Las dictaduras del Caribe

Para ponerse a tono con los acontecimientos mundiales de mediados de los cuarenta, se apresuraron a legalizar a los partidos de oposición y fuerzas de izquierda –incluyendo al Partido Comunista-, estableciendo relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. Sin duda, el primero que dio este giro teatral de ciento ochenta grados, y el que también más lejos llegó, fue Batista que, aliado a los comunistas, tras adoptarse la avanzada constitución cubana de 1940, ocupó la presidencia de la república hasta 1944. Esa mutación le obligó a ceder el poder en las elecciones de ese año y a abandonar, por el momento, el gobierno, hasta que en 1952 pudo reimplantar sin cortapisas su dictadura.

Verdaderos maquiavelos en el arte de la metamorfosis, Somoza y Trujillo, sin ningún escrúpulo, dieron otro vuelco dramático a la hora de la Guerra Fría y el macartismo en Estados Unidos, aplastando con el mismo entusiasmo, y toda su fuerza represiva, a las propias organizaciones obreras y partidos de izquierda que habían fomentado en la anterior coyuntura internacional, convertidos ahora en campeones del anticomunismo, al extremo de que el dominicano llegó a considerarse un líder continental en la materia. El propio Batista, que regresó al poder tras el golpe de estado de 1952, haría también profesión de fe anticomunista durante su segundo dictadura, persiguiendo con saña a su antiguo aliado electoral, el Partido Socialista Popular (PSP), junto a otras organizaciones democráticas, y rompiendo relaciones diplomáticas con la URSS.

Estos mismos tres dictadores mencionados, al igual que Machado, resistieron e incluso desafiaron las exigencias norteamericanas para abandonar el poder cuando dejaron de ser útiles a los intereses de Estados Unidos. En los cuatro casos, Machado en 1933, Batista a fines de 1958, Trujillo desde principios de los sesenta y Somoza en las postrimerías de la década del setenta, fueron presionados por Washington para que dejaran el gobierno y permitieran soluciones políticas mediatizadas que evitaran el triunfo de las revoluciones populares desencadenadas por el desenfreno de sus regímenes intolerantes. Sólo dos de los dictadores caribeños, Juan Vicente Gómez y Francois Duvalier salieron de sus cargos por causas naturales, pues el hijo de este último también debió huir del país por un estallido de cólera popular.

La negativa de Machado, Somoza y Batista a apartarse del poder en el momento en que Estados Unidos lo consideraba oportuno, junto al fracaso de las maniobras de último minuto para dejar en sus sitios a títeres suyos –el general Alberto Herrera, el magistrado Carlos Piedra y Francisco Urcuyo respectivamente- facilitaron el aplastante triunfo revolucionario que precisamente se quería evitar con sus precipitadas salidas. Ello obligó a los tres dictadores a huir en forma precipitada, poniendo a buen recaudo una parte apreciable de sus fortunas, aunque los negocios e intereses que dejaban detrás fueron por regla general expropiados con posterioridad al ser considerados bienes malversados.

Es sintomático que en su estampida final estos mismos sátrapas buscaran refugió bajo el amparo de otros dictadores, como hicieron Machado y Batista con Trujillo o Somoza en el Paraguay lúgubre de Alfredo Stroessner, donde murió en un atentado en 1980. Sólo Trujillo se negó tajantemente a ceder a las presiones norteamericanas y a abandonar el poder, lo que en definitiva le costó la vida en 1961, víctima de un complot organizado por los servicios de inteligencia estadounidenses con miembros del círculo íntimo del propio gobernante caído en desgracia. Pero frente a la desesperada maniobra imperialista para desviar el curso de la historia mediante la permanencia del trujillismo sin Trujillo en la República Dominicana, se interpuso la revolución de abril de 1965, que sólo pudo ser liquidada con la intervención militar directa de Estados Unidos.

No sólo la larga dictadura de Trujillo gestó una revolución popular y democrática que el gobierno norteamericano no pudo impedir, dirigida a sepultar y barrer todas las lacras del pasado. Tampoco en Cuba los Estados Unidos pudieron evitar que las dictaduras de Machado y Batista fueran derrocadas por sendas revoluciones de masas, la segunda de ellas tan radical que implantó el socialismo. Del mismo modo, en Nicaragua el imperialismo estadounidense poco pudo hacer para detener la expulsión de Somoza por una revolución al estilo de la cubana, la sandinista. Quizás algo de esto tenía en mente ese singular pensador y político caribeño que fue Juan Bosch cuando, antes de que este desenlace ocurriera, advirtió:

Decir tiranía, en el poker de espanto del Caribe, vale tanto como decir hampa. Pero esta la otra faz, en la cual la revolución significa ejercicio de la dignidad.[6]