Una embajada historiográfica con vocación americanista. Los historiadores argentinos en el «II Congreso Internacional de Historia de América»

La sesión “Metodología de la Enseñanza de la Historia y Revisión de Textos” se desarrolló en los últimos días de actividad, el 8 de julio. Como habíamos señalado, el Ministerio de Justicia e Instrucción Pública convocó a los establecimientos educativos de su dependencia a enviar docentes para participar de esta sesión en particular, convirtiéndola en la más concurrida de todas las organizadas. Pero no fue sólo el peso cuantitativo el que le dio centralidad en el congreso. El  repaso de la nómina de autoridades y participantes de la sesión demuestra la relevancia que este tema poseía para los historiadores, para la Junta de Historia y Numismática –organizadora del congreso- y para las autoridades nacionales y provinciales. La presidencia recayó en R. Levene y E. Ravignani, quizá los dos historiadores argentinos con mayor capital simbólico en la profesión[33].

Los expositores convocados para disertar  provenían del campo de la historia y la didáctica, pero compartían además el desempeño de cargos de gestión en el ámbito educativo: Felipe Barreda Laos era embajador de Perú en Buenos Aires y se había desempeñado con anterioridad como titular de la cátedra de Historia de América de la Universidad de San Marcos; Juan Mantovani, era Inspector Nacional de Segunda Enseñanza, Julio Raffo de la Reta se desempeñaba como Director General de Escuelas de la Provincia de Mendoza y Juan Cassani ocupaba el cargo de Director del Instituto de Didáctica de la Universidad de Buenos Aires.[34]

Los expositores describieron la situación de la enseñanza de la historia de  América en los países americanos, particularizando cada uno en la realidad de su país de origen. Más allá de las diferencias de estilo, forma y situación contextual, se coincidía en la necesidad de reformar la enseñanza de la historia y la geografía con el propósito de

“…Atenuar el espíritu bélico e insistir en la cultura de los pueblos (…) Eliminar los paralelos entre los personajes históricos, nacionales y extranjeros y los comentarios y conceptos ofensivos para otros países (…) Evitar que el relato de las victorias alcanzadas sobre las otras naciones pueda servir de motivo para rebajar el concepto moral de los países vencidos (…) No juzgar con odio o falsear los hechos en el relato de guerras o batallas cuyos resultados hayan sido adversos…” y en general “…Destacar cuanto contribuya constructivamente a la inteligencia y cooperación de los países americanos…”.[35]

A difundir esta idea, tenían que contribuir también  los manuales de historia, y para ello era imprescindible acordar criterios y normas comunes para su redacción y especialmente eliminar todo juicio o expresión sectaria o injusta.

Como buenos herederos de la tradición erudita, cultivada a ambos lados del atlántico, estos  historiadores profesionales no concebían estas reformas como violatorias de los principios científicos de la investigación histórica, ya que

“…No se trata de suprimir la mención de guerras o conflictos diplomáticos, sino de exponer el pasado con un criterio objetivo, tarea que sólo podían realizar historiadores con autoridad moral y científica…”.[36]

Sin embargo las cuestiones más interesantes se suscitaron durante el intercambio posterior y la presentación de propuestas. Por un lado, se aprobaron una serie de recomendaciones destinadas a fortalecer la enseñanza de la historia y la geografía en el nivel medio a través del aumento de la carga horaria y su dictado en gabinetes especiales con material pedagógico adecuado. También a través de cambios en la formación docente, cuya centralidad en la transmisión de contenidos no pasaba desapercibida para los historiadores. Entre ellos destaca la propuesta de creación de Institutos especiales o carreras universitarias para la formación del profesorado y la prioridad de estos egresados sobre los provenientes de profesorados de escuelas normales y formaciones afines para ocupar cátedras en el nivel medio.[37]

Otro conjunto de iniciativas se dirigió a estimular la cooperación interamericana. Uno de los puntos que más adhesión concitó fue la recomendación a los gobiernos americanos de  suscribir el convenio internacional de revisión de libros de texto firmado entre Brasil y Argentina en 1933. También se consensuó estimular  la formación en cada escuela media del continente de una biblioteca de historia y geografía americana, integrada por autores americanos,  traducidos si fuera necesario. Estas proposiciones se completaron con el proyecto de crear un programa de becas para que jóvenes historiadores realizaran estancias en países de América, y la moción de insistir ante las instituciones universitarias y de formación docente para que las cátedras de historia de América pusieran énfasis en la historia americana contemporánea, pues se lo entendía como el medio más adecuado para la creación de un sentimiento de solidaridad continental.[38]