La construcción del modelo económico social en la Argentina

b. Desde la Primera Guerra Mundial a la Crisis del 30

Hobsbawm señala al acontecimiento de la Primera Guerra Mundial como el comienzo real del siglo XX, la “era de las catástrofes”. Corolario obligado de la era imperialista, en la cual

se había producido la fusión de la política y la economía (…) La rivalidad política internacional se establecía en función del crecimiento y la competitividad de la economía, pero el rasgo característico era precisamente que no tenía límites. (…) Para los dos beligerantes principales, Alemania y Gran Bretaña, el límite tenía que ser el cielo, pues Alemania aspiraba a alcanzar una posición política y marítima mundial como la que ostentaba Gran Bretaña, lo cual automáticamente relegaría a un plano inferior a una Gran Bretaña que ya había iniciado el declive. Era el todo o nada. (Hobsbawm, 1995)

En medio de la convulsión de la guerra, la revolución comunista en Rusia vino a agregar un elemento de intranquilidad más para las clases propietarias en todo el mundo.

Pasada la guerra, los vencedores (excepto EEUU que se retiró de las conversaciones) impusieron sobre la vencida Alemania y sus aliados una pesada carga de reparaciones de guerra, entre otras condiciones económicas y militares. Este durísimo castigo contribuyó a que la recuperación europea de posguerra fuese muy lenta. Alemania no pudo afrontar el costo de las reparaciones de guerra y cayó en una espiral hiperinflacionaria. El desorden monetario no fue exclusivo de los países vencidos, también en el resto de Europa las monedas tendieron a la depreciación y los precios subieron. El mundo no lograba, al parecer, encontrar el orden económico perdido.

Gran Bretaña intentó volver a ese orden de preguerra, pero sus días de gloria ya habían pasado y una nueva potencia mundial se perfilaba en el horizonte: Estados Unidos.

Durante los años de guerra, el conflicto social en Argentina se agudizó hasta límites insospechados. El gobierno democrático de Hipólito Irigoyen (1916-1922) tuvo al comienzo una respuesta vacilante frente a las huelgas crecientemente violentas, pero desde 1917/18 éstas fueron crudamente reprimidas y los episodios de la Semana Trágica (1919) marcaron el pico más alto del conflicto. Dos años más tarde la huelga de peones rurales en Santa Cruz recordada como “la Patagonia Rebelde” dejó también un saldo de muertos y encarcelados por la represión. Sin embargo, para esa época el conflicto social fue disminuyendo hasta diluirse en el renovado crecimiento económico de los años 20.

De cualquier manera que se la mire, es inevitable concluir que la década de 1920 fue una época de alto crecimiento. (…) La instalación de capital norteamericano dedicado a la producción de manufacturas sirvió para asentar el incipiente desarrollo industrial argentino sobre bases más firmes. De todos modos, todavía se estaba en los comienzos (de la industrialización). La mayor parte de la riqueza argentina todavía se generaba en el campo. (…) Seguía casi intacta la confianza en esa estrategia que tanto éxito había tenido en el pasado y que tanto dependía del comercio exterior. (Gerchunoff y Llach, 1998)

La presencia de Estados Unidos en el panorama mundial trajo para Argentina, además, otras consecuencias: nuestro país se convirtió rápidamente en un ávido comprador de las nuevas exportaciones estadounidenses (automóviles, camiones, neumáticos, fonógrafos, radios, maquinaria agrícola e industrial); pero las tradicionales exportaciones argentinas no encontraban cabida en el mercado norteamericano, que era también un importante productor agrícola, por lo cual esta nueva relación comercial sólo generaba déficit en nuestra balanza de pagos.

A la inversa, Gran Bretaña seguía siendo nuestro principal comprador de carnes y cereales, que pagaban con carbón, textiles y las ganancias de los ferrocarriles y otras empresas de servicios.

Sus insuficiencias eran cada vez más evidentes: los suministros eran caros, Gran Bretaña no podía satisfacer las nuevas demandas del consumo y el capital británico era incapaz de promover las transformaciones que impulsaba el norteamericano. Pero a la vez Argentina carecía de compradores alternativos. (Romero, 1994)

La Argentina se encontraba, como señaló Arturo O’Connell, inserta en un triángulo económico mundial, sin que fuera posible equilibrar dos relaciones tan diferentes.

Sobre el final de la década del 20, la Gran Depresión vino a dar el golpe de gracia al modelo agroexportador, que la elite dirigente intentaba por todos los medios mantener con vida pese a las dificultades que la Primera Guerra Mundial había provocado.

Cesó el flujo de capitales que tradicionalmente la había alimentado (a nuestra economía) y muchos incluso retornaron a sus lugares de origen. Los precios internacionales de los productos agrícolas cayeron fuertemente –mucho más aún que en la crisis de 1919-1922- y aunque el volumen de las exportaciones no descendió, los ingresos del sector agrario y de la economía toda se contrajeron fuertemente. Como el gobierno optó por mantener el servicio de la deuda externa, mucho más gravosa por la disminución de los recursos corrientes, debieron reducirse drásticamente tanto las importaciones como los gastos del Estado, cuyo déficit pasó a convertirse en un problema grave. (Romero, 1994)

La depresión iniciada en 1929 vuelve a debilitar las relaciones comerciales internacionales, apenas recompuestas luego de la Primera Guerra Mundial, con el agravante de que la profundidad y prolongación de esta crisis llevó a los países industrializados a adoptar medidas de carácter proteccionista: formación de bloques y acuerdos bilaterales, devaluación de las monedas y abandono del patrón oro, adopción de controles de cambio y alza de las tarifas aduaneras.

Las mayores trabas a las importaciones disminuyeron aún más el comercio internacional, agudizando el impacto de la depresión mundial. (Ferrer, 1973)

La circulación de capitales también fue afectada fuertemente por la crisis, marcando el final de una época en que los préstamos e inversiones directas habían fluido libremente por el mundo, con la sola interrupción de la Primera Guerra.

El comportamiento posterior a 1929 del comercio internacional y del flujo de capitales afectó particularmente a los países especializados en la producción y exportación de productos primarios. En estos países la caída del volumen físico de las exportaciones fue agravada por el empeoramiento de la relación de intercambio entre los productos primarios y los industriales. En América Latina el poder de compra de las exportaciones cayó en casi un 50% entre 1928-29 y 1932, como consecuencia del efecto combinado de la caída del volumen físico de las exportaciones y del empeoramiento de las relaciones de precios. (Ferrer, 1973)

Las dificultades económicas coincidieron, en nuestro país, con una profunda crisis política. La segunda victoria de Irigoyen en las urnas, en 1928, exacerbó el conflicto político.

Es posible que la oposición, abrumada por los resultados electorales, ya hubiera desesperado de desalojar a Irigoyen por métodos institucionales, y no apreciara en su real significación las consecuencias inmediatas de la crisis económica mundial, estallada en octubre de 1929. (Romero, 1994).

En efecto, la oposición encontraba en la edad avanzada del presidente y su lentitud para dar respuestas eficientes frente a las inéditas condiciones económicas, argumentos suficientes para exigir su destitución. 8

Para ese momento, el Ejército se había constituido en un actor social de peso, alentado por una intensa corriente de pensamiento nacionalista 9y, seguramente, por las clases propietarias, que desde el comienzo desconfiaron del proceso democratizador que había llevado a los radicales al gobierno.

El golpe militar que derrocó a Irigoyen en 1930 contó, sino con el apoyo explícito, al menos con la aquiescencia de la mayoría de la población. Casi inmediatamente fue buscada una salida política que llevara al poder a un presidente constitucional, si bien desde ese momento la clase política buscó y puso en marcha procedimientos que mediatizaran la voluntad popular e impidieran el eventual triunfo de los radicales en las urnas. El fraude patriótico, apenas disimulado, fue una constante en los procesos electorales de esta etapa, sostenido en las relaciones clientelares entre los candidatos a puestos públicos, los caudillos electorales y los votantes como último eslabón de una cadena de favores y obligaciones.

La eficacia del nuevo gobierno debía quedar demostrada, ante la sociedad en general y particularmente ante las clases propietarias, por su capacidad para enfrentar la difícil situación económica. (Romero, 1994)

Si bien al comienzo no se tomó ninguna medida novedosa, apelándose sólo a las reservas de oro para tratar de sostener la moneda, pronto el gobierno se vio obligado a intervenir en la marcha de la economía creando herramientas como el control de cambios, la creación de nuevos impuestos, el control del gasto público, el control de importaciones y exportaciones, etc. La creación del Banco Central intentó regular las fluctuaciones de la moneda y la actividad de los bancos privados. Los fondos obtenidos del control de cambios se destinaron a sostener el declinante precio agrícola, para lo cual se creó la Junta Nacional de Granos, y posteriormente la de Carnes con el mismo objetivo.

Por este camino, el Estado fue asumiendo funciones mayores en la actividad económica, y pasó de la simple regulación de la crisis a la definición de reglas de juego cada vez más amplias, según el modelo que teorizó el economista británico John Maynard Keynes y que empezaba a aplicarse en todo el mundo. A la vez, el conjunto de la economía fue cerrándose progresivamente a un mundo donde también se dibujaban, con nitidez creciente, áreas relativamente cerradas. Era todavía una tendencia incipiente, impulsada por factores coyunturales, pero que se fue afirmando progresivamente, y estimuló modificaciones que finalmente la harían irreversible.” (Romero, 1994)