Una embajada historiográfica con vocación americanista. Los historiadores argentinos en el «II Congreso Internacional de Historia de América»

Arriba: Alcides Arguedas Díaz escritor boliviano

La comisión organizadora del congreso fue presidida por R. Levene, las vicepresidencias quedaron a cargo de reconocidos historiadores de todo el continente: Clarence Haring y Percy Alvin (EEUU), Alfonso Reyes y Toussaint (México), José  Rodríguez (Venezuela), Max Fleiuss y Pedro Calmon (Brasil), Antonio Pons y José Navarro (Ecuador), Felipe Barreda Laos y Horacio Urteaga (Perú), Alcides Arguedas (Bolivia), Luis Barros Borgoño y Domingo Amunátegui Solar (Chile), Felipe Ferreiro y Mario Espalter (Uruguay), Rómulo Carbia y Emilio Ravignani (Argentina). La comisión se completaba con un conjunto importante de vocales reclutados entre los miembros de la Junta de Historia y Numismática, de juntas filiales del interior, directores de museos y archivos nacionales y presidentes de Juntas de estudios históricos provinciales.

La convocatoria tuvo gran acogida en el país y en toda América, a juzgar por la amplitud de naciones e instituciones que se hicieron eco de la convocatoria. Todos los gobiernos provinciales, universidades nacionales, academias nacionales, filiales provinciales de la Junta de Historia y Numismática Americana, Juntas de Estudios Históricos y archivos provinciales y locales, la Comisión Nacional de Cooperación Intelectual, la  Escuela Superior de Guerra, la Biblioteca Nacional, el Archivo Histórico Nacional, el Museo Histórico Nacional, el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires,  la Dirección Nacional de Bellas Artes y el Instituto Sanmartiniano enviaron sus representantes al congreso. A ellos se sumaron los representantes oficiales de naciones y universidades de Estados Unidos, México, Guatemala, El Salvador, Colombia, Venezuela, República Dominicana Cuba, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Brasil, Ecuador, Perú, Bolivia, Paraguay, Chile, Uruguay.

Arriba: Historiador chileno Domingo Amunátegui Solar

Desde la convocatoria misma el congreso fue pensado por sus organizadores -y visto por el mundo político,  académico y educativo- como instancia de convergencia de una multiplicidad de objetivos. A la reflexión histórica, el estímulo a las investigaciones originales sobre la historia americana y la sociabilidad académica  que caracterizan a cualquier congreso científico de este tenor, se le sumaba en este caso el énfasis concedido a la faceta diplomática, expresada en la defensa de las  tradiciones de cada pueblo, en la cooperación y  en los ideales solidarios entre los estados americanos. Su logro suponía otorgarle especial atención a los aspectos pedagógicos, a la reflexión sobre los métodos y contenidos de la enseñanza de la historia americana y a los libros de texto, vehículos privilegiados de difusión de esos valores. [20]

La condición de posibilidad para la convergencia de estos objetivos descansaba en la convicción de que verdad histórica e interés nacional, investigación científica y afán patriótico podían coincidir. La búsqueda de la “verdad” histórica  era perfectamente compatible con el patriotismo, y éste, bien entendido, maridaba sin dificultades con ideales de factura americana. La consecución de la verdad histórica, horizonte del oficio de historiar, debía así desplazar a las versiones erradas, sectarias, panfletarias y polemistas que influían negativamente en la construcción de las imágenes del “nosotros” y los “otros”. Era el desconocimiento, o en todo caso el mal conocimiento, el que fomentaba las rivalidades y recelos, y no las diferencias ideológicas, de proyectos políticos o  de voluntad de liderazgo entre los países. La búsqueda de la objetividad conducía a un tiempo, al desarrollo de un trabajo científico y a la solidificación de una identidad nacional y americana. Investigación, docencia, patriotismo y espíritu americano se entramaban sin dificultad.