Una embajada historiográfica con vocación americanista. Los historiadores argentinos en el «II Congreso Internacional de Historia de América»

Los antecedentes y la organización

El I Congreso Internacional de Historia de América se había celebrado en Río de Janeiro en septiembre de 1922. Su organización había quedado en manos del Instituto Histórico y Geográfico Brasileño, una de las primeras instituciones latinoamericanas dedicadas al estudio del pasado nacional a partir de una labor erudita y heurística. Desde sus orígenes en 1838 había contado con la protección y el mecenazgo del poder real. En gran medida, fue ese mecenazgo y la legitimidad exclusiva que le brindó el estado imperial como ámbito de producción de la historia nacional, lo que permitió su consolidación y continuidad, convirtiéndose en un modelo institucional para el resto de los países latinoamericanos[15].  Su Comisión Organizadora había invitado al historiador argentino R. Levene a incorporarse al evento en calidad de vicepresidente.

A instancia suya, en las sesiones plenarias se decidió que el congreso funcionase con carácter permanente, reuniéndose periódicamente en las capitales de los países americanos, y se designó a Buenos Aires como anfitriona-organizadora del siguiente. La fecha prevista era el 25 de mayo de 1923. Sin embargo, problemas de diversa índole conspiraron contra la organización del congreso en ese momento. Quince años más tarde la coyuntura era bien diferente. A la consolidación del campo profesional y el ascenso de sus figuras centrales a posiciones expectables, perceptible en el recorrido de la Junta de Historia y Numismática, se sumaba la afinidad de ésta con los gobiernos conservadores, especialmente entre Levene, presidente de la institución y  A. P. Justo y su gabinete. Por eso, no fue sorprendente que el festejo principal del IV Centenario de la Ciudad de Buenos Aires recayera en un congreso de historia[16].

Derecha: Político brasileño Afrânio de Melo Franco

El II Congreso Internacional de Historia de América se gestó así como una iniciativa de la Junta de Historia y Numismática Americana (elevada al año siguiente al rango de Academia Nacional de la Historia), pero con el carácter poliédrico que le confería su condición simultánea de reunión científica, acto conmemorativo y gestión diplomática. Esta impronta signó el desarrollo del congreso, que pivoteo intermitentemente entre historiografía, conmemoración y política.

El Congreso adquirió gran centralidad como parte de los eventos organizados para la conmemoración del IV Centenario de Buenos Aires. La comisión oficial organizadora de los festejos, varios de cuyos miembros eran historiadores y parte activa en la organización del congreso, lo tomó rápidamente como uno de los estandartes de su labor.[17] Un decreto del presidente Justo lo oficializó sobre la base de su trascendencia como acto conmemorativo, como empresa cultural e historiográfica y como estímulo para la consolidación de la solidaridad continental.[18] Esa normativa estableció también la designación de Levene, Ravignani y Zabala como representantes oficiales, la convocatoria por intermedio del Ministerio de Relaciones Exteriores a las universidades y academias de historia de todos los estados americanos y la invitación a instituciones culturales y escuelas dependientes del Ministerio de Justicia e Instrucción Pública a designar profesores de historia para participar de la sección de Metodología de la Enseñanza de la Historia Americana y Revisión de Textos.[19]