La construcción del modelo económico social en la Argentina

d. Desarticulación del Estado benefactor y retorno al modelo clásico. Desde la Segunda Guerra Mundial hasta la crisis del Estado interventor.

Dice Ferrer que

en el último cuarto de siglo (el libro fue escrito en 1973) la economía internacional registra una expansión sin precedentes históricos, tanto en términos de producción como de comercio, transferencias de capital y tecnología. Asimismo, se fueron reconstruyendo progresivamente las bases multilaterales de las relaciones comerciales y financieras internacionales que se derrumbaron después de la gran depresión de 1930.

En 1944, los acuerdos de Bretton Woods establecieron un régimen monetario apoyado en paridades cambiarias fijas y crearon el Fondo Monetario Internacional, que impondría las normas de disciplina fiscal y monetaria a sus países miembros. Un poco más adelante, la creación del GATT (Acuerdo General de Tarifas y Comercio) redujo las barreras arancelarias y sentó las bases para que nuevamente se generalizara el libre comercio mundial.

Lejos de retirarse de las conversaciones de paz como lo había hecho en la primera posguerra, esta vez Estados Unidos tomó firmemente su papel de líder mundial y dirigió la reconstrucción europea y la recomposición de los lazos comerciales y financieros internacionales.

De hecho, este proceso abarcó fundamentalmente las relaciones entre los países avanzados, mientras que los países especializados en la producción y exportación de productos primarios continuaron tropezando con elevadas barreras a sus exportaciones y con dificultades crecientes para mantener la expansión de su comercio exterior y el equilibrio de sus transacciones internacionales. De este modo, en el marco de una fuerte expansión de las relaciones económicas internacionales, se produjeron (…) cambios profundos en la participación de los diversos grupos de países en el sistema económico internacional. (Ferrer, 1973)

Los países periféricos vieron declinar su participación en el comercio internacional, en parte por la baja de los precios agrícolas, en parte por el ingreso al mercado de nuevos países productores primarios, pero sobre todo por el espectacular crecimiento de la productividad de la industria, concentrada en los países desarrollados.

La nueva división del mundo en dos bloques contrapuestos, el capitalista (liderado por Estados Unidos) y el socialista (la Unión Soviética y sus áreas de influencia) originó un clima de tensión permanente entre las dos superpotencias que se dio en llamar “Guerra Fría” y que tuvo como características la carrera armamentista, la lucha ideológica y los enfrentamientos armados indirectos. 11

Otra característica fundamental de esta época fue la difusión y aceptación generalizada de las ideas keynesianas que habían empezado a esbozarse luego de la crisis del 30, de modo que

los gobiernos asumieron la función de garantizar las condiciones de reproducción del sistema capitalista asegurando niveles de empleo, demanda e inversión. La intervención se produjo a través de tres vías principales: las nacionalizaciones, la planificación y la creación de instituciones que establecerán el llamado “Estado de Bienestar”, aunque en distintos grados según los países. (Rapoport, 2000)

En Argentina, y como corolario de las condiciones políticas, sociales y económicas descritas en el punto anterior, un nuevo golpe de Estado derrocó a un gobierno civil sin que la ciudadanía mostrara ningún signo de disconformidad. Los militares en el gobierno llevaron adelante una serie de medidas represivas tendientes a mantener el orden social: proscripción del Partido Comunista, intervención de la CGT y de las Universidades, etc.

Los acuerdos comerciales con Gran Bretaña, nuestro antiguo socio, se mantuvieron. En cambio, Estados Unidos emprendió una especie de cruzada contra los militares, que se mostraban renuentes a declarar la guerra al Eje, cuestionando así en la práctica el liderazgo que EEUU reclamaba para si.

El ascenso de Perón dentro del gobierno militar fue, sin dudas, el acontecimiento más importante de la etapa.

Perón sobresalía de entre sus colegas por su capacidad profesional y por la amplitud de sus miras políticas. Una estadía en Europa en los años anteriores a la guerra le había hecho admirar los logros del régimen fascista italiano, así como comprobar los terribles resultados de la Guerra Civil Española. Clarividencia y preocupación lo llevaron a ocuparse de un actor social poco tenido en cuenta hasta entonces: el movimiento obrero. (Romero, 1994)

Vinculándose con los dirigentes sindicales (excepto con los comunistas, que ni siquiera fueron convocados) Perón comenzó a satisfacer las demandas de los trabajadores, a mediar para solucionar sus conflictos con la patronal y a animarlos a organizarse. Progresivamente, Perón fue identificándose cada vez más con la clase trabajadora, y delineando en su discurso las bases de lo que sería el eje de su posterior gobierno: la justicia social.

La configuración de la alianza peronista daba algunas claves de lo que sería uno de los elementos centrales de la concepción política del peronismo. Los militares, el “ejército que cuida”, los sindicatos, el “ejército que produce” y la Iglesia, respetada durante los primeros años de gobierno como fuente del “poder moral”, reemplazaban de hecho al Parlamento como representantes de la sociedad ante un Estado tutor. (Gerchunoff, 1998)

Se puede identificar al primer gobierno peronista con los populismos que más o menos en la misma época florecían también en el resto de América Latina; sin embargo el peronismo tiene un sello especial, quizás por el extremo carisma de la pareja presidencial (Juan Domingo y Eva Perón). Los motivos de la permanente identificación de la clase obrera con el peronismo, aún cuando ya su líder había desaparecido, son todavía motivo de discusión y de investigación histórica.

¿Cómo era ese Estado peronista que surgió con fuerza incontenible en 1946? Heredero de las crisis y los temores del período anterior, este Estado posee las herramientas necesarias para intervenir activamente en la economía nacional.

Según la concepción de Perón, el Estado, además de dirigir la economía y velar por la seguridad del pueblo, debía ser el ámbito donde los distintos intereses sociales, previamente organizados, negociaran y dirimieran sus conflictos (Romero, 1994).

Un Estado omnipresente, que intenta (y logra, generalmente) penetrar todos los espacios de la sociedad civil y llevar adelante un vigorosísimo movimiento democratizador sostenido por un nuevo actor social cuya voz había venido surgiendo al calor de las sucesivas crisis económicas: la clase trabajadora.

El gobierno peronista tuvo todas las características, también, del Estado de Bienestar. Nacionalizó las empresas extranjeras y fue productor de bienes y servicios. 12 Estatizó los ferrocarriles, teléfonos, y transporte urbano, el servicio de gas y de energía eléctrica, y fueron creados además organismos gubernamentales para el control de estos servicios públicos.

El texto constitucional de 1949 consagró esta tendencia, declarando al Estado dueño natural de los servicios públicos (previéndose la compra o confiscación de aquellos que aún estuvieran en manos privadas) y de las fuentes de energía. (Gerchunoff y Llach, 1998)

La nueva Constitución articulaba al Estado con la “comunidad organizada” a través de asociaciones y confederaciones que recordaban al fascismo italiano.

El Estado peronista monopolizó además el comercio exterior, reteniendo de esta manera las ganancias generadas por el sector agropecuario en esta etapa de altos precios agrícolas, 13 y transfiriendo este ingreso extra al sector industrial mediante créditos y subsidios.

Otra fuente novedosa de ingresos para el Estado fue la creación de las Cajas de Seguridad Social, que ya habían recibido un fuerte impulso cuando Perón fue Secretario de Trabajo y Previsión durante el gobierno militar de 1943-45. Durante los primeros años de vida del régimen jubilatorio éste generó un enorme superávit ya que eran más numerosos los aportantes que los beneficiarios del sistema.

Como la base de este modelo económico era el mercado interno, la demanda se expandió gracias a una generosa política de salarios. Los aumentos de salarios motorizaban la demanda y ésta a su vez activaba la producción. El alza de los precios que este sistema genera no resultaba preocupante en estos primeros años ya que la bonanza económica hacía posible compensar con nuevos aumentos de salarios los mayores costos de los artículos de consumo popular. 14

Las crisis de 1949 y de 1951-52 no alcanzan para explicar el golpe de Estado que derrocó al peronismo en 1955, ya que estaban siendo tomadas las medidas económicas necesarias para superarlas y de hecho la economía estaba en franca recuperación para esa época. Romero señala como determinante el conflicto con la Iglesia, que había sido en los inicios uno de los pilares fundamentales del peronismo. El enfrentamiento fue subiendo de tono hasta incluir batallas callejeras entre manifestantes de uno y otro bando. Cuando estalló la sublevación militar del 16 de septiembre de 1955,

Perón había perdido completamente la iniciativa y tampoco manifestó voluntad de defenderse moviendo todos los recursos de que disponía; sus vacilaciones coincidieron con una decisión de quienes hasta ese momento habían sido sus sostenes en el Ejército, que sobriamente decidieron aceptar una renuncia dudosamente presentada. (Romero, 1994)

El 23 de septiembre asumió entonces un nuevo gobierno militar.

La propuesta social y política de este nuevo gobierno militar (impuesta además por el Ejército a los gobiernos civiles que lo sucedieron) consistía en la prohibición absoluta del peronismo; más aún, en los que se dio en llamar la desperonización de la sociedad. Esta prohibición fue resistida por los sectores populares que, sin embargo, no tenían la fuerza suficiente para revertir la situación, generándose, al decir de Romero, una situación de empate que se prolongó hasta 1966.

La propuesta económica de la etapa era el desarrollismo, un novedoso plan industrializador aplicable a cualquier país periférico que deseara pasar de una economía agrícola a una industrial. La teoría venía de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina) y se la consideraba opuesta a los planes ortodoxos que el FMI solía imponer a sus socios para el otorgamiento de créditos. 15Incluía un amplio programa de obras públicas tendiente a facilitar la explotación del petróleo y el gas, estimular la industria química, la siderurgia y la producción de acero, dotar al país de rutas y aeropuertos a fin de integrar el mercado interno y provocar, de esta manera, el despegue industrializador que la Argentina necesitaba. Por supuesto que este despegue necesitaba de una fuerte inyección de capitales para hacerse realidad; el gobierno Frondizi (1958-1962) promulgó una generosa Ley de Radicación de Capitales Extranjeros, pero los problemas económicos persistían y fue necesario solicitar créditos al FMI, con lo cual se volvía a caer en el círculo vicioso del endeudamiento y la pérdida de las reservas.

El año que siguió a la caída de Frondizi fue probablemente el más confuso de la historia argentina. Nunca fue tan poco claro dónde estaba el poder como en el largo año comprendido entre el golpe a Frondizi y la elección de Illia en julio de 1963. 16Los acontecimientos se sucedían velozmente, las facciones que hasta ayer eran rebeldes hoy eran gobierno, las calles eran un teatro de operaciones militares más vistosas que violentas, todo ante la mirada desconcertada de la ciudadanía. (Grechunoff y Llach, 1998)

El gobierno de Illia (1963-1966) se diferenció en lo económico del de Frondizi por su desconfianza sobre el capital extranjero y su apelación a la reactivación de la demanda como motor del crecimiento económico, políticas de neto corte keynesiano, donde el Estado seguía teniendo un activo papel en el control y la planificación económica. Tuvo una posición mucho más nacionalista en general, anulando los contratos petroleros que su antecesor había firmado y sancionando leyes que regulaban el mercado farmacéutico y la industria automotriz, ambos temas sumamente delicados para las empresas transnacionales que habían ingresado en nuestro país con la apertura frondicista. Sin embargo, no son éstos los únicos factores que pueden ayudarnos a explicar el golpe de Estado que lo derrocó.

En 1965, en la Conferencia de West Point, donde se reunieron jefes de ejército americanos, el general Onganía, que ya había adquirido primacía nacional, manifestó su adhesión a la llamada “doctrina de seguridad nacional”:

las Fuerzas Armadas, apartadas de la competencia estrictamente política, eran sin embargo la garantía de los valores supremos de la nacionalidad, y debían obrar cuando éstos se vieran amenazados, particularmente por la subversión comunista. Poco después completó esto enunciando –esta vez en Brasil sonde los militares acababan de deponer al presidente Goulart- la “doctrina de las fronteras ideológicas”, que en cada país dividía a los partidarios de los valores occidentales y cristianos de quienes querían subvertirlos. Entre estos valores centrales no figuraba el sistema democrático. (…) La democracia empezaba a aparecer como un lastre para la seguridad. Desde esta perspectiva también lo sería, finalmente, para la modernización económica, que necesitaba de eficiencia y autoridad. (Romero, 1994)

En el otro extremo del pensamiento político, los sectores más progresistas de la sociedad se radicalizaban ampliando a la vez su espectro de discusión hasta confluir en lo que dio en llamarse “nueva izquierda”: una amalgama donde primaba la lectura marxista de los acontecimientos, donde podían integrarse el peronismo y la revolución cubana, con una firme base antiimperialista y popular.

Este populismo tendió un puente hacia sectores cristianos, que releyendo los evangelios en clave popular, se interesaron en dialogar con el marxismo, mientras que el antiimperialismo vinculó estas corrientes con sectores del nacionalismo, también en intenso proceso de revisión. (Romero, 1994)

La verdad es que ni en uno ni en otro extremo existía la menor confianza en la democracia como instrumento capaz de posibilitar el cambio. Cuando Illia fue derrocado por el general Onganía no hubo en la ciudadanía, nuevamente, ningún intento serio de defender las instituciones republicanas.

La dictadura de Onganía, reaccionaria en lo político y liberal en lo económico, mostró una marcada diferencia con los golpes de Estado anteriores: no se fijaba un tiempo para rectificar el rumbo del país y luego llamar a elecciones, sino que se fijó un ambicioso plan que concluiría (se pensaba) por modificar de una vez y para siempre el perfil de la Nación. 17

A pesar de poner en práctica un plan económico bastante novedoso que contó con el beneplácito de los Estados Unidos (gracias al cual los capitales extranjeros volvieron a ingresar libremente al país), el cerrado autoritarismo de Onganía y los episodios represivos, como la “noche de los bastones largos”, 18las clausuras a diarios y publicaciones opositoras y la censura a las nuevas costumbres culturales, como la minifalda o el pelo largo, terminaron por enajenarle el apoyo popular que pudo haber tenido al inicio de su gobierno.

Cerrados todos los carriles normales por los que puede expresarse el disenso, la disconformidad se expresó en forma de protesta popular e incluso de oposición armada. El acontecimiento recordado como “el Cordobazo” tuvo un poco de los dos e indudablemente marcó el comienzo del fin para la dictadura de Onganía.

Mes a mes el gobierno perdía el poco crédito que le quedaba, en medio de una atmósfera cada vez más enrarecida por las acciones de organizaciones como el Ejército Revolucionario del Pueblo, los Montoneros y las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Ya no había razones para sostener a Onganía. El asesinato de Aramburu, llevado a cabo por Montoneros a mediados de 1970 fue el empujón final para el malogrado “caudillo”. Los militares, encabezados por Alejandro Lanusse, decidieron reemplazarlo por el ignoto general Roberto Marcelo Levingston.” (Gerchunoff y Llach, 1998)

La creciente conflictividad social hizo que Lanusse decidiera conducir personalmente esta última etapa del gobierno militar y convocar, lo más dignamente que se pudiera en tales circunstancias, a elecciones. Como muestra irrefutable de que el “tiempo político” al fin había llegado, sobre el final del gobierno de Lanusse fue abolido el Ministerio de Economía.

Las elecciones llevaron al poder a Cámpora primero y, luego de su renuncia, a Perón que recientemente había vuelto a la Argentina con un inédito 62% de los votos a su favor. Pero la violencia instalada en la sociedad y, sobre todo, las distintas (y aún opuestas) expectativas puestas en la figura de Perón, que había sido votado desde la izquierda revolucionaria pero también desde la derecha más reaccionaria, desataron una lucha de poder en el entorno gubernamental. A la muerte del anciano líder, en julio de 1974, asumió su viuda, que pronto mostró su ineptitud para conducir una Argentina convulsionada y violenta. A la acción de los grupos guerrilleros se opuso, desde el gobierno mismo, la acción también clandestina de grupos parapoliciales (la Triple A) que amenazaban sobre todo a actores, escritores y músicos sospechados de tener simpatía por la izquierda.

Ni el orden económico ni el orden político pudieron restablecerse. La violencia creció y en los cuarteles comenzó a conspirarse más abiertamente. El mandato de “aniquilación total” de la guerrilla que el gobierno impartió a las Fuerzas Armadas no sirvió para calmar la creciente exasperación militar. El vacío de poder denunciado por los golpistas existía. El 24 de marzo de 1976 se consumaba lo inevitable. Concluía por la fuerza la segunda experiencia del peronismo en el poder, ese extraño caso de un gobierno que cayó casi exclusivamente por las luchas internas en el partido oficial. (Gerchunoff y Llach, 1998)