caso peruano, uno de los más importantes intelectuales de la época, el escritor Ricardo Palma [16], mantuvo una abierta y manifiesta simpatía por la causa cubana del 95. El historiador peruano Oswaldo Holguín Callo, hace una amplia referencia a las simpatías de Palma por la independencia de la Isla, afecto que profesó incluso varios años antes, durante la Guerra Grande, cuando expresó públicamente su apoyo a Cuba tras el fusilamiento en 1871 del Poeta Juan Clemente Zenea. [17]

Arriba: Escritor peruano Ricardo Palma.
En 1893, durante su regreso de España -a donde asistió como representante peruano en la conmemoración del IV Centenario del descubrimiento de América- Palma hizo una breve escala en La Habana; allí conoció a la poetisa borinqueña Lola Rodríguez de Tió, con quien mantuvo un intercambio epistolar que ha permitido conocer la postura de Palma sobre Cuba, en esa época. Si bien el escritor peruano alentaba vivamente la separación de la Isla de España, la participación de los Estados Unidos le parecía peligrosa.[18]
Palma fue más crítico e, incluso, expresó su solidaridad con España cuando finalmente Estados Unidos interviene en el conflicto y España resultó vencida. Como señaló Holguín Cayo: “Ante la severa derrota española, Palma, como tantos americanos que amaban el ancestro ibérico, también debió de sentir pesadumbre e impotencia. Respaldar la independencia de Cuba era una cosa, y otra muy distinta ver que la madre patria caía vencida por una nación nueva pero inmensamente más poderosa.” (Holguín Cayo, 2015, p. 247).[19]
La vinculación de Palma con Cuba, no respondió únicamente a razones políticas, también ha quedado registrada la existencia de una motivación intelectual y académica. El ilustre peruano mantuvo correspondencia con reconocidos intelectuales e historiadores cubanos entre los que destacan Rafael María Merchán, Antonio Bachiller y Morales, Manuel de la Cruz, José Joaquín Palma, José Ignacio de Armas, Pedro Santacilia, Julián del Casal y Aurelia Castillo de González. La influencia literaria de Palma también llegaría a Cuba años más tarde a través de la especie literaria denominada Tradición –una mezcla de historia y ficción como la definiría el propio Palma- y cuyo mayor representante en Cuba fue Álvaro de la Iglesia con sus Tradiciones cubanas.
En las últimas décadas del siglo XIX, se registraron otras vinculaciones entre peruanos y cubanos por razones distintas a las políticas. El destacado economista cubano José Payán,[20] quien residió en Perú desde 1875 y por casi 40 años, no sólo participó en la defensa de Lima durante la Guerra del Pacífico sino que también tuvo un rol importante en las tareas de reconstrucción del sistema financiero de su país de adopción.
Estando en Perú, desde Cuba se le encargaron diversas funciones. En 1897, el Consejo de Gobierno de la República en Armas de Cuba lo nombró agente general de Cuba en el Perú y años más tarde durante La República fue nombrado cónsul general de Cuba en el país andino. Payán, desarrolló igualmente una amplia actividad profesional en Lima, fue gerente del Banco del Callao –el único de los bancos fundados antes de la Guerra del Pacífico y que había sobrevivido-, fue luego gerente del Banco del Perú y Londres.
En medio de una de las peores crisis financieras del Perú, en 1897, Payán fue el principal artífice del reemplazo del patrón plata por el patrón oro que permitió instaurar la libra peruana como la nueva unidad monetaria y cuyo valor equivalía a diez soles plata y con igual valor a la libra inglesa. Por su conducción acertada en esta compleja transición, autores como Contreras y Cueto lo califican como “el mago de las finanzas” [21]. Asimismo, uno de los economistas peruanos más célebres y considerado el fundador de la Economía peruana dice de Payán “obrero ilustrado e infatigable en la reconstitución económica de mi Patria”. [22]
Payán, fue uno de los personajes más destacados y reconocidos en el medio económico y financiero del Perú de entonces. Desde su llegada al país, inició una larga carrera en la banca peruana que lo llevó a convertirse en uno de los hombres más adinerados y prominentes del sector privado. De la misma manera, supo transitar de las finanzas hacia la actividad industrial, posicionándose en el naciente ámbito gremial y llegó a presidir durante catorce años (1901-1915), la Sociedad Nacional de Industrias -organización representativa de los industriales privados del país- estableciendo relaciones personales y sociales con los más connotados políticos peruanos de la época. [23]
El apoyo oficial que los gobiernos peruanos dieron a Cuba durante la denominada Guerra Grande, también permitió que en Lima se instalara una comunidad de ciudadanos cubanos que se estima en unas cincuenta personas, quienes lograron integrarse plenamente, muchos de ellos, en las más altas esferas sociales de la época. [24] Francisco de Paula Bravo -de quien se mencionó había participado en representación de Cuba en el Congreso Interamericano de Juristas y quien residiría en Perú pasado el Congreso-, había logrado vincularse a uno de los limeños más adinerados, don Dionisio Derteano y participaba asiduamente en las famosas tertulias que en su residencia ofrecía. El historiador Oswaldo Holguín Callo, le atribuye ser uno de los autores del prólogo y de los versos contenidos en Horas alegres, versos gestados en las memorable tertulias de Derteano, bajo el seudónimo de Hatuey. [25]