Las dictaduras del Caribe

Después de la independencia, el término dictadura fue tomando un sentido negativo al ser empleado por los liberales en sus campañas contra los caudillos, el despotismo y los gobernantes autoritarios conservadores, aliados a la iglesia, que dominaban la escena política de América Latina y que se caracterizaban por ejercer una autoridad omnímoda, arbitraria y criminal. Gobernantes como Juan Manuel de Rosas en el Río de la Plata, Mariano Melgarejo en Bolivia, Rafael Carrera en Guatemala, Gabriel García Moreno o Ignacio de Veintimilla en Ecuador, Antonio López de Santa Anna en México, José Antonio Páez en Venezuela, Ulises Heureaux en República Dominicana, y hasta el propio doctor Francia en Paraguay, fueron calificados con los peores epítetos por sus opositores liberales, acuñando la palabra dictadura con la carga peyorativa que tiene hoy, como sinónimo de tiranos o sátrapas. Desde entonces, el término adquirió la connotación siniestra con que se utiliza en la actualidad y que alude a un sistema despótico implantado en un país determinado en el cual la arbitrariedad se convierte en norma jurídica, al margen de la voluntad ciudadana y su poder, basado en una fuerte represión, se ejerce sin contrapeso de ningún tipo.

Las dictaduras establecidas en la primera mitad del siglo XX, en los países bañados por las aguas del mar Caribe, asumieron nuevos rasgos y características en comparación con las que le habían precedido, pues se desarrollaron en tiempos muy diferentes y en circunstancias bien distintas. Nos referimos a que en el siglo XX el Caribe se desenvolvía en una nueva época histórica, como toda la América Latina, marcada ya no sólo por los apetitos de las poderosos países capitalistas europeas y los Estados Unidos por apoderarse de sus mercados, sino también por lograr el control directo de las fuentes de materias primas y alimentos.

En respuesta a las apremiantes necesidades de los emergentes monopolios, las grandes potencias industriales, además de seguir exportando mercancías en forma creciente, empezaron a invertir capitales fuera de sus territorios para dominar directamente la producción, dando origen a una agresiva política recolonizadora en el Caribe, que siempre había sido una especie de frontera imperial, tal como la definiera Juan Bosch en uno de sus libros.

Los efectos de ese proceso de expansión capitalista de nuevo tipo fueron múltiples, pues con el descomunal avance de la penetración foránea sobre las débiles y atrasadas economías caribeñas, poco a poco se fueron especializando en la simple producción y exportación de productos primarios. En la práctica, los países del Caribe quedaron en una desventajosa posición en la división internacional del trabajo que se configuraba a escala planetaria y que los ubicaba como simples vendedores de materias primas y alimentos e importadores de mercancías elaboradas. Así, terminaron convertidos en simples productores de uno o dos rubros agrícolas tropicales (azúcar, café, bananos, cacao, tabaco, etc.), con la sola excepción de Venezuela como exportador de petróleo.

Ese proceso estuvo acompañado de la vertiginosa y agresiva expansión imperialista de Estados Unidos sobre el Caribe, que había sido fundamentada por el almirante Alfred T. Mahan.  En 1897, Mahan dio a conocer su obra Interés de los Estados Unidos en el poder naval, donde proclamó que una tercera etapa del «destino manifiesto» estaba en marcha -la primera había sido la extensión de la frontera al Mississipi y la segunda el arrebato territorial a México-, la cual exigía la posesión de una ruta canalera por Centroamérica, bases estratégicas en el Pacífico y el dominio de los pasos del Caribe, entre la costa oriental de Norteamérica y Panamá.

Con la breve guerra contra España en 1898, Estados Unidos se adentró en la tercera etapa señalada por Mahan, al iniciar una violenta ofensiva expansionista que combinó los viejos métodos colonialistas con las más modernas formas de penetración del capitalismo. El interés por apoderarse de las últimas colonias españolas en este hemisferio (Cuba y Puerto Rico) no sólo tenía que ver con su valor material -fuente de materias primas y mercados-, sino también con su importancia estratégica como futuras bases de operaciones para la irrupción del capital norteamericano por Centroamérica y el Caribe.